Read El Camino de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
«No debía acabar así. No debía parecer tan vacío.» Dio la espalda a la noche y entonces se detuvo. Ladeó la cabeza al oír algo por encima del lamento del viento.
Kylar se obligó a soltar su ensangrentada mano derecha del postigo. Al tantear solo encontró fundas de daga vacías, a juego con la vaina de espada de su espalda. Con un gruñido, hizo una contorsión para sacar el tanto que llevaba pegado a la pantorrilla. Tenía los dedos entumecidos, lacerados, débiles. El tanto estuvo a punto de escurrírsele de la mano.
Las cuerdas que sujetaban el postigo a la pared fueron fáciles de cortar. Las herrumbrosas bisagras chirriaron audiblemente y Kylar se puso rígido, pero era imposible evitar el ruido. Tras dos respiraciones rápidas, apoyó ambos pies contra la pared de la torre y se dio impulso. Sin soltar las manos, se balanceó de vuelta hacia el ventanal roto y elevó el cuerpo añadiendo Talento a su fuerza, como en un columpio gigante.
El postigo se soltó del todo y se le quedó en las manos cuando Kylar apenas se había elevado lo suficiente para no acabar empotrado en la pared. En lugar de eso entró en el dormitorio deslizándose por el suelo.
Su cuerpo se llevó por delante los pies de Durzo, y el ejecutor cayó encima de él mientras una de sus espadas gancho salía volando por el hueco del ventanal. El postigo estaba entre sus cuerpos y atrapaba las manos de Durzo en una posición forzada. Kylar lo usó para golpear la cara de Durzo.
—¡No quiero... —Esta vez empleó toda su fuerza y Talento para estamparle el postigo en plena cara. Su maestro salió despedido de encima de él.
Kylar rodó a un lado y se puso en pie.
Sin embargo, Blint ya estaba derecho. Lanzó un taburete contra Kylar de una patada. El joven lo paró con un pie, pero el movimiento lo pilló desequilibrado y le hizo tropezar. Cayó de bruces sobre una alfombra.
Blint corrió hacia él como un rayo y alzó su otra espada gancho. En vez de intentar levantarse o rodar a un lado, Kylar agarró la alfombra y dio un tirón.
Durzo se lanzó con más fuerza de la que se esperaba y cortó solo aire mientras sus rodillas chocaban con el hombro de Kylar. Cayó hacia delante de cabeza.
La pesada espada curva de Durzo seguía encajada en la cómoda junto al ventanal, pero Sentencia estaba más cerca. Kylar la cogió y se dio la vuelta.
—... luchar...
El ejecutor se tiró para recoger del suelo la espada gancho.
—... contra ti! —Kylar saltó encima del arma de su maestro.
Durzo tiró con toda la fuerza que le daba su Talento. Durante un momento, pareció que el núcleo de hierro de la hoja aguantaría. Al siguiente la espada se partió a dos centímetros de la empuñadura.
—Puede que no quieras, hijo, pero hay algo en ti que se niega a morir —dijo Durzo. Tiró a un lado la hoja rota, pero no desenfundó ninguna otra arma.
—Maestro, no me obligues a pelear contra ti —rogó Kylar mientras le apuntaba su hoja a la garganta.
—Lo elegiste tú al desobedecerme.
—¿Por qué lo hiciste?
—No te habría tomado como aprendiz, pero pensé que eras algo que no eras. Que los Ángeles de la Noche me perdonen.
—¡No me refiero a mí! —A Kylar le temblaban las manos que sostenían la espada—. ¿Por qué me hicisteis traicionar a mi mejor amigo?
—Porque te saltaste las reglas. Porque la vida está vacía. Porque yo también me salté las reglas. —Durzo se encogió de hombros—. Se acaba pagando.
—¡Eso no basta!
Durzo formó un triángulo con las manos y frunció los labios.
—Logan ha muerto chillando, que lo sepas. Penoso.
Kylar atacó. La espada salió disparada hacia el cuello de Durzo, pero este no se inmutó. La hoja chocó contra su palma y se detuvo como si ni siquiera tuviera filo.
Sin embargo, las manos de Durzo seguían formando un triángulo ante su cuerpo. La que detenía la espada de Kylar estaba hecha de pura magia.
Y arrebató Sentencia a Kylar de un manotazo. Brotaron otras manos en el aire y lo atacaron. Kylar bloqueó y retrocedió a trompicones mientras Durzo avanzaba con tranquilidad, rebosante de Talento.
Kylar no podía hacer nada. Paró golpes cada vez más deprisa, pero las manos venían aún más rápidas. Con su propio Talento hizo aparecer unas pocas manos tenues ante sí y detuvo algunos de los ataques, pero no era suficiente. Durzo lo estaba acorralando.
Al final, varias manos mágicas apresaron las extremidades de Kylar y lo inmovilizaron contra la pared. No podía moverse ni un centímetro.
—Ay, chico —dijo Durzo—. Si te hubiese enseñado a usar tu Talento, habrías sido algo realmente especial.
Sacó una daga arrojadiza. La volteó con los dedos. La alzó. Hizo una pausa como si fuera a decir algo, y luego sacudió la cabeza.
—Lo siento, Kylar.
—No lo sientas. La vida está vacía, ¿no?
Durzo suspiró. Tenía la vista puesta en Sentencia, que resplandecía en su negrura a los pies de Kylar, tan cercana como la luz lunar y tan lejana como la luna. La expresión de su cara surcada de cicatrices era de angustia y arrepentimiento.
Siguiendo su mirada, Kylar contempló la espada negra que Durzo había llevado durante tantos años, y recordó...
Con el ceño fruncido, Durzo le había arrebatado la bolsita y le había dado la vuelta. El Orbe de los Filos cayó en su mano.
—Maldición. Justo lo que me imaginaba —dijo, con la voz ronca en el silencio del pasillo de los Jadwin.
—¿Qué? —preguntó Kylar.
Era una falsificación, otro ka'kari falso.
Sin embargo, Durzo no estaba de humor para responder preguntas.
—¿La chica te ha visto la cara?
El silencio de Kylar fue suficiente respuesta.
—Ocúpate de ello. No es una petición, Kylar, es una orden. Mátala.
—No —dijo Kylar.
—¿Qué has dicho? —preguntó Durzo con incredulidad. De Sentencia goteaba sangre negra que formaba un charco en el suelo.
—No la mataré. Y no te dejaré matarla.
—¿Quién es esta chica para que valga la pena que te den caza durante el resto de tu corta...? —Dejó la frase en el aire—. Es Muñeca.
—Sí, maestro. Lo siento.
—¡Por los Angeles de la Noche! ¡No quiero disculpas! Quiero obedien... —Durzo alzó un dedo para imponer silencio. Los pasos estaban ya cerca. Abrió la puerta y salió al pasillo como un borrón de movimiento, a una velocidad inhumana; la tenue luz arrancaba destellos plateados de Sentencia.
¿Destellos plateados? La hoja de Sentencia era negra.
Se oyó rodar algo metálico sobre el mármol. El sonido se acercaba a Kylar. Extendió un brazo y sintió que el ka'kari se le pegaba a la palma abierta.
—¡No! ¡No, es mío! —gritó Blint.
En un instante, el ka'kari se deshizo en un charquito como si fuera de aceite negro.
¿Qué había dicho Durzo antes? El de plata era otra falsificación. «Me robaste mi ka'kari.» El de Durzo. El ka'kari de plata no pintaba nada. Era un ka'kari negro. El ka'kari que Durzo había llevado consigo durante años, oculto cubriendo la hoja de Sentencia.
Los ka'kari escogían a sus propios amos. Por algún motivo, el ka'kari negro había elegido a Kylar. Quizá lo había elegido muchos años atrás, el día en que Durzo le había pegado por volver a ver a Muñeca. Aquel día en que un resplandor azul había rodeado la hoja negra. Cuando Durzo le había gritado: «¡No, eso no! ¡Es mío!», mientras un fuego azul incandescente le abrasaba los dedos. Durzo había arrojado la espada para alejarla de Kylar y que no completase el enlace, ya que si lo completaba no podría llamar al ka'kari de plata para él. Ahora sabían que no lo había llamado porque era falso. En ningún momento había existido en la ciudad otro ka'kari que el negro de Durzo.
Y su maestro supo desde aquel mismo día que, si dejaba vivir a Kylar, perdería el ka'kari negro para siempre. Hasta se lo había dejado esa noche para que tuviera alguna oportunidad.
Pero ya era demasiado tarde.
Por la cara de Durzo, se diría que había algo más que quería decirle a Kylar, una manera de desahogar su angustia. Sin embargo, nunca había sido hombre de muchas palabras.
En lugar de eso, desde apenas unos metros de distancia, lanzó el cuchillo a la cara de Kylar.
El tiempo no se frenó.
El mundo no se contrajo hasta reducirse a la punta del cuchillo giratorio.
Sin embargo, en el corazón de Kylar la desesperación se volatilizó al calor de una esperanza descabellada. Ni siquiera reparó en que había levantado la mano; no sabía cómo se había liberado el ka'kari ni podía explicar cómo había saltado de la espada tendida en el suelo a su mano. Estaba allí, sin más.
En esa fracción de segundo no enlentecida, una sustancia viscosa negra salió disparada de la punta de sus dedos y acertó en el cuchillo que volaba girando hacia su pecho como si fuera un escupitajo.
Cuando Kylar volvió a mirar, el cuchillo no estaba.
Ding.
Kylar bajó la vista para ver de dónde venía el sonido. El ka'kari rodaba temblando hacia él por suelo. Cuando se encaramó a su bota y se disolvió en su piel, Kylar sintió una corriente de poder.
Con una sacudida de hombros mental, se quitó de encima las manos fantasmales que lo sujetaban a la pared. Tras aterrizar suavemente de pie, extendió una mano hacia su antiguo maestro y liberó el poder que lo recorría por dentro.
Durzo salió despedido hacia atrás como si se hubiera desatado toda la furia de un huracán sobre él. Rodó, se deslizó y cruzó la habitación, hasta topar contra la pared.
Kylar recogió a Sentencia usando el Talento y la llevó hasta su mano.
—No luches cuando no puedas ganar —dijo Kylar—. Y no luches cuando no quieras ganar. ¿No es así?
Durzo se puso en pie con esfuerzo, desarmado. Adoptó una postura de combate y puso media sonrisa.
—A veces hay que luchar.
—No esta vez —dijo Kylar. Levantó la espada y corrió hacia delante. Durzo no se movió; tan solo miró a Kylar a los ojos, preparado. En el último segundo, Kylar esquivó a un lado y se lanzó por el ventanal al aire que azotaba la torre norte bajo la luz de la luna.
Uno de los hombres que había visto en la barcaza era Roth.
Logan no tenía ninguna intención de dejar que nadie usara su escroto como monedero, y mucho menos Roth Ursuul. En realidad, pensaba matar a ese cabrón. No le preocupaba estar desarmado y todavía desnudo porque Roth había supuesto que eso lo despojaría de su dignidad; la furia le daba poder. Toda la crueldad, la depravación y el horror que Logan había presenciado en el último día lo habían transformado. Volvería a ser un hombre, más tarde. En ese momento era pura ira congelada, dura y transparente como el cristal. Supuso que, aun con las manos atadas, podía matar a los dos guardias. Con la furia que recorría todo su cuerpo, no creía que hubiese gran cosa capaz de detenerlo.
Salvo la magia. Eso también lo sabía Roth, que había enviado a su brujo, Neph Dada, para escoltar a Logan al calabozo. Era evidente que Neph había memorizado la planta del castillo, porque recorría sin titubeos los pasillos de servicio y las escaleras secundarias y los sótanos.
La ciudad de Cenaria solo tenía un calabozo, conectado con el castillo por un único túnel (en ese momento infestado de montañeses khalidoranos) y separado del resto de la ciudad por los dos ramales del río Plith. Los prisioneros eran llevados al calabozo en barcaza. Pocos salían. Entrar allí era como ser tragado por la tierra.
La pequeña porción de Logan que no era furia captó un olor peculiar y pensó que quizá lo llamaban «las Fauces» por otros motivos. En el norte de la isla de Vos emanaban sin cesar fumarolas que impregnaban la prisión de olor a azufre antes de disiparse en la atmósfera.
Neph Dada se detuvo ante una puerta de hierro mientras uno de los hombres que escoltaban a Logan buscaba torpemente una llave. El brujo le lanzó una mirada furibunda y movió una mano delante de la cerradura; los zarcillos negros de su brazo se movieron a un ritmo que no acababa de encajar con el del resto de la extremidad. La cerradura se abrió con un chasquido.
El guardia sacó la llave correcta y sonrió acobardado.
—Tengo otros asuntos que atender —dijo Neph—. ¿Podéis ocuparos de él por vuestra cuenta a partir de aquí?
—Sí, señor —respondió el guardia, con una mirada nerviosa a Logan.
El joven duque sonrió para sus adentros. Luchar desnudo contra dos hombres armados no era exactamente una apuesta segura, pero sí mucho mejor que hacerlo con las ataduras mágicas de Neph inmovilizándole los brazos y dejando a sus piernas el margen justo para arrastrar los pies.
—Bien. Las ataduras durarán diez minutos más —dijo Neph.
—Tiempo de sobra, señor —aseveró el guardia.
Con un bufido, Neph los dejó. El guardia de la nariz grande cerró con llave la puerta de hierro, lo que dio tiempo a Logan para que acostumbrara la vista a la penumbra. A la derecha y a la izquierda había puertas pesadas con ventanillas cubiertas por barrotes de hierro.
—Por si te lo preguntabas —dijo Narizón—, estas son las habitaciones más lujosas del lugar. Una monada. Son para los nobles. Pero no para ti. —Soltó una risilla.
Logan lo miró a la cara sin expresión alguna.
—Esa rampa de allí lleva a la superficie. Tampoco es para ti.
El guardia con cara de comadreja miró a Narizón.
—¿Siempre incordias a los muertos?
—Siempre —respondió Narizón, mientras se hurgaba en la napia con un dedo—. ¿Qué pasa? —preguntó al ver que Comadreja lo miraba—. Me estaba rascando.
—Cállate —dijo Comadreja—. ¿Vamos al tercero?
—Sí, hay que llegar hasta los aulladores. Mejor darnos prisa. —Narizón dio unos golpes a la cuarta puerta al pasar por delante—. ¡Ahora mismo vuelvo a hacerte una visita, preciosa!
Se oyó un sollozo débil en la celda, pero la mujer de dentro no se asomó.
—Esa zorra me pone cachondo —dijo Narizón—. ¿La has visto?
Comadreja negó con la cabeza, de modo que su compañero prosiguió:
—Tiene más cicatrices en la cara que pulgas un montañés, pero ¿quién quiere mirarla a la cara, eh?
—El príncipe te arrancará la garganta si la tocas —observó Comadreja.
—Vamos, ¿cómo va a enterarse?
—Esta noche vendrá. Quiere soltar a nuestros chicos del Sa'kagé y hacer una visita a esa moza y a no sé qué niña pequeña que nos han traído también —dijo Comadreja.
—¿Esta noche, dices? Joder, yo no tardaré ni cinco minutos con la perra —dijo Narizón. Se rió.