El Camino de las Sombras (28 page)

BOOK: El Camino de las Sombras
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Mama K se encontraba en el balcón de una mansión que no debería estar donde estaba. Saltándose los dictados de la tradición y la cordura, Roth Grimson había construido su opulenta mansión en pleno centro de las Madrigueras.

No le caía bien Roth, nunca le había gustado, pero en su trabajo conocía a poca gente que le cayese bien. La cuestión era que debía tratar con Roth porque no podía permitirse no hacerle caso. Era uno de los valores en alza del Sa'kagé. No solo era inteligente, sino que parecía convertir en oro todo lo que tocaba. Tras las guerras de las hermandades, se había dado a conocer como líder de los Matones Rojos, hermandad con la que no había tardado en apoderarse de la mitad de las Madrigueras.

Por supuesto, el Sa'kagé había tomado cartas en el asunto —la muerte de Corbin Fishill a manos de Durzo fue solo la primera—, pero habían hecho falta años para calmar del todo las aguas. Entre los Nueve había cundido la curiosidad por saber cómo había manejado Roth su hermandad para apropiarse de tanto territorio. Y a Roth no le habían hecho gracia las preguntas de Mama K, pero las había aceptado. Una palabra de ella y jamás entraría en los Nueve. Otra palabra, y estaría muerto. Era lo bastante listo para saberlo.

Roth tenía casi treinta años. Un joven alto e imponente que se comportaba como un príncipe entre perros. Ojos azules bastante juntos, pelo moreno, gusto por la ropa de buena calidad: ese día llevaba una túnica gris decorada con los trenzados planganos que empezaban a ponerse de moda, pantalones a juego y botas altas recamadas en plata. Llevaba el pelo moreno ligeramente aceitado, y de vez en cuando le caía un rizo sobre los ojos.

—Si alguna vez te cansas de trabajar para nuestro maestro de la moneda, te iría bien en uno de mis burdeles. A los hombres les encantarías —dejó caer Mama K con el único fin de ver cómo lo encajaba.

Roth se rió.

—Lo tendré presente.

Con un gesto de la mano indicó a los sirvientes que les llevasen el desayuno. La mesita estaba pegada al borde del balcón, y estaban sentados uno al lado del otro. Al parecer, Roth quería que Mama K admirase su villa. Probablemente esperaba que le preguntase por qué la había construido allí.

Mama K no pensaba darle esa satisfacción. Aparte, ya lo había investigado por su cuenta. Sabía que los motivos eran bastante buenos. El terreno daba al río por un extremo, lo que le permitiría contrabandear a pequeña escala, pero el embarcadero era demasiado pequeño para obtener grandes beneficios y llamar la atención de la Corona. Además, había podido adquirir los terrenos por una miseria, aunque había tenido que contratar a tantos vigilantes durante la construcción que había perdido lo ahorrado. Los pobres a los que había desplazado, tanto los honrados como los ladrones, se habían lanzado a robar tanto como pudieran de aquel insensato que levantaba una mansión en su lado del río. A Mama K no le extrañaría que los matones hubiesen molido a palos a centenares de ellos. Sabía que habían matado por lo menos a media docena. Ser descubierto en los terrenos de Grimson sin permiso acarreaba la muerte.

Los muros eran altos, coronados por cristales rotos y pinchos de metal que destacaban como sombras afiladas a la luz del amanecer. Vigilaban esos muros varios matones, hombres eficientes que además disfrutaban con su trabajo. Ya no intentaba colarse nadie de por allí. Los aficionados ya habían pagado el precio de intentarlo o bien conocían a alguien que lo había hecho. Los profesionales sabían que podían cruzar el puente de Vanden y encontrar botines más fáciles.

Sus jardines eran bonitos, aunque se limitaban a las flores y las plantas que no crecían alto para que sus arqueros no tuviesen un ángulo de tiro reducido. Las manchas de carmesí, verde, amarillo y naranja de los jardines contrastaban vivamente con los sucios grises y marrones de las Madrigueras.

Los sirvientes llegaron con el primer plato, naranja sanguina cortada por la mitad con una capa de azúcar caramelizado. Roth rompió el hielo con un comentario sobre el tiempo. No era una elección muy inspirada, pero Mama K tampoco esperaba más.

El anfitrión pasó a hablar de sus jardines mientras los criados les servían bollos calientes. Tenía la irritante costumbre de los nuevos ricos de revelar cuánto habían costado las cosas. Debería haber sabido que ella podía imaginarse con exactitud cuánto se gastaba en aquella mansión a partir de la calidad del servicio y la comida. ¿Cuándo iría al grano?

—Conque va a haber una vacante en los Nueve —dijo Roth.

Muy brusco. Debería haber explicado alguna anécdota divertida de su trabajo para luego aprovecharla y sacar el tema. Mama K empezaba a albergar dudas.

—Sí —dijo.

Lo dejó así. No pensaba ponérselo fácil. El sol empezaba apenas a asomar por el horizonte y el cielo estaba adquiriendo un precioso tono anaranjado. Iba a hacer un día tórrido; pese a ser tan temprano apenas necesitaba el chal que llevaba a los hombros.

—Llevo seis años trabajando con Phineas Seratsin. Conozco el puesto mejor que nadie.

—Has trabajado para el trematir, no con él.

Hubo un destello en los ojos de Roth, pero no dijo nada. Un mal genio peligroso, pues. A maese Grimson no le gustaba que le corrigiesen.

—Creo que tus espías no deben de ser tan avispados si no han visto la cantidad de trabajo que hago yo en comparación con el viejo.

Mama K alzó una ceja.

—¿Espías?

—Todo el mundo sabe que tienes espías en todas partes.

—Bueno. Todo el mundo lo sabe. Debe de ser verdad, entonces.

—Ah, ya veo —dijo Roth—. Es una de esas cosas que todos saben pero no debo mencionar porque es de mala educación.

—Hay gente dentro de esta organización con la que es peligroso ser maleducado, muchacho. Si estás pidiendo mi voto, te convendría que fuéramos amigos.

Roth hizo una seña a sus sirvientes, que se llevaron los platos y los sustituyeron por una fuente de carne muy especiada y huevos al plato con queso.

—No lo estoy pidiendo replicó con calma.

Mama K se terminó los huevos y empezó con la carne. Delicioso. El tipo debía de haberse traído un chef de Gandu. Comió y contempló el cielo que clareaba, el sol que se elevaba poco a poco sobre la gran reja de hierro de la villa de Grimson. Si retiraba su último comentario, le dejaría vivir.

—No sé cómo tienes tanta influencia en los Nueve, pero sé que necesito tu voto, y lo tendré —explicó Roth—. Será tu voto o tu sobrina.

La carne que a Mama K se le había antojado tan bien condimentada, que se deshacía en su boca, de repente supo como un bocado de arena.

—Una niña preciosa, ¿verdad? Unas trencitas adorables. Es una pena que su madre muriese, pero qué maravilla tener una tía rica que le haya encontrado un lugar donde vivir, ¡y nada menos que en el castillo! Aun así, una ex puta rica no tendría que haberse conformado con que una sirvienta criase a su sobrina.

Se quedó helada. «¿Cómo lo ha descubierto?»

Los libros de cuentas. Todos los libros de cuentas estaban codificados, pero Phineas Seratsin era el maestro de la moneda del Sa'kagé. Tenía acceso a más registros financieros que las siguientes cinco personas del reino juntas. Roth debía de haber seguido los registros hasta encontrar unos pagos efectuados a una criada del castillo. La sirvienta era una mujer asustadiza. Una sola amenaza de Roth debió bastar para doblegarla.

Roth se puso en pie, con el plato ya vacío.

—No, no, siéntate. Acaba el desayuno.

Eso hizo Mama K, mecánicamente, aprovechando el tiempo para pensar. ¿Podía sacar a la niña del castillo a escondidas? Para eso no podía recurrir a Durzo, pero tampoco era el único ejecutor al que conocía.

—Soy un hombre cruel, Gwinvere. Quitar una vida es... —Roth se estremeció de éxtasis al rememorarlo—. Mejor. Mejor que cualquiera de los placeres que vendes. Pero yo controlo mis apetitos. Y eso es lo que nos hace humanos en vez de esclavos, ¿o no?

Se estaba poniendo un grueso guante de cuero. El rastrillo de la entrada principal iba subiendo mientras hablaba. Mama K vio que fuera se habían congregado docenas de andrajosos campesinos. Se trataba a todas luces de un ritual diario.

Abajo, cuatro sirvientes sacaron al jardín una mesa cargada de comida. La colocaron y volvieron adentro.

—Estos desgraciados son esclavos de sus apetitos. Esclavos, no hombres.

Los famélicos campesinos de detrás empujaron y los que ocupaban las primeras filas entraron forzados por la presión. Contemplaron el rastrillo con pinchos que tenían encima y luego a Roth y Mama K, pero más que nada observaban la comida. Parecían animales, asalvajados por el hambre.

Una joven arrancó la primera. Salió corriendo hacia delante. Cuando hubo dado unos pasos, otros la siguieron. Había viejos y jóvenes, mujeres y niños; lo único que parecían tener en común era la desesperación.

Sin embargo, Mama K no veía el motivo de su frenesí. Llegaron a la comida y se abalanzaron sobre ella, se llenaron los bolsillos de salchichas y atiborraron sus bocas de exquisiteces tan sabrosas que probablemente les sentarían mal.

Un criado entregó una arbalesta a Roth. Ya estaba tensada y cargada.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Mama K.

Los campesinos lo vieron y se dispersaron.

—Mato siguiendo un patrón muy sencillo —dijo Roth, mientras alzaba el arma. Pulsó el disparador y un joven cayó con un virote clavado en la columna vertebral.

Roth bajó la punta de la arbalesta, pero en vez de girar la manivela para tensar la cuerda, la agarró con el guante y tiró de ella con su propia fuerza. Por un momento fugaz, unas marcas negras parecidas a tatuajes afloraron como si estuvieran bajo la superficie de su piel y se retorcieron llenas de poder. Era imposible.

Volvió a disparar y la joven que había corrido en primer lugar cayó como un fardo.

—Doy de comer a mi pequeño rebaño todos los días. La primera semana del mes, mató el primer día. La segunda semana, el segundo día. —Hizo una pausa mientras alzaba de nuevo la arbalesta cargada. Disparó y otra mujer cayó cuando un virote le atravesó la cabeza—. Etcétera. Pero nunca mato a más de cuatro.

La mayoría de los campesinos había desaparecido ya, salvo por un anciano que retrocedía muy despacio hacia la puerta, que tenía todavía a treinta pasos. El disparo le alcanzó en la rodilla. Cayó con un grito y empezó a arrastrarse.

—Los esclavos nunca lo adivinan. Se rigen por sus estómagos, no por sus cerebros. —Roth esperó a que el anciano llegase a la puerta, erró un tiro, volvió a intentarlo y lo mató—. ¿Ves a ese?

Mama K vio entrar a un campesino por debajo del rastrillo. Todos los demás habían huido.

—Ese es mi favorito —siguió diciendo Roth—. Ha descubierto el patrón.

El hombre entró confiado, saludó a Roth con la cabeza y después se acercó a la mesa y empezó a comer sin prisas.

—Por supuesto, podría contárselo a los demás y salvar un puñado de vidas. Pero entonces yo podría cambiar el patrón, y perdería su ventaja. Es un superviviente, Gwinvere. Los supervivientes están dispuestos a hacer sacrificios. —Roth pasó la arbalesta y el guante a un criado y observó a Mama K—. Así pues, la pregunta es: ¿eres tú una superviviente?

—He sobrevivido a más de lo que nunca sabrás. Tienes tu voto.

Lo mataría más adelante. No debía mostrar debilidad en ese momento. Daba igual cómo se sintiera. Él era un animal, y notaría su miedo.

—Bueno, quiero algo más que un voto. Quiero a Durzo Blint. Quiero el ka'kari de plata. Quiero... mucho más. Y lo conseguiré, con tu ayuda. —Sonrió—. ¿Te ha gustado el estofado a la campesina?

Mama K sacudió la cabeza, distraída, mientras miraba sin verlo su plato vacío. Entonces se quedó paralizada. En el jardín, los criados estaban recogiendo los cuerpos y llevándolos adentro.

—No lo dirás en serio —dijo.

Roth se limitó a sonreír.

Capítulo 31

—Bueno, bueno, si pareces el lado sur de un caballo rumbo al norte —dijo Logan mientras interceptaba a Kylar en el centro del patio de los Drake.

—Muchas gracias —dijo Kylar. Siguió andando, pero su amigo no se movió—. ¿Qué quieres, Logan?

—¿Cómo? —preguntó Logan.

Era la viva imagen de la inocencia, por lo menos si una imagen de la inocencia pudiera ser tan alta. Tampoco le acababa de salir bien el papel de grandullón sin muchas luces. Para empezar, Logan era demasiado inteligente para que nadie se tomase en serio sus alardes de simpleza. Además, era demasiado guapo, el condenado. Si había un modelo de masculinidad perfecta en el reino, ese era Logan. Parecía la estatua de un héroe hecha carne. Los seis meses al año que pasaba con su padre habían cubierto de músculo su gran armazón y le habían conferido un matiz de dureza que traía loca a más de una jovencita cenariana. Completaban el retrato unos dientes perfectos, un pelo perfecto y, por supuesto, las cantidades astronómicas de dinero que serían suyas al cumplir los veintiún años, tres días más adelante. Atraía casi tanta atención como su amigo el príncipe Aleine, e incluso más de las chicas que no estaban interesadas en acostarse una noche y ser abandonadas a la siguiente. A Logan solamente lo redimía su absoluta ignorancia de lo atractivo que era o de la admiración y envidia que despertaba. Por eso Kylar lo había apodado Ogro.

—Logan, a menos que estuvieras aquí plantado en el patio, has salido cuando me has visto pasar por la puerta, lo que significa que estabas esperándome. Ahora estás aquí parado en vez de caminando conmigo, lo que significa que no quieres que nadie oiga lo que me vas a decir. Serah no está en su lugar de costumbre a dos pasos de ti, lo que significa que está con tu madre comprando vestidos o algo por el estilo.

—Bordados —reconoció Logan.

—¿Qué pasa, entonces? —preguntó Kylar.

Logan desplazó el peso de un pie a otro.

—Odio que hagas eso. Podrías haberme dejado sacar el tema a mi manera. Tenía la intención... Oye, ¿adónde te crees que vas?

Kylar siguió caminando.

—Te estás yendo por las ramas.

—Vale. Para ya. Solo pensaba que en algún momento tendríamos que retomar nuestro antiguo pugilato —dijo Logan.

«Pugilato.» Y la gente se esperaba que alguien tan grande fuera tonto.

—Me dejarías para el arrastre —mintió Kylar, con una sonrisa. Si luchaban, Logan haría preguntas. Sentiría curiosidad. Era improbable, pero hasta podría adivinar que en realidad no hacía nueve años desde su última pelea.

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