El Camino de las Sombras (25 page)

BOOK: El Camino de las Sombras
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En la mayoría de los casos, el teatro resultaba convincente. Cuando un espadachín mínimamente diestro lanzaba una estocada, no hacía falta fingir mucho para fallar el bloqueo. Sin embargo, Kylar lo notaba, y notaba que los maestros de armas lo notaban. Parecían furiosos, e imaginó que tardarían mucho tiempo en permitir que se celebrara otro torneo oficial en Cenaria. El proceso debía de parecerles tan clamorosamente corrupto que Kylar dudaba de que le concediesen el rango de maestro de armas aunque se lo ganase de sobra.

Resultaba igual de obvio que el rey no había notado nada, por lo menos no hasta que un maestro de armas fue a hablar con él. Aleine se puso en pie de un salto y a sus consejeros les llevó un tiempo calmarlo para que volviera a sentarse. Así pues, los Nueve habían hecho llegar su mensaje al rey, pero todavía quedaba dinero por ganar y, si las suposiciones de Kylar eran correctas, los Nueve querían transmitir su mensaje a la ciudad entera.

Asqueado, saltó a la arena para enfrentarse a Logan. Era el último combate, el que valía el campeonato. No había una salida digna. Se sentía tentado de tirar su espada a los pies de Logan y rendirse, pero el rey pensaría que el Sa'kagé estaba declarando su apoyo al señor de Gyre. Después sería solo cuestión de tiempo que contratase un ejecutor para que hiciera una visita a la villa de Logan, o a un asesino cualquiera si el Sa'kagé no aceptaba el trabajo. Tampoco podía dejarle ganar tras un combate reñido. Ahora que Aleine sabía que el Sa'kagé había amañado la competición entera, pensaría que intentaban que Logan quedara bien. Así pues, ¿qué se suponía que debía hacer Kylar? ¿Humillar a su mejor amigo?

La euforia de las primeras rondas había desaparecido por completo del rostro de Logan. Llevaba una hermosa y ligera cota de malla con anillas negras que dibujaban la forma de un halcón gerifalte en el pecho y la espalda. El público rugió cuando se situaron frente a frente, pero ninguno de los dos jóvenes le prestó la menor atención.

—No soy lo bastante bueno para haber llegado tan lejos. Me habéis tendido una trampa —dijo Logan—. He estado pensando qué hacer al respecto. Una idea era tirar la espada y capitular para fastidiaros el numerito, pero tú eres del Sa'kagé y yo soy un Gyre. Jamás me rendiré ante la oscuridad y la corrupción. Entonces, ¿qué va a ser? ¿Tienes escondido otro cuchillo que no está mágicamente protegido? ¿Vas a matarme en público, solo para recordarle a Cenaria qué bota tiene en la garganta?

—Yo soy solo una espada —dijo Kylar, con voz ronca como la de Blint.

—¿Una espada? —se mofó Logan—. No excusarás lo que eres tan fácilmente. Eres un hombre que ha traicionado hasta el último jirón de su parte más noble, que en todas las encrucijadas ha decidido sumirse más en la oscuridad, ¿y por qué? Por dinero. —Logan escupió—. Mátame si eso es para lo que te han pagado, Sombra, porque te digo una cosa: yo haré lo posible por matarte a ti.

¿Dinero? ¿Qué sabía Logan del dinero? Había tenido dinero todos los días de su vida. Con el precio de uno de sus guantes gastados podría alimentarse a un rata de hermandad durante meses. Sintió que una furia abrasadora le corría por las venas. Logan no sabía nada... y aun así no podía tener más razón.

Kylar saltó adelante en el preciso instante en que sonaba el cuerno, aunque tampoco le importaba si seguía las normas o no. Logan empezó a desenvainar, pero Kylar ni se molestó en hacerlo. Se lanzó al frente con el pie dirigido a la mano de la espada de Logan.

La patada llegó antes de que Logan hubiese sacado media espada de su funda. Le arrancó de los dedos la empuñadura y lo torció de lado. Kylar embistió contra él, enroscó una pierna en torno a las suyas e hizo que los dos cayeran al suelo. Aterrizó encima y oyó el bufido de Logan al quedarse sin aire. Le agarró los dos brazos, los unió de un tirón a su espalda y los sujetó con una mano. Con la otra lo cogió del pelo y le estrelló la cara contra la arena con todas sus fuerzas, una y otra vez, pero el terreno era demasiado blando para dejarlo inconsciente.

Kylar se puso en pie y desenvainó. Los gemidos de Logan y su propio jadeo parecían los únicos sonidos del mundo. El estadio había quedado en silencio. Ni siquiera corría viento. Hacía calor, un calor del demonio. Kylar golpeó con saña el riñón izquierdo de Logan y luego el derecho. La espada estaba protegida, de modo que, por supuesto, no cortó, pero aun así los golpes fueron como garrotazos.

Logan gritó de dolor. Qué joven sonó de repente. Apenas tenía dieciocho años por muy grande que fuera, pero el grito hizo que Kylar sintiera vergüenza ajena. Era una muestra de debilidad. Era humillante, enfurecedor. Paseó la mirada por el estadio. Los Nueve lo miraban desde algún lugar, todos vestidos como personas corrientes, fingiendo compartir el horror de sus vecinos. Fingiéndose amigos de hombres a los que despreciaban, hombres a los que traicionarían por simple dinero.

Oyó un ruido a su espalda y vio que Logan había logrado ponerse a cuatro patas. Estaba luchando por levantarse. Le sangraba la cara por un centenar de minúsculos cortes abiertos a causa de la arena, y tenía la mirada vidriosa.

Kylar elevó su espada de color naranja resplandeciente hacia el público. Después giró sobre sus talones y estrelló la parte plana de la hoja contra la nuca de Logan. Su amigo se vino abajo, inconsciente, y el público soltó un grito ahogado.

Humillar a Logan había sido el único modo de salvarlo, pero una humillación servida con tanto deshonor no llamaría la atención sobre la derrota de Logan, sino hacia el Sa'kagé. Eran gente vil, indecente y todopoderosa, y ese día Kylar era su avatar. Tiró la espada roja y levantó de nuevo las manos hacia el público, regalándole en esa ocasión sendos saludos con el dedo en alto. «Que os den a todos. Que me den a mí.»

Después salió corriendo.

Capítulo 27

Las ventanas del Club Modainí de Fumadores estaban hechas de placas de cristal plangano, talladas en cuñas y curiosos motivos zoomorfos. Quien contemplara las formas del cristal podía abstraerse por completo del mundo exterior, lo cual era la intención. Quien contemplara las formas no vería los barrotes al otro lado del cristal. Kylar estaba ante esa ventana, observando por entre esos barrotes a una chica en el mercado de Sidlin.

La chica regateaba con un vendedor de hortalizas. Muñeca —Elene— se estaba haciendo mayor: tendría tal vez quince años, ahora que Kylar había cumplido los dieciocho. Era hermosa, por lo menos desde esa distancia segura. Desde allí Kylar veía su cuerpo, unas curvas esbeltas envueltas en un sencillo vestido de sirvienta, el pelo recogido y resplandeciente como el oro a la luz del sol, y el destello de una sonrisa fácil. Aunque no distinguía las marcas de su cara desde tan lejos. El cristal tintado convertía su vestido blanco en rojo sangre. Los plomados adornos zoomorfos le recordaban las líneas de sus cicatrices.

—Te destruirá —dijo Mama K a sus espaldas—. Pertenece a un mundo distinto de cualquiera que tú vayas a conocer.

—Lo sé —replicó él con calma, echando un breve vistazo por encima del hombro. Mama K había entrado en la habitación con una chica nueva, una del lado este, joven y guapa. Mama K le estaba peinando la melena rubia. El Club Modainí de Fumadores era muy diferente de la mayoría de los burdeles de la ciudad. Las cortesanas de allí estaban tan versadas en las artes de la conversación y la música como en las de la alcoba. No había vestidos escandalosos, ni desnudez ni magreos en las salas públicas, y no se permitía la entrada de plebeyos.

Mama K se había enterado hacía mucho de las excursiones de Kylar, por supuesto. Era imposible ocultarle nada. Había discutido con él y todavía hacía comentarios siempre que lo pillaba allí, pero, una vez se convenció de que Kylar no dejaría de ir al mercado, le hizo jurar que entraría en el club y observaría desde dentro. Ya que estaba decidido a hacer el idiota, dijo, por lo menos que lo hiciera a salvo. Si salía, tarde o temprano toparía con la chica, hablaría con ella, se acostarían, se enamoraría de ella y se haría matar por desobedecer a su maestro.

—No seas tímida —le dijo Mama K a su aprendiza—. Pronto harás mucho más con un hombre en la habitación que cambiarte de ropa.

Kylar no se volvió al oír el roce de las prendas al caer al suelo. Justo lo que necesitaba. Como si no estuviera ya bastante deprimido.

—Sé que la primera vez da miedo, Daydra —prosiguió Mama K con dulzura—. Se hace duro. ¿No es así, Kylar?

—Más vale que sí. No sirve de mucho cuando está blando.

Daydra soltó una risilla, más por los nervios que por el ingenio de Kylar, sin duda. Él no apartó la vista de la ventana con barrotes. Se estaba empapando la vista de Elene. ¿Qué dirían sus claros ojos castaños al mirar a la chica que tenía detrás, preparándose para su primer cliente?

—Al principio te sentirás culpable, Daydra —dijo Mama K—. Tienes que estar prevenida y no hacer caso. No eres una zorra, no eres una embustera. Eres una acompañante. Los hombres no compran un buen vino sethí porque tengan sed. Lo compran porque les hace sentir bien y al pagarlo se sienten satisfechos consigo mismos. Aquí vienen por lo mismo. Los hombres siempre pagarán por sus vicios, ya sean beber vino o levantar una falda...

—O asesinar —dijo Kylar, tocando la bolsa llena de monedas y la daga que llevaba al cinto.

Casi sintió helarse el aire, pero Mama K no le hizo caso y siguió.

—El secreto es decidir qué es lo que no estás dispuesta a vender. Nunca vendas tu corazón. Hay chicas que no besan. Algunas no dejan que las reserve un solo hombre. Otras se niegan a ofrecer ciertos servicios. Yo lo hice todo, pero conservé mi corazón.

—¿Ah, sí? —dijo Kylar—. ¿De verdad?

Se volvió y al instante le faltó el aliento. Gracias a los buenos oficios de Mama K, Daydra parecía idéntica a Elene. La misma figura, las mismas curvas gloriosas, el mismo pelo resplandeciente como el oro, el mismo vestido sencillo de criada... Se parecía en todo salvo en que ella estaba en su lado de los barrotes, lo bastante cerca para tocarla, mientras que Elene seguía allí fuera. Daydra esbozaba una sonrisa vacilante, como si no pudiera creerse que Kylar hablara de aquel modo a su jefa.

Mama K estaba furiosa. Cruzó la habitación de tres zancadas y cogió a Kylar de la oreja como si fuese un crío travieso. Lo sacó a rastras de la sala al rellano del segundo piso. Estaba lleno de butacas mullidas y alfombras de calidad; había un guardaespaldas sentado en una esquina y cuatro puertas que llevaban a habitaciones de cortesanas. La escalera bajaba a un salón decorado con cuadros sugerentes pero no explícitos y libros encuadernados en cuero. Mama K le soltó la oreja por fin y cerró sin aspavientos la puerta por la que habían salido.

—Maldito seas, Kylar. Daydra ya está aterrorizada. ¿Qué demonios estás haciendo?

—Decir una fea verdad. —Se encogió de hombros—. Decir mentiras. Qué más da.

—Si quisiera la verdad me miraría al condenado espejo. Esta vida no va de buscar la verdad, va de sacarle el máximo partido a lo que tienes. Todo esto es por esa chica, ¿no es así? La locura de siempre. La salvaste, Kylar. Ahora olvídate de ella. Te lo debe todo.

—Me debe sus cicatrices.

—Eres tonto de remate. ¿Has investigado alguna vez lo que fue del resto de las chicas de tu hermandad? No han pasado ni diez años y ya son borrachas y fumadoras de hierba jarana, cortabolsas y tullidas, mendigas y putas baratas, madres de quince años con hijos famélicos o incapaces de concebirlos por haber tomado demasiada infusión de tanaceto. Te aseguro que Elene no es la única chica de tu hermandad a la que algún sádico ha marcado. Sin embargo, es la única con esperanzas y futuro. Tú se los diste, Kylar.

—Tendría que haber...

—Lo único que podrías haber hecho mejor sería haber matado antes a ese chico, antes de que te hiciera nada. Si hubieras sido el tipo de niño capaz de asesinar, no habrías sido el tipo de niño al que le importase la suerte de una cría. La verdad es que, hasta si Fuesen culpa tuya, las cicatrices de Elene son un precio pequeño por la vida que le diste.

Kylar apartó la vista. El rellano también tenía una ventana con vistas al mercado. Era de cristal simple, transparente, sin dibujos ni colores como los de la alcoba. También tenía barrotes, aunque estos eran lisos y de hierro, con los bordes tan afilados como uno de los cuchillos de Blint. Elene se había acercado y podía verle las cicatrices, pero entonces ella sonrió y parecieron esfumarse.

¿Con qué frecuencia esbozaban sonrisas como aquella las chicas de las Madrigueras? Kylar se descubrió sonriendo a su vez. Se sentía más ligero de lo que recordaba haberse sentido nunca. Se volvió y dedicó la sonrisa a Mama K.

—No esperaba encontrar en ti la absolución.

Ella no alegró el semblante.

—No es la absolución, es la realidad. Y soy la persona ideal para dártela. Además, llevas los remordimientos tan mal como Durzo.

—¿Durzo? Durzo nunca siente remordimientos por nada —dijo Kylar.

Un fugaz gesto de desagrado asomó a las facciones de Mama K, que volvió la cabeza para mirar a Elene.

—Acaba con esta farsa, Kylar.

—¿De qué hablas?

—Durzo te explicó las reglas: puedes follar pero nunca amar. Él no ve lo que estás haciendo, pero yo sí. Crees que amas a Elene, de modo que no quieres follar con nadie. ¿Por qué no te quitas ese peso de encima? —Dulcificó la voz—. Kylar. No puedes tener a esa chica de ahí fuera. ¿Por qué no tomas lo que sí puedes tener?

—¿De qué hablas?

—Ve adentro con Daydra. Ella te lo agradecerá. Invita la casa. Si te preocupa tu falta de experiencia, ella también es virgen.

«¿También? Dioses, ¿acaso Mama K tiene que saberlo todo?»—No —respondió Kylar—. No, gracias, no me interesa.

—Kylar, ¿a qué esperas? ¿A una gloriosa unión de almas con esa chica de ahí fuera? Solo es follar, y es lo único a tu alcance. Ese era el trato, Kylar, y lo sabías cuando empezaste. Todos hacemos nuestros tratos. Yo lo hice, Durzo lo hizo y tú también.

Mama K se rindió e indicó por señas a uno de sus matones de abajo que dejara pasar a un cliente.

Un indeseable con los nudillos peludos subió resollando por la escalera. Aunque llevaba ropa cara, estaba gordo, era feo, olía mal y sonreía de oreja a oreja con sus dientes negruzcos. Hizo una pausa en el rellano y se relamió, la viva imagen de la lujuria con mejillas flácidas. Saludó con la cabeza a Mama K, dedicó un guiño cómplice a Kylar y entró en la habitación de la cortesana virgen.

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