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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (165 page)

BOOK: El camino de los reyes
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Shallan cogió su lápiz de carboncillo y buscó una página en blanco en su libreta. Pasó varias imágenes de las criaturas con cabeza de símbolo, algunas en esta misma habitación. Acechaban a su alrededor, siempre. En ocasiones, creía verlas con el rabillo del ojo. Otras, podía oírlas susurrar. No se había atrevido a volver a hablarles.

Empezó a dibujar con dedos temblorosos, abocetando a Jasnah aquel día en el hospital. Sentada junto a su cama, con la mermelada en la mano. Shallan no había tomado una Memoria clara, y el dibujo no era tan preciso como si lo hubiera hecho, pero recordaba lo suficiente para dibujar a Jasnah con el dedo metido en la mermelada. Se llevó el dedo a la nariz para oler las fresas. ¿Por qué? ¿No habría sido suficiente con acercarse el frasco?

Jasnah no había hecho ninguna mueca ante el olor. De hecho, no había mencionado que la mermelada estaba mala. Tan solo cerró la tapa y devolvió el frasco.

Pasó a otra página en blanco y dibujó a Jasnah llevándose un trozo de pan a la boca. Después de comerlo, fue cuando hizo una mueca. Qué extraño.

Shallan bajó el lápiz y miró el boceto, el trozo de pan entre los dedos. No era una reproducción perfecta, pero sí bastante cercana. En el boceto, parecía como si el trozo de pan se estuviera…, fundiendo. Como si se aplastara de forma innatural entre los dedos de Jasnah mientras se lo llevaba a la boca.

«¿Podría…, podría ser?»

Shallan se levantó de la cama, recogió la esfera y se colocó la libreta bajo el brazo. El guardia se había ido. A nadie parecía importarle lo que le sucediera: iban a meterla en un barco por la mañana de todas formas.

Notó frío el suelo de piedra bajo sus pies descalzos. Solo llevaba puesta la bata blanca, y se sentía casi desnuda. Al menos su mano segura estaba cubierta. Había una puerta que daba a la ciudad al fondo del pasillo, y la atravesó.

Cruzó tranquilamente la ciudad, dirigiéndose a la Ralinsa, evitando los callejones oscuros. Se encaminó hacia el Cónclave, el largo pelo rojo ondeando libre tras ella y atrayendo un buen número de miradas extrañadas. Era tan tarde que nadie en la calle se molestó en preguntarle si necesitaba ayuda.

Los maestro-siervos de la entrada del Cónclave la dejaron pasar. La reconocieron, y algunos le preguntaron si necesitaba ayuda. La rechazó y caminó sola hacia el Velo. Entró y luego alzó la cabeza para contemplar las paredes llenas de balcones, algunos de los cuales estaban iluminados con esferas.

El reservado de Jasnah estaba ocupado. Naturalmente. Jasnah siempre estaba trabajando. Estaría particularmente molesta por haber perdido tanto tiempo con el supuesto intento de suicidio de Shallan.

El ascensor se estremeció bajo los pies de Shallan mientras los parshmenios la llevaban al nivel de Jasnah. Hizo el trayecto en silencio, sintiéndose desconectada del mundo a su alrededor. ¿Caminar por el palacio, por la ciudad, solo con una bata? ¿Enfrentarse de nuevo a Jasnah Kholin? ¿Es que no había aprendido?

¿Pero qué tenía que perder?

Recorrió el familiar pasillo de piedra hasta el reservado, sosteniendo la débil esfera azul. Jasnah estaba sentada ante su escritorio. Sus ojos parecían extrañamente fatigados, con oscuras ojeras, el rostro tenso. Alzó la cabeza y se envaró al ver a Shallan.

—No eres bienvenida aquí.

Shallan entró de todas formas, sorprendida por lo tranquila que se sentía. Sus manos deberían de estar temblando.

—No me hagas llamar a los soldados para deshacerme de ti —dijo Jasnah—. Podría haberte hecho encarcelar durante cien años por lo que hiciste. ¿Tienes idea de lo que…?

—La animista que llevas es falsa —dijo Shallan tranquilamente—. Fue falsa todo el tiempo, incluso antes de que yo hiciera el cambio.

Jasnah se detuvo.

—Me preguntaba por qué no advertiste el cambio —dijo Shallan, sentándose en la otra silla de la habitación—. Me pasé semanas confundida. ¿Te habías dado cuenta, pero decidiste guardar silencio para pillar al ladrón? ¿No habías animado nada durante todo ese tiempo? No tenía ningún sentido. A menos que la animista que robé fuera un señuelo.

Jasnah se relajó.

—Sí. Muy inteligente por tu parte al advertirlo. Tengo varios señuelos. No eres la primera que intenta robar el fabrial, ¿sabes? Tengo el verdadero a buen recaudo, naturalmente.

Shallan sacó su libreta y buscó una imagen concreta. Era la imagen que había dibujado del extraño lugar con el mar de perlas, las llamas flotantes, el lejano sol en un cielo negro, negrísimo. Shallan la observó durante un instante. Entonces le dio la vuelta y se la entregó a Jasnah.

La expresión de total sorpresa que Jasnah mostró valió la noche que había pasado sintiéndose asqueada y culpable. Los ojos de Jasnah casi se le salieron de sus órbitas y farfulló durante un instante, tratando de encontrar las palabras. Shallan parpadeó, tomando una Memoria de eso. No pudo evitarlo.

—¿Dónde has encontrado eso? —exigió Jasnah—. ¿Qué libro te describió la escena?

—Ningún libro, Jasnah. Visité ese lugar. La noche en que animé accidentalmente el cuenco en mi cuarto y lo convertí en sangre, y luego lo hice pasar fingiendo un intento de suicidio.

—Imposible. ¿Crees que voy a creerme…?

—No hay ningún fabrial ¿verdad, Jasnah? No hay ninguna animista. Nunca la ha habido. Usas el falso «fabrial» para distraer a la gente del hecho de que tienes el poder de animar por tu cuenta.

Jasnah guardó silencio.

—Yo también lo hice —dijo Shallan—. La animista estaba guardada en mi bolsa segura. No la estaba tocando…, pero no importó. Era falsa. Lo que hice, lo hice sin ella. Tal vez estar cerca de ti me ha cambiado, de algún modo. Tiene algo que ver con ese lugar y esas criaturas.

«Sospechabas que Kabsal era un asesino. Supiste inmediatamente lo que había sucedido cuando caí: esperabas el veneno, o al menos eras consciente de que era posible. Pero creíste que el veneno era la mermelada. La animaste cuando abriste la tapa y fingiste olería. No sabías cómo recrear la mermelada de fresa, y cuando lo intentaste, te salió ese vil mejunje. Creíste haberte deshecho del veneno. Pero inadvertidamente eliminaste el antídoto.

»Tampoco quisiste comer el pan, por si había algo en él. Siempre lo rechazaste. Cuando te convencí para que tomaras un bocado, lo animaste para convertirlo en otra cosa distinta y lo que creaste estaba repugnante. Pero te deshiciste del veneno, y por eso no sucumbiste a él.

Shallan miró a los ojos a su antigua maestra. ¿Era la fatiga lo que la hacía tan indiferente a las consecuencias de enfrentarse a esta mujer? ¿O era su conocimiento de la verdad?

—Hiciste todo eso, Jasnah —terminó Shallan—, con una animista falsa. No habías advertido todavía mi cambio. No intentes decirme lo contrario. Lo hice la noche que mataste a esos tres hampones. —Los ojos violeta de Jasnah mostraron un atisbo de sorpresa—. Sí, hace todo ese tiempo —dijo Shallan—. No la sustituiste por un señuelo. No supiste que te habían engañado hasta que saqué el fabrial y te permití salvarme con él. Todo es mentira, Jasnah.

—No. Solo estás delirando por la fatiga y la tensión.

—Muy bien —dijo Shallan. Se levantó, aferrando la esfera opaca—. Supongo que tendré que demostrártelo. Si puedo.

«Criaturas —dijo mentalmente—. ¿Podéis oírme?»

«Sí, siempre», respondió un susurro. Aunque esperaba oírlo, se sobresaltó de todas formas.

«¿Podéis devolverme a aquel lugar?», preguntó.

«Tienes que decir algo verdadero. Cuanto más verdadero, más fuerte nuestro lazo.»

«Jasnah está usando una animista falsa —pensó Shallan—. Estoy segura de que eso es verdad.»

«No es suficiente —susurró la voz—. Debo saber algo verdadero sobre ti. Dime. Cuanto más fuerte la verdad, cuanto más escondida esté, más poderoso es el lazo. Dime. Dime. ¿Qué eres?»

—¿Qué soy? —susurró Shallan—. ¿De verdad? —Era un día de confrontaciones. Se sintió extrañamente fuerte, firme. Hora de confesarlo—. Soy una asesina. Maté a mi padre.

«Ah —susurró la voz—. Una verdad realmente poderosa…»

Y el reservado desapareció.

Shallan cayó, hundiéndose en aquel mar de oscuras perlas de cristal. Se debatió, intentando permanecer en la superficie. Lo consiguió durante un instante. Entonces algo tiró de su pierna, arrastrándola hacia abajo. Gritó, deslizándose bajo la superficie, diminutas perlas de cristal llenándole la boca. Sintió pánico. Iba a…

Las perlas sobre ella se dividieron. Las que tenía debajo la empujaron hacia arriba, donde estaba de pie alguien, la mano extendida. Jasnah, de espaldas al cielo negro, el rostro iluminado por las llamas cercanas. Le cogió la mano y tiró con fuerza, hacia algo. Una balsa. Hecha de perlas de cristal. Parecían obedecer su voluntad.

—Niña idiota —dijo Jasnah, agitando la mano. Las perlas oceánicas a la izquierda se dividieron, y la balsa avanzó, llevándolas de costado hacia unas llamas de luz. Jasnah empujó a Shallan hacia una de las pequeñas llamas y cayó de espaldas fuera de la balsa.

Y golpeó el suelo del reservado. Jasnah estaba sentada donde antes, los ojos cerrados. Un momento después los volvió a abrir y le dirigió una mirada furiosa.

—¡Niña idiota! —repitió—. No tienes ni idea de lo peligroso que es eso. ¿Visitar Shademar solo con una esfera opaca? ¡Idiota!

Shallan tosió, sintiendo como si todavía tuviera perlas en la garganta. Se puso en pie con esfuerzo y soportó la mirada de Jasnah. La otra mujer parecía enfadada todavía, pero no dijo nada. «Sabe que la tengo —advirtió Shallan—. Si hago correr la voz…»

¿Qué significaría? Tenía poderes extraños. ¿La convertían en una especie de vaciadora? ¿Qué diría la gente? No era extraño que hubiera creado el señuelo.

—Quiero formar parte —se encontró diciendo.

—¿Disculpa?

—Lo que estás haciendo. Lo que estás investigando. Quiero formar parte.

—No tienes ni idea de lo que dices.

—Lo sé —dijo Shallan—. Soy ignorante. Hay una cura sencilla para eso. —Dio un paso al frente—. Quiero saber, Jasnah. Quiero ser tu pupila de verdad. Sea cual sea la fuente de esto que puedes hacer, yo puedo hacerlo también. Quiero que me prepares y me dejes ser parte de tu trabajo.

—Me robaste.

—Lo sé. Y lo siento. —Jasnah alzó una ceja—. No me disculparé ahora —dijo Shallan—. Pero vine aquí con intención de robarte. Lo tenía planeado desde el principio.

—¿Eso se supone que debe hacer que me sienta mejor?

—Planeaba robarle a Jasnah, la hereje amargada —dijo Shallan—. No advertí que llegaría a lamentar la necesidad de ese robo. No solo por ti, sino porque significaría dejar todo esto. Lo que he aprendido. Por favor. Cometí un error.

—Y bien grande. Infranqueable.

—No cometas uno mayor expulsándome. Puedo ser alguien a quien no tengas que mentir. Alguien que sepa.

Jasnah se echó hacia atrás en su asiento.

—¿Y bien…?

—Robé el fabrial la noche que mataste a esos hombres, Jasnah. Había decidido que no podía hacerlo, pero me convenciste de que la verdad no era tan sencilla como yo creía. Abriste en mí una caja llena de tormentas. Cometí un error. Cometeré más. Te necesito.

Jasnah inspiró profundamente.

—Siéntate.

Shallan obedeció.

—Nunca volverás a mentirme —dijo Jasnah, alzando un dedo—. Y nunca volverás a robar, ni a mí ni a nadie.

—Lo prometo.

Jasnah permaneció un momento en silencio, luego suspiró.

—Acércate aquí —dijo, abriendo un libro.

Shallan obedeció mientras Jasnah sacaba varias hojas llenas de notas.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—¿Querías ser parte de lo que estoy haciendo? Ben, tendrás que leer esto —Jasnah miró las notas—. Trata de los Vaciadores.

Szeth-hijo-hijo-Vallano, sin-verdad de Shinovar, caminaba con la espalda inclinada, llevando un saco de grano del barco a los muelles de Kharbranth. La Ciudad de las Campanas olía a fresca mañana oceánica, pacífica pero entusiasmada, y los pescadores llamaban a voces a sus amigos mientras preparaban sus redes.

Szeth se reunió con los otros porteadores, cargando con su saco por las serpenteantes calles. Tal vez otro mercader podría haber utilizado un carro de chulls, pero Kharbranth era tristemente célebre por sus multitudes y sus calles empinadas. Una fila de porteadores era una opción eficaz.

Szeth mantuvo la mirada gacha. En parte para imitar el aspecto de un trabajador. En parte para protegerse del sol, el sol de los cielos, que lo miraba y veía su vergüenza. Szeth no debería de haber salido durante el día. Tendría que haber escondido su terrible rostro.

Sentía que cada uno de sus pasos dejaba una huella de sangre. Las masacres que había cometido estos meses, trabajando para su amo oculto… Podía oír gritar a los muertos cada vez que cerraba los ojos. Rechinaban contra su alma disolviéndola, acosándolo, consumiéndolo.

Tantos muertos. Tantísimos muertos.

¿Se estaba volviendo loco? Cada vez que cometía un asesinato, le echaba la culpa a las víctimas. Las maldecía por no ser lo bastante fuertes para defenderse y matarlo a él.

Durante cada una de sus matanzas, vestía de blanco, tal como le habían ordenado.

«Un pie delante del otro. No pienses. No te concentres en lo que has hecho. En lo que… vas a hacer.»

Había llegado al último nombre de la lista: Taravangian, el rey de Kharbranth. Un monarca amado, conocido por construir y mantener hospitales en su ciudad. Era sabido hasta en la lejana Azir que si estabas enfermo, Taravangian te aceptaba. Ven a Kharbranth a que te curen. El rey los amaba a todos.

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