«Con la Esquirla del Amanecer, que domina a cualquier criatura vacioide o mortal, subió las escaleras talladas para los Heraldos, diez zancadas de alto cada una, hacia el gran templo de arriba.»
De
El poema de Ista
. No he descubierto ninguna explicación moderna de lo que son esas «Esquirlas del Amanecer». Los sabios parecen ignorarlas, aunque hablar de ellas es frecuente en estos registros de las mitologías antiguas.
«No era extraño que encontráramos pueblos nativos mientras viajábamos por las Montañas Irreclamadas —leyó Shallan—. Después de todo, estas antiguas tierras pertenecieron a los Reinos Plateados. Cabe preguntarse si las bestias de grandes conchas vivían entonces entre ellos, o si las criaturas han venido a habitar las tierras baldías que quedaron tras la humanidad.»
Se acomodó en su asiento, el aire húmero cálido a su alrededor. A su izquierda, Jasnah Kholin flotaba silenciosamente en el estanque de la sala de baños. A Jasnah le gustaba empaparse en el baño, y Shallan no podía reprochárselo. Durante la mayor parte de su vida, bañarse había sido una ordalía que implicaba a docenas de parshmenios cargando cubos de agua caliente, seguidos por un rápido frote en la bañera de latón antes de que se enfriara el agua.
El palacio de Kharbranth ofrecía muchos más lujos. El estanque de piedra en el suelo parecía un pequeño lago personal, lujosamente calentado por fabriales que producían calor. Shallan no sabía todavía cuántos fabriales eran necesarios, pero una parte de ella se sentía muy intrigada. Este tipo se hacía cada vez más común. El otro día mismo, el personal del Cónclave había enviado a Jasnah una para calentar sus aposentos.
El agua no tenía que ser transportada, sino que salía de unas tuberías. Girando una palanca, fluía. Estaba caliente, y así la mantenían los fabriales colocados en los lados del estanque. Shallan se había bañado en aquella cámara, y era absolutamente maravilloso.
La práctica decoración era de roca adornada con pequeñas piedras de colores colocadas con argamasa en los lados de las paredes. Shallan estaba sentada junto al estanque, completamente vestida, leyendo mientras esperaba para asistir a Jasnah. El libro era el relato de Gavilar, tal como se lo había contado a la misma Jasnah hacía años, después de su primer encuentro con los extraños parshmenios conocidos más tarde como parshendi.
«Ocasionalmente, durante nuestras exploraciones, nos encontramos con nativos —leyó—. No eran parshmenios. Gente de Natán, con su piel azulada, anchas narices y pelo blanco lanudo. A cambio de regalos de comida, nos señalaban los terrenos de caza de conchagrandes.»
«Entonces encontramos a los parshmenios. ¡Yo había estado en media docena de expediciones a Natanatan, pero nunca había visto nada como esto! ¿Parshmenios, viviendo por su cuenta? Toda la lógica, la experiencia y la ciencia declaraban que era imposible. Los parshmenios necesitaban la mano de los pueblos civilizados para guiarlos. Esto se ha demostrado una y otra vez. Deja a uno solo en los bosques, y se quedará allí sentado, sin hacer nada, hasta que alguien venga y le dé órdenes.
»Sin embargo, aquí había un grupo que podía cazar, fabricar armas, construir edificios y, de hecho, crear su propia civilización. Pronto nos dimos cuenta de que este descubrimiento podía ampliar, quizá desterrar, todo lo que sabíamos sobre nuestros dóciles sirvientes.»
Shallan dirigió la mirada al pie de la página, donde, separado por una línea, el texto inferior estaba escrito con letra pequeña y apretada. La mayoría de los libros escritos por los hombres tenían un texto inferior, notas añadidas por la mujer o el fervoroso que anotaba el libro.
Por acuerdo nunca explícito, el texto inferior nunca se leía en voz alta. En él, una esposa a veces aclaraba (o incluso contradecía) el relato de su esposo. La única forma de conservar esa honestidad para los eruditos futuros era mantener la santidad y el secreto de la escritura.
«Debe tenerse en cuenta —había escrito Jasnah en el texto inferior de este párrafo—, que he adaptado las palabras de mi padre, siguiendo sus propias instrucciones, para hacerlas más apropiadas para su registro. —Eso significaba que había hecho que su dictado pareciera más erudito e impresionante—. Además, según la mayoría de los relatos, el rey Gavilar ignoró al principio a estos extraños y autosuficientes parshmenios. Solo comprendió la importancia de lo que había descubierto después de las explicaciones de sus eruditos y escribas. Con esta inclusión no pretendo destacar la ignorancia de mi padre: era, y es, un guerrero. Su atención no iba dirigida a la importancia antropológica de nuestra expedición, sino a la caza que iba a ser su culminación.»
Shallan cerró el libro, pensativa. El volumen pertenecía a la colección de la propia Jasnah; el Palaneo tenía varios ejemplares, pero Shallan no tenía permitido llevar los libros del Palaneo a la sala de baños.
Las ropas de Jasnah estaban en un banco a un lado de la sala. Encima de los vestidos doblados había una pequeña bolsa dorada que contenía la animista. Shallan miró a Jasnah. La princesa flotaba boca arriba en el estanque, el negro cabello extendido en abanico tras ella en el agua, los ojos cerrados. Su baño diario era el único momento en que parecía relajarse por completo. Ahora parecía mucho más joven, despojada de ropas y de intensidad, flotando como una niña que descansara después de un día de natación activa.
Treinta y cuatro años. Parecía mucha edad en algunos aspectos: algunas mujeres de la edad de Jasnah tenían hijas de la edad de Shallan. Y sin embargo era también tan joven. Tanto que Jasnah era alabada por su belleza, y los hombres declaraban que era una lástima que no se hubiera casado todavía.
Shallan miró la pila de ropa. Llevaba el fabrial roto en su bolsa segura. Podía cambiarlos aquí y ahora. Era la oportunidad que había estado esperando. Jasnah confiaba ahora en ella lo suficiente como para relajarse, y disfrutaba en la sala de baño sin preocuparse de su fabrial.
¿Podía Shallan hacerlo de verdad? ¿Podía traicionar a esta mujer que la había aceptado?
«Considerando lo que he hecho antes, esto no es nada», pensó.
No sería la primera vez que traicionaba a alguien que confiaba en ella. Se levantó. Al lado, Jasnah abrió un ojo.
«Maldición», pensó Shallan, colocándose el libro bajo el brazo y echando a andar mientras trataba de parecer pensativa. Jasnah la miró. No con recelo. Con curiosidad.
—¿Por qué quiso tu padre hacer un tratado con los parshendi? —se encontró preguntando mientras andaba.
—¿Por qué no querría?
—Esa no es una respuesta.
—Claro que lo es. Aunque no te diga nada.
—Me ayudaría, brillante, si me dieras una respuesta útil.
—Entonces haz una pregunta útil.
Shallan apretó la mandíbula.
—¿Qué tenían los parshendi que quería el rey Gavilar?
Jasnah sonrió, volvió a cerrar los ojos.
—Un poquito más cerca. Pero probablemente ya podrás deducir la respuesta.
—Esquirlas.
Jasnah asintió, todavía relajada en el agua.
—El texto no las menciona —dijo Shallan.
—Mi padre no habló de ellas. Pero por las cosas que dijo…, bueno, ahora sospecho que motivaron el tratado.
—¿Pero puedes estar segura de que lo sabía? Tal vez solo quería las gemas corazón.
—Tal vez —dijo Jasnah—. Los parshendi parecían divertidos por nuestro interés en las gemas que llevaban en las barbas. —Sonrió—. Tendrías que haber visto nuestra sorpresa cuando descubrimos de dónde las habían sacado. Cuando los lenceryn murieron durante la destrucción de Aimia, pensamos que habíamos visto las últimas gemas corazón. Y sin embargo aquí había otra gran bestia de caparazón que las tenía, viviendo en una tierra no muy lejana de la propia Kholinar.
»De cualquier forma, los parshendi estaban dispuestos a compartirlas con nosotros, mientras pudieran seguir cazándolas. Para ellos, si te tomabas la molestia de cazar a los abismoides, sus gemas corazón eran tuyas. Dudo que fuera necesario un tratado para eso. Y sin embargo, justo antes de marcharnos para regresar a Alezkar, mi padre empezó de pronto a hablar fervientemente de la necesidad de llegar a un acuerdo.
—¿Pero qué pasó? ¿Qué cambió?
—No estoy segura. Sin embargo, una vez describió las extrañas acciones de un guerrero parshendi durante la caza de un abismoide. En vez de echar mano a su lanza cuando apareció el conchagrande, este hombre se llevó la mano al costado de una forma muy sospechosa. Solo mi padre lo vio; sospecho que creyó que el hombre planeaba invocar una espada. El parshendi se dio cuenta de lo que estaba haciendo, y se detuvo. Mi padre no hizo ningún comentario, y sospecho que no quería que la mirada del mundo se volviera hacia las Llanuras Quebradas más de lo que ya lo hacían.
Shallan señaló el libro.
—Parece tenue. Si estaba seguro de lo de las espadas, tendría que haber visto más.
—Pienso lo mismo. Pero estudié el tratado con atención después de su muerte. Las causas para favorecer el comercio y el mutuo cruce de fronteras bien pudieran haber sido un paso para incluir a los parshendi en Alezkar como nación. Ciertamente, hubiera impedido que los parshendi comerciaran sus esquirlas con otros reinos sin hacerlo primero con nosotros. Tal vez eso era todo lo que quería.
—¿Pero, por qué matarlo? —dijo Shallan, los brazos cruzados, dirigiéndose al lugar donde estaba la ropa doblada de Jasnah—. ¿Advirtieron los parshendi que pretendía conseguir sus hojas esquirladas, y por eso lo mataron antes?
—Incierto —dijo Jasnah. Parecía escéptica. ¿Por qué creía que los parshendi mataron a Gavilar? Shallan estuvo a punto de preguntarlo, pero tenía la sensación de que no le sacaría nada más. La mujer esperaba que pensara, descubriera y sacara conclusiones por su cuenta.
Shallan se detuvo junto al banco. La bolsa que contenía la animista estaba abierta, los cordones sueltos. Pudo ver el precioso artefacto en su interior. El cambio sería fácil. Había empleado una gran porción de su dinero para comprar gemas que fueran iguales a las de Jasnah, y las había puesto en la animista rota. Las dos eran ahora idénticas.
Pero aún no había aprendido a usar el fabrial; había intentado encontrar un modo de preguntarlo, pero Jasnah evitaba hablar de la animista. Insistir sería sospechoso. Shallan tendría que obtener la información en otra parte. Tal vez de Kabsal o de algún libro del Palaneo.
El tiempo se le echaba encima. Shallan descubrió que su mano se dirigía a su bolsa segura y palpaba en su interior, pasando los dedos por las cadenas de su fabrial roto. Su corazón latió más rápido. Miró a Jasnah, pero la mujer estaba allí flotando, los ojos cerrados. ¿Y si abría los ojos?
«¡No pienses en eso! —se dijo Shallan—. Tan solo hazlo. Haz el cambio. Está tan cerca…»
—Progresas más rápidamente de lo que pensaba, niña —dijo Jasnah de pronto. Shallan dio media vuelta, pero Jasnah seguía teniendo los ojos cerrados—. Me equivoqué al juzgarte tan rudamente por tu educación anterior. Yo misma he dicho a menudo que la pasión es más fuerte que la educación. Tienes la determinación y la capacidad para convertirte en una erudita, Shallan. Comprendo que las respuestas parecen lentas, pero continúa con tu investigación. Las conseguirás tarde o temprano.
Shallan se quedó inmóvil un instante, la mano en la bolsa de su manga, el corazón latiendo incontrolable. Se sintió mareada. «No puedo hacerlo. Padre Tormenta, soy idiota. He venido hasta aquí… ¡y ahora no puedo hacerlo!»
Sacó la mano de la bolsa y volvió a su silla. ¿Qué iba a decirle a sus hermanos? ¿Acababa de condenar a su familia? Se sentó, apartó el libro a un lado y suspiró, lo que hizo que Jasnah abriera los ojos y la mirara. Luego se irguió en el agua y señaló el jabón para el pelo.
Apretando los dientes, Shallan se levantó y cogió la bandeja, la acercó y se agachó para ofrecerla. Jasnah cogió el jabón en polvo y lo amasó en la mano, creando espuma antes de ponérselo en el lustroso pelo negro con ambas manos. Incluso desnuda, Jasnah Kholin estaba serena y al control.
—Tal vez hemos pasado demasiado tiempo aquí dentro últimamente —dijo la princesa—. Pareces cansada, Shallan. Ansiosa.
—Estoy bien —dijo Shallan bruscamente.
—Hmm, sí. Como se nota en tu tono perfectamente razonable y relajado. Tal vez tenemos que cambiar tu formación y pasar de la historia a algo más a mano, más visceral.
—¿Como la ciencia natural? —preguntó Shallan, irguiéndose.
Jasnah echó la cabeza atrás. Shallan se arrodilló sobre una toalla junto al estanque, y extendió luego la mano libre y masajeó el jabón de las lustrosas trenzas de su señora.
—Estaba pensando en filosofía.
Shallan parpadeó.
—¿Filosofía? ¿Para qué sirve eso?
«¿No es el arte de decir nada con tantas palabras como sea posible?»
—La filosofía es un campo de estudio importante —dijo Jasnah con severidad—. Sobre todo si te vas a implicar en la política cortesana. La naturaleza de la moralidad tiene que ser considerada, y preferiblemente antes de quedar expuesta a situaciones donde se requiere una decisión moral.
—Sí, brillante. Aunque no llego a ver cómo la filosofía está más «a mano» que la historia.
—La historia, por definición, no puede ser experimentada directamente. Mientras sucede, es el presente, y ese es el reino de la filosofía.
—Eso es solo una cuestión de definición.
—Sí —dijo Jasnah—, todas las palabras tienen la tendencia a ser sometidas a la forma en que son definidas.
—Supongo —dijo Shallan, echándose atrás y permitiendo que Jasnah sumergiera la cabeza para librarse del jabón.
La princesa empezó a frotarse la piel con un jabón levemente abrasivo.
—Ha sido una respuesta especialmente blanda, Shallan. ¿Qué ha sido de tu ingenio?
Shallan miró el banco y su precioso fabrial. Después de todo este tiempo, había demostrado ser demasiado débil para hacer lo que había que hacer.
—Mi ingenio está en hiato temporal, brillante. Pendiente de revisión por parte de sus colegas, la sinceridad y la temeridad. Jasnah alzó una ceja.
Shallan se sentó sobre sus talones, todavía arrodillada sobre la toalla.
—¿Cómo sabes lo que está bien, Jasnah? Si no escuchas a los devotarios, ¿cómo decides?
—Eso depende de la filosofía de cada cual. ¿Qué es más importante para ti?
—No lo sé. ¿No puedes decírmelo?