El cartógrafo y el misterio del Al-kemal (44 page)

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Authors: Frank G. Slaughter

Tags: #Historico

BOOK: El cartógrafo y el misterio del Al-kemal
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Después Mattei le ató juntos los tobillos, y con una cuerda más larga, amarró los círculos que formaban las muñecas y tobillos atados de Andrea, forzando las cuerdas por detrás de la espalda hasta que se tocaron los pies y las manos. Era diabólico el modo de maniatarlo, con los brazos y las piernas detrás de él, con la espalda formando un arco, en una posición que en poco tiempo sería prácticamente imposible de soportar.

Cuando Andrea lo hizo rodar y ponerse boca arriba, Andrea vio que Angelita lo estaba mirando desde el tocador, con los ojos abiertos, y se preguntó si en ellos habría un mínimo de compasión hacia él.

Obedeciendo a un impulso repentino, empezó a hablarle.

—Mis amigos de Lagos saben que he venido a veros, Angelita —le dijo—. Cuando vean que no vuelvo, el príncipe Enrique mandará a la policía para arrestaros. Mattei ya se ha ganado la horca, pero no me gustaría tener que ver la cuerda alrededor de vuestro cuello.

Mattei se dio media vuelta y le dio una patada en la boca cortándole el labio, pero Andrea escupió la sangre y siguió hablando.

—Os perseguirán a los dos de una ciudad a otra hasta que os arresten —le dijo—. Te iría mejor si te pusieras de mi parte.

Mattei volvió a golpearle.

—Ahórrate el aliento para gritar —le gruñó—, y asegúrate de dejar suficiente para llamarme cuando estés preparado para hacer un nuevo instrumento.

Los dos lacayos lo levantaron y se lo llevaron de la habitación.

XIII

El sótano de la casa de campo era húmedo y frío. Había un poco de paja desparramada y una pila de trapos ocupaban una de las esquinas. Arrastrándose por el suelo, Andrea consiguió amontonar algunos de los trapos para ponérselos debajo y evitar el frío del suelo, pero eso fue todo lo que pudo hacer para no estar tan incómodo.

Muy pronto abandonó la idea de aflojar las cuerdas de las muñecas, ya que cada vez que se movía las cuerdas se le hincaban en la carne. Tampoco le sirvió de nada intentar juntar los pies para liberarlos. De hecho, se dio cuenta enseguida de que lograría sobrevivir más tiempo en esa situación y con menos dolor relajándose todo lo posible mientras se le ocurría cualquier otra forma de escapar (si es que había alguna, que parecía poco probable).

Pasaban las horas, y Andrea a veces conseguía quedarse dormido dejando caer la cabeza sobre la pila de trapos y relajando los músculos, pero sólo unos minutos después se despertaba de golpe por el dolor que le provocaban las cuerdas, que le cortaban la circulación de las manos y de los pies. Con unos pocos movimientos cautelosos y moderados conseguía restablecer la circulación, y entonces podía volver a quedarse dormido otra vez.

La prisión estaba oscura cuando lo tiraron allí, así que no tuvo la oportunidad de descubrir nada más sobre aquel lugar. Para esto tendría que esperar al amanecer, pero no le quedaba la menor duda de que para entonces Mattei llegaría con algún otro modo ingenioso de tortura que le ayudara a conseguir su propósito. Lógicamente se trataría de algo que Mattei considerara mejor que la muerte, incluso después de haberle revelado el secreto del Al-Kemal. Estaba seguro de que Mattei lo mataría cuando le hiciera un Al-Kemal y le enseñara a usarlo, y ni siquiera iría a la cárcel cuando Angelita declarara que había intentado seducirla.

Su intento de convencerla para que se pusiera de su parte diciéndole que a Mattei y a ella los mandarían a la horca había sido un intento desesperado, decidió en ese momento. Angelita era obviamente lo que Mattei la había llamado: una fulana. De hecho ya estaba seguro de que los dos se habrían puesto de acuerdo en privarlo de sus derechos de nacimiento cuando Mattei dio el primer paso, mandando que lo capturaran los corsarios turcos, hacía ya tanto tiempo.

Su única esperanza, decidió Andrea, que era realmente muy débil, era haber sembrado una pequeñísima semilla de duda en su mente, o que al menos hubiera empezado a preguntarse si, en el fondo, él podría ser un aliado mejor que Mattei, aunque todavía no tenía ni idea de qué podía hacer si ella decidiera ayudarlo contra su hermanastro.

Así pasaron las interminables horas de la noche. Justo antes del alba una llave giró la cerradura de la puerta y Andrea se preparó para la tortura que llegaría inevitablemente con la aparición de Mattei. Sin embargo, la que entró en el sótano fue Angelita, que llevaba una candela con una luz suave y una bota de vino.

—Hablad sólo susurrando —le advirtió mientras ponía la candela en el suelo y abría la bota. Aceptó la boca de la bota cuando se la puso en los labios y, sediento, se bebió a tragos todo el vino hasta que la vació por completo. Que pudiera estar envenenado o mezclado con droga, ni se le pasó por la cabeza, porque si moría no les serviría para nada, pero si lo mantenían con vida podría explicarles el secreto del Al-Kemal.

—¿Qué queríais decir ayer cuando dijisteis que me iría mejor si me ponía de vuestra parte? —le preguntó.

—Ahora soy capitán navegante al servicio del príncipe Enrique —le explicó—. Seguro que mandará a alguien a buscarme cuando vea que no vuelvo.

—¿Os recompensa bien por vuestro trabajo? Quiero decir, ¿con riquezas y una buena casa?

—El Príncipe vive con sencillez, como todos los que trabajan para él, pero si me liberáis, os dejaré el
Palazzo
Bianco de Venecia.

—Si os libero, Mattei me matará —dijo, como algo evidente—, así que antes tendremos que matarlo a él. ¿Es verdad lo que dice el señor Cadamosto, que la persona que controle vuestro secreto podrá ponerle el precio que desee?

Ahora estaba claro por qué había ido al sótano. Había visto la oportunidad, como Andrea esperaba, de ganar más dinero con él que con Mattei.

—¿Está Cadamosto con vos en esto?

Ella negó con la cabeza.

—Nos hicimos amigos en el viaje de Venecia a Lisboa —Andrea se imaginaba lo que Angelita quería decir con esto—, pero cuando llegamos a Venecia no sé cómo se enteró de que Mattei vendría a verme. Estamos convencidos de que sospechó nuestros planes para conseguir el instrumento y mataros, así que fue a Lagos para avisaros. Por eso tuve que mandar al paje a toda prisa para que os trajera antes de que lo vierais.

—¿Cuál es vuestro precio por liberarme? —le preguntó.

Estudió a Andrea por un momento, sopesando, evidentemente, los pros y los contras de la situación, su futuro con él o con Mattei.

—La mitad de lo que saquemos del instrumento es para mí —le dijo finalmente—. Además del
Palazzo
Bianco de Venecia.

Las condiciones eran mejores de lo que se esperaba, si es que podía confiar en ella, cosa que no había decidido aún, pero de una cosa podía estar seguro: que lo matara después y se quedara con todo no dependería de su amor por él, sino de lo que le resultara más prometedor.

—Por supuesto, tendréis que matar antes a Mattei —añadió.

—¿Y que me ejecuten por asesinato?

—Testificaré que vinisteis a visitarme por asuntos de trabajo —le dijo—, y que Mattei estaba fuera escondido e intentó mataros.

—¿Y qué hay de vos?

Pareció evaluarlo con la mirada, como un hombre que está comprando un caballo. Entonces sonrió, demostrando que le gustaba lo que veía.

—Yo estoy de acuerdo con el trato —dijo sinceramente—. Por lo menos hasta que me canse de vuestros abrazos. Entonces podremos hacer otro trato.

—¿Como el que tenéis con Mattei? —no pudo evitar preguntar.

Ella se encogió de hombros.

—Por lo menos esta noche habéis tenido una prueba de lo que puede ser la vida conmigo. En vuestra situación, ¿qué sentido tiene hacer tantas preguntas?

—¿Cuál es vuestro plan? —le preguntó, sin haberse comprometido en absoluto a seguirlo.

Tal y como esperaba, ella había dado por hecho que ningún hombre sería capaz de renunciar a ella.

—Esta noche estará de guardia sólo Dominic —dijo rápidamente—. Él tiene… motivos… para desear agradarme, así que no se opondrá a que venga a visitaros, aparentemente para hablaros de lo que Mattei desea. Os cortaré las cuerdas y os daré un puñal. Después podréis llamar a Dominic y… —hizo un gesto expresivo que no dejaba lugar a dudas de lo que quería que hiciera con su ex amante—. De todas formas, últimamente me está creando problemas con sus exigencias.

—¿Y Mattei?

—Estará durmiendo en nuestra habitación; me encargaré de ello, también. Os podréis encargar de él con una puñalada. Entonces yo empezaré a gritar y, cuando lleguen las autoridades, juraré que Mattei me había seguido desde Venecia para matarnos a los dos y que luchasteis contra él después de que hubiera matado al pobre Dominic, que intentaba defenderme. Cuando hayamos quitado de en medio a Mattei, podremos vender vuestro instrumento. Florencia, Génova y Venecia estarán dispuestas a pagar cualquier precio por él, así que seremos inmensamente ricos.

—Es un buen plan —admitió.

Se levantó.

—Naturalmente. Soy buena en estas cosas. Estad preparado cuando venga. Será poco antes de medianoche.

Andrea no le había prometido nada, pero la vanidad y la seguridad de que ningún hombre podría resistírsele le hicieron asumir que seguiría su plan. Realmente lo seguiría, por lo menos hasta el momento de derrotar a Mattei y llevarlos ante las autoridades de Lisboa antes de volver a Lagos, y a Leonor.

XIV

Mattei visitó a Andrea aquella mañana, con el corpulento Angelo a su lado. Había cambiado la espada por un látigo largo que llevaba enrollado en el brazo.

—¿Has decidido hacer lo que te pido? —le preguntó con prisa.

—Antes, liberadme —le dijo Andrea—. Volveré a Lagos inmediatamente y os enviaré un nuevo Al-Kemal.

—¿Me tomas por un estúpido?

Mattei le golpeó con el látigo con toda la fuerza que su pequeño cuerpo le permitía. Lo fustigó una y otra vez mientras que Andrea permanecía indefenso en el suelo del sótano y, al final, lo que lo salvó no fue su propia resistencia, sino la poca fuerza de Mattei.

—Esto es sólo el principio —le prometió Mattei mientras se iba de la habitación subterránea. Tenía la cara y el cuello en carne viva y le quemaba todo el cuerpo por los cortes que le habían producido los latigazos al superar el material de la túnica. No tuvo modo de saber cuántas horas pasó tirado en el suelo del sótano, medio inconsciente por el dolor, el hambre y la sed. Al caer la tarde lo despertó un rayo de luz en los ojos. Pensando que Angelita habría ido a liberarlo y que se había despertado por el ruido de la llave en la cerradura, rodó rápidamente, pero sólo para descubrir que seguía estando solo. La habitación tenía sólo una ventana cubierta con plomo, y cuando miró hacia arriba vio el rayo de luz que lo había despertado. Venía de una pequeña rotura de la hoja de cristal de la ventana, del tamaño del pulgar de un hombre.

Entonces vio que el cristal estaba roto, puede que algún niño lo hubiera roto con una piedra. La ventana debía de estar al nivel de la calle, juzgó, pero desde dentro quedaba muy por encima de la altura del suelo. Las hojas de la ventana apenas dejaban pasar la luz de la tarde, pero un rayo entraba por la rotura, dándole en la cara. Rodando por el suelo una vez más, pudo descubrir el punto exacto de la pared donde iba a parar el rayo de luz.

De repente se le ocurrió una cosa que lo llenó de esperanza en mitad de la agonía que había oscurecido su mente desde que Mattei le había azotado con el látigo. Pensó que si el trozo de cristal había caído dentro recientemente, pudiera ser que todavía estuviera cerca de la ventana, ya que no parecía que hubieran limpiado el sótano últimamente. Así, con el trozo de cristal, podría cortar las cuerdas con las que le habían atado los pies y las manos.

Sin hacer caso a las incomodidades, Andrea se giró y rodó lentamente por el suelo de la habitación hacia donde estaba la ventana. Por el ángulo que formaba el rayo de luz que entraba desde la rendija calculó que no le quedaba más de una hora de luz del día, por lo que tenía que darse prisa si quería llevar a cabo el plan que se le estaba ocurriendo, pero antes tenía que encontrar el trozo de cristal triangular que habría caído de la ventana rota, si es que estaba allí.

Apoyándose en la barriga, Andrea se fue moviendo hacia atrás y hacia adelante debajo de la ventana, golpeándose a menudo la barbilla e incluso la nariz contra el suelo cuando se movía con demasiada fuerza. Las punzadas que sentía en las muñecas y los tobillos cuando las cuerdas le cortaban la circulación hacían casi insoportable el movimiento, pero no se desanimó. Encontrar aquel trozo de cristal (si es que todavía seguía en el suelo) era cuestión de vida o muerte, y se daba perfectamente cuenta de ello.

Debajo de la ventana, donde se unían el suelo y la pared, la luz era muy débil y cuando hurgaba con la cara en el polvo, tenía que controlar un estornudo cada vez que el polvo le llegaba a los pulmones, pero no podía permitirse hacer que el lacayo que estaba de guardia a unos pasos del sótano advirtiera nada extraño.

Una y otra vez Andrea se arrastró por el suelo lleno de polvo bajo la ventana, alejándose un poco más cada vez de la pared a la distancia de la ventana. Cuando la luz empezó a desvanecerse sin que hubiera encontrado el trozo de cristal, Andrea empezó a desanimarse. Había sido un tonto al esperar encontrarlo, se dijo sintiéndose fracasar, ya que puede que hiciera años que hubieran roto el cristal y que lo hubieran barrido.

Fue entonces, cuando estaba a punto de darse por vencido por el dolor y el desánimo, cuando algo que estaba entre el polvo le pinchó en la barbilla. Sintió como si lo hubieran quemado con fuego y, sin atreverse a esperar que fuera lo que estaba buscando, arqueó el cuello para levantar la cabeza lo suficiente para mirarlo.

Había un pequeño trozo de cristal en la capa de polvo. Era un poco más pequeño que una aguja y, por tanto, demasiado pequeño para lo que pretendía usarlo, pero el descubrimiento lo llenó de esperanza, porque si ese trozo seguía allí quería decir que el trozo más grande también tenía que estar allí. A no ser que (una idea lo invadió de repente) todo el cristal se hubiera roto en trozos tan pequeños como aquel.

Justo entonces volvió a sentir en la barbilla algo punzante y, levantando la cabeza otra vez para mirarlo, vio, estremeciéndose de alegría, que se trataba del otro trozo que había estado buscando. Era más o menos del tamaño que había calculado, puede que tan ancho como el pulgar de un hombre y algo más largo. La hoja de cristal rota era bastante gruesa y el filo del fragmento parecía afilado y suficiente fuerte para cortar las cuerdas de las muñecas… si es que conseguía llegar hasta ellas.

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