El caso de la joven alocada (31 page)

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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

BOOK: El caso de la joven alocada
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—Ya entiendo —dije en seguida—. ¡Dígame: ¿nunca se le ocurrió que la «preocupación» de Bryony tuviese que ver con esta mujer, Gnox?

Movió la cabeza lenta y pensativamente. –No. No sabría decirle. ¿Cree usted acaso?

—No creo nada —dije—. Simplemente estoy explorando una de las muchas avenidas y tratando de ver las cosas con claridad. Me está usted resultando sumamente útil aunque no lo parezca…

Bueno, vamos ahora a la carta. Sabemos que es de Xantippe Gnox y el sobre demuestra que fue dirigida a Bryony. Con premeditación o sin ella, las palabras resultan vagas, aunque posiblemente hayan querido decir otra cosa, para quien las escribió, y para quien las recibió. ¿Tienen algún otro significado para usted?

Le alcancé la misiva color terracota y Ann inclinó sobre ella su cabeza oscura. A menos que fuese una excelente artista, las líneas de caracteres griegos no le decían nada. Tal vez menos que a mí todavía.

—Yo no soy detective —dije de pronto—, pero creo, sin embargo, deducir una o dos cosas. En primer lugar, se ve claramente que es respuesta a una carta de Bryony, una carta en la que Bryony hacía una sugestión o un pedido. ¿Puede usted imaginar alguna sugestión o pedido que Bryony pudiera haberle hecho a Xantippe Gnox?

—Temo que no.

—No importa. Xantippe contesta rechazando la sugestión y el pedido porque está «contra las reglas» ¿Contra qué reglas, me pregunto?

Estaba observando atentamente a Ann Yorke y creí sorprender una leve sombra en sus, ojos claros, pero contestó simplemente:

—Yo no sé.

—La palabra
reglas
—proseguí de un modo muy profesional— parecería sugerir algún club o sociedad u otra clase de organización, cuyos socios, deben avenirse a ciertas condiciones.

—Sí —dijo Ann Yorke—. Por otro lado
contra las reglas
se usa a veces en sentido más bien idiomático que literal. Muchas veces he oído decir que tal o cual cosa está «contra las reglas» cuando se quería decir simplemente que no debían hacerse:

—Esto es acertado —acepté—. No se me había ocurrido. Quizás tenga razón. ¿Puedo creer, mientras tanto que usted prefiere su interpretación a la mía?

Dudó un instante y dijo:

—Puede usted.

Hasta aquí estaba casi seguro de que decía la verdad, pero ahora sabía que comenzaba a mentir. No obstante, por varias razones, no di señales de sospecha.

—Combinemos nuestras deducciones —sugerí—; por lo menos nuestras interpretaciones de la carta: Xantippe sigue diciendo que ella y "L" pasarán a buscar a Bryony como antes. ¿Tiene usted idea de quién pueda ser "L"?

Arrugó el entrecejo.

—Hay una chica Leslie Hospetter —meditó— que era amiga de Bryony y sé que concurre también a las fiestas de Xantippe. Puede que sea ella… o… a ver…, sí, podría ser Lucía Valles, pero no estoy segura de que conozca a Xantippe. O tal vez haya podido ser el hombre, por ejemplo, a quien se refería usted hace un instante, Ronald Lowe.

—Es posible —admití—. Pero me parece que ustedes los jóvenes de por aquí se llaman los unos a los otros exclusivamente por nombre y si Xantippe se hubiera referido a Lowe hubiera usado la "R" de Ronnie.

—¡Ah!, ésa es una de las peculiaridades de Xantippe —dijo Ann Yorke, excitadamente—. Recuerdo que Bryony me dijo que llamaba a los hombres invariablemente por sus apellidos. Así que es posible que fuese Lowe.

—¡Hum! Bien, veamos si encontramos alguna otra ayuda. Xantippe dice que ella y "L" pasarán por Bryony «como antes». Eso sugiere que tenían la costumbre de hacerlo. ¿No es cierto?

—Puede no creerme, pero no lo sé. Mucha gente visitaba a Bryony pero yo tenía mi quehacer, ¿sabe?, y me era imposible pasar el día vigilando con quienes andaba. Me atrevería a afirmar que Xantippe Gnox la venía a buscar a menudo, pero yo nunca la veía, y Bryony no se refería a nadie a quien yo pueda identificar como al misterioso "L«. Por otra parte, ni siquiera sabemos cuándo escribieron esa carta. Está fechada »martes 5" pero no dice el mes. La tinta no parece estar muy fresca.

—El sobre y el matasellos completarán la información —observé—. Fue el cinco de mayo de este año, hace aproximadamente seis semanas. ¿Tampoco esto ayuda a recordar?

—Lo siento infinitamente, pero no. Debe recordar que Bryony siempre salía con gente distinta. En verdad no pasaba por lo general una tarde en casa. Cenaba afuera cinco o seis veces por semana y volvía a casa a cualquier hora, hasta las ocho de la mañana siguiente. Mire, Mr. Poynings, por favor no vaya usted a creer que me niego a ayudarle. Deseo hacerlo, pero posiblemente no sea yo la persona más enterada de este asunto. ¿Por qué no va a ver a Xantippe Gnox? Ella podría decirle.

—Ya sé. Tengo la intención de visitarla en un futuro no muy lejano. Es indudable que podrá decirme muchas cosas que me gustaría saber. Falta ver si quiere hacerlo. Ann pareció preocupada.

—¿Cree usted, entonces, que ella tiene que ver con el asesinato de Bryony? —dije.

—Seguro que no. Ella y Bryony eran íntimas amigas, y no creo que Xantippe fuera capaz de algo tan horrible. Además, ¿por qué iba a hacerlo? ¿Qué motivos podría haber?

—No puedo decírselo. —La ambigüedad de mi respuesta era estudiada—. Y, por favor, no se forme ideas equivocadas. Tal vez sea Miss Gnox tan inocente como un huevo recién puesto. Claro que me refiero a este asunto. Si lo es, no hay más que hablar. Francamente, no hago sino tratar de descifrar la única clave que he encontrado. Es posible que sea falsa pero no tengo otra y no he de desdeñarla. Trato de examinar el caso objetiva e imparcialmente. Todo lo que sé es que Bryony, cuando me dijo que estaba en peligro, me dio la impresión de estar perseguida por una organización y no por un individuo. No me dijo qué clase de organización era, y yo, ¡tonto de mí!, no la obligué a hacerlo. Ahora, después de examinar sus papeles, encuentro una migaja de prueba que induce a creer en la existencia de una organización de alguna clase, y creo que mi deducción se basa precisamente sobre estas tres palabras
contra las reglas
. Puedo estar completamente equivocado y hasta acertado al creer que Xantippe y Bryony eran socias de un mismo club o sociedad. Estar equivocado al creer que fue esa organización la que asesinó a Bryony es terriblemente raro y confuso, pero necesariamente debo seguir la única pista que tengo.

16

D
URANTE
un instante, creí que Ann Yorke estaba a punto de decir algo, pero aparentemente cambió de parecer.

Me daba cuenta de que atravesaba una situación difícil. No obstante su embuste con relación a la existencia de un club en el que tenían intereses comunes Bryony y la Gnox, estaba yo dispuesto a considerarla como una testigo veraz, en quien se podía confiar. Se veía claramente que había apreciado a Bryony, y estaba seguro que en cuanto yo me fuera, iba a dar rienda suelta a su dolor. Que sabía algo acerca del llamado
Saxon Club
era obvio, sobre todo teniendo en cuenta lo que Barbary me había dicho la noche anterior y estaba seguro que me lo ocultaba debido, probablemente, a un pudor natural y no con intención de entorpecer la captura de los asesinos.

Debí haberle echado en cara su mentira, pero preferí no mencionar a mi prima.

Durante el silencio que sucedió me levanté del escritorio y di una vuelta por la lujosa habitación. Sobre el tocador estaba, en un marco de plata, la fotografía de Lulú, causa involuntaria de que me viera envuelto en este asunto. Era una fotografía más reciente que las que yo conocía, tomada, posiblemente, sólo uno o dos años antes de su muerte prematura. La estudié detalladamente como el retrato de una mujer hermosa más que como el de aquella Lulú a quien había amado hacía tanto tiempo. Durante un segundo estuve tentado de llevarme la fotografía con cualquier pretexto, pero deseché la idea con la misma rapidez. Me alejé hacia la biblioteca para ahuyentar la tentación.

Creo falsa la hipótesis de que puede juzgarse a una persona por sus amistades, pero en cambio estoy convencido de que se la puede juzgar por los libros que se encuentran junto a su cama. Las bibliotecas no sirven como guía porque por lo general se adquieren libros en montón o por seguir los dictados de la moda más que el gusto personal. Pero el puñado de volúmenes diversos que se eligen como libros de cabecera pueden en mucho indicar el carácter y las inclinaciones de su dueño. O pueden, también no hacerla.

Ya sabía; por ejemplo, que mientras los desagradables libros de Xantippe Gnox habían estado junto a la cama de Bryony, sus páginas sin abrir demostraban el poco interés que la joven muerta había tenido por ellos. Llegué a la conclusión de que su presencia se debía probablemente a tacto o discreción, que no son siempre la misma cosa. Si por cualquier motivo, Bryony se hubiera visto obligada a traer a la poetisa a su habitación, hubiera demostrado tacto al tener los volúmenes de cuero de perro pardo oscuro a la vista, mientras que, por otra parte, le podía haber parecido discreto a Bryony tener esos libros en su habitación y no dejarlos en las partes más concurridas de la casa al alcance de los sirvientes o de la mojigata enfermera Caird.

Los volúmenes restantes formaban una extraña colección. Contenían desde Conversación con un gato de Belloc hasta una edición en rústica con ilustraciones del más crudo realismo, de una obra española excomulgada. Había novelas de calidad excepcional de Hugh Walpole, Sheila Kaye, Smith, Alfred Moyes, Vaughan Wilkins, Compton Mackenzie, Douglas Newton, y de un tal Burt, un libro de comedias de un tal Shaw, cuatro antologías y un volumen de Gamel Woolsey, algunos ensayos de Sigrid Undset y una edición ilustrada del
Decamerón
, además del delicioso Doctor Dido de F. L. Lucas.

Excepción hecha del libro español, ninguno de los otros provocaba comentarios y podían haber figurado entre los libros de cabecera de cualquiera; pero en una esquina del estante inferior había juntos cuatro volúmenes tan incongruentes que hubieran llamado la atención. Eran el Diccionario clásico de Smith, un volumen de La rama dorada de Frazer, un largo poema narrativo titulado El polvo de día por la poetisa americana, recientemente fallecida, Oriel Ostrich Organ, y por fin una copia flamante de Montague Summers. Sentía, más que veía, los ojos de Ann Yorke fijos en mí; por eso traté de no traslucir emoción alguna respecto al resultado de mi investigación. Confisqué en forma ostensible el libro inconveniente en vista de la probable visita policial y siguiendo mi norma de escudar en lo posible la reputación de Bryony. Dudé en lo referente al Decamerón pero como es una obra más bien inofensiva decidí que era justamente la clase de libros que la policía esperaría con razón encontrar en la habitación de una joven ligera, y que su descubrimiento haría más bien que mal. Después abandoné la biblioteca y durante unos minutos curioseé los cajones y armarios que encontré. Pero no hallé nada comprometedor. Me volví hacia Ann Yorke.

—No debo detenerla más —dije consultando el reloj, que todavía marchaba sobre la chimenea—. Estoy seguro que la pobre Miss Cair debe querer acostarse y usted debe relevarla.

—Creo que me iré. Dentro de una hora tendrán una visita policial y, seguramente, van a querer verla.

—Está bien.

—A propósito, ¿en qué situación está el paciente, el abuelo de Bryony? ¿Está en condiciones de recibir la noticia?

Negó con la cabeza.

—Supongo que no. En verdad no creo que esté en condiciones de soportarla. Es muy anciano y está muy débil. Por otra parte, no creo que entienda lo que se le dice. Por supuesto, esto debe decidido el Doctor.

—¿Quién es el Doctor?

—El Doctor lngrey. Vive del otro lado de la calle, en el número 48. En seguida vendrá. Puede quedarse a verlo si desea.

—No creo que sea de importancia —repliqué—. Sólo hacía conjeturas. Deberíamos cablegrafiar a todos los parientes de Bryony, aunque creo que no tiene más que a Mr. Forrester. Está su padre, es verdad.

Ann Yorke me dirigió una mirada.

—¿El Coronel Hurst?

—Sí. Es Coronel ahora, ¿verdad? Sabrá Dios por dónde anda. Posiblemente esté aún en la India.

—De cualquier modo —dijo Ann Yorke—, Bryony siempre dijo que él no era su verdadero padre.

—Era el marido de Lulú —respondí— y como a tal debe informársele. ¿No tiene idea de su dirección?

—Ni la más remota. Bryony lo detestaba y no se interesaba por él. Decía que no había tenido noticias suyas desde que su madre había muerto.

—Bueno, tal vez pudiera ponerme en contacto con él por medio de la oficina india. Claro que no me concierne. La
Scotland Yard
sabrá cómo proceder. Bueno, Miss Yorke, me voy. Muchas gracias por su amabilidad y por su cooperación. Creo tener que molestarla nuevamente en un futuro cercano. Me llevaré esta valija. Un examen más minucioso de las cartas puede revelar más de lo que sé hasta ahora. Salimos juntos de la habitación, pasamos por un comedor y bajamos las escaleras ricamente alfombradas. Cerca de la puerta, Ann se detuvo y me tendió la mano.

—Me alegro que haya venido —dijo tranquilamente, y una luz amistosa brilló en sus ojos tristes.

Estoy contenta, sobre todo, por eso —dijo señalando la valija—. No podría haber soportado que los detectives hubieran… usted sabe lo que quiero decir. Todavía no puedo creer lo que ocurrió. Me siento mareada. Y no puedo ver las cosas tales como son. Parece increíble que esta cosa horrible haya tenido que sucederle a Bryony, que nunca ha de regresar ni la volveré a ver…

Apreté su mano con emoción. Era una buena chica.

—No le diré ninguna de las cosas convencionales —dije—, por cuanto los dos sabemos cuán fútiles son. —Traté de sobreponerme—. Me pondré en contacto con usted bien pronto y, si tiene verdadero interés en cooperar, trate de recordar cualquier detalle, cualquiera, por pequeño e insignificante que parezca. Si ocurre algo importante llame a Pickersgill 2345 y me encontrará.

—Lo recordaré, —prometió.

—Mientras tanto, cuando llegue la policía conteste todas las preguntas, pero no sea muy explícita en lo referente a su intimidad con Bryony ni a sus asuntos. No esconda detalles deliberadamente, pero creo que, en general, le convendrá más aparecer simplemente como una de las enfermeras de Mr. Forrester que se llevaba bien con la patrona, y no como amiga predilecta de Bryony. Me refiero a los hombres de la Yard, que no tardarán en llegar. Después, cuando venga el Inspector Thrupp, debe ser tan explícita como lo fue conmigo. Más aún, en verdad. —Concluí con una sonrisa amistosa.

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