El caso de la joven alocada (48 page)

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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

BOOK: El caso de la joven alocada
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—¡Oh! —exclamé a la expectativa, pues también tengo mis puntos de vista sobre los libreros.

¿Le gustó?

Ruffus Plugge suspiró y se inclinó hacia adelante para dar énfasis a sus palabras.

—Fue una cosa muy extraordinaria, como le dije a usted —repitió—. A todos nos gustó mucho el libro y lo encontré nada que objetar en él. No es una obra maestra ni un éxito de librería en potencia, pero, bueno, es una linda historia con la que se podría contar para vender sus buenos diez mil ejemplares y al mismo tiempo aumentar la reputación del autor con la venta. Por lo menos, así lo creímos.

Hizo una pausa melancólica.

—Y después, una brillante mañana, cayó el golpe —prosiguió—, o mejor dicho, cayeron los golpes, pues por rara coincidencia, recibí carta de los dos: de Uprusshe y del doctor retirado. Primero leí la del doctor. Usted comprenderá, como es natural, que no era cosa suya, realmente, criticar el libro. Todo lo que tenía que hacer era corregir las pruebas; pero es hombre de algún discernimiento y es corriente en él agregar algunas palabras de elogio, si las siente. En esta ocasión, agregó una nota a efectos de que, si yo le perdonaba la libertad, le gustaría señalar que había un aspecto de la historia que muchas personas podrían objetar, vale decir, que el héroe y la heroína, aunque no se lo establecía específicamente, parecían ser primos hermanos, y que su matrimonio en el último capítulo podría considerarse una violación a las leyes de la eugenesia, si no de los preceptos de la Iglesia. Admitía que el matrimonio entre primos hermanos era de hecho permitido por la Iglesia de Inglaterra y no era poco común, y que la Iglesia de Roma ocasionalmente concedía dispensaciones en algunas circunstancias; pero creía que era su deber agregar la advertencia de que había mucha oposición sobre este asunto, y que la profesión médica en general se oponía categóricamente a esa clase de matrimonios. ¿No sería posible que el autor se anticipara a las objeciones que pudieran hacerse sobre el particular?

Ruffus hizo otra pausa, pero esta vez no hice comentario alguno. Continué sentado muy tranquilo.

—Después, abrí la carta de Urpusshe —dijo mientras jugueteaba con la cuchara del café—. Esta era mucho más corta y mucho menos cortés. Decía simplemente que, aunque el libro tenía sus cosas buenas, no podría hacer un pedido de una novela que aceptaba con complacencia el casamiento dentro de los grados prohibidos de consanguinidad. El hubiera encargado una novela que tuviera por objeto señalarles los efectos desastrosos de tales matrimonios, es decir, un libro en el que se tratara del casamiento entre primos hermanos como un serio problema social, pero sus directores y su público no podrían soportar una novela en la que se consideraba tal matrimonio como cosa corriente. También sugería que el autor podría encontrar la forma de eliminar la objeción, y se suscribía con amables saludos atentamente mío… Yeso era todo. —Concluyó Ruffus penosamente.

Me acaricié la barba con arrogancia.

—Un asunto escabroso —observé—. ¿Qué sucedió? ¿Hizo el autor los arreglos necesarios?

—Desgraciadamente, no. Le expuse las dificultades, pero él no quiso ni siquiera considerar la modificación de su historia. Se mostró muy indignado, casi podría decir feroz. Desdeñó todo el asunto diciendo que nunca había oído cosa más ridícula, y dio el golpe de gracia añadiendo que él se había casado con su prima quince años atrás con el mejor de los resultados. Tuvieron cuatro hijos y todos fueron el reverso de locos, y el matrimonio había sido un éxito completo en todo sentido. Acabó diciendo que si íbamos a objetar una cosa tan estúpida como ésta, haría editar el libro en otra parte, con toda facilidad, lo que realmente era verdad. Yo sabía de hecho que Morgan & Mason habían intentado quitárnoslo hace tiempo. Debo decir también, que mi simpatía estaba enteramente con él, así que Postlehwaite y yo volvimos a considerar el asunto y decidimos editarlo y dejamos de historias. La pérdida del pedido de Uprusshe fue naturalmente un golpe desagradable, pero confiábamos en que el libro se vendería bastante bien, por sus propios méritos, para compensamos.

—Lindo gesto el vuestro —aplaudí—. ¿Y resultó bien?

Movió negativamente la cabeza, apenado.

—No resultó; es una cosa curiosa, Poynings, pero todos los condenados críticos del país parecieron encontrar el inconveniente y explotarlo, contrariando a la creencia general, en el comercio, de que los críticos nunca leen libros, e incidentalmente esta otra idea de que la opinión de los críticos afecta poco o nada a las ventas. Ese libro fue un fracaso, un miserable fracaso. Si no recuerdo mal, se vendieron algo así corno ochocientos cincuenta ejemplares, en vez de los diez mil, y nos vinimos abajo con el golpe. Bien, bien. Así son las cosas, y esto es lo que quise decirle cuando le comenté que el resentimiento viene con frecuencia de los sitios más imprevistos y por razones insospechadas. Créame que el ser editor es una cosa infernal.

Le golpeé en la espalda estruendosamente y solté la carcajada.

—Anímese —le exhorté—. Admito que el golpe fue duro, pero, después de todo; se trata solamente de un libro de los cincuenta o sesenta que edita usted por temporada. Vaivenes de la fortuna, mi querido Plugge. Apostaría a que ya cubrió la pérdida una docena de veces, y si no lo ha hecho, recuerde que nadará en la abundancia cuando aparezca mi libro. Hasta yo —proseguí— confío en embolsar bastante para terminar de pagar el alquiler de
Gentlemen’s Rest
por el año pasado.

Ruffus Plugge frunció el entrecejo pensativamente, contemplando el extremo de su cigarro encendido, y después, sea por casualidad o de intento, transfirió su mirada a la punta de mi nariz.

La comparación debió resultarle satisfactoria pues dobló su servilleta, y dijo:

—¡Ah!, esto me recuerda, mi querido amigo: hay un pequeño cheque para usted en el escrito— rió, creo; y si usted se toma la molestia de llevárselo nos ahorraría los gastos de correo. ¿El franqueo incide, sabe usted? ¡Ja!… ¡Ja!… Así que si hace una escapada…

—¡Cómo no! —dije levantándome y abotonándome el saco—. Es siempre un placer ahorrarle su dinero, mi querido Mr. Plugge.

3

—E
STE
bueno de Ruffus —musitó mi prima Barbary aquella tarde, mientras desenvolvía la gigantesca caja de claveles dobles color rojo vino y amarillo azufre que yo le había entregado— es una verdadera monada, ¿verdad, Roger? Y esos bombones, celestiales, dejando de lado tu «pequeño» cheque. ¿Y dices que lo de la herida está bien, quiero decir, que no quiere que cambies esa palabra?

—No le di la oportunidad —dije—, pero su solo comentario fue «vientre» o «estómago»… perfectamente, perfectamente. Lo mismo da. Así que, como ves, no hubo dificultades.

Como si la asaltara un pensamiento repentino, Barbary dejó los claveles y se volvió lentamente.

—Entonces ¿para qué quería verte? —preguntó suspicaz.

Me encogí de hombros, evitando su mirada.

—Para nada, para nada —contesté buscando mi pipa—. Nada de importancia; fue sólo una reunión social, en verdad. Almorzamos, conversamos, y…

—¿De qué hablaron, Roger?

—De todo un poco. Aclaramos algunas cosas. Ruffus insistió en contarme una complicada historia sobre un desgraciado libro que fracasó.

—¿Qué libro?

—No sé. No dio nombres.

—¿Ninguno tuyo?

—¡Mujer! ¿Cómo te atreves? Mis libros nunca fracasan.

—¿Y por qué fracasó ése, Roger?

—¡Oh! ¡Me lo olvidé! Por alguna razón completamente absurda.

—¡Cuéntame, Roger! —Barbary se deslizó suavemente hacia mí, y, sin invitación ni precedente, se sentó sobre mis rodillas. La rodeé con el brazo y empezó a despeinarme delicadamente.

Durante algunos instantes reinó el silencio. Un silencio tenso y más bien molesto. Después…

—Tú estás preocupado, Roger —dijo mi prima Barbary—, y quiero que me digas por qué. Algo ocurre con nuestro… con tu libro.

Intenté una sonrisa.

—Por el contrario, Ruffus pareció muy complacido con todo lo que leyó. Dijo que era entretenido y divertido.

—Pero todavía no lo ha leído todo —objetó Barbary—, no ha leído el final de la historia.

—Por la sencilla razón de que todavía no la he escrito, querida —repliqué—. Ruffus no es un clarividente.

—No estoy muy segura de ello, Roger. ¿Es en el final donde están los inconvenientes, ¿verdad?

—¡Hombre!, sí y no. Quiero decir que… bueno, ¡no tienes por qué preocuparte, querida! ¡Olvídalo! Puede ser que tenga que cambiar muy ligeramente el final imaginado, pero es cosa fácil. Gracias a Dios, nunca sé cómo voy a terminar el libro hasta que llego al final. En realidad no tiene importancia.

Mi prima desenredó sus dedos de mis cabellos, me tomó la cara entre sus manos y la dio vuelta hasta que, quieras que no, me encontré mirándola derechamente a los ojos.

—¿No tiene importancia para el libro o para nosotros? —insistió suavemente.

Vacilé un instante y después con un gran rugido extendí los brazos y la estreché entre ellos. Ella vino a mí dócilmente.

—Ese asunto no le concierne a nadie más que a ti y a mí, mi amor —aullé fieramente. Sus rizos obscuros tapaban mis ojos.

FIN

Notas

[1] El autor hace un juego de palabras con el término "Lowe", cuya traducción literal es "bajo". (N. de los T.)
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[2] Coroner: Se llama así un empleado cuyo oficio es indagar las causas de las muertes violentas y repentinas con presencia indispensable del cuerpo difunto. (N. de los T.)
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[3] Nepente: remedio que gozaba de una gran reputación entre los antiguos como medio propicio para remediar la tristeza, melancolía y otras pasiones del ánimo. (N. de los T.)
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[4] John Knox.: Reformador escocés presbiteriano (1505-1572.)
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[5] Sabatarianismo: Nombre de unos sectarios que guardaban con el mayor rigor la fiesta del domingo. (N. de los T.)
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[6] Bryony: Brionia; nuez blanca, planta venenosa. (N. de los T.)
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[7] Muck: estiércol, basura, cualquier cosa vil; baja. (N. de los T.)
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[8] Poliándrica: una clase de plantas que tienen más de veinte estambres insertos bajo un mismo pistilo. (N. de los T.)
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[9] Canto fúnebre. Por anton. cualquiera de las lamentaciones del Profeta Jeremías. (N. de los T.)
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