—¡Dios mío! —exclamó Sir Charles. Probablemente el mayor tributo recibido por Mr. Chitterwick aquella noche fue la acogida de su declaración por parte del magistrado.
—Está ya comprobado —murmuró Mr. Bradley dirigiéndose a Mrs. Fielder-Flemming—. Una amante desechada.
Mr. Chitterwick se volvió hacia Mr. Bradley.
—En cuanto a usted, Bradley, es sorprendente lo cerca que llegó usted de la verdad. ¡Asombra! Aun en el caso contra usted mismo, muchas de sus conclusiones eran correctas. Por ejemplo, la conclusión final derivada de sus observaciones sobre el nitrobenceno, el hecho de que el asesino debía poseer gran destreza manual, así como una mentalidad creadora y metódica. En fin, aquel hecho que en un principio consideré poco probable, el de que tenía un ejemplar de la obra de Taylor en su biblioteca.
»La cuarta condición debe ser modificada en parte y decir que el criminal tuvo oportunidad de obtener secretamente una hoja de papel de cartas de la casa Mason. Pero, en conjunto, sus doce condiciones son correctas, salvo la sexta, que no admite una coartada, y la séptima y octava, sobre la estilográfica Onix y la tinta Harfield. Mr. Sheringham tuvo razón al señalar el punto mucho más sutil de que el asesino probablemente pidió prestada la estilográfica cargada con tinta Harfield. Exactamente lo que sucedió con respecto a la máquina de escribir.
»En cuanto a su segundo caso, pues bien… —Mr. Chitterwick parecía no tener palabras para expresar su admiración frente a la segunda hipótesis presentada por Mr. Bradley—. Sus conclusiones son exactas en todos sus detalles. Usted dedujo que se trataba de un crimen cometido por una mujer, adivinó los ultrajados sentimientos femeninos que se ocultaban detrás de todo el asunto, y apoyó toda su teoría en los conocimientos de criminología del criminal. Sus deducciones han sido de una penetración sorprendente.
—En realidad —dijo Mr. Bradley, ocultando cuidadosamente su satisfacción—, hice todo lo posible, salvo descubrir al asesino.
—Sin duda —repuso Mr. Chitterwick, dando la impresión de que descubrir al asesino era un detalle de menor cuantía comparado con las facultades intuitivas de Mr. Bradley.
—Y ahora he de referirme a Mr. Sheringham.
—Por favor, no hable usted de él —imploró Roger.
—Pues su reconstrucción fue muy ingeniosa —le aseguró Mr. Chitterwick con gran seriedad—. Usted presentó el caso desde un punto de vista totalmente nuevo, al señalar que la muerta era en realidad la víctima elegida.
—Bueno, por lo menos otros miembros coincidieron conmigo —se disculpó Roger, mirando a Miss Dammers.
—Estaba usted en lo cierto.
—¿Sí? —Roger se mostró sorprendido—. ¿Entonces, el crimen estaba dirigido contra Mrs. Bendix?
Nuevamente Mr. Chitterwick vaciló.
—¿No he hablado ya de eso? Temo que mi exposición sea sumamente desordenada. Sí, es verdad, en parte, que el crimen fue dirigido contra Mrs. Bendix, pero sería más exacto decir que las víctimas debían ser Mrs. Bendix y Sir Eustace. Usted estuvo muy cerca de la verdad, Mr. Sheringham, salvo que reemplazó a un rival celoso por un marido celoso; y, por supuesto, tuvo razón al afirmar que el método del crimen no fue determinado por la posesión casual del papel de cartas, como en las teorías anteriores.
—Me alegro de haber tenido razón en algo —murmuró Roger.
—Y Miss Dammers —se inclinó Mr. Chitterwick— me ayudó mucho. Me ayudó muchísimo.
—Pero no logré convencerlo —repuso ella secamente.
—No, no logró usted convencerme —convino Mr. Chitterwick, como disculpándose—, pero su teoría fue el factor decisivo que me condujo por fin a la verdad. Miss Dammers presentó otro aspecto del crimen, al revelar el…, la… relación entre Mrs. Bendix y Sir Eustace. Y, en verdad, allí residía la clave de todo el misterio.
—No puedo imaginar cómo nadie lo advirtió antes —observó Miss Dammers—. A pesar de todo, sigo sosteniendo que las deducciones que yo hice de esa relación son correctas.
—Le ruego que me permita exponer las mías —dijo Mr. Chitterwick tímidamente.
Miss Dammers accedió a ello.
—Pues bien. Debí haber dicho que Miss Dammers tenía razón en un aspecto importante, cuando señaló que el factor oculto detrás del crimen no era tanto la relación entre Mrs. Bendix y Sir Eustace, sino la psicología de la primera. Esto fue lo que acarreó su muerte. Miss Dammers logró descubrir la relación clandestina, y su acertado análisis de las reacciones de Mrs. Bendix, creo que éste es el término correcto… de las reacciones de Mrs. Bendix, repito, frente a la relación que había establecido con Sir Eustace, es digno de nuestra admiración. Pero se equivocó al deducir ciertas conclusiones relativas al hastío creciente de Sir Eustace.
»Me inclino a creer que Sir Eustace compartía toda la desesperación de Mrs. Bendix, en lugar de sentir hastío. El factor importante que escapó a Miss Dammers es que estaba profundamente enamorado de ella. Mucho más enamorado de ella, que ella de él. Éste fue uno de los factores desencadenantes de la tragedia.
La actitud de los miembros del Círculo ante Mr. Chitterwick era ahora de inteligente expectativa, y todos anotaron mentalmente su declaración. Probablemente, nadie creía que había encontrado la solución correcta, y, en general, las acciones de Miss Dammers no habían bajado en forma apreciable. Pero de todas maneras la teoría de Mr. Chitterwick era sumamente interesante.
—Miss Dammers, en fin, estableció otro hecho de gran importancia. Mr. Bendix fue llevado al Rainbow aquella mañana mediante un engaño, y pido perdón por el término. Pero no fue Mrs. Bendix quien le telefoneó la tarde anterior. Tampoco fue enviado al club con el objeto de que recibiese los bombones de manos de Sir Eustace. Mr. Bendix fue enviado al club para que fuese testigo de que Sir Eustace había recibido el paquete; eso es todo.
»La intención era, indudablemente, que Mr. Bendix relacionase a Sir Eustace con los bombones tan pronto como cualquier persona cayese bajo sospecha, e inmediatamente le señalase como el presunto asesino. El criminal contaba además con que el engaño de que le hacía víctima su mujer no tardaría en llegar a sus oídos, lo que sucedió posteriormente, según me han informado confidencialmente, y le causase un intenso pesar.
—¡Conque ése es el motivo de su tristeza! —comentó Roger.
—Se pensó que para entonces Sir Eustace estaría ya muerto y no podría negar su culpabilidad, y el testimonio fue dispuesto en forma tal que se pensase inmediatamente en el asesinato de Mrs. Bendix por Sir Eustace y en el suicidio de éste. El hecho de que, dentro de nuestro conocimiento, la policía nunca sospechó de Sir Eustace, demuestra que las investigaciones no siempre siguen el curso previsto por el asesino. En este caso —agregó Mr. Chitterwick severamente fue excesivamente sutil.
—Si ésa fue su complicada razón para llevar a Mr. Bendix al club Rainbow —observó Miss Dammers con ironía—, sólo podemos decir que su astucia dio resultados excesivos.
Evidentemente Miss Dammers no estaba dispuesta a aceptar las conclusiones de Mr. Chitterwick, y ello no sólo por motivos psicológicos.
—Es exactamente lo que sucedió —señaló suavemente Mr. Chitterwick—. ¡Ah! Mientras tratamos el tema de los bombones, debo agregar que fueron enviados al club, para que Sir Eustace no dejase de llevarlos consigo a su cita, además de asegurar el testimonio de Bendix. Sin duda, el asesino conocía los hábitos de Sir Eustace lo suficiente como para saber que pasaría la mañana en el club, dirigiéndose directamente a almorzar desde allí. La posibilidad de que llevase consigo los bombones predilectos de Mrs. Bendix era muy grande.
»Este crimen presenta un perfecto ejemplo de la omisión por parte del asesino de un hecho de vital importancia, omisión que, eventualmente, le ocasiona su ruina. Quiero decir que el asesino no tuvo en cuenta la posibilidad de que la cita para el almuerzo fuese cancelada. Es una mujer de excepcional inteligencia —observó Mr. Chitterwick—, y, sin embargo, no ha escapado a esta falla.
—¡Una mujer! Pero ¿quién es, Mr. Chitterwick? —preguntó ingenuamente Mrs. Fielder-Flemming.
Mr. Chitterwick le respondió con una sonrisa maliciosa.
—Todos ustedes se reservaron la identidad del asesino hasta el momento oportuno. Creo que a mí también me está permitido hacerla.
»Bueno, creo haber aclarado la mayor parte de los puntos dudosos. El papel de Mason fue utilizado, diría yo, porque se había elegido los bombones como instrumento del crimen, y la casa Mason era la única que adquiría su papel en la imprenta de Webster. En definitiva, ello vino muy bien, puesto que invariablemente Sir Eustace adquiría esa marca de bombones para sus…, sus amigas.
Mrs. Fielder-Flemming se mostró intrigada.
—¿Por qué Mason era la única firma que compraba papel en la imprenta de Webster? No comprendo qué quiere usted decir.
—¡Ah! No me he explicado con claridad. Era necesario elegir una firma que adquiriese su papel comercial en la casa Webster, porque Sir Eustace adquiría el suyo allí. Sir Eustace debía ser identificado como la persona que poco antes hubiera concurrido a la imprenta, a fin de relacionarlo con la substracción de la muestra. Que fue lo que hizo Miss Dammers, ni más ni menos.
—¡Ah! Ya comprendo. ¿Quiere usted decir que hemos estado invirtiendo el orden de los acontecimientos con respecto al papel?
—Exactamente —repuso gravemente Mr. Chitterwick.
Insensiblemente la opinión se estaba volviendo favorable a Mr. Chitterwick. Su teoría era, por lo menos, tan convincente como la de Miss Dammers, y, por su parte, él había prescindido de toda alusión a la psicología y a los valores. Sólo Miss Dammers mantenía su actitud escéptica; pero, después de todo, de ella no se podía esperar otra.
—¿Qué hay referente al motivo, Mr. Chitterwick —preguntó solemnemente Sir Charles—. Usted habló de celos. No creo que haya aclarado ese punto todavía.
—¡Ah, sí! Me había olvidado de ello —Mr. Chitterwick se ruborizó—. Pensaba referirme al motivo de los celos al comenzar mi exposición. Evidentemente, soy un pésimo orador. No creo que se haya tratado de celos, sino más bien de venganza. O, por lo menos, de venganza contra Sir Eustace, y de celos contra Mrs. Bendix. Por lo que puedo entrever, esta mujer es…, no sé cómo expresarlo. Voy a entrar en terreno muy delicado. Pero no hay más remedio. Pues bien, aunque la mujer de que se trata lo ha ocultado cuidadosamente de todas sus amistades, estaba muy enamorada de Sir Eustace, y había llegado a ser su amante. Esto fue hace mucho tiempo.
»Sir Eustace también la quería, y si bien no dejaba de divertirse con otras mujeres, había un acuerdo tácito entre ambos de que ello estaba permitido siempre que los asuntos amorosos de Sir Eustace no fueran serios. La mujer a quien me refiero, debo agregar, es muy moderna y tolerante. Aparentemente existía además el acuerdo de que se casarían tan pronto como Sir Eustace lograse obtener el divorcio de su primera mujer, que, por otra parte, ignoraba esta relación. Pero cuando por fin se llegó a ese estado de cosas, Sir Eustace descubrió que, debido a su apurada situación económica, le sería necesario casarse por dinero en lugar de hacerlo por amor.
»La mujer se sintió probablemente muy afectada, pero sabiendo que Sir Eustace no amaba a…, que no estaba enamorado de Miss Wildman, y que la unión, en cuanto a él se refería, sería de conveniencia, se reconcilió con la perspectiva. Como comprendía la necesidad en que se hallaba Sir Eustace, no se resintió cuando apareció Miss Wildman, a quien, en verdad, consideraba —Mr. Chitterwick titubeó— una mujer sin importancia. Nunca se le ocurrió dudar de que este arreglo no daría resultado, ni de que ella seguiría conservando el verdadero cariño de Sir Eustace como hasta entonces.
»Pero entonces sucedió algo totalmente imprevisto. Sir Eustace no sólo dejó de amarla, sino que se enamoró perdidamente de Mrs. Bendix. Además, consiguió seducirla. Esto ocurrió recientemente, después que él comenzó a cortejar a Miss Wildman. Creo que Miss Dammers nos ha presentado un buen cuadro de las consecuencias en el caso de Mrs. Bendix, ya que no en el de Sir Eustace.
»Pueden comprender ustedes la posición en que se encontró la otra mujer. Sir Eustace estaba terminando los trámites de su divorcio, y su matrimonio con la insignificante Miss Wildman estaba ya fuera de toda posibilidad. En cambio, su matrimonio con Mrs. Bendix, cuya conciencia la hacía vivir torturada, y que veía en el divorcio de su marido, y en su consiguiente matrimonio con Sir Eustace el único medio de resolver la situación; su matrimonio con Mrs. Bendix, la mujer verdaderamente amada, y aún más codiciable que Miss Wildman en el aspecto pecuniario, era aparentemente inevitable. Desprecio como el que más las frases hechas, pero verdaderamente considero oportuno citar aquello de que el infierno no tiene furias semejantes a…
—¿Puede probar todo esto, Mr. Chitterwick? —preguntó Miss Dammers fríamente, interrumpiendo la conocida cita.
Mr. Chitterwick se sobresaltó.
—Yo…, yo creo que sí —dijo, no muy seguro.
—Me inclino a ponerlo en duda —observó Miss Dammers lacónicamente.
Algo confuso ante la mirada escéptica de Miss Dammers, Mr. Chitterwick continuó su explicación.
—Pues bien, Sir Eustace, cuya amistad me he tomado el trabajo de cultivar recientemente… —Mr. Chitterwick se estremeció como si la amistad no le trajese recuerdos gratos—. Pues bien, por unos cuantos indicios que Sir Eustace me ha dado inconscientemente…, es decir, hoy a la hora del almuerzo le interrogué con tanto disimulo como me fue posible, pues mi conclusión acerca de la identidad de la asesina ya estaba hecha, y, en realidad…, él dejó escapar inadvertidamente unos pocos datos, aparentemente triviales, que…
—Lo dudo —dijo Miss Dammers bruscamente. Mr. Chitterwick se sobresaltó. Roger acudió a socorrerle.
—Bueno, dejemos la cuestión de las pruebas, por ahora. Mr. Chitterwick, supongamos que su reconstrucción de los hechos sea simplemente imaginativa. Había llegado usted al punto en que el matrimonio entre Sir Eustace y Mrs. Bendix era inevitable.
—Sí, sí. Pues bien, la asesina llegó a una terrible decisión y comenzó a preparar su ingenioso plan. Creo que ya les he explicado esa parte. Su derecho a entrar en las habitaciones de Sir Eustace le permitió escribir una carta en la máquina mientras él se encontraba ausente. Tiene además una gran capacidad de imitación y no le resultó difícil imitar la voz que tendría una persona como Miss Delorme, cuando telefoneó a Mrs. Bendix.