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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (51 page)

BOOK: El círculo mágico
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—Muy bien —accedí—. ¿Qué me dices de tu nombre? No mencionaste que existió una persona real llamada Kaspar Hauser.

—Creí que ya lo sabías —afirmó, mientras conducía colina abajo a través de los viñedos—. El chico salvaje de Nuremberg lo llaman. La leyenda de Kaspar Hauser es muy famosa en Alemania.

—Ahora ya lo sé; me he informado —indiqué—. En cambio, insinuaste que te llamabas así por uno de los Reyes Magos de la Biblia. Quizá sepas más cosas de ese tal Kaspar Hauser que yo, pero diría que se ganó la fama por su pasado enigmático y su misterioso asesinato. Me parece extraño que alguien quiera cargar a un niño con cualquiera de esas dos asociaciones.

Wolfgang rió.

—¡Yo también he pensado en él! Ayer me quedé de piedra con la historia de Dacian Bassarides sobre las siete ciudades ocultas de Salomón. Sospecho que Kaspar Hauser y la ciudad de Nuremberg están relacionados con esas ciudades, y quizá también lo estén Adolf Hitler y los objetos sagrados que buscaba en Melk. Iba a comentarlo ayer por la noche pero no sé qué pasó que se me fue de la cabeza.

Y con una sonrisa, añadió:

—Después de haber escuchado a Dacian, creo que lo que conecta todas esas cosas es la
Hagalrune.

—¿La
Hagalrune
—pregunté.

—En alemán antiguo,
Hagal
significaba granizo, es decir, una piedra de hielo, uno de los dos símbolos importantes del poder ario: el fuego y el hielo —explicó Wolfgang—. Desde tiempos remotos, la esvástica simboliza el poder del fuego. Está grabada en muchos de los templos del fuego orientales como el que mencionó Dacian. Y lo que es más importante, se considera que Nuremberg, la ciudad donde Kaspar Hauser apareció por primera vez, es el centro geomántico absoluto de Alemania: las tres líneas que forman la runa
Hagal
cruzan desde otras partes de Europa y Asia para encontrarse en Nuremberg y formar el caldero del poder.

Sentí un escalofrío cuando Wolfgang levantó la mano del volante y dibujó un signo en el aire con el dedo, la imagen exacta que había aparecido en la pantalla del ordenador la noche que Sam empezó a hablar conmigo en clave:

El corazón me latía con fuerza. Deseaba poder hablar con Sam. Me levanté el cuello del abrigo, más para hacer algo con las manos que para calentarme. Wolfgang no pareció darse cuenta; volvió a poner la mano en el volante y siguió hablando mientras conducía.

—Esa localización de la runa
Hagal
en Nuremberg resulta vital en todo lo que dijo o hizo Adolf Hitler —me contó—. En cuanto Hitler llegó a canciller alemán, lo primero que hizo fue formar un departamento de
Rutengänger,
¿cómo se diría?, adivinos de agua.

—Los llamamos zahoris —aclaré—. Es una antigua práctica entre los nativos americanos: usan una varilla de sauce o de avellano en forma de Y que llevan entre las puntas de los dedos mientras van por el terreno en busca de agua subterránea.

—Sí, exacto —corroboró Wolfgang—. Sólo que esos hombres del departamento alemán buscaban algo más que agua: buscaban las fuentes del poder en el interior de la tierra; fuerzas de energía que el Führer quería encontrar para aumentar sus propios poderes. Si observas esas viejas películas de Hitler, verás a qué me refiero. Va de pie en el coche descapotable que circula por la calle, con la multitud aclamándolo a su alrededor, pero antes de que el coche se detenga por completo, retrocede y avanza hasta situarse en el punto exacto.

»Los zahoris de Hitler se adelantaban para medir las fuerzas y localizar el lugar más propicio para detener el coche, y para encontrar asimismo el edificio adecuado, o la ventana o balcón para que pronunciara un discurso. Esas fuerzas lo protegían frente a posibles atentados y aumentaban a la vez su energía. Ya sabes la cantidad de intentos de asesinato que fracasaron, incluso bombas colocadas a su lado en una habitación cerrada. Eso fue debido al entramado de poder que lo escudaba. Y desde tiempos remotos se sabe que no hay nada más poderoso que las fuerzas que más adelante Adolf Hitler quiso dominar, ahí en Nuremberg.

—Sea lo que sea lo que Dacian cree, no dirás en serio que Hitler sobrevivió a los múltiples intentos de asesinato debido a la extraña fuerza de una «runa granizo», ¿verdad? —pregunté.

—Te cuento lo que él creía, y tengo muchas pruebas que lo demuestran —me aseguró. Y empezó a narrarlas de camino a Melk.

LA RUNA GRANIZO

En una época no tan lejana, al final de las guerras napoleónicas, no era del todo extraño criar a un niño abandonado, como Kaspar Hauser, en una jaula. Se conocen muchos casos de niños que fueron criados por animales salvajes. Pero hasta el caso de Kaspar Hauser pocos habían sido objeto de estudio científico.

En muchas fraternidades o grupos secretos existía un ritual de práctica relativamente frecuente que implicaba el derramamiento de sangre real. Se infligían a la vez tres tipos de muerte para propiciar a los dioses de tres reinos: fuego, aire y agua. Estaban simbolizados por golpes en la cabeza, el tórax y los genitales. Sólo sabemos que Kaspar Hauser recibió los dos primeros.

Tras su muerte, se divulgó la creencia de que el chico descendía de la nobleza o la realeza y que había sido secuestrado al nacer y educado por campesinos en condiciones terribles, confinado a un espacio tan reducido que no podía ni ponerse en pie, y alimentado a base de pan de cebada y agua, lo que de forma muy interesante se corresponde a los alimentos que antiguamente se proporcionaban a los animales al prepararlos para el sacrificio. Dicho de otro modo, es muy probable que Kaspar Hauser fuera víctima de un misterioso ritual pagano que salió a la superficie en Nuremberg a principios de la era moderna. Cien años más tarde, Adolf Hitler quedó totalmente fascinado por las implicaciones de esta historia.

Hacia finales del siglo pasado, más o menos cuando nació Hitler, en 1889, resurgió en toda Alemania un movimiento que abogaba por profundizar en las raíces
vólkisch
del pueblo germánico, los campesinos o gente corriente, como se describían en las leyendas nórdicas y en los relatos alemanes, y por renovar los valores tradicionales y las costumbres que servirían para captar la esencia misma del alma teutona y recuperar una época dorada.

Por aquel entonces, los pueblos de habla germana creían que durante miles de años se había urdido una trama secreta en su contra, debido a un deseo de las tribus de origen mediterráneo (por ejemplo, los romanos durante el Imperio o los árabes en la España medieval) de conquistar a todos los pueblos nórdicos, es decir, los llamados de raza aria, y perpetrar un genocidio cultural contra ellos. También se afirmaba que los antepasados teutones disponían de una cultura superior a los del Mediterráneo, y que habían mantenido una sangre más pura, al no mancillarla con contactos híbridos con otros grupos, de forma muy parecida a la actual casta brahmán de la India.

A pesar de esta supuesta superioridad nórdica, el alfabeto rúnico fue de aparición tardía, hacia el año 300 a.C, y puede que los teutones lo tomaran de los celtas o de otro grupo. Sin embargo, al igual que con culturas anteriores, la escritura y las mismas runas recibieron un significado mágico, incluso divino.

La
Hagalrune
es la novena letra del alfabeto rúnico. El nueve es un número muy poderoso en la cultura nórdica: el
Hávámal,
parte de la famosa
Edda
islandesa, relata que el dios nórdico Wotan tuvo que permanecer colgado del Árbol del mundo durante nueve días con sus respectivas noches para iniciarse en el poder y misterio de las runas.

El número nueve era el más importante para Hitler. El nueve de noviembre guardaba para él un significado místico. Tal como dijo: «El nueve de noviembre de 1923 fue el día más importante de mi vida.» Era el día en que el
putsch
de Munich terminó con él en prisión, donde escribió
Mein Kampf.
Pero el nueve de noviembre es una fecha importante en la historia del mundo occidental. Es la fecha del golpe de estado de Napoleón que desembocó en la Revolución Francesa, de la muerte de Charles de Gaulle, de la revolución alemana que provocó la abdicación del kaiser Guillermo tras finalizar la Primera Guerra Mundial, de la abdicación de Luis III de Baviera, quien fundó el segundo Reich, y también de la
Kristallnacht,
esa noche de 1938 en que se produjo la rotura de cristales contra los judíos en Austria y Alemania.

La runa
Hagal
posee también otros significados importantes. Corresponde a un sonido equivalente al de la letra
h
de las lenguas germánicas, una letra que no existe en el alfabeto griego. Por ella empiezan, y no es casualidad, los apellidos de Adolf Hitler y Kaspar Hauser.

Hitler consideraba que esa runa era un talismán mágico, tal como lo demuestra la curiosa circunstancia de que su círculo más próximo estaba formado por nombres que empezaban asimismo por H:

Heinrich Himmler, el ocultista, jefe de la muy temida
Scbutztaffel,
o S. S.; «Putzi» Hanfstaengl, jefe del gabinete de prensa internacional nazi; Reinhard Heydrich, el carnicero de Praga, líder del S. D., cuyo asesinato durante la guerra condujo a la masacre nazi de un pueblo entero en Checoslovaquia, y el amigo más íntimo de Hitler, Rudolf Hess, quien le ayudó a redactar el libro
Mein Kampf
y más adelante se convirtió en el segundo del Führer. Hess nació y se crió en Egipto, donde asimiló muchas enseñanzas ocultas. También presentó a Hitler a su antiguo profesor Karl Haushofer, fundador de la geopolítica alemana y teórico favorito de los nazis. También estaba el filósofo nazi Martin Heidegger, y el fotógrafo personal de Hitler, Heinrich Hoffmann, que fue fundamental en su ascenso y que presentó a Hitler a su ayudante, Eva Braun, la mujer con la que el Führer se casaría antes de morir. Y en el ámbito científico, el químico Otto Hahn, quien junto con Lise Mietner llevó a cabo el primer experimento con éxito de fisión nuclear, así como Werner Heisenberg, que estaba al mando del proyecto de bomba atómica de Hitler.

Había muchos que compartían los intereses iniciales de Hitler, como Hans Horbiger, padre de la
Welteislehre
o teoría del mundo glaciar, la idea de que las épocas glaciares fueron causadas por colisiones planetarias y que, antes de cada era, las ciudades legendarias de la Atlántida, Hiperbórea y Última Thule se hundieron o desaparecieron bajo tierra junto con toda su población. Durante esos cataclismos, mares enormes se habían convertido en desiertos, como el de Gobi, donde hoy en día subsisten y se desarrollan reinos subterráneos, como las ciudades perdidas de Salomón que Dacian mencionó. Horbiger sostenía que el Señor del mundo surgiría en los albores del próximo eón; una teoría tan popular que los nazis legitimaron su estudio en forma de ciencia oficial.

Otro contacto de Hitler relacionado con la runa
Hagal
fue el reputado astrólogo y físico Erik Jan Hanussen, quien preparó el horóscopo de Hitler en Navidades de 1932. Él y Hitler se habían conocido ya en 1926, en el hogar de una persona influyente y rica de Berlín, y Hanussen lo aconsejó desde entonces, sobre todo en las técnicas de declamación y de expresión corporal para conseguir el máximo efecto hipnótico sobre grandes masas. En el horóscopo de ese año Hanussen le predijo éxito, pero sólo si se superaban las muchas «fuerzas adversas» que se oponían a Hitler en ese momento. Hitler se impondría si comía la raíz de una mandragora enterrada a la luz de la luna llena en un jardín de su ciudad natal, Braunau am Inn. Hanussen viajó en persona hasta ahí, enterró la raíz y se la ofreció a Hitler el día de Año Nuevo en la cabaña alquilada que ocupaba en la zona de Salzburgo.

La misma noche en que recibió el horóscopo y comió la raíz de mandragora, Adolf Hitler acudió con Eva Braun, Putzi Hanfstaengl y otros amigos a ver una representación de la ópera de Richard Wagner
Die Meistersinger von Nürnberg.
Según anotó después Hanfstaengl en su diario, Hitler pronunció tras la ópera un extenso comentario (es de sobra conocido que había memorizado todas las obras de Wagner) sobre el significado oculto que el compositor había incorporado al libreto. Cuando Hitler se marchó de la cena esa noche, firmó en el libro de visitas de Hanfstaengl y quiso destacar la fecha: 1 de enero de 1933.

Dijo a su amigo Putzi: «Este año nos pertenece.»

A partir de ese momento, la fortuna de Hitler cambió. El primer mes de 1933, Adolf Hitler pasó de ser un payaso histérico muy caricaturizado, que dirigía un partido político dividido e impopular, a jurar el cargo de canciller alemán el trece de enero. Hacía cien años que el suelo de Alemania fue consagrado, en 1833, con el derramamiento de la «sangre real» de Kaspar Hauser.

Cuando Wolfgang hubo terminado esta historia, habíamos recorrido la larga carretera que circulaba por las colinas y el prado abierto hacia la abadía de paredes blancas y doradas de Melk, en la cima, sobre el valle vasto y fértil del río Danubio. Avanzamos hacia una zona de estacionamiento de grava. Wolfgang apagó el motor y se volvió hacia mí.

—Todavía falta una H ligada al poder de la runa
Hagal,
y que quizá sea la más importante de todas —dijo—. Durante el período en que el joven Adolf Hitler vivió como un artista en Viena, el famoso padre del paganismo alemán, Guido von List, también residía en esa ciudad. List había pasado por una experiencia mística en 1902, cuando superaba los cincuenta años. Mientras se recuperaba de una operación de cataratas, se quedó ciego once meses. En ese tiempo creyó haber redescubierto, gracias a una revelación sobrenatural, los significados, orígenes y poderes de las runas, perdidos desde hacía tantos años. También afirmaba que había recibido la información de una orden selecta de sacerdotes de Wotan que existió en Alemania en tiempos remotos, y pronto estableció una orden actualizada de ese sacerdocio.

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