El club erótico de los martes (23 page)

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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

BOOK: El club erótico de los martes
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En toda su vida, Trevor sólo había recibido un puñetazo, de su hijo, y sin querer, en el transcurso de un partido de fútbol americano. El puño de Teddy había agarrado la banderita de su oponente y la había levantado al aire en señal de triunfo, sólo que en el camino se había topado con la barbilla de su padre. La cabeza de Trevor se inclinó bruscamente hacia atrás, y llevó un hematoma considerable, así como un collarín, durante varias semanas.

Cuando Lux le propinó un puñetazo a Trevor, de pie en la entrada de Warwick & Warwick, S. L., su puño derecho entró en contacto con el lateral de su cabeza, justo en la sien. La ruptura de los vasos sanguíneos provocó que brotara sangre en el blanco del ojo, tiñendo la parte inmediatamente inferior de negro, a continuación de morado, luego de verde, hasta que finalmente se mezclaron todos los colores.

Lux era fuerte, pero no particularmente rápida, y le había dado cientos de avisos, si bien en un lenguaje que él no supo entender.

—Como no pares ya, Trevor, voy a partirte la cara.

En el idioma que hablaba Trevor, la expresión «partir la cara», así como «dar un puñetazo», «golpear» o «pegar», se traducían en una amenaza vacía, mientras que Lux sabía que era justo avisar de las consecuencias de cometer la misma imprudencia repetidas veces.

Después de pasar varias horas de deliciosa humedad con Carlos, Lux había vuelto a ponerse la ropa y había encontrado diecisiete mensajes de Trevor en su móvil. También había llamado a su madre, así como a Jonella. No era tanto el número de llamadas como el hecho de que ella nunca le había dado ninguno de los otros dos números de teléfono, lo que le provocaba esa sensación de tener una soga oprimiéndole el cuello. Él ni siquiera sabía el apellido de Jonella, y aun así había dado con ella. Lux sabía que la relación iba por mal camino y que no podía seguir acudiendo a su hermano Joseph cada vez que las cosas se pusieran difíciles. Así que se bajó del tren antes de que se estrellara. El lunes, después del trabajo, recogió sus cosas y regresó a casa de su madre.

A lo largo de esa semana, Trevor hizo todo lo que estuvo en sus manos para hacerla volver. Flores. Mensajes por correo electrónico. Entradas para el cine. Lux le había estado advirtiendo durante varias semanas de que parara de una maldita vez de mandarle cosas pero, a pesar de lo claros que eran, Trevor malinterpretó sus palabras y sus actos.

Ni siquiera en el último minuto lo vio venir. Si hubiera podido pararlo y analizar el acto, Trevor habría comprendido claramente que cuando la acorraló en el vestíbulo del bufete y Lux dijo: «Como no pares ya, voy a partirte la cara», ya estaba apretando las manos en forma de puño. Le dio un buen margen de tiempo para que se apartara de ella. Sin embargo, él se acercó más, suplicando: «Conejita, ¿por qué no lo hablamos?». En ese momento, Lux separó más las piernas y puso los puños delante de su cara.

Jonella habría sabido qué era lo siguiente. Carlos, Joseph y cualquier niño que hubiera recibido un golpe en el patio del colegio se habrían dado cuenta de que Lux, haciendo espirales con los puños a la altura de los ojos, se estaba preparando para propinarle un puñetazo. Esperó, dándole una última oportunidad para retroceder, pero Trevor era un extranjero, un turista en medio de una insurrección. Él se movió hacia delante, alargando la mano para tocarla, y entonces... ¡zas!

Con el puño izquierdo se protegió la cara para bloquear el golpe que instintivamente asumió que Trevor le devolvería. Echó hacia detrás el derecho poniéndolo a la altura del codo, e hizo un movimiento rápido con él para darle un puñetazo en el lateral de la cabeza. Pum.

La sangre y el destrozo de la nariz no eran sólo culpa de Lux. Trevor rebotó en la pared que había tras él y entonces se cayó hacia delante, golpeándose la cara contra una mesa repleta de revistas. Después de que se cayera al suelo, Lux pasó por encima de él y por delante de la atónita recepcionista tranquilamente y cruzó el laberinto que era el bufete hasta llegar a su propia mesa. Los músculos de su estómago estaban tan tensos que no podía respirar en condiciones. Su futuro ex jefe la describiría más adelante a sus amigos como una tía que jadea como los perros, lo cual era verdad. Lux cogió su bolso, su comida y su cuaderno y de nuevo pasó por delante de la recepcionista.

Cuando volvió al vestíbulo, el señor Warwick en persona, al igual que Margot y algunos otros abogados expertos, rodeaban a Trevor haciendo presión con unos pañuelos bien planchados sobre su nariz sangrante. Trevor miró fijamente a Lux mientras pasaba por delante de él. Se percató de que llevaba su bolso y una bolsa de papel. Salió de la oficina y se dirigió a los ascensores.

—¡Ahí está! ¡Ahí está! —gritó la recepcionista cuando Lux pulsó el botón del ascensor para bajar.

—Déjelo, señora Deecher, déjelo —gritó Trevor.

La recepcionista se llamaba Beecher, pero Trevor se había roto la nariz.

—Voy a llamar a la policía —anunció la señora Beecher.

—¡Nn... nn... no! —gritó Trevor, y todos los demás estuvieron de acuerdo.

—¡Nada de policía! —dijo Margot demasiado fuerte.

—Es mejor que lo solucionemos nosotros solos —dijo el señor Warwick. Se giró hacia Trevor.

—¿Qué coño ha pasado?

—No lo sé. Me caí y me golpeé contra la mesa del café.

La señora Beecher escuchó atentamente. Si Trevor pensaba mentir, tendría que oír la historia ahora para poder corroborarla más adelante.

—Sólo ha sido un accidente —dijo Trevor con firmeza y determinación.

Caso cerrado. Margot suspiró, aliviada de que todo el incidente quedara en un simple momento de torpeza que podría olvidarse una vez que los huesos se hubieran curado y el hematoma hubiera desaparecido.

—No es cierto —dijo Crescentia Peabody, raspando con la uña el pequeño círculo rojo de la sangre de Trevor que había arruinado su blusa de seda color marfil. Esa que tenía el cuello ondulado, la que le gustaba. Esa mujer, Margot, la abogada que había presentado el contrato para el clítoris navideño en vez de para el catálogo navideño, estaba mostrando excesiva preocupación por el hombre de la nariz sangrante. Lo que hubiera ocurrido entre la chica pelirroja, delgada y mal vestida y este hombre de mediana edad no era asunto suyo, excepto por la mancha de su blusa. Ese pequeño círculo rojo la convertía en más que una simple espectadora de sus vidas, así que informó sobre lo que había visto—. La chica del pelo rojo, estaban peleando y ella le decía una y otra vez que parara, que la dejara en paz, pero él siguió tocándola y pidiéndole por favor que fuera a su despacho para que pudieran hablarlo discretamente entre ellos. Ella empezó a llorar pero él no fue capaz de dejarla sola, y cuando él la agarró por el brazo ella le golpeó. Bastante fuerte, la verdad.

Crescentia estuvo bastante acertada con su valoración de los acontecimientos. La señora Beecher había presenciado el mismo fragmento de vida en común entre Lux y Trevor, y lo habría descrito de forma bastante similar, aunque favoreciendo más a Trevor porque siempre había sido amable con ella.

—Encuentre a esa mujer —ordenó Warwick. A continuación señaló a Trevor—. Usted, a mi despacho.

Margot quería desesperadamente entrar con Trevor en el despacho de Warwick. Era un perfecto idiota. Probablemente le contaría todo a Warwick, incluyendo las cosas que no hacía falta que supiera. A solas, provocaría el detonante para que le despidiera por su falta de discreción. Seguro que se reirían de lo ocurrido, y puede que Warwick le diera una palmadita en la espalda por haber sobrevivido, pero antes o después también le patearía el culo por ser un idiota y finalmente lo despediría por tirarse a una secretaria.

—Encuentre a esa chica —ordenó Warwick a Margot cuando ésta intentó entrar en el despacho.

—Yo creo que puedo serle de más ayuda aquí en su despacho.

—Todavía sé cómo escribir un contrato, señora Hillsboro. Lo que necesito de usted es que minimice los daños. Yo no sé cómo hablarle a las mujeres. Trevor es evidentemente un completo idiota. Necesito que usted le dé una de esas charlas que dan las mujeres, una de esas conversaciones de mujer a mujer que se mantienen. Vaya como mujer, no como abogada, encuéntrela, hable con ella y haga que firme el documento de despido que Trevor y yo estamos a punto de redactar. Quiero que baje a recursos humanos y busque su expediente. Ahora muévase.

Margot miró por detrás del señor Warwick y vio a Trevor hundirse en el sofá de cuero color burdeos y apoyar la cabeza en su mano. Rezó para que valorara su supervivencia por encima de su necesidad de confesar.

—Y no vuelva hasta que haya firmado el acuerdo, Hillsboro.

*

De camino a Queens, Margot empezó a sentirse un poco intranquila con la misión que le habían encomendado. Warwick redactó un documento eximiendo a Warwick & Warwick, S. L., de responsabilizarse ante cualquier compensación económica que Lux pudiera exigirle a Trevor. En su maletín, Margot tenía dos cheques bancarios por valor de 15.000 y 10.000 dólares respectivamente. Si Lux pedía más de 15.000, tendría que hacer una llamada telefónica. Warwick estaba a la espera de la llamada.

Lux estaba sentada en el porche delantero de la casa de su madre cuando llegó Margot.

—¿Por qué no entramos? —dijo Margot.

—Mmm, no, creo que no.

—Nunca he tratado temas de negocios en el portal de una casa, y no estoy preparada para empezar a hacerlo ahora.

—Hay una cafetería bajando la calle, si no te importa caminar —propuso Lux.

—No, tenemos que hablar de cosas personales. Creo que una cafetería sería un lugar demasiado público.

Lux dio un paso a la defensiva hacia la puerta de casa de su madre. En el interior, su madre y su hermano estaban fumados en el sofá. La cocina estaba sucia. El linóleo estaba amarillo, a excepción de los lunares blancos provocados por el amoníaco del pis del gato.

—No puedes entrar en mi casa.

«Ay, mierda, va a poner una demanda —pensó Margot—. Una buena demanda. Ésta es una situación claramente violenta. ¿Cómo voy a conseguir que firme esto?»

—¿Qué puedo hacer para que me invites a entrar?

Los ojos de Lux se iluminaron. Se humedeció los labios. Respiró profundamente y le hizo una petición.

—De acuerdo, explícame por qué puedes tomar prestado dinero del valor de tu casa.

—¿Cómo? —preguntó Margot.

—¿Estás sorda?

—No, es sólo que... bueno... puedes tomar prestado dinero del valor de tu casa porque es tu dinero y puedes hacer lo que quieras con él.

—¿Lo que quiera?

—Sí.

—¿Se puede comprar algo más con él?

—Por supuesto. Es tuyo.

Lux se quedó en silencio pensando en ello hasta que Margot la interrumpió.

—¿Entramos ya?

Lux abrió la puerta principal y dejó que Margot entrara en la casa de su madre. El olor a pis de gato era insoportable.

A través de la entrada de la cocina, Margot pudo ver a una mujer mayor y a un hombre más joven riéndose con un programa de televisión. La cocina era naranja con ribetes rosas y había una colección de madonnas que brillaban en la oscuridad sobre el tablero de fórmica roto de la mesa de la cocina. Era, a juicio de Margot, un fotograma costumbrista de Federico Fellini.

—Bueno, ¿qué quieres? —preguntó Lux sentándose frente a Margot y jugueteando con una de las muchas madonnas verdosas. Margot dudó, y se quedó momentáneamente paralizada al ver de repente los cuadros de payasos de terciopelo que había detrás de la cabeza de Lux. Ésta se giró para ver hacia dónde miraba Margot—. Sí, mi padre consiguió una de las mejores colecciones de payasos de terciopelo del país. Quizá habrías oído hablar de ella si, ya sabes, leyeras las revistas adecuadas.

Los ojos de Margot empezaron a ponerse acuosos con los olores a animal que impregnaban la cocina de la madre de Lux.

—¿Te importaría abrir una ventana?

Lux se levantó y abrió la ventana que había encima del fregadero. Se quedó ahí y no volvió a la mesa de fórmica.

—Bueno, ¿qué quieres? —preguntó Lux a Margot.

—Eh... bueno, el bufete de Warwick & Warwick quiere disculparse por lo que ha ocurrido hoy.

—Sí —dijo Lux con sequedad—. Ha sido horrible.

—No lo pongo en duda. Junto con la disculpa, nos gustaría ofrecerte 5.000 dólares por el incidente siempre que firmes este documento de exención de responsabilidad para la empresa.

—Pásamelo —dijo Lux cogiendo los papeles que Margot estaba sacando del maletín—. ¿Me podéis dar un día para que limpie mi mesa y borre las cosas personales de mi ordenador?

—No estás despedida —dijo Margot.

Lux levantó la vista del contrato, con el bolígrafo listo para garabatear su nombre.

—¿Qué? ¿Es que es mi cumpleaños? ¿O el día de los Santos Inocentes?

—Renuncia a tu derecho de poner una demanda, vuelve al trabajo mañana y te daremos 5.000 dólares.

—Creo que no quiero volver a ver a Trevor tan pronto.

—Trevor se ha ido.

—¿Como despedido?

—No, como despedido no, realmente despedido —le confirmó Margot en voz baja.

Lux apartó los papeles.

—Diez mil entonces —dijo Margot.

—Eres una jodida vampira, ¿no? —dijo Lux.

—Quince mil, y es mi última oferta. Te doy cinco minutos para que lo pienses. Pasado ese tiempo, la oferta queda anulada —dijo Margot.

Lux miró a Margot como si fuera alguna extraña y nueva especie de ser humano.

—Voy a hacer una suposición, ¿vale?; digamos que has escapado como de algún pueblo del medio oeste lleno de blancos memos y culones que dan palmas marcando el primer y quinto tiempo del compás. ¿Sabes de qué hablo?

Margot la miró sin expresión en la cara. No tenía ni idea de lo que estaba hablando Lux.

—Sí, como esas personas que se van de vacaciones vestidas con camisetas teñidas idénticas para no perderse del grupo, ¿no? Así como tú que vienes aquí para escapar, pero una persona no puede escapar, ¿no? No puedes, ya sabes, escapar de donde fuiste al instituto. Lo que intento decir es que una persona puede abandonar, una persona puede decir que algo no le gusta, pero, incluso si te marchas, quedas marcada. En mi caso, por ejemplo, allá donde huya, siempre voy a arrastrar esa marca, siempre voy a estar tocada. Vivo con eso. Pero ya sabes, Trevor es un ingenuo. ¿Me sigues? Sí, él cree que sufrió porque lo abandonaron, y ha tenido que dejar su casita de verano, búa búa búa, pero no sabe lo que es estar destrozado. Si le hago esto, iba a saberlo.

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