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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

El club erótico de los martes (21 page)

BOOK: El club erótico de los martes
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—Genial. ¿Quieres llamar a Brooke, o la llamo yo?

—Bueno, es menos de la una y media, así que llama tú.

*

—¿Qué? —gruñó Brooke cuando sonó su móvil.

Margot explicó rápidamente su necesidad.

—Bueno, por lo general los domingos me paso la mañana durmiendo, pero oye, por qué no. He pasado la noche en casa de Bill, así que ya estoy en la ciudad.

*

Quedaron en las escaleras del Metropolitan Museum y lo encontraron desagradablemente atestado de gente. Hicieron cola durante veinte calurosos minutos y los pies de Aimee empezaron a transpirar hasta asemejarse a salchichas.

—Lo siento, tengo que sentarme —dijo Aimee—. Si queréis, entrad sin mí.

—No vamos a abandonaros a ti ni a tus tobillos regordetes —declaró Brooke—. Es cuestión de hacer otro plan.

Ir a comer era una posibilidad, y comida más El Señor de los Anillos sería aún mejor, prometió Aimee. Llevó a sus amigas al centro.

*

Tomaron decisiones culinarias individuales en la tienda de abajo antes de entrar al cine. Margot eligió zanahorias y manzanas en láminas, Brooke cogió galletas saladas y Aimee compró carne. Cuando Brooke se detuvo en la entrada del edificio y observó el cartel de la película con cierta inquietud, Aimee encontró las palabras perfectas para tranquilizarla.

—El cine tiene aire acondicionado —le aseguró Aimee.

Brooke se quedó dormida de inmediato, abrumada por la agradable oscuridad y el jolgorio de la noche anterior. Entraron en el cine con sigilo casi al final de la tercera parte. Los tentempiés eran perfectos, y el cine, exuberante y bonito. Los personajes transmitían tanta gravedad y Margot sentía tanto desinterés por el heroísmo de vida o muerte que se rió sin venir a cuento en varios momentos.

Intentando controlarse, Margot se esforzó por entender por qué la salvación de la Tierra Media era tan importante para su nueva amiga.

Aguantó durante los últimos veinte minutos de la tercera película y la primera al completo. Cuando la segunda parte empezó de nuevo, cuando Sam y Frodo capturaron al semidesnudo Smeagol, Margot sintió que ya había tenido suficiente dosis de esta fantasía. La piel asexual, famélica y gris, y los huesos del personaje creado por ordenador eran demasiado para Margot. Estaba buscando la forma de escapar cuando Brooke se despertó, se declaró hambrienta y se levantó para ir al servicio.

—Venga, Aimee, vámonos —susurró Margot a su amiga, y por añadidura se levantó del asiento y siguió a Brooke hacia el vestíbulo. Aimee fue detrás avanzando con torpeza. De estar sola, habría pasado allí el día entero. Aun así, le había sorprendido gratamente que las otras dos mujeres hubieran aguantado ahí tanto tiempo.

Entraron en una cafetería y se sentaron cerca de los servicios teniendo en cuenta la frecuente necesidad que tenía Aimee de hacer pis y vomitar. Margot pidió una ensalada, Brooke un café y Aimee un filete con patatas, brócoli y un batido de chocolate.

—Por qué no —se rió—. Lo voy a expulsar de todas formas.

—¿Cuántas veces has visto esas películas?

Margot hizo la pregunta cuando llegó la comida.

Aimee levantó dos dedos.

—¿Dos veces?

—No, doscientas.

Más risas, y entonces Brooke, que estaba empezando a espabilarse, habló con gravedad en la voz. Esconderse no era algo que su vieja amiga Aimee fuera a permitir tan alegremente.

—¿Por qué? —dijo Brooke con incredulidad.

—¿Por qué seguir viendo una película que me gusta? —preguntó Aimee, ya a la defensiva—. ¿Por qué no? Me gusta que los hombres sean tan heroicos, y las mujeres tan hermosas y los malos realmente malvados.

—Probablemente no sean tan malvados —dijo Margot.

Brooke estaba mirando fijamente a Aimee, intentando encontrar la forma adecuada de iniciar su intervención contra la creciente adicción de su amiga. Margot llenó el silencio pensando en voz alta.

—Es mala prensa. Los perdedores siempre reciben mala prensa. La historia la escribe un hobbit que tiene claros prejuicios contra los orcos.

—Orcos.

—Lo que sea. Lo que quiero decir es que si uno contara la historia desde el otro lado, verías diferentes desenlaces.

—No —dijo Aimee—. Los orcos son malignos.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque nacen así.

—Eso es muy antiamericano por tu parte. Muy antidemocrático —dijo Margot, disfrutando de la hipotética discusión—. ¿Qué pasa si cambian, si superan las limitaciones de su estatus? ¿Qué ocurre si algún pequeño orco hembra nace entre fango y mierda y quiere llegar más alto de lo que se espera de ella?

—Eso es imposible —dijo Aimee.

—No hay orcos hembra —añadió Brooke apoyándola—. Los orcos son una raza de seres machos.

—Ah, vale, entonces están completamente jodidos —rió Margot, y pinchó un tomate con su tenedor—. De todas formas, tienes que reconocer que en lo que respecta a los orcos, es una historia bastante unidireccional.

—Me gusta el hombre sin cejas —dijo Brooke.

—¿Qué hombre sin cejas? —preguntó Aimee, mientras empezaba a sentir acidez en el estómago.

—El hombre que se convierte en rey —dijo Brooke, como si fuera obvio qué personaje de la película tenía las cejas más finas.

—¿Aragorn?

—Sí, el mismo.

—Sí tiene cejas.

—Bueno, pero muy finas, y están tan pegadas a sus ojos que en realidad son imperceptibles, pero, aparte de las cejas, creo que es un buen hombre. Al menos a juzgar por las escenas que he visto. Ahora bien, el elfo ese tiene unas cejas considerables. Aimee, ¿te encuentras bien?

Aimee saltó de su silla y fue corriendo al baño.

—¿Eso es normal? —preguntó Brooke.

—Eso creo. El embarazo hace que una se encuentre mal, ¿no?

—Sí. Es verdad.

En el reducido espacio del baño, Aimee se apoyó en las paredes del servicio y expulsó más de lo que creía haber comido. Sintió calor, vértigo y repugnancia. Quería morirse o al menos estar en su propia cama para poder tumbarse. Y entonces aparecieron lágrimas que dolían como si una fuerza física en su cabeza estuviera perforándole la cara para salir. Se las tragó y de nuevo le sobrevino el vómito. Aimee estaba de rodillas, suplicando «no, por favor, no», conforme seguía saliendo más y más. Ya había expulsado toda la comida de su estómago y ahora sólo salía líquido, un fluido hediondo y amarillento.

En la mesa, Margot y Brooke seguían analizando la obsesión de su amiga con la película. Brooke continuaba paseando su mirada de la puerta del baño de señoras al reloj.

—¿No lleva ahí ya mucho tiempo? —preguntó Margot.

—Sí, creo que sí —dijo Brooke.

Margot se levantó de la mesa y Brooke la siguió.

Aimee continuaba de rodillas delante del váter, con los píes sobresaliendo de la diminuta cabina. Una de sus sandalias se había caído y ella estaba llorando.

—Eh, Aimee, ¿estás bien? —preguntó Brooke con delicadeza mientras recogía la sandalia.

—No, he destrozado mi vestido.

—¿Puedo abrir la puerta del baño?

—Sí —dijo Aimee con un hilo de voz.

Brooke abrió la puerta, entró y rápidamente tiró de la cadena. Bajó la tapa y ayudó a Aimee a ponerse de pie. Aimee se sentó sobre la tapa del váter y Brooke le limpió las lágrimas de la cara. Margot entró a echar un vistazo.

—¿Estás bien, cariño?

—Sí. Sólo quiero irme a casa.

Margot extrajo una toalla de papel que estaba junto al lavabo y Brooke limpió el espeso fluido amarillo de la parte delantera del jersey azul de Aimee.

—¿Es por lo que he dicho sobre los orcos?

Aimee rió un poco, pero la acción estaba tan próxima al llanto que afloraron nuevas lágrimas.

—Voy a pagar la cuenta y a coger un taxi. Te llevaremos a casa —dijo Margot.

—Siento haberos arruinado el día.

—No te preocupes, cariño. A mí ya me habías arruinado el día cuando sugeriste ir a ver esas estúpidas películas.

Aimee gimoteó un poco, con temor a que la risa la oprimiera y le hiciera vomitar de nuevo.

—Creo que deberías ir al médico.

—Iré.

—Creo que deberías ir hoy.

—Me toca revisión la semana que viene.

Margot asomó la cabeza por la puerta del baño.

—Ya está aquí el taxi. ¿Necesitas ayuda para entrar?

Aimee se apoyó en sus amigas y caminó con dificultad hasta la puerta. Margot recogió en el mostrador las bolsas de comida para llevar que había comprado y luego las tres se subieron al taxi y llevaron rápidamente a Aimee de vuelta a su casa.

Margot hizo la cama con sábanas limpias y Brooke ayudó a Aimee a meterse en ella. Antes de que Aimee pudiera decir «me estoy muriendo de hambre», Margot vació las bolsas de la compra que contenían los restos de la comida, una tarta entera de chocolate, y cena para que Aimee se la tomara más tarde, cuando estuviera sola. También contenía varias botellas de agua mineral con gas, pero no de refresco.

—Gracias —dijo Aimee—. Muchísimas gracias a las dos.

Estuvieron hablando hasta bien entrada la noche, tocando cientos de temas. Cuando volvieron al tema preferido de Aimee, «menudo bicho raro que es esa Lux», Brooke se reveló contra el dominio de Aimee sobre el tema.

—A mí me cae bien —anunció Brooke.

—¡Aj, qué dices! —se rió Aimee, lamiendo la base del tenedor llena de tarta de chocolate—. ¿Cómo puedes ser amiga mía y a la vez suya?

Habría dicho más cosas, pero un intenso retortijón le indicó que otra oleada de vómito iba abriéndose paso. No quería acabar la velada con sus amigas en su habitación con la tarta en la cama por levantarse de un salto y correr al baño, así que se quedó sentada en silencio con la esperanza de que se le pasara y, milagrosamente, así fue.

—No apoyo que esté con Trevor —dijo Brooke.

—A Trevor no le hace ningún bien estar con ella —añadió Margot con tanta rapidez que Aimee se echó a reír.

—¡Margot! —se burló Aimee—. ¿Tú y Trevor?

—Somos amigos. Hubo un beso y nada más.

—¿Un beso? ¿Cuándo?

—Un par de meses después de que le dejara su mujer.

—¿Besa bien?

—Sí.

—¿Y luego qué ocurrió?

—Nada.

—¿Nada?

—Creo que entonces conoció a Lux.

—¡La golfilla esa! Te lo robó.

—¡Oye! —dijo Brooke—. Ella no sabía que nuestra Margot ya lo había reclamado.

«Nuestra Margot —pensó Margot—. Me gusta.»

—No lo reclamé para mí, Aims. Tan sólo le besé.

Aimee no respondió. Cuando sus amigas la miraron, ambas pensaron que se había puesto bastante pálida. Aimee estaba completamente centrada en sí misma y en la sensación ardiente que invadía su cuerpo. Algo se estaba rompiendo ahí dentro, en sentido literal, no metafórico. Aimee se quedó helada de dolor y cuando éste amainó por un momento, pataleó, empujando fuera de la cama a amigas, tarta y sábanas. Estaba sangrando.

Un taxi era demasiado arriesgado, una ambulancia tardaría veinte minutos en llegar. Margot llamó al servicio de chófer de la empresa; podrían estar allí en cinco minutos. Margot y Brooke condujeron a Aimee al ascensor en camisón. Un minuto después llegó el coche.

—Siéntate, siéntate detrás —le gritó Brooke.

—Margot, tú ve de copiloto
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y yo le sujetaré la cabeza aquí atrás.

—No, no, no, nada de disparos. Sólo está sangrando —le explicaba Margot al hospital—. Sí, de unos seis meses. Estamos a unas cinco manzanas del hospital. De acuerdo. Vale.

Margot cerró de golpe la tapa de su móvil y dio indicaciones al conductor.

—La entrada de urgencias está en la Séptima Avenida.

El conductor asintió con la cabeza y le tendió el recibo para que lo firmara. Margot firmó y puso el número de cuenta del Departamento de Marketing de la empresa.

—Todo va a salir bien —dijo Margot a Aimee mientras le firmaba al chófer. Brooke iba limpiando suavemente con las manos las lágrimas que derramaba Aimee y diciéndole lo mismo mientras la trasladaban a urgencias.

*

—Es demasiado pronto —dijo el joven médico examinando a Aimee—. Ella necesita de seis a ocho semanas más como mínimo antes de poder respirar por sí sola.

—¿Ella? —preguntó Aimee.

Margot y Brooke, apretujadas en la sala de reconocimiento, levantaron la mirada con sorpresa. Brooke aplaudió con alegría.

—Ay, lo siento. ¿Usted y su pareja no querían saberlo? Perdonen. No había leído el expediente completa Vaya, lo siento.

—No pasa nada —dijo Margot.

—Lo siento, os he arruinado la sorpresa a ambas —dijo el médico a Margot.

—Yo no soy su pareja —se rió Margot—. Sólo soy la amiga que la ha traído.

—¡A mí no me mire! —dijo Brooke al ver que el médico la miraba de esa forma que incita a semejante exclamación.

—Mi marido lleva unos días fuera de la ciudad —dijo Aimee sonriendo ante la idea de tener una hija.

—Bueno, pues debería volver, porque tan pronto como te estabilicemos, vas a tener que guardar cama hasta el final.

—¿Y eso qué implica exactamente? —preguntó Brooke.

—Nada —dijo el médico, como si «nada» fuera realmente algo grandísimo.

—¿Nada?

—No puede moverse en absoluto. Para empezar, le pondremos un catéter. La semana que viene puede empezar a levantarse para ir al baño, pero conforme salga, tendrá que volver inmediatamente a la cama.

—Y por supuesto se podrá levantar para comer —dijo Margot.

—No. Puede sentarse en la cama para comer, pero luego tendrá que volver a tumbarse.

—Pero no puedo —empezó a decir Aimee—. Mañana tengo que ir a trabajar. Tengo casos abiertos empantanando mi despacho. Hay abogados esperando mis gestiones. ¡No puedo hacer nada! ¡Perderé mi trabajo!

—Tu despacho seguirá ahí cuando vuelvas —dijo Margot—. Y el bufete cubre un cien por cien del salario para este tipo de incapacidades a corto plazo. Está recogido en el último convenio laboral. Ni siquiera te descontarán tus días de baja.

—¡Pero cómo se supone que voy a no hacer nada! —gimió Aimee sólo de pensarlo.

—No puedes forzar el cuello del útero o volverá a abrirse —le dijo el médico—. Su bebé pesa sólo un kilo trescientos. Sus pulmones aún no funcionan. Necesita ganar al menos otro kilo, o tendrá problemas. Llame a su marido. Va a pasar la noche aquí, y mañana también.

*

Aimee durmió mientras Margot llamaba. Luego llamó Brooke, intentando localizarlo.

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