El Código y la Medida (41 page)

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Authors: Michael Williams

Tags: #Fantástico

BOOK: El Código y la Medida
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Gunthar afirma que ignora por qué le dio la suya a Vertumnus. Los Crownguard lo llaman ahora traidor. Y lo han llamado cosas aún peores durante el invierno y parte de la primavera. E incluso lord Alfred dice que estaba embrujado o cosa por el estilo.

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Pero Gunthar piensa que fue algo más. Dice que, pese al alboroto y las acusaciones, se alegra de haber hecho lo que hizo.

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Fuera por lo que fuese, encantamiento o libre albedrío, desenvainó su espada y se la tendió a Vertumnus, que se desperezó, bostezó, y llegó de un salto al centro del salón, a menos de un metro de distancia de lord Boniface.

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Combate a muerte, ¿no?", preguntó lord Silvestre.

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No. Torneo cortés", contestó Boniface con nerviosismo, y enfundó su arma mientras Derek Crownguard esquivaba a un alce y se dirigía hacia el baúl donde se guardan las espadas de mimbre.

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Como desees", replicó Vertumnus. "Que sea combate de protocolo, pues, y que la verdad se apoye en el brazo armado del vencedor".

Caramon se echó hacia adelante. Era la parte de la historia que había estado esperando desde el principio.

Otik tosió impaciente detrás del mostrador. Era la hora de cierre, y los tres jóvenes no habían dado señal alguna de recoger sus capas y menos aún de dirigirse a la puerta de salida. El posadero empezó a silbar fuerte mientras limpiaba las mesas vacías, pero, al cruzar la sala, oyó algunas de las frases dichas por Sturm, y se calló, tan interesado como los gemelos en el relato.

Sturm cerró los ojos.

—Trescientos pares de ojos observaban expectantes cómo los dos hombres giraban uno en torno al otro, mientras las espadas de mimbre zumbaban en el aire enrarecido por el humo. Sé cómo es ese sonido. Yo mismo lo escuché hace ahora un año.

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Y, habiéndome enfrentado a los dos, puedo deciros cómo debió de empezar. Vertumnus manejaba el arma con fácil soltura, como un malabarista, en tanto que Boniface lo seguía con pasos pausados, acechantes, y movimientos más lentos, más fuertes. Habría apostado que era un combate equilibrado, entre iguales, aunque de estilos dispares.

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Habría perdido la apuesta. Gunthar me dijo que lord Silvestre dominó la liza desde el principio. Una, dos, tres veces frenó las arremetidas y golpes de lord Boniface; en la tercera ocasión dio una voltereta en el aire, aterrizó suavemente a espaldas de su adversario, y le propinó un azote en las posaderas con la parte plana de la espada de mimbre.

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¡Salsa para el ganso!", gritó Vertumnus con voz burlona, imitando el graznido de esta ave. Boniface enrojeció y cargó contra él. Esta vez, la espada de Vertumnus llegó al rostro del caballero y le propinó sendos golpes en cada carrillo antes de que Boniface tuviera rapidez o equilibrio para pararlos.

—¡Qué…, qué
insulto! —
exclamó Caramon encantado.

Sturm asintió en silencio, esforzándose por contener su propio deleite vengativo y sintiéndose culpable por ello.

—Gunthar dice que fue una indignidad, que estuvo tentado de volver la cabeza, pero que se alegraba de no haberlo hecho. Dice que, cosa sorprendente, por el rabillo del ojo advirtió que los hombros del Juez Supremo se sacudían por la risa contenida.

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Juguetonamente, Vertumnus acosó a su oponente por todo el salón, haciéndolo retroceder, mientras su espada zumbaba y silbaba. Tocó con la punta del arma el broche de la capa de Boniface y, con un giro de muñeca, lanzó el adorno por el aire y la prenda al suelo. Entonces el Hombre Verde se cambió la espada a la mano izquierda, se cubrió los ojos con la derecha, y luchó con el mejor espadachín de Solamnia sin moverse del mismo punto. Incluso sin ver, ejecutó unos movimientos impecables que contuvieron los ataques veloces y diestros de lord Boniface.

Caramon soltó un silbido. Otik volvió a toser y se recostó en la mesa cercana a la de los muchachos, con el paño húmedo en sus carnosas manos.

Volcado en la historia, Sturm estaba más allá del miramiento y la cortesía. Con un suspiro, Otik se sentó detrás de Caramon y escuchó el resto del relato.

—En los rincones más apartados del salón, deslumbrados por el despliegue de destreza y fanfarronería de lord Silvestre, algunos de los caballeros más jóvenes empezaron a aplaudir. Vertumnus se movía con la gracia felina de un hombre más joven, y la mano de la espada, fulgurante con una temeraria brillantez, fintaba atrás y adelante bajo la luz de las antorchas, mientras la hoja silbaba y cantaba como una flauta.

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Y esto es lo que me dijo lord Gunthar, y todos los caballeros vieron que ocurrió de este modo: de repente, las viejas paredes de la sala del consejo crujieron, se desmoronaron y reventaron ante el empuje de la vegetación. De las antiguas baldosas brotaron árboles: arces, robles y endrinos. Vertumnus caminó hacia Boniface con movimientos pausados, agitando su espada de mimbre a derecha e izquierda.

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Entonces Boniface se dio media vuelta hacia la puerta más cercana, pero allí estaba un hombre muy viejo, de barba blanca y adornado con verdes guirnaldas, que le impedía la huida. Boniface fue de un lado a otro, entrando y saliendo de las sombras. La mortecina luz de las antorchas arrancaba destellos en su armadura, en su rodela ceremonial. Entretanto, el anciano sacó una trompa y lanzó un toque llamando a la caza.

—¿Stephan? —aventuró Raistlin, con una sonrisa irónica.

Sturm asintió con un cabeceo.

—Gunthar lo reconoció al instante. También debió de reconocerlo Boniface, porque tuvo que agarrarse a una silla para recuperar el equilibrio.

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En la puerta, lord Stephan adoptó una posición de esgrima de estilo muy personal. "¡Que el follaje se convierta en fiel contraste, lord Silvestre!", bramó, y un nervioso escudero que estaba cerca soltó una risita y luego enmudeció. "¡Y que las piedras del castillo Brightblade levanten su voz contra Boniface de Foghaven!"

—¡Por Paladine, está tomando visos de una verdadera trifulca! —exclamó Otik por detrás de Caramon.

Los tres compañeros se volvieron sorprendidos hacia el orondo posadero, que se puso colorado e hizo un ademán a Sturm.

—Adelante, muchacho. La noche es joven, aunque la posada esté cerrada.

Sturm inclinó la cabeza y reanudó la historia.

—Vertumnus giró sobre sí mismo, siguiendo con la mirada a su adversario «con serenidad y desdén», en palabras de Gunthar. Arrancó una rama de olivo de la densa vegetación y la extendió hacia los caballeros que estaban en el estrado, quienes se apartaron a medida que Boniface retrocedía entre los sillones, con la espada todavía levantada.

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Abandonado a su suerte, el caballero miró de reojo hacia la salida sumida en sombras, situada detrás del estrado y cubierta por un biombo de madera. Allí también había alguien vigilando, alguien verde y joven y extrañamente familiar…

Sturm sonrió al pensar en Jack Derry. En silencio, deseó lo mejor a su joven amigo.

—Así pues, no tenía vía de escape. En el abarrotado salón, en medio de la Orden, Boniface Crownguard de Foghaven interpretó su última escena, de acuerdo con la Medida.

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En nombre de la Medida, lord Vertumnus", dijo con voz fuerte, firme y combativa, que se alzó sobre el murmullo de los caballeros y el sonido de cornetas y tambores de las ninfas, que habían empezado a tocar otra vez en las vigas de la sala del consejo. "Insisto en que luchemos con las reglas de la Orden Solámnica".

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Muy bien", aceptó el Hombre Verde. "Una medida es tan buena como cualquier otra, en mi opinión".

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Entonces Boniface bajó del estrado y las espadas de mimbre se cruzaron por última vez.

Sturm hizo una pausa. Bebió un sorbo de té y contemplo absorto la chimenea.

«Si alguna cosa has aprendido, Sturm Brightblade, ha sido cómo contar una historia», pensó Raistlin.

—Casi desde el principio —continuó el joven solámnico—, el resultado era evidente. Boniface cayó dos veces, tropezando con las mismas reglas que tan bien conocía.

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Su espada parecía pesada, sus movimientos esforzados, y, aunque el arma del Hombre Verde se movió también despacio al principio, fue ganando rapidez e inspiración. Lord Silvestre combatió con código y regla, un maestro de esgrima tan preciso como uno pueda imaginar o soñar, y, a pesar de ello, lord Gunthar me dijo que Vertumnus encontró el hueco para fantasear, explorar e inventar.

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Boniface cayó la primera vez cuando tropezó con los escalones del estrado. Resbaló hasta pararse al pie del sillón de lord Alfred, arrastrándose sobre manos y rodillas, y la espada de mimbre se le escapó de los dedos y fue a parar cerca de la puerta de servicio, donde Jack Derry salió de las sombras y empujó el arma con el pie, lanzándola hacia Boniface.

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El caballero se incorporó, recogió la espada, y se volvió hacia Vertumnus, que se había quedado atrás educadamente, esperando a que su adversario se recobrara. Trabaron las armas una, dos veces, y después Vertumnus atacó con una serie de golpes y arremetidas, desarmó a Boniface, y, antes de que el caballero tuviera tiempo de agacharse y apartarse a un lado, tocó con la punta roma de la espada su garganta, en el hueco debajo de la nuez.

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Puedes dar gracias, Boniface, porque, aunque seas un traidor a tu Orden, no eres un asesino competente —anunció Vertumnus—. Pese a que tu dinero y tus mañas interceptaron el paso desde el castillo Di Caela al castillo Brightblade con cuatrocientos bandidos, no eres un asesino. Agion Pathwarden tendría que haber visto que se preparaba una emboscada… y habría tenido el suficiente sentido común para darse media vuelta. Fue la casualidad lo que lo llevó a la muerte aquella noche invernal, en medio de la rebelión y el asedio".

—¿Qué? —exclamó Caramon—. ¡Vaya, así que Vertumnus…!

—¡Le dio a Boniface una salida! —se maravilló Raistlin—. ¡Qué curioso! ¿No lo comprendes, hermano? ¡La Medida castiga la traición con el destierro, y el asesinato con la muerte!

Sturm sonrió.

—Para ser tan… crítico con la Orden, conoces muy bien sus reglas, Raistlin. Con esa alegación, Vertumnus se aseguró de que Boniface recibiera su castigo y al mismo tiempo lo perdonó.

—No lo entiendo —dijo Caramon.

—Tampoco yo —abundó Otik, detrás de él.

Raistlin puso los ojos en blanco.

—Es simple, a mi entender. Todo lo que tenía que hacer Boniface era admitir que había hecho un trato con esos bandidos, como Sturm nos contó que había hecho, y después decir que
no tenía intención
de causar daño alguno a Agion Pathwarden o a ninguno de sus caballeros. El cargo por traición persistiría, pero la pena capital por asesinato sería… desestimada por la Orden. Sin embargo, a mí también se me escapa la razón por la que Vertumnus dejó libre a quien lo traicionó en el pasado para que viviera tranquilamente en un cómodo exilio, en alguna región lejana.

—Entonces escucha el resto de la historia —dijo Sturm.

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Ciertamente, las siguientes palabras que el Hombre Verde dirigió a Boniface fueron una advertencia: "Puedes elegir", dijo alzando la flauta en el oscuro salón. "¡Pero elige bien!"

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Pero el cargo por traición es peor, aunque la pena sea solo el destierro. Aun cuando el asesino cuelga de la soga, el ser declarado traidor es mucho peor. No soportaré semejante carga mientras viva. No", declaró Boniface en voz alta, llenando la estancia con su confesión. "Me atendré a la espada y caeré donde he vivido, en los brazos de la Medida. Agion Pathwarden y su guarnición están muertos, y yo los maté a todos y planeé el asesinato. Podré ser un asesino, pero juro que nunca he traicionado a la Orden".

—¡El muy necio! —exclamó Raistlin—. Con la libertad al alcance de la mano y… ¡Fue un suicidio por atenerse a las reglas!

—O quizás algo más —dijo Sturm—. Por mi vida, no estoy seguro de si fue una necedad, o el final más noble que podía elegir.

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Sea como sea, Boniface se alejó del estrado con pasos tranquilos y desde el centro de la sala explicó a todos los presentes su culpa en el asesinato de Agion Pathwarden. Horrorizado por lo que había pasado, Gunthar miró fijamente a lord Silvestre, quien le devolvió la mirada con gesto severo. Gunthar dice que los ojos de Vertumnus eran «opacos e insondables», y que sospecha que Vertumnus vio los suyos igual.

La larga pausa que siguió señaló el final de la historia. Pasados unos minutos, Otik se levantó y volvió a sus tareas, y los tres compañeros se miraron unos a otros.

Permanecieron callados, casi de un modo reverente. Después Caramon echó una capa sobre los hombros de su hermano. Juntos, los tres amigos salieron a la noche, y, por la mañana, los primeros transeúntes pudieron distinguir claramente el punto donde sus caminos se separaron por las huellas marcadas en la nieve.

* * *

Pero hubo más en la historia que Gunthar no contó al hijo de su viejo amigo, otros detalles que prefirió callar, sospechando que, si se lo decía a alguien, incluso a Sturm, seria traicionar un recuerdo muy querido.

Los caballeros habían conducido ceremoniosamente a Boniface fuera del salón mientras el sonido de la flauta se apagaba. Cuando cambiara la estación, se levantaría el patíbulo en el patio de la Torre y muy pocos, aparte de los presentes en el salón, conocerían la razón por la que Boniface Crownguard de Foghaven sería colgado el primer día de primavera. Pocos lo sabrían, pero los cargos que tenía la Orden contra él eran poderosos, y subiría los peldaños del patíbulo desafiante, impávido, vestido con su reluciente armadura.

Pero eso estaba todavía por acontecer la noche de Yule, cuando Vertumnus se rezagó con la comitiva, una hora después de que los guardias sacaran escoltado a Boniface. Despidió a las ninfas, a los centauros, a la druida y al oso, y lord Silvestre tocó su flauta una última vez para los componentes de la Orden. Fue una serenata breve y melancólica, y caballeros, escuderos, pajes y sirvientes permanecieron sentados, extasiados, mientras lord Silvestre los reconfortaba y sostenía con su melodía.

Corre de boca en boca una historia, referente a lo que ocurrió a continuación. Se dice que Vertumnus acometió la interpretación de una música tan antigua que unos árboles nuevos, árboles que no se habían vuelto a ver desde la Era de los Sueños y que se conocían sólo por los cantos de los bardos, brotaron en el suelo del salón, y los caballeros supieron sus nombres sin preguntarlos, insinuados por un extraño y salvaje impulso de la música.

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