El coleccionista (23 page)

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Authors: Paul Cleave

Tags: #Intriga

BOOK: El coleccionista
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—Debemos volver a registrar el despacho —digo sin dejar de mirar por la ventana. Hay una pareja de estudiantes dándose el lote a la sombra de un árbol a la vista de todo el mundo. Se dan cuenta de que los demás los miran y empiezan a convertirlo en un espectáculo. Me entran ganas de echarles un cubo de agua fría por encima.

—Ya lo hemos registrado —dice Schroder.

—Sí, pero con la idea de descubrir qué le ha pasado a Cooper. Lo veíais como una víctima.

—Y no como un sospechoso —concluye—. ¿Dónde demonios las has conseguido? —pregunta.

—Estaban en una tarjeta de memoria. La encontré en casa de Cooper.

—Dios mío, Tate. ¿Y no se te ocurrió mencionarlo antes?

—Lo cierto, Carl, es que no; se me había olvidado completamente —digo antes de chasquear la lengua—. ¿Por qué diablos siempre tienes que presuponer lo peor?

No responde.

—Lo siento —le digo, antes de contarle cómo encontré la tarjeta—. Y si no hubiera llegado allí a tiempo, habría quedado destruida como todo lo demás y no las tendrías —añado, señalando la pantalla, en la que se ve a Emma Green tendida en el suelo con las manos atadas a la espalda. En una foto llevaba la ropa con la que desapareció, en la siguiente está desnuda. Tiene los ojos tapados con cinta americana, pero la boca no.

—Ni siquiera sabías que había una conexión.

—No sabemos que aún siga viva —dice Schroder.

—Pero no tenemos ningún motivo para sospechar lo contrario. ¿Qué pasa si interrumpieron a Cooper? ¿Qué pasa si estaba planeando volver?

—¿Volver? ¿Crees que las fotos no se tomaron en su casa?

Niego con la cabeza.

—Lo dudo. No está amordazada. Estas fotos las tomaron en algún lugar en el que nadie pudiera oírla gritar.

—Lo sabremos pronto si encuentran algún cadáver entre los restos del incendio.

—Oye, Carl. Hay otra conexión.

—¿Con quién? —pregunta. Le paso el expediente—. Natalie Flowers —dice, mientras contempla la imagen—. ¿Quién es? ¿Otra alumna de Riley?

—Lo era.

—¿Era? ¿Qué ocurrió, ella también desapareció?

—En cierto modo, sí.

—¿Quieres ser más concreto?

—Mira la foto más de cerca.

Lo hace, pero aun así tampoco lo comprende.

—¿Qué se supone que tengo que ver? ¿Crees que también fue Riley quien se la llevó?

—Eso creo. Solo que las cosas no sucedieron del mismo modo que con Emma Green. ¿No la reconoces?

—¿Debería?

—Sí.

—Bueno, no te andes con más rodeos —dice—, simplemente dime lo que tengas que decirme.

Así que se lo digo. Cualquier color que haya podido recuperar su cara desde que ha visto las fotografías de Emma por primera vez vuelve a desaparecer repentinamente. Se acerca más para apreciar mejor la imagen y lentamente empieza a asentir. Le explico lo del profesor Mono, que Riley se ausentó del trabajo hace tres años por motivos de salud, en la misma época en la que su esposa lo abandonó, en la misma época en la que Natalie Flowers desapareció. Le cuento la cadena de acontecimientos por los que he solicitado el expediente.

—Dios —dice, y de momento es lo único que consigue articular—. ¿Crees que Melissa X está implicada en esto de algún modo? ¿Crees que es la que ha secuestrado a Cooper?

—No lo creo. Ninguna de sus víctimas recibió un disparo de Taser y no fue ella la que le prendió fuego a la casa.

Schroder se pone unos guantes de látex. Abre los cajones y empieza a registrarlos. Luego los saca completamente y los va dejando sobre la mesa. Mira detrás y debajo de los cajones para ver si hay algo pegado con cinta adhesiva, donde nadie pueda verlo. La gente siempre se cree más lista cuando esconde las cosas en ese tipo de sitios, bajo los cajones, bajo la alfombra, detrás de los libros, por encima de un falso techo o dentro de la cisterna del váter. Son lugares que un policía no habría registrado porque antes Cooper Riley no era más que un tipo que había desaparecido. No era un tipo que conoce a Melissa X ni era un hombre que había atado a Emma Green y la había fotografiado.

—¿Y qué pasa con el coche? —pregunta—. La pintura del contenedor. El testigo dijo que salió del aparcamiento a toda prisa y la cronología de los hechos demuestra que lo vio después de que Emma terminara su jornada.

—No lo sé —admito.

—Tal vez no estén relacionados —sugiere.

—Sí, es posible, pero como ya has dicho tú mismo, sucedió más o menos a la misma hora. —Me pongo de pie sobre la mesa apoyando todo el peso en la pierna derecha y empujo una de las placas del techo.

—¿Qué demonios haces, Tate? Deja que me encargue yo de eso —se ofrece Schroder.

Meto la mano por el hueco del falso techo y rezo para que no me muerda una rata. Busco con los dedos pero no encuentro nada. Mi rodilla se queja un poco cuando Schroder me ayuda a bajar. Él sigue buscando por debajo de los cajones. Aparto el archivador de la pared. Hay una memoria USB pegada con cinta a la parte trasera. Pensaba que Cooper sería distinto porque imaginé que sabría dónde no hay que esconder las cosas, pero o bien pensó que la policía no llegaría a registrar este lugar, o bien creyó que este escondite sería más que suficiente. Se la muestro a Schroder y este deja de buscar. Se la doy y nos quedamos uno al lado del otro, mirándola fijamente. Es como si pudiéramos evitar que las malas noticias que puedan esperarnos ahí dentro sucedan si no la abrimos. Porque sabemos que serán malas noticias, los dos llevamos suficiente tiempo en esto para intuir lo que estamos a punto de descubrir. El horror no consiste en ver las imágenes, el horror está en la cantidad. ¿A cuántas más debe de haber matado Cooper?

Schroder conecta el lápiz de memoria en el ordenador y pasamos por el mismo proceso que he pasado yo antes con la tarjeta de la cámara. Se carga la primera imagen, luego hace «clic» en la flecha para acceder a la segunda y luego a la tercera. Hay treinta imágenes en total. Todas de la misma chica. Es horrible considerarlo una suerte, pero así es como lo vemos. Asustada y vestida al principio, desnuda y muerta al final. Las fotografías son una progresión de la última semana de vida de esa chica, según las marcas de fecha y hora de las fotos. Aparece tendida en el mismo suelo que Emma Green. Las fotos forman una secuencia, verlas es como leer una historia. La secuencia muestra a la chica cada vez más pálida a medida que transcurren los días. Pierde peso, le salen ampollas, un sarpullido en la cara y unas ronchas de muy mal aspecto en el resto de la piel, como si la hubieran golpeado. Siete días de infierno. Siete días sabiendo que vas a morir pero rezando para que todo se solucione. Tiene cinta americana en los ojos en todas las fotos excepto en la última. A Cooper le gustaba la idea de que no lo vieran, pero de poder conversar. Apuesto a que a ese cabrón le encantaba oírlas llorar o suplicar por sus vidas.

—Está viva —le digo.

—¿Qué? —pregunta, perdido en sus cavilaciones.

—Digo que está viva. Emma Green. Si piensa hacerle lo mismo que le hizo a esta chica, entonces…

—Jane Tyrone —dice Schroder.

—¿Qué?

—El nombre de esa chica —dice mientras golpea la pantalla con un dedo—. Desapareció hace casi cinco meses, trabajaba como cajera en el banco que atracaron justo antes de Navidad. Una mujer recibió un disparo y murió.

—¿Pensabas que estaba implicada en el atraco?

Niega con la cabeza.

—No. Desapareció tres meses antes del atraco. Encontraron su coche abandonado en un aparcamiento de varias plantas del centro. Las llaves de la chica estaban en el maletero junto a rastros de sangre. Sea lo que sea lo que le pasó, empezó allí. —Se vuelve hacia la ventana y fija la mirada en la misma vista que he estado contemplando yo antes—. La retuvo durante una semana —dice—. Durante una semana la chica estuvo suplicando que la encontráramos y no lo hicimos.

—Emma Green está suplicando ahora por lo mismo —le digo—. Vamos, Carl, todavía debe de seguir con vida. Tenemos dos fotografías de Emma tomadas con la cámara de Cooper. Aún no las había copiado en el lápiz de memoria. No ha acabado con ella.

—¿Y Melissa X?

—Estoy pensando que tal vez hace tres años ella fue la primera víctima de Riley, pero algo debió de salir mal y acabó atacándolo ella a él. Él no dijo nada porque ¿qué querías que dijera? ¿Que una mujer lo atacó mientras intentaba violarla y matarla?

—¿Crees que eso es lo que provocó que ella empezara?

—No lo sé —digo—. Puede que le cogiera el gusto a cometer atrocidades y simplemente decidiera continuar haciéndolas. En cualquier caso, creo que no hay imágenes de ella porque fue la primera y se trató de un acto impulsivo. Después de aquello, Cooper tuvo demasiado miedo para volver a intentarlo. Y tardó tres años en recuperar el valor necesario para ello.

—Entonces, ¿qué demonios le ha sucedido? ¿Quién ha secuestrado a Cooper y ha incendiado su casa?

—Tal vez alguien que hubiera sufrido por culpa de Cooper en el pasado. Otra cosa que no tiene sentido, ¿por qué pasó un día entre el secuestro de Cooper y el incendio de su casa? ¿Y por qué quienquiera que fuese utilizó el coche de Emma Green?

—¿Y no te parece que Cooper podría haberle prendido fuego a su propia casa para intentar eliminar cualquier prueba, que haya simulado el secuestro y luego haya escapado?

—No tenía motivos para hacerlo —respondo—. Nadie sospechaba de él. La única razón por la que se ha convertido en sospechoso es porque no ha venido a trabajar. ¿Y por qué tendría que prenderle fuego a su casa y dejar todo esto —digo, mientras señalo las fotografías— en su despacho?

—No estaban precisamente a la vista.

—Aun así, no habría incendiado su casa para intentar eliminar pruebas de un sitio sin deshacerse también de la memoria USB que escondía en otro lugar.

—Podría haberlo hecho si hubiera matado a la chica en su casa —sugiere Schroder.

—No se habría dejado la cámara delante de la casa. Además, tenemos un testigo que vio cómo se lo llevaban. Y lo que vi eran sin lugar a dudas etiquetas identificativas de una Taser.

—De acuerdo, ¿y qué pasa con Donovan Green? Podría haberlo hecho él.

—Es posible —respondo—. Pero entonces, ¿por qué acudió a mí?

—Porque necesitaba una coartada. Quería aparentar que no tenía ni idea de lo que le había ocurrido a su hija. ¿Lo crees capaz de hacer algo así?

—No lo sé —digo, e intento recordar cuando intentó matarme, el año pasado. Sin duda, Donovan podría haberlo hecho. Pero Donovan Green esperaba que yo le diera un nombre. Supongo que también es posible que él ya tuviera el nombre, que ya hubiera matado a Cooper Riley, que se hubiera dejado llevar por el pánico y acudiera a mí para empezar a urdir una trama que lo hiciera pasar por inocente. Pienso en su mirada, en la nefasta determinación que tenía por ponerle las manos encima al tipo que le había hecho daño a Emma. No, él no sabía quién se había llevado a su hija. Estoy seguro de ello—. Donovan Green no habría matado a la única persona que sabe dónde está su hija.

—Tal vez lo esté torturando para descubrirlo.

—No fue él quien prendió el fuego.

—Podría haber contratado a alguien.

—Entonces, ¿por qué tendría que haber usado el coche de Emma para desplazarse?

Schroder no tiene respuesta para eso.

—¿Habéis investigado si hay alguna relación entre los dos incendios? —pregunto.

—Podría haber algún tipo de conexión entre Cooper Riley y Pamela Deans, pero en cualquier caso sería una conexión muy vaga.

—¿Quieres compartirla conmigo?

—Mira, Tate, tengo que informar de todo esto. Deberías marcharte. Si te encuentran aquí cuando lleguen los agentes, conseguirás que me despidan.

—¿Me llamas luego?

Schroder asiente.

—Te tendré al corriente, más tarde te pongo al día. Tate, has hecho un buen trabajo con el asunto de Melissa X —dice—. Si gracias a lo que has descubierto conseguimos detenerla, no te preocupes, puedes contar con el dinero de la recompensa.

Vuelvo a mirar las fotografías.

—No hago esto por el dinero —le digo.

—Lo sé. Pero lo necesitas.

Me dirijo de nuevo al vestíbulo y cierro la puerta al salir. Pienso en las chicas que pasan por estas salas y en lo cerca que han estado de convertirse en la siguiente víctima de Cooper.

Donovan Green vuelve a llamarme antes de llegar al aparcamiento. El cielo ya no es del todo azul. Hay nubes blancas hacia el norte y está completamente cubierto hacia el este, la capa de nubes se extiende por encima del océano a lo largo del horizonte. La temperatura debe de haber bajado unos grados, además. Respondo a la llamada de Green y lo pongo al día. No le cuento que he encontrado fotografías de su hija atada y desnuda. No comparto con él mi teoría de que tal vez siga con vida. Lo último que quisiera es alimentar falsas esperanzas y luego tener que enfrentarme a él con la peor noticia de su vida al día siguiente. Le digo que hemos hecho progresos, que tengo algunas pistas y que espero poder saber más muy pronto.

Vuelvo a casa. El tráfico de hora punta me demora más de lo normal y nada más llegar a casa me preparo un café bien cargado y enciendo el ordenador. Me conecto a internet. La lluvia empieza a salpicar las ventanas, solo un par de gotas de vez en cuando. Me levanto y las cierro, la brisa que entra es cálida y cargada. El viento mece los árboles que se ven desde la ventana del estudio y barre por el césped las hojas que se han adelantado al otoño y han caído antes de tiempo. El cielo ya no es azul, pero tampoco hay nubes blancas, solo oscuridad en todas las direcciones. Salgo fuera cuando la lluvia empieza a caer con fuerza y no soy el único. Hay vecinos en la calle, mirando hacia el cielo con los brazos extendidos en cruz y sonriendo. Durante unos días interminables, esta ciudad parecía a punto de arder y ahora mismo todo va bien. Los niños ríen. La gente baila en corro. Es pura felicidad y es contagiosa. Yo también me echo a reír. Dejo que se me empape la ropa, es la primera vez que me llueve encima en cuatro meses, y tal como me ocurrió ayer con la puesta de sol, nunca había visto una lluvia tan preciada. Cuando cae el primer relámpago, vuelvo dentro y el trueno recorre la ciudad, lo suficientemente fuerte como para que los cuadros de las paredes tiemblen. La casa se ilumina como si la fotografiaran con flash cada vez que cae un relámpago dispuesto a partir el cielo por la mitad. Me seco y me cambio los vendajes de los pies y de la mano antes de sentarme frente al ordenador.

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