El coleccionista (19 page)

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Authors: Paul Cleave

Tags: #Intriga

BOOK: El coleccionista
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—¿Por qué no llamaste a la policía?

—Porque estaba… ya sabes, no estaba muy seguro de lo que había visto y además habríais acabado arrestándome. Al final lo olvidé, hasta que su casa, bueno, pues se ha incendiado, ¿no? Y, joder, eso impacta, realmente impacta. Bueno, el caso es que he pensado que tenía que contártelo.

Me entran ganas de comprobar si el vendaje de la mano me protegería los nudillos como un guante de boxeo.

—¡Deberías haber avisado ayer mismo!

—No quería meterme en problemas. Tenía que, bueno, ya sabes, terminar lo que estaba haciendo. Dios, qué hambre tengo —añade.

—Mierda.

—Eh, tío, no te lo tomes así —dice, con las manos en alto—. ¿Crees que el profesor Mono estará bien?

—¿Qué?

—Que si crees que estará bien.

—¿Cómo lo has llamado?

—Profesor Riley.

—No. Has dicho otra cosa.

—Ah, sí —dice, y empieza a sonreír—. No se lo cuentes, pero a unos cuantos vecinos nos gusta llamarlo profesor Mono. Ya sabes, por lo de su accidente.

—¿Qué accidente?

Se echa a reír.

—Tío, no está bien que me ría, pero bueno… el que tuvo… déjame pensar, fue hace tres o cuatro años. Sí, cuatro años, creo; o no, igual eran tres. A ver, llevo aquí cinco años. Y me gusta este sitio. ¿Sabes cómo me compré la casa? ¿A que no lo sabes?

—¿De qué accidente estás hablando?

—Me tocó la lotería, colega. ¿Qué decíamos?

Ahora también me entran ganas de liarme a patadas con él.

—El accidente. ¿Qué ocurrió? —le digo, para recordárselo.

—Ah, sí. Bueno, en realidad no sé cómo ocurrió, pero tengo un amigo, ¿vale?, y su novia trabaja como enfermera en el hospital, ¿vale?, y le contó que había reconocido a Cooper porque había sido alumna suya en algún momento —dice—, y… ¿por dónde iba? Ah, sí, bueno, que el profesor había dio al hospital porque se le había roto un huevo.

—¿Qué?

—Sí, la novia de mi amigo dijo que lo tenía aplastado, como un huevo de verdad. Tuvieron que quitárselo.

—¿Fue una agresión?

—Él dijo que se lo había pillado con una puerta, pero ¿cómo coño se pilla uno los huevos con una puerta? —Extiende las piernas y echa la pelvis hacia delante mientras intenta girar el cuerpo—. Tendrías que… ya sabes, tener una pierna fuera, así —dice—. Tal vez si la puerta se cerrara de golpe y estuvieras…

—Me gustaría hablar con esa enfermera.

—Pues lo tienes claro, tío.

—¿Qué?

—Que no podrás. Robaba material médico y medicinas, de las que no se venden sin receta. Se lo vendía todo a un paciente que acabó muriendo. La pillaron y se suicidó porque no quería ir a la cárcel. Fue muy triste, colega, muy triste. Tenía unas peras impresionantes —dice, y se lleva las manos al pecho con expresión triste.

—¿Y eso fue…? ¿Cuándo tuvo el accidente? ¿Hace tres años? ¿Cuatro?

—¿Qué importa?

Importa porque Schroder dijo que Cooper se divorció hace tres años y podría haber alguna relación entre los dos hechos.

—¿Ves a ese tipo de ahí? —digo, y señalo a Schroder.

—¿Otro poli?

—Ve y cuéntale lo mismo que me has contado a mí. Resultará útil.

—Vale, tío. Ahora voy —dice, pero se marcha en dirección opuesta y se aleja de Schroder.

Consigo doblar la rodilla lo suficiente para sentarme frente al volante. Por suerte, el coche es automático. Cuando arranco el coche, la casa sigue humeando. Pienso en la enfermera que robaba píldoras, en cómo la pillaron y decidió quitarse la vida y me pregunto si algo de lo que me acaban de contar es cierto. La pierna me duele horrores, pero es demasiado pronto para tomarme otro de los calmantes que me ha dado el tipo de la ambulancia. El año pasado estuve enganchado a la bebida; no llevo tanto tiempo fuera de la cárcel para engancharme ya a otra cosa. El tráfico en las calles alrededor del incendio es muy denso, y también hay bastantes coches aparcados, pero cuando consigo salir de allí la conducción se vuelve mucho más sencilla. Paso junto a una gasolinera y veo que el encargado está encaramado a una escalera, cambiando los precios del rótulo, subiendo cinco céntimos más el litro de gasolina. Llamo a Schroder al móvil.

—Has buscado los antecedentes penales de Riley, ¿verdad?

—Correcto.

—¿Has visto si ha denunciado alguna vez algún delito?

—¿Qué?

—¿Ha sido víctima de algún delito?

—¿Qué tipo de delito?

—Búscalo. Si sale en los registros encontrarás los detalles. Si no lo encuentras, llámame y te lo contaré yo. Y otra cosa. La casa de Riley estaba empapada de gasolina. Tal vez deberías preguntar en las gasolineras. Quién sabe si alguno de los encargados recuerda haber ayudado a alguien a llenar unos recipientes con gasolina.

Es demasiado temprano para encontrar tráfico de hora punta, la mayoría de los que están en la carretera son padres que van a buscar a sus hijos a la escuela. Hay grupos de niños circulando en bici con las mochilas a la espalda y las camisas por fuera de los pantalones, gritándose, insultándose y riendo. Otros van andando, arrastrando los pies por la acera. Encienden cigarrillos y practican lo que se supone que está de moda hoy en día. Llego a casa, aparco frente a la puerta y apoyo el peso en mi pierna buena. Ya casi he llegado a la puerta cuando veo a Daxter. Está echado frente a la puerta.

—Eh, Dax —digo, pero Daxter no responde—. ¿Dax?

No se mueve. Cuanto más me acerco, más se me rompe el corazón y más despacio camino.

—¿Estás bien, compañero? —pregunto, aunque sé que no es así.

Daxter está echado sobre un costado, tendido en una posición inusual. Me cuesta horrores agacharme junto a él, pero finalmente lo consigo deslizando hacia un lado la pierna que no puedo doblar. Toco a Daxter con la mano y me doy cuenta de que no está todo lo caliente que debería estar. Lo sacudo un poco pero no se mueve. La cabeza le cuelga, por lo que le agarro la cara y se la vuelvo hacia mí. Tiene los ojos entrecerrados y sangre en un lado. Lo recojo y noto que pesa más que de costumbre, está flácido, la fuerza de la gravedad tira de todos y cada uno de sus miembros hacia abajo, tiene varias costillas rotas que le han cambiado la forma del cuerpo. Me apoyo en la pared de mi casa y sostengo a Daxter en brazos, lo presiono contra mi pecho y lo acaricio, le rasco bajo la barbilla y sobre la cabeza. Las lágrimas se me acumulan en los ojos y me veo incapaz de contenerlas. Tardo un minuto más o menos en darme cuenta de que tengo el regazo mojado y cuando levanto a Daxter observo que es orina y agua que sale de su cuerpo. Lo acerco a mi pecho y arrimo mi cara a la suya, completamente consciente de que estoy abrazando a un gato muerto y que debo de parecer loco, pero incapaz de hacer otra cosa. Compramos a Daxter para Emily hace cinco años y era más de ella que mío o de Bridget. Tras la muerte de Emily, Daxter no volvió a ser el mismo. Siempre lo encontraba durmiendo en la habitación de Emily y solo merodeaba por el resto de la casa cuando tenía hambre o cuando buscaba desesperadamente que le hicieran caso. Daxter ahora está con mi hija y me he quedado completamente solo.

Atravieso la casa con Daxter en brazos en dirección a la parte trasera del jardín. Me cambio de pantalones y los sucios los tiro a la basura, porque además de estar empapados en orina se me han chamuscado en el incendio. Encuentro la pala en el garaje. Cavo un hoyo, no sin dificultades, y me duele, pero necesito sentir ese dolor. Jamás debería ser fácil enterrar a alguien a quien quieres. Es la primera tumba que cavo desde hace más de un año y sin duda alguna es la más pequeña que he cavado jamás con diferencia. He elegido un lugar cercano a la valla trasera, frente a la terraza, bajo un arbolito cuyas raíces son lo suficientemente pequeñas para no impedirme cavar el hoyo. El suelo es más duro cuanto más profundizo. La tierra queda amontonada sobre el césped, cada vez más oscura. Cuando el hoyo es lo suficientemente profundo, entro en la casa y vuelvo a salir con una camisa que no volveré a ponerme. Envuelvo a Daxter en ella y procuro dejarlo en una posición en la que parezca dormido, intento dejarlo de lado, con el lomo ligeramente curvado y las garras delanteras frente a la cara, cubriéndole los ojos, como solía ponerse. Recojo un poco la camisa para poder levantarlo y vuelvo a tener la sensación de que pesa más de lo que debería. Lo meto dentro del hoyo y me veo incapaz de seguir conteniendo las lágrimas. Cubro de nuevo el hoyo, apisono la tierra y me siento en la terraza a pensar si ese sería el lugar que Daxter habría elegido para que lo enterraran en caso de haber podido elegir.

Miro fijamente la tumba y vuelvo a emocionarme. Las lágrimas no tardan en brotar. Daxter ha sido un miembro más de la familia desde el día en que lo compramos y ahora es otro miembro de la familia que he perdido.

20

Adrian está agotado. La parada que ha hecho en casa de Theodore Tate ha prolongado una hora más su salida. La casa estaba al final de un callejón sin salida y la valla trasera daba a una calle distinta. Ha podido observar el jardín a través de un agujero. Ha visto cómo Tate cavaba en el suelo con una pala, pero no se ha quedado por allí después de eso. Ya estaba tentando la suerte lo suficiente. Había aparcado en una de las calles colindantes, unas manzanas más allá, con la certeza de que Tate no pasaría por allí con el coche, y había matado el tiempo recorriendo la calle arriba y abajo, intentando no llamar la atención mientras esperaba. Supuso que todo el mundo estaría demasiado ocupado aguantando el calor como para que alguien reparara en él. Y realmente estaban demasiado ocupados para prestarle atención cuando convenció al gato para que se le acercara. A Adrian se le dan bien los gatos. Siempre se le han dado bien. Pensaba que tenían alguna especie de sentido que podía alertarles acerca de lo que podía hacerles, pero al parecer no era así. Era raro. No tenía la seguridad de que el gato perteneciera a Tate. Estaba en su jardín, pero los gatos suelen pasearse por los alrededores. Simplemente se la había jugado y, a juzgar por la reacción de Tate, la jugada le había salido bien.

Vuelve a casa mucho más tarde de lo que quería. Cooper estará enfadado por haberlo hecho esperar tanto tiempo, pero Adrian sabe que el regalo compensará la espera. El sol está en su cenit, el aire está lleno de polvo y un viento cálido sopla cada vez con más fuerza procedente del noroeste. Cuando soplan vientos cálidos como ese, empeoran los picores que tanto le molestan. Se sirve un vaso de agua y prepara unos bocadillos. No hay electricidad en la casa, y lo mejor que puede hacer para conservar las rebanadas de pan es guardarlas en la nevera. Si no pasan más de dos días, la carne se conserva bastante bien. Tiene que acordarse de comprar más hoy mismo, algo más tarde, cuando regrese a la casa de Tate.

Cuanto más piensa en Tate, más vueltas le da a la posibilidad de añadirlo a su colección. El poli y el asesino. Vale la pena tenerlo en cuenta.

La chica del cuarto se despierta cuando Adrian abre la puerta. Ya no lo mira con la expresión aterrorizada de los dos primeros días, ahora lo mira con un odio profundo. Adrian imagina que en parte la chica desearía que ya la hubiera matado, pero evidentemente no lo hará. Aparta la mirada de sus ojos para fijarla en las curvas de su cuerpo. A veces le apetece tocar esas curvas, sentirlas bajo las yemas de sus dedos. A veces, gracias a Dios su madre nunca se enteró, pasaba la noche despierto, imaginando cómo serían las curvas de Katie, la chica de la escuela. De hecho, esta chica le recuerda a Katie: se le parece en el pelo, en los ojos y se pregunta si debe de acordarse de él, de la primera vez que se le acercó, hace unos meses. Es consciente de que huele a gasolina, pero ella huele aún peor. Ahora se da cuenta de que ha sido un estúpido mezclándose con la multitud oliendo como olía, tan estúpido como afortunado de que nadie se haya percatado.

—Te he traído esto para que te lo pongas —le dice, y deja la ropa a los pies de la cama. La ropa que llevaba puesta no era adecuada para lo que él quería, por eso se la había cortado y la había tirado a la basura—. Te limpiaré un poco —dice, y le pone una toalla húmeda sobre una pierna.

Ella se resiste, pero no responde porque no puede, solo es capaz de emitir aquellos murmullos que no acaban de tomar forma de palabras por culpa de la pajita.

—¿Te acuerdas de mí? —pregunta.

Ella sacude la cabeza. El odio ha desaparecido de sus ojos y ha quedado sustituido de nuevo por el miedo.

—Intenté hablar contigo —dice—. Fue el último lunes antes de Navidad. Estabas trabajando y yo te dije que te parecías a una chica a la que conocía. Me costó mucho hablarte —prosigue—, de hecho me cuesta mucho hablar con cualquier persona. Tuve que vencer mis instintos, pero encontré el valor necesario para dirigirte la palabra y tú me rechazaste. No deberías haberlo hecho. No deberías haberte portado tan mal conmigo.

La tensión en los ojos de ella desaparece de repente y se echa a llorar.

—Todo irá bien —dice—, pero no intentes nada —añade mientras sostiene un cuchillo en alto—. Llevas aquí casi tres días y no tienes fuerzas para pegarme. Confía en mí, he estado en tu misma situación.

No es estrictamente cierto, pero se acerca bastante. Se inclina sobre ella y corta la cuerda. Ella no se mueve. Ha perdido peso desde que está aquí y no tiene buen aspecto. Tiene la cara más… hundida, diría él a falta de una palabra mejor. Y también más pálida, blanca y empapada de sudor.

—No te haré daño, te lo prometo —dice Adrian. Y es verdad, no le hará daño, a pesar de que no debería haberlo rechazado—. Pero no puedes ir por la vida rechazando a la gente —continúa mientras le pasa la toalla y le humedece la piel, que se le eriza al instante—. Conseguiste que me sintiera muy mal.

Ella intenta pegarle un bofetón, pero Adrian se aparta para esquivar la mano y esta solo lo roza ligeramente, aunque con una de las uñas le araña la cara. Entonces la agarra por los tobillos y la saca de la cama. Ella se resiste e intenta sacudirlo con los brazos, pero no consigue alcanzarlo. Al caer al suelo se golpea la cabeza con fuerza, se le ponen los ojos en blanco y deja de moverse.

Adrian se ha llevado una decepción. La arrastra para apartarla de su propia suciedad y deja un reguero grasiento. La toma en brazos y se la lleva al baño, la mete en la bañera, la lava sin usar jabón y luego la seca. Cuando la desnudó hace un par de días, supuso una novedad. Era la primera vez que desnudaba a una mujer y sintió algo raro. Bueno, le gustó. Fue algo así como lo que siempre había imaginado que sería con Katie. Cuando todo esto haya acabado, tal vez intente desnudar a más mujeres. Por supuesto, vestirla es mucho más difícil. No puede servirse de un cuchillo para hacerlo. Forcejea con ella, la hace rodar por el suelo mientras tira de la ropa y piensa que no tiene sentido tomarse tantas molestias porque Cooper tendrá que desnudarla de todos modos, pero continúa porque Cooper también considerará importante desnudarla. Será parte del ritual. Del mismo modo que le ha gustado la idea de desnudar a más mujeres, tiene la seguridad de que no quiere pasar por este proceso otra vez. El vestido le queda demasiado holgado y eso facilita bastante las cosas. A Adrian le escuece la cara y cuando se la toca con un dedo se lo mancha con la sangre que le ha salido del arañazo. Se mira el rasguño en el espejo y se limpia la sangre. No es muy largo, solo unos centímetros, pero ahora que sabe que lo tiene, le duele.

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