El Consuelo (44 page)

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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

BOOK: El Consuelo
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»Todo fue muy rápido. Decidimos no decir nada a los niños, que estaban viendo los dibujos animados, para no exponernos a una escena inútil. Cuando Mowgli hubiera regresado a su aldea, les diríamos que mamá volvía mañana y listo.
»
Auntie
Kate se sentía capaz de asumir eso.
Auntie
Kate no había sacado todavía todos sus regalos de la maleta...
Silencio.
—Sólo que mamá no volvió nunca. Ni papá. Ni el abuelo.

 

—El teléfono sonó en plena noche, una voz que pronunciaba las erres de una extraña manera me preguntó si era pariente de Louis Rrrravennes, de Pierrre Rrrrravennes o de Élin Sherrrington. Soy su hermana, le contesté, entonces me pasaron con otra persona, algún superior, y esa otra persona tuvo que tragarse el marrón de contarme lo que había pasado.
»¿El conductor había bebido demasiado? ¿Se había quedado dormido? La investigación lo esclarecería, pero lo que estaba claro era que conducía demasiado rápido, y que el otro, el camionero que transportaba maquinaria agrícola, tendría que haberse pegado más al arcén y haber puesto el
warning
antes de salir a hacer pis.
»Para cuando se subió la bragueta, ya no había nada
sparky
detrás de él.

 

Kate se levantó. Acercó la silla al perro, se descalzó y deslizó los pies bajo su flanco muerto.
Hasta ese momento Charles había aguantado el tipo, pero ver a ese perrazo, que ya no podía menear el rabo, levantar la mirada hacia ella con una expresión grave para comunicarle lo mucho que se alegraba de poder serle útil en algo todavía, terminó de romperlo por dentro por completo.
Y ya no le quedaban cigarrillos...
Se llevó la mano a su mejilla tumefacta.

 

¿Por qué se portaba tan mal la vida con quienes más lealmente la servían?
¿Por qué?
¿Por qué con ésos precisamente?
Charles tenía suerte. Había esperado hasta tener cuarenta y siete años para comprender lo que celebraba Anouk cuando lo mandaba todo a paseo con la excusa de que aún estaban vivos.
Las multas, sus malas notas, el teléfono que les habían cortado, su coche otra vez estropeado, sus problemas de dinero y la locura del mundo.
Por aquel entonces a Charles esa actitud le parecía un poco fácil, cobarde incluso, como si esa simple palabra debiera perdonar todas sus debilidades.
«Vivos.»
Toma, pues claro que estaban vivos...
Era evidente.
De hecho ni siquiera contaba.
De verdad, qué pesada se ponía Anouk con eso...

 

—Ellen y su suegro murieron en el acto. Pierre, que iba en el asiento de atrás, esperó a llegar al hospital de Dijon para despedirse con una reverencia rodeado de sus colegas... Como se imaginará, ya he tenido la ocasión más de una vez de... —(rictus)—, de relatar estos hechos, como suele decirse... Pero en realidad nunca he contado nada...

 

—¿Sigue aquí, Charles?
—Sí.
—¿A usted sí puedo contárselo?
Charles asintió con la cabeza. Estaba demasiado emocionado para arriesgarse a que oyera el sonido de su voz.
Pasaron varios minutos. Charles pensó que Kate había renunciado a contarle nada.

 

—De hecho no te crees lo que acaban de anunciarte, no tiene ningún sentido, no es más que una pesadilla. Vuélvete a la cama.
»Pero claro, no puedes, y te pasas el resto de la noche anonadada, mirando el teléfono y esperando a que el capitán no sé qué vuelva a llamar para disculparse. Mirrrrre, ha habido un errrrror en cuanto a la identificación de los cuerrrrrpos... Pero no, la Tierra sigue girando. Los muebles del salón recuperan su lugar, y un nuevo día viene a agredirte.
»Son casi las seis de la mañana y te das una vuelta por la casa para calibrar el alcance de la tragedia. Samuel, en un cuartito azul, seis años recién cumplidos, duerme con la frente apoyada contra su osito de peluche y las manos bien abiertas. Alice, en otro cuartito igual pero rosa, tres años y medio, duerme también, con el pulgar bien anclado ya en la boca... Y, junto a la cama de sus padres, Harriet, ocho meses, abre unos ojos como platos cuando te inclinas sobre su cuna, y te das perfecta cuenta de que ya está un poco decepcionada al volver a ver tu rostro inseguro y no el de su madre...
»Coges en brazos a ese bebé, cierras las puertas de las otras dos habitaciones porque se pone a gorjear y, para ser sinceros, no tienes mucha prisa por que se despierten... Te felicitas por haberte acordado de cuántas cucharadas de leche en polvo hacen falta para preparar el biberón, te acomodas en una butaca junto a la ventana porque, de todas maneras, no te va a quedar más remedio que afrontar ese puto nuevo día, así que mejor que sea absorta en los ojos de un bebé agarrado a una tetina, y no... no lloras, estás en ese estado de...
—Estado de shock —murmuró Charles.

Right. Numb
. Abrazas a ese bebé contra tu pecho para que eructe y casi le haces daño a fuerza de aferrarte tan fuerte a él, como si ese eructito fuera lo más importante del mundo. La última cosa a la que pudieras agarrarte. Perdón, le dices, perdón, y te acunas a ti misma en su nuca.
«Recuerdas entonces que tu avión sale mañana, que acaban de darte una beca que hace mucho tiempo que esperabas, que tienes un novio que acaba de quedarse dormido, a miles de kilómetros de allí, que habías planeado ir a la fiesta de los Miller el fin de semana siguiente, que tu padre está a punto de cumplir setenta y tres años, que tu madre, ese pajarillo inconsecuente, nunca ha sido capaz de cuidar de sí misma, que... que no hay nadie en el horizonte. Pero sobre todo, y de eso aún no eres consciente, que nunca volverás a ver a tu hermana...
»Sabes que tienes que llamar a tus padres, aunque no sea más que porque alguien tiene que ir allí, al lugar del accidente. Responder a preguntas, esperar a que bajen la cremallera de esas fundas de plástico y firmar papeles. Te dices a ti misma, no puedo mandar a Dad, no tiene ninguna... aptitud para ese tipo de situación, en cuanto a mamá... Miras a la gente que camina a grandes zancadas por la calle y le reprochas su egoísmo. ¿Dónde van de esa manera? ¿Por qué hacen como si no hubiera pasado nada? Alice te saca de tu ensimismamiento y lo primero que te pregunta es: ¿ha vuelto mamá?
«Preparas otro biberón, la instalas delante de la tele y bendices esos dibujos animados. De hecho, te pones a verlos con ella. Llega también Samuel, se acurruca a tu lado y dice: estos dibujos son tontos, siempre gana el mismo. Asientes con la cabeza. Desde luego, son estúpidos estos dibujos... Te quedas viendo la tele con ellos todo lo posible, pero llega un momento en que ya no hay nada que ver... Y la víspera les prometiste que los llevarías al Jardín de Luxemburgo, así que habrá que vestirse, ¿no?
»Samuel es quien te enseña dónde tirar la basura y cómo subir el respaldo del carrito de Harriet. Te fijas en cómo lo hace él y ya presientes que ese niño todavía tiene muchas cosas que enseñarte sobre la vida...
»Vas por la calle y no reconoces nada, ya sé que deberías llamar a tus padres pero no tienes valor para hacerlo. Ni por ti, ni por ellos. Mientras no digas nada es como si no hubieran muerto. El policía todavía está a tiempo de llamar para disculparse.
»Es domingo, y el domingo no cuenta. Es un día en el que nunca ocurre nada. En el que uno se queda con su familia.
»Los veleros de juguete en el estanque, los torniquetes de la entrada, los columpios, el guiñol, todo vale. Un joven alto sube a Samuel a lomos de un burro, y su sonrisa es una tregua maravillosa. Aún no puedes saberlo, pero es el principio de una gran pasión que os llevará hasta el concurso de doma de Meyrieux-sur-Lance casi diez años más tarde...
Kate sonreía.
Charles, no.
—Luego les llevas a comer patatas fritas al Quick de la calle Soufflot y les dejas jugar toda la tarde en la piscina de bolas.»Estás ahí. No has probado bocado. Simplemente los miras.
»Dos niños se divierten como locos en el área de juegos de un establecimiento de comida rápida un día de abril en París, y lo demás no tiene ninguna importancia.
»Durante el camino de vuelta, Samuel te pregunta si estarán ya en casa sus padres cuando lleguéis, y como eres una cobarde, contestas que no lo sabes. No, que no eres cobarde, lo que pasa es que de verdad no lo sabes. Nunca has tenido hijos, no sabes si es mejor decirles las cosas de sopetón o crear una especie de... progresión dramática que les permita familiarizarse con lo peor. Decir primero que han tenido un accidente de coche, darles la merienda, luego anunciarles que están en el hospital, bañarlos, añadir que es un poco grave y... Si de ti dependiera, se lo dirías de golpe, pero, por desgracia, no depende de ti. De pronto lamentas no estar en Estados Unidos, allí no te costaría encontrar el número de un teléfono de ayuda y una psicóloga súper segura de sí misma para ayudarte. Estás perdida y te quedas un buen rato mirando el escaparate de la juguetería que está en la esquina con la calle de Rennes, para ganar tiempo...
»Nada más entrar en casa, Samuel se precipita sobre el piloto rojo del contestador telefónico. No te has dado cuenta porque estás peleándote con el minúsculo abriguito de Harriet, y, por encima de los grititos de alegría de Alice que se ha puesto a abrir su regalo del menú infantil en pleno vestíbulo, reconoces la voz del capitán.
»No se disculpa en absoluto. Más bien te echa la bronca. No entiende que aún no lo hayas llamado y te ruega que anotes el teléfono de la comisaría y la dirección del hospital donde están los cuerpos. Se despide torpemente y vuelve a ofrecerte su más sincero pésame.
»Samuel te mira, y tú, tú... miras a otra parte... Con Harriet en brazos, ayudas a su hermana a trasladar todos sus bártulos y, mientras metes al bebé en su parquecito, una vocecita a tu espalda pregunta: Los cuerpos ¿de quién?
»Entonces te lo llevas a su habitación y respondes a su pregunta. El niño te escucha muy serio, y a ti te deja de piedra su...
self-control
, y luego él también vuelve a concentrarse en sus cochecitos de juguete.
»No te lo puedes creer, estás un poco aliviada pero a la vez toda esa situación te parece muy...
fishy
. Bueno, cada cosa a su tiempo. Por ahora que juegue, que juegue... Pero cuando sales de su habitación, te vuelve a preguntar, entre dos
rrrrummm, rrrrrummm
: Vale, ya no van a volver nunca más, pero ¿hasta cuándo?
»Entonces te escapas corriendo a la terraza y te preguntas dónde guardarán en esta casa el alcohol de verdad. Te sacas el teléfono a la terraza y, desde allí, empiezas por llamar a tu novio. Te da la impresión de haberlo despertado, le expones fríamente la situación y, al cabo de un silencio tan largo como... el océano que te separa de él, resulta que es tan desesperante como los propios niños:
Oh, honey...
I feel so terribly sorry for you but... when areyou coming back?
Cuelgas el teléfono y por fin te echas a llorar.
»Nunca te habías sentido tan sola en toda tu vida, y, por supuesto, la cosa no ha hecho más que empezar.
»Es exactamente el tipo de situación en que necesitarías llamar a Ellen...
»¿Charles?
—¿Sí?
—¿Lo estoy aburriendo?
—No.
—El alcohol de verdad, le decía hace un momento... ¿Le gusta el whisky? Espéreme un segundo...
Le enseñó la botella.
—¿Sabía usted que uno de los mejores whiskis del mundo se llama Port Ellen?
—No. Si yo no sé nada, ya lo sabe...
—Es muy difícil de encontrar... Hace más de veinte años que la destilería cerró, me parece...
—¡Entonces resérvelo para otra ocasión! —protestó Charles.
—No. Estoy feliz de beberlo con usted esta noche. Ya verá, es extraordinario. Un regalo de Louis, precisamente... Una de las pocas cosas que nos ha seguido hasta aquí... Él habría sabido hablarle mejor que yo de las notas de cítricos, de turba, de chocolate, de madera, de café, de avellana y de no sé qué más, pero para mí no es más que... Port Ellen... [Lo maravilloso es que aún quede! Hubo una época en que necesitaba beber para poder dormir, y no es que me anduviera con mucho criterio a la hora de elegir las botellas... Pero ésta nunca me hubiera atrevido a utilizarla para ahogar las penas. Lo estaba esperando a usted, Charles.
—Es broma —dijo, tendiéndole una copa—, no me haga caso. ¿Qué va a pensar de mí? Soy ridícula.
Una vez más, Charles no supo encontrar las palabras adecuadas. No era en absoluto ridícula, era... No sabía decir... Una mujer con notas de madera, de sal, y quizá también de chocolate...
—Bueno, termino mi historia... Creo que ya he pasado lo peor... Luego hubo que vivir, y, digan lo que digan, siempre es más fácil cuando uno no tiene más remedio que vivir. Llamé a mis padres. Mi padre se atrincheró en su mutismo,
as usual
, y mi madre se puso histérica. Dejé a los niños a cargo de la hija de la portera y cogí el coche de mi hermana para reunirme con ella en el infierno. Todo fue complicadísimo... No sabía que morir fuera tan complicado... Me quedé allí dos días... en un hotel deprimente... Seguramente allí fue donde empecé a aprender a beber... Pasada la medianoche, cerca de la estación de Dijon resulta más fácil encontrar una botella de J amp;B que unos somníferos... Fui a las pompas fúnebres y lo organicé todo para que incineraran sus cuerpos en París. ¿Por qué incinerarlos? Supongo que porque no sabía dónde iban a vivir los niños... Es una tontería, pero no quería enterrarlos lejos de sus hij...
—No es ninguna tontería —la interrumpió Charles.
A Kate le sorprendió el sonido de su voz.
—A Louis lo enterraron con su mujer en la región de Bordelais. ¿Dónde si no? —sonrió—. Pero las urnas de Pierre y de Ellen están aquí...
Charles dio un respingo.
—En uno de los silos... entre todos los trastos... Me parece que los niños ya las habrán visto mil veces sin sospechar ni por un momento que... Bueno, ya sacaré el tema cuando sean un poco mayores... Eso también es algo que he descubierto... ¿Qué hacer con nuestros difuntos? En términos abstractos, es tan sencillo... Uno piensa que su recuerdo es mucho más importante que el tipo de sepultura, y por supuesto así es, pero en términos prácticos, sobre todo cuando dichos difuntos no son de verdad los nuestros, ¿qué hacer? Para mí fue algo muy complicado porque... me llevó mucho más tiempo que a ellos pasar el duelo... Ahora ya no está, pero durante mucho tiempo hubo una foto inmensa de ellos en la cocina. Quería que asistieran a todas nuestras comidas... No sólo en la cocina, de hecho... Repartí fotos por toda la casa... Me obsesionaba la idea de que los niños pudieran olvidar a sus padres. Cuando lo pienso, lo que los habré atormentado con esto... En el salón había una estantería en la que colocábamos religiosamente los regalos que los niños hacían en el colegio para el Día de la Madre. Un año Alice trajo... ya no me acuerdo qué era... un joyero, creo... Y, por supuesto, como todo lo que hace Alice, era una maravilla. La felicité y fui a colocarlo en el altar con los demás regalos. En ese momento no dijo nada, pero cuando me fui, lo cogió y lo estrelló con todas sus fuerzas contra la pared. «¡Lo había hecho para ti!», se puso a gritar. «¡Para ti! ¡No para una muerta!» Recogí los pedazos y fui a la cocina a quitar la foto. Una vez más, esos niños acababan de educarme, y me parece que fue ese mismo día cuando dejé de vestir de luto. Es bueno el whisky, ¿eh?

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