El cuento de la criada (13 page)

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Authors: Elsa Mateo,Margaret Atwood

Tags: #Autoayuda, Ciencia Ficción

BOOK: El cuento de la criada
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Lo de la mantequilla es un truco que aprendí en el Centro Raquel y Leah. Le llamábamos el Centro Rojo, porque casi todo era rojo. Mi antecesora en esta habitación, mi amiga la de las pecas y la risa contagiosa, también debe de haber hecho esto con la mantequilla. Todas lo hacemos.

Mientras lo hagamos, mientras nos untemos la piel con mantequilla para mantenerla tersa, podremos creer que algún día nos liberaremos de esto, que volveremos a ser tocadas con amor o deseo. Tenemos nuestras ceremonias privadas.

La mantequilla es grasienta, se pondrá rancia y yo oleré a queso pasado; pero al menos es orgánica, como solían decir.

Hemos llegado al punto de tener que recurrir a estas estratagemas.

Una vez enmantequillada, me tiendo en mi cama individual, aplastada como una tostada. No puedo dormir. Envuelta en la semipenumbra, fijo la vista en el ojo de yeso del cielo raso, que también me mira pero que no puede yerme. No corre ni la más leve brisa, las cortinas blancas son como vendas de gasa que cuelgan flojas, brillando bajo el aura que proyecta el reflector que ilumina la casa durante la noche, ¿o es la luna?

Aparto la sábana y me levanto cautelosamente; voy hasta la ventana, descalza para no hacer ruido, igual que un nulo; quiero mirar. El cielo está claro, aunque el brillo de los reflectores no permite verlo bien; pero en él flota la luna, una luna anhelante, el fragmento de una antigua roca, una diosa, un destello. La luna es una piedra y el cielo está lleno de armas mortales, pero de todos modos es hermoso.

Me muero por tener a Luke a mi lado. Deseo que alguien me abrace y pronuncie mi nombre. Quiero ser valorada de un modo en que ahora nadie lo hace, quiero ser algo más que valiosa. Repito mi antiguo nombre, me recuerdo a mí misma lo que hacía antes, y cómo me veían los demás.

Quiero robar algo.

La lamparilla del vestíbulo está encendida y en la amplia estancia brilla una suave luz rosada. Camino por la alfombra apoyando cuidadosamente un pie, luego el otro, intentando no hacer ruido, como si me internara en un bosque a hurtadillas y el corazón me late aceleradamente mientras avanzo en la oscuridad de la casa. No debo estar aquí, esto es totalmente ilegal.

Paso junto al ojo de pescado de la pared del vestíbulo y veo mi figura blanca, el pelo que cae por mi espalda como una cascada, mis ojos brillantes. Me gusta. Hago algo por mi cuenta. En tiempo presente. Estoy presente. Lo que me gustaría robar es un cuchillo de la cocina, pero no estoy preparada para eso.

Llego a la sala de estar; la puerta está entornada, entro y vuelvo a dejarla un poco abierta. La madera cruje, y me pregunto si alguien lo habrá oído. Me detengo y espero a que mis pupilas se dilaten, como las de un gato o un búho. Huelo a perfume viejo y a trapos. Por las rendijas de las cortinas entra el leve resplandor de los reflectores de afuera, donde seguramente dos hombres hacen la ronda, desde arriba, desde detrás de las cortinas, he visto sus figuras recortadas, oscuras. Ahora logro ver los contornos de los objetos como leves destellos: el espejo, los pies de las lámparas, las vasijas, el sofá que se perfila como una nube en el crepúsculo.

¿Qué podría coger? Algo que nadie eche en falta. Una flor mágica de un bosque envuelto en la oscuridad. Un narciso marchito, no del ramo de flores secas. Tendrán que tirar estos narcisos muy pronto, porque empiezan a oler, igual que el humo de Serena y la peste de su tejido.

Avanzo a tientas, encuentro la punta de una mesa y la toco. Se oye un tintineo, debo de haber golpeado algo. Encuentro los narcisos, que tienen los bordes secos y crujientes y los tallos blandos, y corto uno con los dedos. Lo dejaré secar en algún sitio. Debajo del colchón. Lo dejaré allí para que lo encuentre la mujer que venga después.

En la habitación hay alguien más.

Oigo los pasos, tan sigilosos como los míos, y el crujido de la madera. La puerta se cierra a mis espaldas con un leve chasquido, impidiendo el paso de la luz. Me quedo petrificada. Fue un error venir hasta aquí vestida de blanco: soy como la nieve a la luz de la luna, incluso en la oscuridad.

Por fin oigo un susurro:

—No grites. Todo está bien.

Como si yo fuera a gritar; como si todo estuviera bien. Me vuelvo: todo lo que veo es una silueta y el reflejo apagado de una mejilla pálida.

Da un paso en dirección a mí. Es Nick.

—¿Qué haces aquí?

No respondo. Él tampoco puede estar aquí, conmigo, así que no me entregará. Ni yo a él; de momento, estamos igualados. Me pone la mano en el brazo y me atrae hacia él, su boca contra la mía, ¿qué más podría ocurrir? Sin pronunciar una sola palabra. Los dos sacudiéndonos en la sala de Serena, con las flores secas, sobre la alfombrilla china, su cuerpo delgado tocando el mío. Un hombre totalmente desconocido. Sería lo mismo que gritar, como dispararle a alguien. Deslizo la mano hacia abajo, podría desabotonarlo, y entonces... Pero es demasiado peligroso, él lo sabe, y nos separamos un poco. Demasiada confianza, demasiado riesgo, demasiada precipitación.

—Venía a buscarte —me dice, casi me susurra al oído. Me gustaría estirarme y probar su piel; él despierta mis deseos. Sus dedos recorren mi brazo por debajo de la manga del camisón, como si su mano no atendiera a razones. Es tan agradable ser tocada por alguien, sentirte deseada, desear. Tú lo comprenderías, Luke, eres tú el que está aquí, en el cuerpo de otro.

Mierda.

—¿Por qué? —pregunto. ¿Tan terrible es para él que corre el riesgo de venir a mi habitación durante la noche? Pienso en los ahorcados, los que están colgados en el Muro. Apenas puedo soportarlo. Tengo que irme, subir corriendo la escalera antes de desintegrarme por completo, Ahora me pone la mano en el hombro, una mano que me oprime, pesada como el plomo. ¿Moriría por esto? Soy una cobarde, mi soporto la idea del dolor.

—Él me lo dijo —me explica Nick—. Quiere verte, en su despacho.

—¿Qué quieres decir? —le digo. Debe de referirse al Comandante ¿Verme? ¿Qué quiere decir
verme?
¿No ha tenido bastante?

—Mañana —agrega Nick en tono casi inaudible.

En la oscuridad de la sala, nos apartamos, lentamente, como si una corriente oculta nos uniera y al mismo tiempo nos separara con igual fuerza.

Encuentro la puerta; hago girar el pomo sintiendo el frío de la porcelana en los dedos, y abro. Es todo lo que puedo hacer.

VII
LA NOCHE
CAPÍTULO 18

Aún temblando, me tiendo en la cama. Si humedeces el borde de un vaso y pasas un dedo alrededor de aquél, se produce un sonido. Así es como me siento: como ese sonido. Me siento hecha añicos. Quiero estar con alguien.

Tendida en la cama con Luke, su mano sobre mi vientre redondeado. Los tres estamos en la cama, ella pateando y moviéndose en mi interior. Afuera se ha desencadenado una tormenta, por eso ella está despierta, ellos pueden oír, duermen, pueden asustarse incluso en el sosiego de ese interior, como olas que lamieran la orilla que los circunda. Un relámpago bastante cercano hace que los ojos de Luke se vuelvan blancos durante un instante.

No estoy asustada. Estamos completamente despiertos, ahora la lluvia golpea, lo haremos lentamente y con cuidado.

Si pensara que esto jamás volverá a ocurrir, me moriría.

Pero es falso, nadie muere por falta de sexo. Es por falta de amor por lo que morimos. Aquí no hay nadie a quien yo pueda amar, toda la gente a la que yo amo está muerta, o en otra parte. ¿Quién sabe dónde estarán o cuáles serán ahora sus nombres? También podrían no estar en ninguna parte, como debo estarlo yo según ellos. Yo también soy una persona desaparecida.

De vez en cuando vislumbro sus rostros en medio de la oscuridad, parpadeando como imágenes de santos en antiguas catedrales extranjeras, a la luz de las velas vacilantes; unas velas encendidas para rezar de rodillas, con la frente contra la barandilla de madera, esperando una respuesta. Puedo conjurarlos, pero sólo son espejismos, no perduran. ¿Puedo ser censurada por desear un cuerpo verdadero para rodearlo con mis brazos? Sin él también yo soy incorpórea. Puedo oír mis propios latidos contra los muelles del colchón, acariciarme bajo las secas sábanas blancas, en la oscuridad, pero yo también estoy seca, blanca, pétrea, granulosa; es como si deslizara la mano sobre un plato de arroz; como la nieve. En esto hay cierta dosis de muerte, de abandono. Soy como una habitación en la que una vez ocurrieron cosas pero en la que ya no sucede nada, salvo el polen de las hierbas que crecen al otro lado de la ventana, que se esparce por el suelo como el polvo.

Esto es lo que creo.

Creo que Luke está tendido boca abajo en un matorral, una maraña de helechos, las ramas del año anterior debajo de las verdes apenas desarrolladas, tal vez de cicuta, aunque es demasiado pronto para las bayas. Lo que queda de él: su pelo, sus huesos, la camisa escocesa de lana de color verde y negro, el cinturón de cuero, las botas. Sé exactamente lo que llevaba puesto. Veo sus ropas mentalmente, brillantes como una litografía o un anuncio a todo color de una revista antigua, pero no me imagino su rostro, no tan claramente. Éste empieza a desvanecerse, probablemente porque nunca era el mismo: su rostro tenía diferentes expresiones, y sus ropas no.

Ruego que el agujero, o los dos o tres —porque hubo más de un disparo— estuvieran muy juntos, ruego que al menos un agujero se haya abierto limpia, rápidamente, atravesando el cráneo hasta el lugar donde se forman las imágenes, para que se haya producido un único destello de oscuridad o dolor, espero que blando, como un ruido sordo, sólo uno y luego el silencio.

Lo creo así.

También creo que Luke está erguido sobre un rectángulo de cemento gris, en algún lugar, sobre la saliente o el borde de algo, una cama o una silla. Sabrá Dios lo que lleva puesto. Sabrá Dios lo que le habrá tocado. Dios no es el único que lo sabe, así que tal vez habrá un modo de descubrirlo. Hace un año que no se afeita, aunque cuando a ellos les da la gana te cortan el pelo, para evitar los piojos, según dicen. Tendré que pensar en ello: si le cortaran el pelo para evitar los piojos, también tendrían que cortarle la barba. Habría que pensarlo.

De cualquier manera, no lo hacen bien, el corte es descuidado, la nuca le queda despareja, aunque eso no es lo peor; parece diez años mayor, está encorvado como un viejo, bolsas en los ojos; en las mejillas tiene unas venitas reventadas, de color púrpura, y una cicatriz, no, una herida que aún no está curada, del color de los tulipanes cerca del tallo, en el costado izquierdo de su cara, donde la carne acaba de desgarrársele. Tiene el cuerpo muy lastimado y maltratado, no es más que agua y sustancias químicas, apenas algo más que una medusa secándose sobre la arena.

Le resulta doloroso mover las manos, le duele moverse. No sabe de qué lo acusan. Es un problema. Tiene que haber algo, alguna acusación. De lo contrario, ¿por qué lo retienen, por qué todavía no está muerto? Debe de saber algo que ellos quieren averiguar. No logro imaginármelo. No logro imaginarme que no lo haya dicho, sea lo que fuere. Yo lo habría hecho.

Él está rodeado de un olor, su olor, el olor de un animal encerrado en una jaula sucia. Me lo imagino descansando, porque no soporto imaginármelo en otro momento, así como no puedo imaginarme que tenga algo debajo del cuello, o en los puños. No quiero ni pensar en lo que han hecho con su cuerpo. ¿Tendrá zapatos? No, y el suelo es frío y húmedo. ¿Sabe que estoy aquí, viva, y que estoy pensando en él? Tengo que creer que sí. Cuando te encuentras en una situación apurada, tienes que creer todo tipo de cosas. Ahora creo en la transmisión del pensamiento, en las vibraciones del éter y en esa clase de tonterías. Nunca había creído en ellas.

También creo que no lo cogieron, que después de todo no lo alcanzaron, que él lo logró, que llegó a la orilla, atravesé el río a nado, cruzó la frontera y se arrastró hasta la orilla opuesta, que era una isla, y los dientes le castañeteaban; consiguió llegar a una granja cercana y lo dejaron entrar, al principio con suspicacia pero después, cuando comprendieron quién era, se mostraron amistosos, no eran el tipo de personas que lo entregarían; tal vez eran Cuáqueros y lo hicieron entrar clandestinamente en el territorio haciéndolo pasar de casa en casa, y la mujer le preparó un café caliente y le dio una muda de ropa de su marido. Me imagino la ropa. Me consolaría saber que estaba abrigado.

Entró en contacto con los demás, debe de haber una resistencia, un gobierno en el exilio. Por allí debe de haber alguien que se ocupa de las cosas. Creo en la resistencia del mismo modo que creo que no puede haber luz sin sombra o, mejor dicho, no hay sombra a menos que también haya luz. Tiene que existir una resistencia porque de lo contrario, ¿de dónde salen todos los delincuentes que aparecen en la televisión?

Cualquier día de éstos puede llegar un mensaje de él. Vendrá de la manera más inesperada, de la persona que uno menos se imagina, alguien de quien jamás lo habría sospechado. ¿Quizás estará debajo de mí plato, en la bandeja de la comida? ¿O lo deslizarán en mi mano mientras entrego los vales por encima del mostrador en Todo Carne?

El mensaje dirá que debo tener paciencia: tarde o temprano él me rescatará, la encontrará, dondequiera que la tengan. Ella nos recordará, y estaremos los tres juntos. Mientras tanto, debo resistir, mantenerme a salvo para después. Lo que me ha ocurrido a mí, lo que me está ocurriendo ahora, no tendrá importancia para él, él me ama de cualquier manera, sabe que no es culpa mía. El mensaje también hablará de eso. Es este mensaje —que tal vez nunca llegue— lo que me mantiene viva. Creo en el mensaje.

Puede que las cosas que yo creo no sean todas ciertas, aunque alguna debe de serlo. Pero yo creo en todas, creo en las tres versiones de lo que le ocurrió a Luke, en las tres al mismo tiempo. Esta manera contradictoria de creer me parece, en este momento, el único modo que tengo de creer en algo. Sea cual fuere la verdad, estaré preparada.

Esto también es una creencia mía. Esto también puede ser falso.

Una de las lápidas del cementerio cercano a la iglesia tiene tallada un anda y un reloj de arena, y las palabras:
Con esperanza.

Con esperanza. ¿
Por qué dedicaron esas palabras a una persona muerta? ¿Era el cadáver el que abrigaba esperanzas, o los que aún están vivos?

¿Luke tiene esperanzas?

VIII
EL DÍA DEL NACIMIENTO

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