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Authors: Kerstin Gier

Rubí

BOOK: Rubí
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En casa de Gwendolyn Sheperd nada ni nadie es del todo “normal”, empezando por su excéntrica (¡y chismosa!) tía abuela Maddy, que tiene extrañas visiones, pasando por Lucy, que se escapó de casa hace 17 años sin dejar rastro alguno... Y para acabar, también está Charlotte, su encantadora y (rabiosamente) perfecta prima, quien, según parece, ha heredado un extraño gen familiar que le permitirá viajar en el tiempo. Pero un increíble secreto está a punto de salir a la luz: la portadora del misterioso gen para viajar a través del tiempo no es Charlotte, ¡sino la propia Gwen! Ella es, en realidad, la duodécima (¡y la última!) viajera en el tiempo y se dice que cuando su sangre se una a la de los otros once viajeros, se cerrará el misterioso “Círculo de los doce”. Para obtener más información, Gwen deberá viajar al pasado y por suerte o por desgracia, no lo hará sola: la acompañará el undécimo viajero en el tiempo, el arrogante, atractivo y sarcástico Gideon, con quien va a vivir algo más que una peligrosa carrera a través del tiempo...

Kerstin Gier

Rubí

Trilogia de las piedras preciosas I

ePUB v1.1

Siwan
12.09.11

Prólogo

Hyde Park, Londres

8 de abril de 1912

Mientras ella se dejaba caer de rodillas y se echaba a llorar, él miró en todas direcciones. Como había supuesto, a esa hora, el parque estaba vacío. Faltaba mucho para que el jogging se pusiera de moda, y para los vagabundos que dormían en los bancos cubiertos solo con un periódico hacía demasiado frío.

Envolvió con cuidado el cronógrafo en el paño y lo guardó en su mochila, mientras ella permanecía acurrucada junto a uno de los árboles de la orilla norte del Serpentine Lake sobre una alfombra de flores marchitas.

Sus hombros se sacudían convulsivamente, y sus sollozos sonaban como los quejidos desesperados de un animal herido. Él no soportaba verla así, pero sabía por experiencia que era mejor dejarla en paz, de modo que se sentó a su lado en la hierba húmeda por el rocío, miró hacia la superficie lisa como un espejo del lago y esperó.

Esperó a que el dolor, que probablemente nunca la abandonaría del todo, se aplacara un poco.

Aunque en realidad sentía lo mismo que ella, trató de dominarse.

No quería que encima tuviera que preocuparse por él.

—¿Ya se han inventado los pañuelos de papel? —preguntó finalmente, tratando de contener el llanto y volviendo hacia él la cara mojada por las lágrimas.

—Ni idea, pero puedo ofrecerte un pañuelo de época de tela con monograma.

—G. M. No se lo habrás robado a Grace…

—Me lo dio por iniciativa propia. Puedes sonarte tranquilamente, princesa.

Ella esbozó una sonrisa mientras le devolvía el pañuelo.

—Te lo he dejado hecho un asco. Lo siento.

—¡Da igual! En esta época los cuelgan a secar al sol y los utilizan otra vez —explicó él—. Lo importante es que has dejado de llorar.

Enseguida las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos.

—No tendríamos que haberla dejado en la estacada. ¡Nos necesita!

No sabemos si nuestro truco funcionará, y nunca podremos saber si ha dado resultado.

Al oír sus palabras, sintió una punzada de dolor.

—Muertos le hubiéramos servido aún menos —repuso.

—Si hubiéramos podido escondernos con ella en algún sitio, en el extranjero, bajo nombres falsos, solo hasta que fuera lo bastante mayor…

Él la interrumpió, sacudiendo enérgicamente la cabeza.

—Nos hubieran encontrado dondequiera que hubiésemos ido, ya lo hemos discutido mil veces. No la hemos dejado en la estacada; hemos hecho lo único que podíamos hacer: darle la posibilidad de vivir una vida segura. Al menos, durante los próximos dieciséis años.

Ella calló un momento. A lo lejos se oía relinchar un caballo y, aunque ya era casi de noche, llegaban voces del West Carriage Drive.

—Sé que tienes razón —admitió finalmente—. Pero duele tanto saber que nunca volveremos a verla… —Se pasó la mano por los ojos llorosos—. En fin, al menos, no nos aburriremos. Tarde o temprano también nos localizarán en esta época y nos echarán encima a los Vigilantes.

Él no renunciará al cronógrafo ni a sus planes sin luchar.

La emoción de la aventura brillaba en sus ojos, y él sonrió aliviado al comprender que la crisis había pasado.

—Tal vez hayamos sido más listos que él —dijo—, o al final el otro no funcione. Entonces quedaría bloqueado.

—Sí, eso estaría muy bien. Pero, si no sucede así, nosotros somos los únicos que podemos interponernos en sus planes.

—Precisamente por eso hemos hecho lo correcto —repuso él levantándose y sacudiéndose la suciedad de los vaqueros—. ¡Y ahora ven! Esta hierba está empapada y tú aún tienes que cuidarte.

Dejó que tirara de ella hacia arriba y la besara.

—¿Qué hacemos ahora? ¿Buscar un escondite para el cronógrafo?

Indecisa, miró al otro lado del puente que separaba Hyde Park de Kensington Gardens.

—Sí. Pero antes saquearemos los depósitos de los Vigilantes y nos proveeremos de dinero. Luego podemos coger el tren a Southampton.

El miércoles, el Titanic zarpa de allí para su viaje inaugural.

—¿Es esta tu idea de «cuidarse»? —dijo ella riendo—. No importa, estoy contigo.

Él se alegró tanto de verla sonreír de nuevo que inmediatamente volvió a besarla.

—De hecho, estaba pensando… Ya sabes que los capitanes de barco tienen autorización para celebrar matrimonios en alta mar, ¿verdad, princesa?

—¿Quieres casarte conmigo? ¿En el Titanic? ¿Estás loco?

—Sería muy romántico.

—Bueno, hasta que llegue lo del iceberg. —Apoyó la cabeza en su pecho y hundió la cara en su chaqueta—. Te quiero tanto… —murmuró.

—¿Quieres convertirte en mi mujer?

—Sí —respondió ella, con la cabeza enterrada en su pecho—. Pero solo si bajamos en Queenstown como muy tarde.

—¿Lista para la siguiente aventura, princesa?

—Estoy lista si tú lo estás —dijo ella en voz baja.

Los viajes incontrolados en el tiempo se anuncian,

por regla general, unos minutos, o a veces también

horas o incluso días antes, por una sensación de vértigo

en la cabeza, en el estómago y/o en las piernas. Muchos portadores

del gen han informado también de la aparición de dolores de cabeza

de tipo migrañoso. El primer salto en el tiempo—llamado Salto de

Iniciación— se produce entre los dieciséis y los diecisiete años del

portador del gen.

De las
Crónicas de los Vigilantes
,

volumen 2, «Leyes generales»

1

La primera vez que noté un mareo fue el lunes por la mañana en la cafetería de la escuela. Durante un instante tuve una sensación en el estómago como si estuviera en una montaña rusa bajando a toda velocidad desde el punto más alto. Duró solo dos segundos, pero fue suficiente para que me volcara un plato de puré de patatas con salsa sobre el uniforme. Los cubiertos rebotaron tintineando contra el suelo, aunque conseguí sujetar el plato a tiempo.

—De todas maneras, este mejunje sabe como si lo hubieran recogido del suelo —me dijo mi amiga Leslie mientras yo limpiaba como podía la porquería. (Naturalmente, todo el mundo me miraba)—. Si quieres, puedes embadurnarte la blusa con mi ración.

—No, gracias.

Aunque casualmente la blusa del uniforme del Saint Lennox tenía el mismo color que el puré de patatas, la mancha llamaba desagradablemente la atención, de modo que me abroché la chaqueta azul marino para taparla.

—¡Vaya, la pequeña Gwenny ya está jugando otra vez con la comida! —exclamó Cynthia Dale—. Sobre todo, ni se te ocurra sentarte a mi lado, babosa apestosa.

—No te preocupes, Cyn, es lo último que haría.

Por desgracia, mis pequeños accidentes con la comida en la escuela se repetían con bastante frecuencia. Hacía solo una semana, una gelatina de frutas verde me había saltado del molde de aluminio y había aterrizado dos metros más allá, en los espaguetis a la carbonara de un alumno de quinto. La semana anterior se me había volcado el zumo de cerezas y había salpicado a todos mis compañeros de mesa, que parecía que hubieran cogido el sarampión. Por no hablar de las veces en que había metido la estúpida corbata del uniforme en la salsa, el zumo o la leche.

Aunque anteriormente nunca había sentido vértigos.

Pensé que probablemente eran imaginaciones mías. Lo que ocurría era que desde hacía un tiempo en casa solo se hablaba de mareos, aunque no de los míos, sino de los de mi siempre encantadora y perfecta prima Charlotte, que se estaba tomando a cucharadas su puré de patatas sentada junto a Cynthia.

Toda la familia esperaba a que Charlotte empezara a sentir vértigos.

Había días en que lady Arista, mi abuela, le preguntaba cada diez minutos si notaba algo raro, y mi tía Glenda, la madre de Charlotte, aprovechaba los intervalos para repetir exactamente la misma pregunta.

Y cada vez que Charlotte negaba con la cabeza, lady Arista apretaba los labios y la tía Glenda suspiraba. Aunque también podía ser a la inversa.

Los demás —mamá, mi hermana Caroline, mi hermano Nick, mi tía abuela Maddy y yo— poníamos los ojos en blanco. Naturalmente, era excitante tener a alguien en la familia con el gen de los viajes en el tiempo, pero con los años todo ese asunto había ido perdiendo interés, y estábamos hasta la coronilla del teatro que se montaba en torno a Charlotte.

La propia Charlotte acostumbraba a ocultar sus sentimientos tras una misteriosa sonrisa de Mona Lisa. Yo, en su lugar, tampoco hubiera sabido si debía alegrarme o enojarme por la ausencia de vértigos.

Bueno, para ser sinceros, supongo que me habría alegrado. Yo era más bien del género asustadizo. Me gustaba la calma.

—Tarde o temprano llegará —decía lady Arista todos los días—. Y tenemos que estar preparados para cuando eso ocurra.

De hecho, después de la comida, en la clase de historia de mister Whitman, efectivamente ocurrió. Yo me había levantado con hambre de la mesa. Para colmo, había encontrado un pelo negro en el postre —compota de grosella con pudin de vainilla— y no había podido decidir si era mío o de alguno de los pinches de cocina. Fuera como fuese, aquello me había hecho perder definitivamente el apetito.

En clase, mister Whitman nos devolvió la prueba de historia de la última semana.

—Veo que os habíais preparado bien para el examen, especialmente Charlotte. Un sobresaliente.

Charlotte se apartó de la cara uno de sus resplandecientes mechones pelirrojos y dijo «Oh…», como si el resultado fuera una sorpresa para ella, cuando sacaba siempre las mejores notas en todas las asignaturas.

Pero esa vez Leslie y yo también podíamos estar satisfechas. Las dos teníamos un notable alto, a pesar de que nuestra «buena preparación» había consistido en mirar la película sobre la reina Isabel con Cate Blanchett en DVD mientras nos atiborrábamos de patatas fritas y helado. Aunque también es verdad que habíamos estado siempre atentas en clase, lo que, por desgracia, no podía decirse que pasara en otras asignaturas.

Ocurría sencillamente que las clases de mister Whitman eran tan interesantes que no te quedaba más remedio que escuchar. El propio mister Whitman también era muy interesante. La mayoría de las chicas estaban enamoradas secretamente, o no tan secretamente, de él.

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