El Desfiladero de la Absolucion (16 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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¿Habrían evolucionado en esta luna de hielo o habría sido una mera escala en una antigua y olvidada diáspora? ¿Cómo serían? ¿Sería alguna de las culturas conocidas?

Se estaba adelantando a los acontecimientos. Eran preguntas para más adelante, cuando hubiera supervisado el puente y hubiera determinado su composición y antigüedad. Desde más cerca también podría observar otras cosas que los sensores no apreciaban a esta distancia. Podría haber artefactos que unieran inequívocamente la cultura de Hela con alguna que ya se hubiera estudiado en otra parte. O quizás los artefactos indicaran lo contrario: que se trataba de una cultura nueva, nunca vista antes. Le daba igual una opción que otra. En ambos casos el hallazgo era de incalculable valor. Jasmina podría controlar el acceso en las próximas décadas. Le devolvería el prestigio que había perdido en las últimas décadas. Después de todas las decepciones, Quaiche estaba seguro de que la reina encontraría una forma de recompensarle por esto.

Sonó una musiquilla en la consola de la
Hija del Carroñero
. Por primera vez, el radar había captado un eco. Había algo metálico allí abajo. Era pequeño, escondido en la profundidad de la falla, muy cerca del puente. Quaiche ajustó el radar para asegurarse de que el eco era auténtico. No desapareció. No lo había visto antes, pero podría haber estado en el límite del alcance de los sensores hasta ahora. La
Dominatrix
no lo habría detectado tampoco. No le gustaba. Se había convencido a sí mismo de que nunca había habido presencia humana allí fuera y ahora estaba recibiendo exactamente el tipo de señal que esperaría de residuos abandonados. «Ten cuidado», se dijo a sí mismo.

En una misión anterior, se estaba acercando a una luna un poco más pequeña que Hela en la que había algo que le atraía, y avanzó imprudentemente. Cerca de la superficie había captado un eco de radar similar a este, un destello de algo allí abajo; pero continuó adelante, ignorando sus mejores instintos. El eco resultó ser una bomba trampa. Un cañón de partículas apareció en la superficie de hielo y apuntó a su nave. El rayo mordió el blindaje de la nave dejándola agujereada y casi friendo a Quaiche. Había logrado regresar a la nave a salvo, pero había sufrido daños casi letales, tanto para él como para la nave. Él se recuperó y la nave fue reparada, pero durante años después de aquello tuvo miedo de encontrarse trampas similares. Había cosas abandonadas, centinelas automáticos plantados hace siglos para defender derechos de propiedad o mineros. A veces seguían funcionando mucho tiempo después de que sus dueños originales se hubieran convertido en polvo.

Quaiche había tenido suerte: el centinela o lo que fuera aquello estaba dañado, siendo su rayo menos potente de lo que fuera en su día. Se había librado tan solo con una advertencia, un recordatorio para no dar las cosas por sentado. Y ahora estaba en grave peligro de cometer el mismo error de nuevo.

Repasó sus opciones. La presencia de un eco metálico era desalentadora y le hacía dudar de que el puente fuera una antigüedad alienígena como había esperado. Pero no lo sabría hasta que no se acercara; lo que significaba que debía acercarse a la fuente del eco. Si efectivamente era un centinela latente, se estaría poniendo en peligro. Pero, se recordó, la
Hija del Carroñero
era una buena nave, ágil, lista y bien blindada. Era inteligente y astuta. Los reflejos no eran de gran utilidad frente un arma relativista como un cañón de partículas, pero la
Hija
estaría controlando la fuente del eco todo el tiempo, por si había algún movimiento antes de disparar. En el instante en el que la nave viera algo que encontrase alarmante, ejecutaría una evasión aleatoria diseñada para evitar que el arma predijera su posición. La nave sabía con precisión la tolerancia fisiológica del cuerpo de Quaiche y estaba preparada para casi matarlo con el interés final de salvarle la vida. Si llegaba a enfadarse de verdad, también podía desplegar microdefensas propias.

—No pasa nada —dijo Quaiche en voz alta—. Puedo acercarme más y aun así salir de esto riéndome. Puedo hacerlo de sobra.

Pero también tenía que pensar en Morwenna. La
Dominatrix
estaba muy lejos, pero era más lenta y menos perceptiva. Sería mucho pedir para un cañón de rayos alcanzar a la
Dominatrix
, pero no era imposible. Y había otras armas que un centinela podría desplegar, tales como misiles teledirigidos. Quizás incluso hubiese una red de esas cosas, hablando unas con otras.
Mierda
, pensó.
Quizás ni siquiera sea un centinela. Puede ser simplemente un pedrusco rico en metales, o un tanque de combustible abandonado
. Pero tenía que ponerse en lo peor. Tenía que proteger a Morwenna y necesitaba que la
Dominatrix
fuese capaz de regresar hasta Jasmina. No se arriesgaría a perder ni a su amante ni a la nave que era ahora una extensión de su prisión. De alguna forma tenía que protegerlas a ambas o abandonar ahora. No pensaba rendirse. Pero ¿cómo iba a salvaguardar su billete de regreso y a su amante sin esperar horas hasta que ambas se alejaran a una distancia segura de Hela?

¡Claro! La respuesta era obvia. Estaba, casi, mirándolo a la cara. Era deliciosamente simple y aprovechaba de forma elegante los recursos locales. ¿Cómo no lo había pensado antes? Lo único que tenía que hacer era ocultarlas tras Haldora. Hizo los ajustes necesarios y entonces abrió el canal de comunicación con Morwenna.

Ararat, 2675

Vasko observó el acercamiento a la isla principal con gran interés. Habían estado volando sobre el negro océano durante tanto tiempo que era un alivio ver cualquier evidencia de presencia humana. Al mismo tiempo, las luces de los asentamientos periféricos, ensartados en los filamentos, arcos y bucles que implicaban bahías, penínsulas y diminutas islas medio familiares, parecían asombrosamente frágiles y evanescentes. Incluso cuando alcanzó a ver las zonas de expansión más brillantes de Primer Campamento, seguía pareciendo como si pudieran apagarse en cualquier momento, como si fueran tan permanentes como un débil reguero de brasas de hoguera. Vasko siempre había sabido que la presencia humana en Ararat era poco segura, algo que no debía darse por sentado. Se lo habían inculcado desde pequeño. Pero hasta ahora no lo había sentido en sus entrañas.

Había creado una ventana para él solo en el casco de la nave usando la punta de un dedo para delimitar el área que quería que se volviese transparente. Clavain le había enseñado cómo hacerlo, demostrándole el truco con algo parecido al orgullo. Vasko sospechaba que el casco seguía viéndose negro desde fuera y que en realidad estaba mirando a una especie de pantalla que imitaba las propiedades ópticas del cristal. Pero en cuanto a tecnología antigua, y la lanzadera era definitivamente de vieja tecnología, no merecía la pena dar nada por sentado. Lo único que sabía con seguridad era que estaba volando y que no conocía a nadie entre sus compañeros que hubiera volado antes.

La lanzadera había acudido a una señal del brazalete de Escorpio. Vasko la había visto descender de la capa de nubes rodeada por espirales y fiorituras de aire revuelto. Las luces rojas y verdes parpadearon a ambos lados del casco de obsidiana pulida que tenía la forma cóncava y triangular de un pez manta gigante. Al menos una tercera parte de la superficie inferior era penetrantemente brillante: redes de elementos termales fractalmente plegados y actínicamente brillantes, agrupados en un caparazón de parpadeante plasma morado añil. Un elaborado tren de aterrizaje con garras emergió de los puntos fríos de la parte inferior, desplegándose y alargándose en un hipnótico ballet de pistones y articulaciones. Se encendió un dibujo de neón en la parte superior del casco, delineando las escotillas de acceso, puntos calientes y válvulas de escape. La lanzadera había elegido su zona de aterrizaje, rotando y tomando tierra con delicada precisión. El tren de aterrizaje se contrajo para absorber el peso de la nave y por un momento continuó el rugido de los calentadores de plasma, antes de cesar con desconcertante brusquedad. El plasma se había disipado, dejando únicamente un desagradable olor a quemado.

Vasko había visto de pasada las naves de la colonia con anterioridad, pero desde lejos. Esto era lo más impresionante que había visto jamás. Los tres se acercaron a la rampa de embarque. Casi habían llegado, cuando Clavain no calculó bien sus pasos y comenzó a tambalearse hacia las rocas. Vasko y el cerdo se lanzaron hacia él a la vez, pero fue Vasko quien absorbió el peso de Clavain. Hubo un momento de alivio y sorpresa. Clavain era terriblemente ligero, como un saco de paja. La inspiración de aire de Vasko fue tan fuerte, que se oyó incluso por encima del siseo de olla a presión de la nave.

—¿Está bien, señor? —preguntó. Clavain le clavó la mirada.

—Soy un hombre mayor —respondió—. No esperes mucho de mí.

Reflexionando ahora sobre las últimas horas transcurridas en presencia de Clavain, Vasko no tenía ni idea de qué opinión le merecía. Un minuto, el anciano estaba enseñándole la nave con una especie de hospitalidad familiar, preguntándole por su familia, alabándole la perspicacia de sus preguntas, compartiendo chistes con él como un viejo camarada, y al minuto siguiente estaba distante y frío como un cometa.

Aunque los cambios de humor llegaban sin avisar, siempre iban acompañados de un perceptible cambio de enfoque en los ojos de Clavain, como si lo que sucedía a su alrededor hubiera dejado de ser interesante de repente. Las primeras veces que había pasado esto, Vasko había supuesto que había hecho algo que había disgustado al anciano. Pero pronto se dio cuenta de que trataba de igual forma a Escorpio, y que las fases distantes de Clavain estaban más relacionadas con la pérdida de una señal, como una radio que perdiera la frecuencia, que con un enfado. Estaba a la deriva y entonces, de pronto, volvía al presente. Cuando se dio cuenta de esto, Vasko dejó de preocuparse tanto por lo que hacía o decía en presencia de Clavain; al mismo tiempo, se sentía cada vez más preocupado por el estado mental del hombre que estaban llevando de vuelta a casa. Se preguntaba adonde viajaba Clavain cuando dejaba de estar presente. Cuando el hombre estaba amable y concentrado en el aquí y el ahora, parecía tan cuerdo como cualquiera. Pero la cordura, decidió Vasko, era como las luces que veía a través de su ventana. Casi en cualquier dirección, la única forma de viajar era hacia la oscuridad, y había mucha más oscuridad que luz.

En ese momento apreció una extraña ausencia de iluminación atravesando las luces de uno de los asentamientos más grandes. Frunció el ceño e intentó pensar en algún lugar que conociera en el que hubiera una travesía sin iluminar, o quizás un ancho canal hacia el interior de una de las islas. La lanzadera se inclinó, cambiando su ángulo de visión. La franja de oscuridad varió, tragándose más luces y revelando otras. La percepción de Vasko dio la vuelta y se dio cuenta de que estaba viendo una estructura sin iluminar interpuesta entre la lanzadera y el asentamiento. La inmensa altura de la estructura se deducía vagamente por la forma en la que eclipsaba y revelaba las luces del fondo, pero, una vez Vasko logró identificarla, no tuvo problemas en rellenar los detalles por sí mismo. Claro está, se trataba de la torre del mar, que se elevaba en el mar, a varios kilómetros del asentamiento más antiguo, el lugar donde había nacido. La torre del mar. La nave.
Nostalgia por el Infinito
.

Solo la había visto desde la distancia, ya que estaba prohibido para el tráfico marítimo rutinario acercarse a la nave. Sabía que los líderes navegaban hasta ella, y no era un secreto que algunas lanzaderas entraban y salían ocasionalmente de la nave, diminutas como mosquitos frente a la aguja del casco visible, retorcida y desgastada por el tiempo. Suponía que Escorpio la conocía bien, pero la nave era uno de los muchos temas que Vasko había decidido que sería mejor no mencionar durante su primera expedición con el cerdo.

Desde este punto de vista privilegiado, la
Nostalgia por el Infinito
seguía pareciéndole muy grande a Vasko, pero ya no tan lejana y geológicamente enorme como se lo había parecido durante toda su vida. Podía ver que la nave era al menos cien veces más alta que la estructura de caracolas más alta del archipiélago, y seguía produciéndole una sensación de vértigo. Pero estaba mucho más cerca de la orilla de lo que había pensado, claramente era un apéndice de la colonia en lugar de un distante y amenazante guardián. Si bien la nave no parecía precisamente frágil, ahora comprendía que era un artefacto humano, tan a la merced del océano como los asentamientos sobre los que poseía una visión panorámica.

La nave les había traído a Ararat antes de sumergir sus extremidades inferiores bajo un kilómetro de mar. Había un puñado de lanzaderas capaces de llevar a la gente hacia el espacio interplanetario, pero la nave era la única que podía llevarlos más allá del sistema de Ararat, hacia el espacio interestelar. Vasko lo sabía desde que era pequeño, pero hasta entonces no había entendido la terrible dependencia hacia este único medio de escape.

Mientras la lanzadera descendía, las luces se concretaron en ventanas, farolas y las hogueras de los bazares. La mayoría de los distritos de Primer Campamento tenían un aspecto de poblado de chabolas sin planificar. Las estructuras más grandes estaban hechas con conchas arrastradas hacia la orilla o recogidas del mar por expediciones en busca de alimentos. Los edificios resultantes tenían el aspecto curvo y compartimentado de grandes conchas marinas. Pero era muy raro encontrar materiales de conchas de ese tamaño, así que la mayoría de las estructuras estaban hechas de materiales más tradicionales. Había un puñado de cúpulas inflables, algunas de las cuales eran casi tan grandes como las estructuras de caracolas, pero el plástico usado para hacer y reparar las cúpulas siempre había escaseado. Era mucho más fácil rapiñar metal del corazón de la nave; por ese motivo, casi todo estaba unido por placas de metal y andamiajes, formando una extensión urbana de combadas estructuras rectangulares que apenas alcanzaban las tres plantas de altura. Las cúpulas y las estructuras de caracolas irrumpían en medio de las barriadas de metal como ampollas. Las calles eran redes de andrajosas sombras sin iluminar, salvo por los ocasionales peatones con sus antorchas.

La lanzadera se deslizó por unas regiones intermedias de oscuridad y después se quedó suspendida sobre una pequeña formación de estructuras que Vasko no había visto nunca. Había una cúpula y una estructura metálica adyacente, pero el conjunto parecía mucho más formal que cualquier otra zona de la ciudad. Vasko se dio cuenta de que era, casi con seguridad, uno de los campamentos administrativos ocultos. El grupo de hombres y cerdos que gobernaban la colonia tenía oficinas en la ciudad, pero era de dominio público que tenían lugares de reunión seguros, no señalados en ningún mapa civil.

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