El Desfiladero de la Absolucion (11 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—Ese nombre es de Resurgam, ¿no? ¿Eres de allí?

—Nací aquí, señor, pero mis padres eran de Resurgam. Vivían en Cuvier antes de la evacuación.

—No pareces tan mayor.

—Tengo 20 años, señor.

—Nació un año o dos después de que se estableciera la colonia —dijo Escorpio, casi en un susurro—. Eso lo convierte en una de las personas mayores nacidas en Ararat. Pero no es el único. Hemos tenido una segunda generación de nativos que han nacido mientras estabas fuera, niños cuyos padres no recuerdan ya Resurgam, ni siquiera el viaje hasta aquí. Clavain se estremeció, como si pensar en esto fuera, con diferencia, lo más aterrador que hubiera imaginado jamás.

—Se supone que no íbamos a echar raíces, Escorpio. Ararat tenía que ser una escala temporal. Incluso el nombre es un chiste malo, uno no se establece en un planeta con un mal chiste por nombre.

Escorpio decidió que no era el momento ideal para recordarle que el plan había sido siempre dejar a un grupo de gente en Ararat, incluso si la mayoría partía.

—Estamos tratando con humanos —dijo—, y con cerdos. Intentar que no nos reproduzcamos es como mantener encerrado a un gato.

Clavain devolvió su atención a Vasko: —¿Y a qué te dedicas?

—Trabajo en la fábrica de alimentos, señor, principalmente en los tanques de sedimentación, limpiando sedimentos de los raspadores o cambiando las cuchillas de la raedera de superficie.

—Parece un trabajo muy interesante.

—Sinceramente, señor, si lo fuera, no estaría hoy aquí.

—Vasko también pertenece a la liga local de la División de Seguridad —dijo Escorpio—. Ha realizado el entrenamiento habitual: armas de fuego, pacificación urbana y demás. Claro que la mayor parte del tiempo está apagando fuegos, o ayudando con la distribución de suministros médicos de los Servicios Centrales.

—Un trabajo fundamental —dijo Clavain.

—Nadie, y mucho menos Vasko, lo discute —dijo Escorpio—, pero hizo correr la voz de que estaba interesado en algo un poco más arriesgado. Ha estado inundando la administración de la División pidiendo un ascenso a un trabajo de jornada completa. Sus marcas son muy buenas y tiene ilusión por intentar algo un poquito más estimulante que quitar mierda con una pala.

Clavain miró al joven con los ojos arrugados:

—¿Exactamente, qué te ha contado Escorp sobre la cápsula?

Vasko miró al cerdo y luego de nuevo a Clavain:

—Nada, señor.

—Le dije lo que necesitaba saber, que es bien poco.

—Creo que es mejor que le cuentes el resto —dijo Clavain. Escorpio repitió la historia que le había contado a Clavain.

Observó, fascinado, el impacto que la noticia provocaba en la expresión de Vasko. No le extrañaba. Durante veinte años, el aislamiento absoluto de Ararat se había entretejido tan profundamente en su vida como el incesante rugir del mar y el constante hedor cálido del ozono y la vegetación pútrida. Era tan absoluto, tan permanente, que se desvanecía bajo el nivel de consciencia. Pero ahora algo había roto ese aislamiento: un recordatorio de que este mundo oceánico no había sido siempre un santuario frágil y temporal en mitad del escenario de un conflicto mucho mayor.

—Como puedes comprobar —dijo Escorpio—, no es algo que deseemos comunicar a todo el mundo antes de que sepamos exactamente qué pasa y quién está dentro de esa cosa.

—Imagino que tienes alguna sospecha —dijo Clavain. Escorpio asintió.

—Podría ser Remontoire. Siempre hemos esperado ver aparecer a la
Luz del Zodiaco
cualquier día de estos. En realidad, desde hace ya tiempo. Pero no hay forma de saber qué les ha pasado desde que nos fuimos, o cuánto tiempo tardó la nave en repararse a sí misma. Quizás cuando abramos la cápsula nos encontremos con mi segundo combinado favorito allí sentado.

—No pareces muy convencido.

—Explícame esto, Clavain —dijo Escorpio—. Si es Remontoire y el resto, ¿a qué viene tanto secretismo? ¿Por qué no entran en órbita y anuncian que están aquí? Al menos podrían haber dejado caer la cápsula un poco más cerca de tierra para que no nos hubiera tomado tanto tiempo encontrarla.

—Así que quizás debamos considerar una alternativa —dijo Clavain—. Podría ser tu combinada más odiada.

—También había pensado en eso, por supuesto. Si Skade hubiera llegado a nuestro sistema, esperaría que mantuviese el máximo sigilo durante su viaje. Pero aun así, habríamos visto algo. Del mismo modo, no creo que Skade comience una invasión con una sola cápsula; a menos que contenga algo realmente terrible.

—Skade es lo suficientemente terrible por sí misma —dijo Clavain—. Pero estoy de acuerdo. No creo que sea ella. Aterrizar ella sola sería un suicidio y un gesto absurdo, en absoluto su estilo.

Habían llegado a la tienda. Clavain abrió la puerta y entró primero. Se detuvo en el umbral y examinó el interior con un cierto sentido de recriminación, como si allí viviera otra persona.

—Me he acostumbrado a este sitio —dijo, casi a modo de disculpa.

—¿Quieres decir que no soportarías volver? —preguntó Escorpio. Aún podía oler el persistente aroma de la presencia anterior de Clavain.

—Tendré que hacer un esfuerzo. —Clavain cerró la puerta tras ellos y se dirigió a Vasko—. ¿Qué sabes de Skade y Remontoire?

—Creo que nunca he oído esos nombres.

Clavain se acomodó en una silla plegable, dejando a los otros dos de pie.

—Remontoire era, es, uno de mis aliados más antiguos. Otro combinado. Lo conozco desde que nos enfrentamos en Marte.

—¿Y Skade, señor?

Clavain cogió un trozo de concha y lo examinó como ausente.

—Skade es harina de otro costal. También es una combinada, pero de una generación más joven. Es más lista y rápida, y no tiene ataduras emocionales con la humanidad de la vieja guardia. Cuando la amenaza de los inhibidores se hizo patente, para salvar el Nido Madre, Skade planeó huir de este sector del espacio. No me gustó la idea: implicaba dejar que el resto de la humanidad se las arreglara sola en vez de ayudarnos los unos a los otros, y por lo tanto, deserté. Remontoire, tras ciertos recelos, se unió a mí con su grupo.

—Entonces, ¿Skade os odia a los dos? —preguntó Vasko.

—Creo que aún está dispuesta a otorgarle a Remontoire el beneficio de la duda —dijo Clavain—. Pero a mí no. Yo he quemado mis puentes con Skade. Para ella, la gota que colmó el vaso fue cuando la partí por la mitad con una amarra.

—Esas cosas pasan —dijo Escorpio encogiéndose de hombros.

—Remontoire la salvó —dijo Clavain—. Eso probablemente cuenta a su favor, aunque la traicionara más tarde. Pero con Skade probablemente sea mejor no suponer nada. Creo que la maté después, pero no puedo excluir la posibilidad de que escapara. Por lo menos, eso es lo que su última transmisión proclamaba.

Vasko preguntó:

—Entonces, exactamente, ¿por qué esperamos que lleguen Remontoire y los demás, señor?

Clavain entornó los ojos en dirección a Escorpio.

—En realidad no sabe gran cosa, ¿no?

—No es culpa suya —dijo Escorpio—. Recuerda que ha nacido aquí. Lo que pasara antes de que llegásemos aquí es una historia muy antigua para él. La mayoría de los jóvenes reaccionan de la misma manera, ya sean humanos o cerdos.

—Aun así, no es una excusa —dijo Clavain—. En mis tiempos éramos más inquisitivos.

—En tus tiempos, lo normal era cometer un par de genocidios antes del desayuno.

Clavain no dijo nada. Dejó el trozo de concha y cogió otro, probando su afilado borde en los finos pelos del dorso de su mano.

—Sé cosas, señor —dijo Vasko precipitadamente—. Sé que usted vino a Resurgam desde Yellowstone cuando las máquinas comenzaron a destruir nuestro sistema solar. Ayudó a evacuar a toda la colonia, casi doscientos mil, a bordo de la
Nostalgia por el Infinito
.

—Más bien ciento setenta mil —dijo Clavain—. Y no hay día que no me acuerde de aquellos que no pudimos salvar.

—Nadie sería capaz de echártelo en cara, teniendo en cuenta a cuántos lograste salvar —dijo Escorpio.

—La Historia se encargará de juzgarlo.

—Nevil, si quieres regodearte en la autocompasión —suspiró Escorpio—, tú mismo. Yo tengo que encargarme de una cápsula misteriosa y una colonia a la que le gustaría mucho tener a su líder de vuelta. Preferiblemente limpio y arreglado y no oliendo a algas y a sábanas sucias. ¿No crees, Vasko?

Clavain miró a Vasko en un escrutinio que duró varios segundos. El pelo claro de la nuca de Escorpio se erizó. Tenía la impresión de que Clavain estaba midiendo al joven según sus estrictos ideales internos, que habían sido elaborados y pulidos durante siglos. Es ese momento, Escorpio sospechaba que el destino de Vasko estaba siendo decidido por Clavain. Si decidía que Vasko no era merecedor de su confianza, no habría más indiscreciones, ni menciones a individuos desconocidos para la mayoría de los colonos. Su implicación con Clavain sería periférica, e incluso el propio Vasko aprendería a no pensar mucho en lo que había pasado hoy.

—Podría sernos de gran ayuda —dijo Vasko, dubitativo, mirando a Escorpio mientras hablaba—. Lo necesitamos, señor. Si la persona de la cápsula resulta ser su amigo, Remontoire esperará encontrarle a usted allí cuando lo saquemos.

—Tiene razón —dijo Escorpio—. Te necesitamos allí, Nevil. Quiero tu consentimiento para abrirlo y no para simplemente enterrarlo en el mar.

Clavain permanecía en silencio. El viento sacudió las cuerdas de nuevo. La consistencia de la luz dentro de la tienda se había vuelto lechosa durante la última hora, mientras el sol brillante se ocultaba tras el horizonte. Escorpio se sintió bajo de energía, como solía pasarle últimamente al atardecer. No le apetecía en absoluto emprender el viaje de vuelta, sabiendo que el mar estaría más embravecido que en la ida.

—Si regreso… —dijo Clavain, y luego hizo una pausa para dar otro sorbo de su bebida. Se pasó la lengua por los labios antes de continuar—. Si regreso, no cambiará nada. Vine aquí por un motivo y ese motivo sigue siendo tan válido como siempre. Pienso regresar aquí cuando este asunto esté zanjado.

—Lo entiendo —dijo Escorpio, aunque no era lo que deseaba oír.

—Me alegro, porque lo digo en serio.

—Pero ¿entonces vendrás con nosotros y supervisarás la apertura de la cápsula?

—Sí, pero eso y solo eso.

—Aún te necesitan, Clavain. Por muy difícil que sea, no eludas la responsabilidad ahora, después de todo lo que has hecho por nosotros. Clavain tiró su vaso de agua.

—¿Después de todo lo que he hecho por vosotros? ¿Tras implicaros a todos en una guerra, arrebataros vuestras vidas y arrastraros por el espacio hasta un miserable agujero infernal como este? No creo que necesite la gratitud de nadie por todo eso, Escorpio. Creo que necesito compasión y perdón.

—Siguen pensando que te lo deben. Todos lo creemos.

—Tiene razón —dijo Vasko.

Clavain abrió un cajón del escritorio plegable y sacó un espejo. Su superficie estaba agrietada y empañada. Debía de ser muy antiguo.

—¿Vendrás con nosotros entonces? —insistió Escorpio.

—Puede que esté viejo y cansado, Escorpio, pero de vez en cuando todavía hay cosas que me sorprenden. Mis planes a largo plazo no han cambiado, pero admito que me gustaría mucho saber quién hay en la cápsula.

—Bien. Podemos salir en cuanto recojas lo que necesites. Clavain gruñó algo a modo de respuesta y después se miró en el espejo; entonces, apartó la mirada tan inesperadamente que sorprendió a Escorpio.

Sería por sus ojos, pensó el cerdo. Clavain había visto sus ojos por primera vez en muchos meses y no le había gustado lo que vio en ellos.

—Les voy a dar un susto de muerte —dijo Clavain.

107 Piscium, 2615

Quaiche se situó junto al sarcófago. Como de costumbre, le dolía todo tras un período en la arqueta de desaceleración. Cada músculo de su cuerpo recitaba para su cerebro una sorda letanía de quejas. Sin embargo, esta vez apenas notaba el malestar. Tenía la mente ocupada con otro asunto.

—Morwenna —dijo—, escúchame. ¿Estás despierta?

—Estoy aquí, Horris. —Sonaba aturdida pero despierta—.

¿Qué ha pasado?

—Hemos llegado. La nave nos ha acercado hasta siete UA, muy cerca del gigante gaseoso más importante. Voy arriba a comprobarlo todo. La visión desde la cabina es impresionante. Me gustaría que estuvieras allí conmigo.

—A mí también.

—Se ven las tormentas en la atmósfera, los rayos… las lunas… todo. Es una puta maravilla.

—Horris, suenas emocionado por algo.

—¿Ah, sí?

—Lo noto en tu voz. Has encontrado algo, ¿no?

Deseaba desesperadamente tocar el sarcófago, acariciar su superficie metálica e imaginar que bajo sus dedos estaba Morwenna.

—No sé lo que he encontrado, pero es suficiente para que al menos eche un buen vistazo por aquí.

—Eso no me dice mucho.

—Hay una gran luna cubierta de hielo en órbita alrededor de Haldora —dijo.

—¿Haldora?

—El gigante gaseoso —explicó rápidamente Quaiche—. Acabo de ponerle nombre.

—Quieres decir que la nave le ha asignado unas etiquetas aleatorias de unas entradas sin adjudicar en las tablas de nomenclaturas.

—Bueno, sí —sonrió Quaiche—. Pero no he aceptado la primera opción que me ha propuesto. He aplicado cierto grado de juicio propio en este asunto, por muy insignificante que parezca. ¿No te parece que Haldora tiene un bonito aire clásico? Es corso o algo así, aunque da igual.

—¿Y la luna?

—Hela —dijo Quaiche—. Por supuesto, le he puesto nombre a todas las lunas de Haldora, pero Hela es la única que nos interesa por ahora. Incluso he nombrado algunos de sus accidentes topográficos más importantes.

—¿Por qué te interesa una luna cubierta de hielo, Horris?

—Porque hay algo ahí abajo —dijo—, algo a lo que realmente deberíamos echar un vistazo más de cerca.

—¿Qué has encontrado, amor mío?

—Un puente —dijo Quaiche—, un puente que atraviesa un desfiladero. Un puente que no tendría que estar ahí.

La
Dominatrix
husmeó y se acercó furtivamente al gigante gaseoso, al que su capitán había decidido llamar Haldora, con todos sus sensores alerta. Conocía los peligros del espacio local, las trampas en las que pueden caer los incautos viajeros en estos sistemas solares cargados de radiaciones eclipses de polvo. Estaba alerta para evitar impactos, esperando que un fragmento rozara el borde de la burbuja del radar anticolisión. Cada segundo estudiaba y revisaba billones de situaciones de crisis, examinando las posibles rutas de escape para encontrar las pocas soluciones aceptables que les permitieran evitar la amenaza sin aplastar hasta la muerte a su capitán. De vez en cuando, solo para divertirse, urdía planes para evitar múltiples colisiones simultáneas, aunque sabía que el universo tendría que pasar por un inviable número de ciclos de destrucción y renacimiento antes de que tal confluencia de eventos pudiera albergar una oportunidad de suceder.

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