El Desfiladero de la Absolucion (22 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—¿Qué estás buscando? —preguntó Rashmika.

—El vehículo rey —dijo Crozet con tranquilidad—. El punto de recepción, el lugar donde las caravanas hacen sus negocios. Normalmente está hacia el frente. Aunque esta es bastante larga. No había visto una así en muchos años.

—Estoy impresionada —dijo Rashmika, mirando hacia arriba al edificio de maquinaria en movimiento que se alzaba por encima del pequeño jammer.

—Pues que no te impresione demasiado —dijo Crozet—. Una catedral, una de verdad, es un poquito más grande que esto. Se mueven más despacio, pero no se paran. No les resulta fácil. Es como parar un glaciar. Cerca de uno de esos monstruos incluso yo me siento un poco nervioso. No serían ni la mitad de terribles si no se movieran…

—Ahí está el rey —dijo Linxe, señalando a través del hueco en la primera columna—. En el otro lado, cariño. Vas a tener que dar la vuelta.

—Joder. Odio dar un rodeo.

—No te arriesgues y ve por detrás.

—No. —Crozet enseñó toda su horrible dentadura—. Le voy a echar cojones'.

Rashmika notó cómo el asiento le golpeaba en la espalda al acelerar Crozet al máximo. La columna se deslizó hacia atrás mientras adelantaban a los vehículos uno a uno. Se movían rápido, pero no mucho. Rashmika imaginaba que la caravana se desplazaba en silencio, como la mayoría de las cosas en Hela. No podía oírlo claramente, pero podía notarlo: un rumor bajo el umbral de lo audible, un coro de componentes sónicos que llegaban hasta ella a través del hielo, de los esquís, a través del complicado sistema de suspensión del icejammer. Ahí estaba el ruido sordo de las ruedas, como un millón de botas pisoteando con impaciencia. Estaba el
runrún
de cada placa de las cadenas de oruga chocando contra el suelo. Estaban los arañazos de las patas mecánicas como picos luchando por agarrarse a un suelo helado. Estaba el grave gemido chirriante de las máquinas segmentadas, y otra docena de ruidos que no podía aislar. Además de todo ello, como una serie de notas de órgano, Rashmika oía el trabajo de incontables motores.

El icejammer de Crozet había ganado cierta distancia al par de máquinas que lideraban la caravana, que se quedaba atrás más o menos el doble de su propia longitud. Baterías de focos alumbraban por delante de la caravana, bañando el vehículo de Crozet en una áspera radiación azul. Rashmika vio a diminutas figuras moviéndose tras las ventanas e incluso encima de las propias máquinas, apoyándose en barandillas. Llevaban trajes presurizados con iconografía religiosa.

Las caravanas eran parte de la vida de Hela, pero Rashmika admitía que apenas sabía cómo funcionaban, aunque conocía los detalles básicos. Las caravanas eran los agentes móviles de las grandes iglesias, los organismos que gestionaban las catedrales. Por supuesto las catedrales también se movían (despacio, como Crozet había dicho), pero estaban casi siempre confinadas al cinturón ecuatorial del Camino Permanente. A veces se desviaban del Camino, pero nunca tan lejos hacia el norte o el sur.

Las caravanas todoterreno, sin embargo, podían viajar con mayor libertad. Poseían la velocidad para hacer viajes alejados del camino y aun así alcanzar a sus catedrales nodrizas en la misma revolución. Se separaban y volvían a unirse en su recorrido, enviando pequeñas expediciones y juntándose con otras durante etapas de su trayecto. A veces una caravana podía representar a tres o cuatro iglesias diferentes, sus discrepancias fundamentalmente en sus concepciones sobre el milagro de Quaiche y en sus interpretaciones. Pero todas las iglesias compartían la necesidad común de trabajadores y piezas de recambio. Todos necesitaban contratar gente.

Crozet viró el icejammer hacia la parte central del camino, inmediatamente delante del convoy. En ese momento empezaba una pequeña pendiente y la subida hacía que el icejammer perdiera su ventaja en relación con la caravana, que simplemente seguía rodando, ignorando el desnivel.

—Ten cuidado —dijo Linxe.

Crozet movió con rapidez los mandos y la cola del icejammer giró hacia el otro lado de la procesión. El morro la siguió y con un golpe seco los esquís se encajaron en antiguas rodadas en el hielo. La pendiente se elevaba un poco más, pero ahora no había problema, Crozet ya no necesitaba seguir delante de la caravana. Por lo tanto, despacio pero continuando con la velocidad imparable de la tierra deslizándose frente a un barco, las máquinas a la cabeza de la caravana les alcanzaron.

—Bueno, ese es el rey —dijo Crozet—. Parece que están esperándonos. Rashmika no tenía ni idea de lo que quería decir, pero cuando se acercaron, vio un par de calaveras balanceándose desde el tejado, con ganchos metálicos colgando. Un par de figuras con trajes de deslizaron por los cables, cada una agarrada de un gancho. Entonces se perdieron de vista y no pasó nada durante unos segundos hasta que oyó unas pesadas pisadas en el techo del jammer. Entonces oyó el entrechocar del metal contra metal y un momento después el movimiento del jammer desapareció como por encanto. Les habían levantado del hielo, remolcándoles atados a un costado de la caravana.

—Estos cabrones descarados siempre me hacen lo mismo —dijo Crozet—. Pero no sirve de nada discutir con ellos. O lo tomas o lo dejas.

—Al menos podremos salir y estirar las piernas un poco —dijo Linxe.

—¿Estamos ahora en la caravana? —preguntó Rashmika—. Quiero decir oficialmente.

—Sí, lo estamos —dijo Crozet.

Rashmika movió la cabeza, aliviada por estar ya fuera del alcance de la policía de Vigrid. No habían visto ni rastro de los investigadores, pero en su imaginación siempre estaban a un paso del jammer de Crozet.

Aún no sabía qué pensar de todo el asunto de la policía. Esperaba cierto revuelo si las autoridades descubrían que se había fugado, pero poco más que una llamada a la gente para que estuviera alerta por si la veían y que la llevaran de vuelta a las tierras baldías si la encontraban. Pero no se esperaba ningún esfuerzo activo para encontrarla. Y era mucho peor que eso, ya que a la policía se le había metido en la cabeza la idea de que ella tenía algo que ver con la explosión en el almacén de demolición. Imaginaba que asumirían que estaba huyendo porque era culpable, por miedo a ser descubierta. Se equivocaban, claro, pero en ausencia de otro sospechoso mejor, ella no tenía ninguna defensa obvia.

Crozet y Linxe, afortunadamente, le habían dado el beneficio de la duda. O eso, o no les importaba lo que hubiera hecho. Pero seguía preocupada por encontrarse un control policial que detuviese al jammer antes de llegar a la caravana. Ahora ya podía dejar de preocuparse, al menos por eso.

En unos minutos establecieron el acoplamiento y parecía que Crozet no pintaba nada en el asunto, ya que, sin que él hiciera nada, entró una ráfaga de aire en el vehículo que hizo que sus oídos se destaponasen ligeramente. Luego oyó unas pisadas subiendo a bordo.

—Les gusta dejar claro quién manda —dijo Crozet, como si la situación necesitara una explicación—. Pero que no te dé miedo ninguno de estos, Rashmika. Solo están haciendo una demostración de fuerza, pero siguen necesitándonos a los de las tierras baldías.

—No te preocupes por mí —le dijo Rashmika.

Un hombre irrumpió en la cabina, como si se hubiera olvidado algo hacía un minuto. Su ancha cara de rana tenía una complexión carnosa; el puente de piel entre la base de su chata nariz y el labio superior brillaba con algo desagradable. Llevaba un abrigo largo de tela gruesa morada, con los puños y el cuello generosamente hinchados. Una boina ladeada con un intrincado y diminuto símbolo se aposentaba al bies sobre una mata de pelo rojo, mientras que sus dedos estaban adornados por numerosos anillos. Llevaba un compad en una mano, en cuya pantalla se movían columnas de números en una escritura antigua. Tenía, observó Rashmika, una especie de artefacto posado en el hombro derecho, un objeto articulado de columnas y tubos verdes brillantes. No tenía ni idea de su función, o de si era un adorno o algún arcaico accesorio médico.

—Señor Crozet —dijo el hombre a modo de bienvenida—. Qué sorpresa tan inesperada. Verdaderamente no creí que lo lograra esta vez.

Crozet se encogió de hombros. Rashmika notaba que estaba haciendo un esfuerzo por parecer despreocupado e indiferente, pero la escena requería cierta intervención.

—No se puede detener a un hombre bueno, cuestor.

—Puede que no. —El hombre miró a su pantalla, frunciendo los labios como si hubiera chupado un limón—. Sin embargo has dejado las cosas para última hora. Ya no queda mucho, Crozet. Confío en que no estés muy decepcionado.

—Mi vida es una serie de decepciones, cuestor. Creo que probablemente ya me he acostumbrado.

—Devotamente espero que así sea. Todos debemos saber cuál es nuestro lugar en la vida, Crozet.

—Yo sé cuál es el mío, sin duda, cuestor. —Crozet tocó algo en el panel de control, probablemente para apagar el icejammer—. Bueno, ¿tenéis el negocio abierto o no? La verdad es que se ha trabajado duro esta fría bienvenida rutinaria.

El hombre sonrió levemente.

—Esto es hospitalidad, Crozet. Una bienvenida fría hubiera sido dejaros tirados en el hielo o pasaros por encima.

—Entonces debo estar agradecido por lo que tengo.

—¿Quién eres? —preguntó Rashmika de pronto, sorprendiéndose a sí misma.

—Es el cuestor… —dijo Linxe antes de que la cortaran.

—Cuestor Rutland Jones —interrumpió el hombre con tono teatral, como si interpretara para la galería—. Jefe de Suministros Auxiliares, superintendente de Caravanas y otras Unidades Móviles, legado itinerante de la Iglesia de los Primeros Adventistas. ¿Y tú eres?

—¿Los Primeros Adventistas? —preguntó para asegurarse de que lo había entendido bien. Había tantas ramas de los Primeros Adventistas, algunas importantes e influyentes por derecho propio, y algunas con nombres tan parecidos entre sí, que era fácil confundirse. Pero la Iglesia de los Primeros Adventistas era la que le interesaba. Añadió:

—¿La Iglesia más antigua, la que se remonta al principio?

—A menos que me equivoque mucho acerca de mi jefe, sí. Creo que todavía no has respondido a mi pregunta.

—Rashmika —dijo—, Rashmika Els.

—Els —el hombre alargó la sílaba—. Un nombre muy común en las aldeas de las tierras baldías de Vigrid, tengo entendido. Pero creo que nunca había visto a un Els tan al sur.

—Quizás en alguna ocasión —dijo Rashmika. Pero era un poco improbable. Aunque la caravana en la que viajó su hermano estuviera también adscrita a los adventistas, era poco probable que fuera precisamente esta.

—Lo recordaría, supongo.

—Rashmika viaja con nosotros —dijo Linxe—. Rashmika es… una chica muy lista. ¿No es así, cariño?

—Me las apaño —dijo Rashmika.

—Había pensado en encontrar trabajo en las iglesias —dijo Linxe arreglándose el pelo que cubría su marca de nacimiento. El hombre bajó su compad.

—¿Un trabajo?

—Algo técnico —dijo Rashmika. Había ensayado este encuentro una docena de veces, aunque en su imaginación ella siempre llevaba ventaja. Pero todo estaba sucediendo muy deprisa, no como hubiera esperado.

—Siempre aceptamos chicas jóvenes y entusiastas —dijo el cuestor buscando algo en un bolsillo del pecho—. Y chicos también, claro. Depende de tus habilidades.

—No tengo habilidades de esas —dijo Rashmika, convirtiendo la palabra en una obscenidad—. Pero resulta que sé leer y se me dan bien las matemáticas. Sé programar la mayoría de sirvientes, sé mucho sobre el estudio de los scuttlers y tengo ideas sobre su extinción. Seguro que puedo ser de utilidad para alguien en la Iglesia.

—Se preguntaba si podrían encontrar un puesto en alguno de los grupos de estudio patrocinados por la Iglesia —dijo Linxe.

—¿Ah, sí? —preguntó el cuestor.

Rashmika asintió. En su opinión, los grupos de estudio patrocinados por la Iglesia eran un chiste que existía solo para firmar sin cuestionar la doctrina quaicheista vigente sobre los scuttlers; pero tenía que empezar en algún sitio. Su verdadero objetivo era encontrar a Harbin, no avanzar en su estudio de los scuttlers. Sin embargo, sería mucho más fácil encontrarlo si comenzaba en un puesto de oficina, como en el grupo de estudio, que en un trabajo menor como por ejemplo de mantenimiento del Camino.

—Creo que sería de gran valor —dijo.

—Saber mucho sobre el estudio de una materia no es lo mismo que conocer la materia propiamente dicha —dijo el cuestor con una sonrisa compasiva. Sacó la mano del bolsillo con un pellizco de semillas entre el índice y el pulgar. La cosa verde articulada de su hombro se estiró, moviéndose con una curiosa rigidez que a Rashmika le recordó a una criatura inflada como un globo. En realidad era un animal, pero no se parecía a nada que Rashmika, en su limitada experiencia, hubiera visto jamás. Ahora veía que en el extremo de uno de los tubos más gruesos tenía una cabeza como una torrecilla, con ojos facetados y una delicada boca mecánica. El cuestor acercó sus dedos a la criatura, frunciendo los labios para animarla. La criatura se estiró y atacó el pellizco de semillas, mordisqueándolo con educación. Se preguntaba qué era aquello. El cuerpo y sus miembros eran como de insecto, pero la alargada espiral de su cola, que estaba enrollada alrededor del brazo del cuestor, sugería más bien un reptil. Aunque su forma de comer era claramente de pájaro. Recordaba a los pájaros de alguna parte, esas cosas que se pavoneaban con penachos brillantes, color azul cobalto y con colas que se abrían como abanicos. Pavos reales, pero ¿dónde había visto ella un pavo real? El cuestor sonrió a su mascota.

—Sin duda has leído muchos libros —dijo, mirando de reojo a Rashmika—. Eso tiene mérito.

Ella miró al animal con recelo.

—He crecido en las excavaciones, cuestor. He ayudado con el trabajo y he respirado el polvo de los scuttlers desde que nací.

—Desgraciadamente, eso no es una cualidad única.

¿Cuántos fósiles de scuttler has examinado?

—Ninguno —dijo Rashmika tras una pequeña pausa.

—Ya veo. —El cuestor se pasó el dedo por los labios, luego lo posó en la boca del animal—. Ya has tenido bastante, Peppermint.

Crozet tosió.

—¿Podemos continuar la conversación a bordo de la caravana, cuestor? No quiero alargar el viaje de vuelta y aún nos quedan muchos negocios que atender.

La criatura, Peppermint, se subió de nuevo por el brazo del cuestor ahora que su festín se había terminado y comenzó a lavarse la cara con sus diminutas manos como tijeras.

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