Pero había algo más. Algo que Vasko había advertido casi inmediatamente pero que había tachado de ilusión óptica debido a su posición en la lanzadera. Sin embargo ahora que podía ver el horizonte asomando entre la bruma marina, era obvio que no era una ilusión y que lo que veía no tenía nada que ver con su posición.
La nave se estaba inclinando. Era una ligera inclinación de apenas unos grados en vertical, pero lo suficiente para inspirarle terror. El edificio que durante tanto tiempo había sido un hito sólido en el paisaje, aparentemente tan antiguo como la propia geografía, se inclinaba hacia un lado. Estaba siendo empujado por la biomasa colectiva de organismos malabaristas de formas.
—Esto no me gusta nada —dijo Vasko.
—Contadme qué está pasando —dijo Khouri, de pie junto a él.
—No lo sabemos —dijo Escorpio—. Comenzó hará una hora. El mar se espesó alrededor de la base y el anillo de materia ha comenzado a tragarse la nave. Ahora parece que los malabaristas quieren derribarla.
—¿Podrían hacerlo?
—Puede. No lo sé. La nave debe de pesar varios millones de toneladas, pero la masa de toda esa materia malabarista no es nada despreciable. No obstante, no me preocupa que la nave vuelque.
—¿No?
—Me preocupa más que se parta. Es una abrazadora lumínica, está diseñada para tolerar una o más ges de aceleración en su eje. Permanecer de pie sobre la superficie del planeta no supone una tensión mayor que la de un vuelo estelar normal. Pero no están construidas para soportar tensiones laterales. No están pensadas para aguantar de una pieza si las fuerzas actúan oblicuamente. Un par de grados más y empezaré a preocuparme. Quizás se venga abajo.
—Necesitamos esa nave, Escorp —dijo Khouri—. Es nuestra única salida de este planeta.
—Gracias por la noticia de última hora —dijo—, pero ahora mismo diría que no puedo hacer gran cosa, a menos que quieras que luche contra los malabaristas de formas.
La idea en sí ya era radical, casi absurda. Los malabaristas de formas eran inofensivos para todo el mundo salvo algunos desafortunados individuos. En su conjunto nunca habían demostrado intenciones maliciosas contra los humanos. Eran archivos de conocimientos y mentes desaparecidas. Pero si los malabaristas de formas intentaban destruir la
Nostalgia por el Infinito
, ¿qué otra cosa debían hacer los humanos salvo tomar represalias? Simplemente no podían permitir que eso sucediese.
—¿Esta lanzadera lleva armas? —preguntó Khouri.
—Algunas —dijo Escorpio—. Principalmente, armamento ligero nave a nave.
—¿Algo que se pueda usar contra esa biomasa?
—Algunos rayos de partículas que no funcionan demasiado bien en la atmósfera de Ararat. El resto es muy probable que arranque pedazos de la nave también. Podríamos probar los rayos de partículas…
—¡No!
—La voz provenía de la boca de Khouri, pero había surgido de forma explosiva, como un vómito sonoro. Casi no parecía su propia voz.
—Pero si acabas de decir… —comenzó a decir Escorpio. Khouri se sentó de pronto, desplomándose como si estuviese exhausta en uno de los asientos que la lanzadera había dispuesto. Se llevó la mano a la frente.
—No —dijo de nuevo de forma menos estridente esta vez—. No. Dejar en paz. Ayudarnos.
Sin palabras, Vasko, Escorpio, Valensin y también Khouri se volvieron para mirar a la incubadora, donde Aura yacía encerrada bajo el cuidado de las máquinas. La diminuta forma rosada se movía, retorciéndose con cuidado contra sus ataduras.
—¿Ayudarnos? —preguntó Vasko.
Khouri respondió, pero de nuevo las palabras parecían surgir involuntariamente. Tenía que recobrar el aliento entre cada palabra.
—Ellos. Ayudarnos. Quieren.
Vasko se acercó a la incubadora. Tenía un ojo puesto en Khouri y otro en su hija. Las máquinas de Valensin se movían agitadamente. No sabían qué hacer, y sus brazos articulados daban bruscas sacudidas con nerviosa indecisión.
—¿Ellos? —preguntó Vasko—. ¿Te refieres a los malabaristas de formas?
La figura rosa dio una patada con su piernecita, el diminuto y perfecto puño se apretaba frente al ceño en miniatura de su cara. Los ojos de Aura eran dos hendiduras selladas.
—Sí. Ellos. Malabaristas de formas —dijo Khouri. Vasko se volvió hacia Escorpio.
—Creo que lo hemos malinterpretado todo —dijo.
—¿Eso crees?
—Espera, tengo que hablar con Antoinette.
Se fue hacia el puente sin esperar a que el cerdo le diese permiso. En la cabina de la lanzadera encontró a Antoinette y al piloto atados con el cinturón a sus asientos de mando. Habían hecho transparente toda la cabina, de forma que parecía que flotaban en el aire, acompañados únicamente por varios paneles y controles incorporados. Vasko sintió vértigo y dio un paso atrás, pero se repuso enseguida.
—¿Podemos quedarnos suspendidos en el aire? —preguntó Antoinette lo miró por encima del hombro.
—Claro que sí.
—Entonces detened la nave. ¿Tenéis algún radar?, ¿dispositivos anticolisión o algo así?
—Por supuesto —dijo de nuevo, como si ambas preguntas fuesen una de las cosas menos inteligentes que hubiera oído en mucho tiempo.
—Entonces dirigidlas hacia la nave.
—¿Por algún motivo en particular, Vasko? Todos podemos ver que la maldita nave se está inclinando.
—Hacedlo, ¿vale?
—Sí, señor —dijo Antoinette. Sus pequeñas manos, tintineantes por la bisutería, manipularon los controles que flotaban frente a ella. Vasko notó que la nave se detenía de golpe. La vista frontal rotó, colocando la torre inclinada directamente frente a ellos.
—Mantenlo así —dijo Vasko—. Ahora dirige ese radar, dondequiera que esté, hacia la nave, hacia la base si es posible.
—Eso no va a ayudarnos a calcular el ángulo de inclinación —dijo Antoinette.
—No me interesa su inclinación. No creo que en realidad intenten derribarla.
—¿Ah, no?
Vasko sonrió.
—Creo que es únicamente la consecuencia. Lo que intentan es moverla. —Esperó a que Antoinette conectase el radar. Una esfera palpitante apareció flotando frente a ella, llena de estructuras y números de tono verde ahumado.
—Esa es la nave —dijo ella apuntando al retorno más denso en el radar.
—Vale, ahora dime a qué distancia está.
—A cuatrocientos cuarenta metros —dijo Antoinette al cabo de un momento—. Es una distancia media. La materia verde varía de espesor constantemente.
—De acuerdo, vigila esa cifra.
—Está aumentando —dijo el piloto.
Vasko notó un aliento caliente en su nuca. Se volvió para ver al cerdo mirando por encima de su hombro.
—Vasko ha descubierto algo —dijo Antoinette—. La distancia a la espiral es ahora de… cuatrocientos cincuenta metros.
—Somos nosotros los que vamos a la deriva —dijo Escorpio.
—No, nosotros no —dijo ella un poco ofendida—. Estamos quietos como una piedra, al menos dentro de los márgenes de error. Vasko tiene razón, Escorp, la nave se mueve. La están arrastrando mar adentro.
—¿A qué velocidad se mueve? —preguntó Escorpio.
—Es pronto para saberlo con exactitud. Un metro, quizás, o dos, por segundo.
Antoinette comprobó su brazalete de comunicación.
—Lo niveles de neutrinos siguen subiendo. No estoy segura de cuánto tiempo tenemos exactamente, pero no creo que estemos hablando de más de unas pocas horas.
—En cuyo caso la nave no estará a más de unos kilómetros más lejos cuando despegue —dijo Escorpio.
—Eso es mejor que nada —dijo Antoinette—. Si al menos pueden arrastrarla más allá de la curva de la bahía, tendríamos alguna protección frente a la ola sísmica… Seguro que eso es mejor que nada.
—Lo creeré cuando lo vea —dijo el cerdo.
Vasko notó una intensa sensación de afirmación.
—Aura tenía razón. No quieren hacernos daño, solo quieren salvarnos alejando la nave de la bahía. Están de nuestra parte.
—Bonita teoría —dijo Escorpio—, pero ¿cómo saben cuál es nuestro problema? Ni que alguien hubiera entrado en el mar para explicárselo. Para eso, alguien tendría que haber salido a nadar.
—Quizás alguien lo haya hecho —dijo Vasko—. Pero ¿qué más da eso ahora? La nave se está moviendo y eso es lo único que importa.
—Sí —dijo Escorpio—. Esperemos que no sea demasiado tarde para cambiar las cosas.
Antoinette se dirigió al piloto.
—¿Puedes acercarnos más a la nave? La sustancia verde no parece tan espesa cerca de la cúspide. Quizás todavía podamos entrar por la plataforma de aterrizaje de siempre.
—Estás de broma —dijo el piloto con incredulidad. Antoinette negó con la cabeza mientras volvía a transferir todos los mandos al piloto.
—Me temo que no, colega. Si queremos que John pare el carro hasta que la nave esté fuera de la bahía, alguien tendrá que ir a hablar con él. Y ¿adivina a quién le acaba de tocar la china?
—Creo que lo dice muy en serio —dijo Vasko.
—Hazlo —dijo Escorpio.
Hela, 2727
La caravana avanzaba cuidadosamente atravesando túneles y recorriendo cornisas ridículamente estrechas. Giraba y se retorcía llegando a doblarse sobre sí misma de forma que la parte trasera avanzaba mientras que las máquinas delanteras retrocedían. En una ocasión, en una pendiente con curvas imposibles, por las que los motores y patas avanzaban penosamente, parte de la caravana pasó por encima del resto, permitiendo a Rashmika mirar a los observadores en sus plataformas desde arriba.
Durante todo el viaje, el puente se iba haciendo más grande. Cuando lo vio por primera vez parecía hecho de encaje, con poco relieve y como pintado sobre un fondo plano negro con tinta iridiscente. Ahora, poco a poco, iba adquiriendo una solidez tridimensional ligeramente amenazante. No era ningún espejismo, ni una característica peculiar de la iluminación y la atmósfera, sino un objeto real, y la caravana realmente iba a cruzarlo.
La tridimensionalidad le preocupaba y tranquilizaba a la vez. El puente parecía ahora ser algo más que un ensamblaje de finas líneas y aunque gran parte de su estructura seguía viéndose muy delgada de perfil, ahora que los veía desde un ángulo oblicuo, sus componentes no parecían tan delicados. Si el puente podía aguantar su propio peso, seguramente podría soportar el de la caravana, o al menos eso esperaba.
—¿Señorita Els?
Miró a su alrededor. Esta vez sí era el cuestor Jones.
—Sí —dijo disgustada por ser objeto de su atención.
—Estaremos encima de él en poco tiempo. Le prometí que la experiencia sería espectacular, ¿verdad?
—Sí que lo hizo —dijo ella—, pero lo que no me explicó, cuestor, es por qué no todo el mundo toma este atajo, si es tan útil como usted asegura.
—Superstición —dijo—, junto con excesiva prudencia.
—Un exceso de prudencia me parece completamente adecuado en lo que se refiere a ese puente.
—¿Tiene miedo, señorita Els? No tiene por qué. Esta caravana pesa apenas cincuenta mil toneladas con todo, y por su propia naturaleza el peso está repartido en una gran longitud. No es como si quisiéramos atravesar el puente con una catedral. Eso sí sería una locura.
—A nadie se le ocurriría algo así.
—A nadie en su sano juicio, y especialmente después de lo que pasó la última vez. Pero eso no nos concierne en lo más mínimo. El puente aguantará el paso de la caravana. Lo ha hecho en el pasado. Yo particularmente no tendría ningún reparo en cruzarlo en cada una de nuestras expediciones fuera del Camino, pero la verdad es que la mayoría de las veces no nos viene bien. Ya ha visto lo laborioso que es el desvío. La mayoría de las veces usar el puente nos haría perder más tiempo del que nos ahorra. Únicamente una serie de circunstancias muy particulares han significado lo contrario en esta ocasión. —El cuestor dio una palmada con decisión—. Ahora, vamos al grano. Creo que le he conseguido un puesto en la cuadrilla de despeje perteneciente a una catedral adventista.
—¿La
Lady Morwenna
?
—No, una un poco más pequeña, la
Catherine de Hierro
. Por algo se empieza, como todo el mundo. Y ¿por qué tiene tanta prisa por llegar a la
Lady Morwenna
? El deán Quaiche tiene sus manías. El deán de la Catherine es un buen hombre. Su historial de seguridad es muy bueno y los que trabajan para él son bien tratados.
—Gracias, cuestor —dijo, esperando que su desilusión no fuese demasiado obvia. Había mantenido la esperanza de que le encontrase un buen puesto de oficina, cualquier cosa alejada del trabajo de despeje—. Tiene razón, eso es mejor que nada.
—La Catherine está en el grupo de catedrales principales que se acercan a la falla por el oeste. Nos uniremos a ellas cuando hayamos cruzado el puente, poco antes de que comiencen a descender la Escalera del Diablo. Es toda una privilegiada, señorita Els: muy poca gente tiene la oportunidad de cruzar el desfiladero de la absolución dos veces en el mismo año, y mucho menos en cuestión de días.
—Me considero muy afortunada.
—Sin embargo, repetiré lo que le dije la última vez: el trabajo es difícil, peligroso y mal pagado.
—Aceptaré lo que haya disponible.
—En ese caso será transferida a la cuadrilla correspondiente en cuanto lleguemos al Camino. No se meta en líos y estoy seguro de que le irá muy bien.
—Lo tendré en cuenta, sin duda.
El cuestor se llevó un dedo a los labios y se dio la vuelta, pero se detuvo, como si hubiera recordado algo. Los ojos de su mascota verde (que había estado aferrada a su hombro todo el tiempo) estaban fijos en Rashmika, vacíos como cañones de pistolas.
—Una cosa más, señorita Els —dijo el cuestor, mirándola por encima del hombro.
—¿Sí?
—El caballero con el que hablaba antes… —sus ojos se entrecerraron como si estudiase su expresión—. Bueno, yo que usted no lo haría.
—¿El qué no haría?
—Relacionarme con los de su clase. —El cuestor miró fijamente al horizonte—. Por regla general no es muy recomendable andar con los observadores u otros peregrinos de una rama de la fe igualmente comprometida. Pero por mi experiencia en particular creo que es especialmente poco aconsejable asociarse con los que vacilan entre la fe y la negación.
—Obviamente, cuestor, yo decidiré con quién hablo.
—Por supuesto, señorita Els, y por favor, no se ofenda. Únicamente le ofrecía mi consejo desde el fondo del profundo pozo de bondad que es mi corazón. —Puso un trocito de comida en la boca de su mascota—. ¿No es así, Peppermint?