—Ciento treinta. Está dentro del campo de visión de nuestras luces, Escorp.
—Ilumínala. Veamos qué pasa.
La vista cambió, dando paso a las imágenes de las cámaras ópticas de un escenario inundado de luz. La lanzadera estaba virando, dándose la vuelta en su acercamiento final. La luz captó la textura del casco: metal abollado y cerámica, visores de hiperdiamante, marcas y arañazos en la superficie, destellos de metal desnudo en los bordes de los paneles, espirales de vapor de los propulsores de posición. Parecía terriblemente real, pensó Escorpio. Demasiado real, sin duda, para ser producto del camuflaje de los lobos. Una máquina inhibidora parecería humana únicamente desde cierta distancia; de cerca se apreciaría que no era más que una burda aproximación formada por una miríada de cubos negros en lugar de metal y cerámica. No tendría curvas suaves, ni sutileza en los detalles, ni coloración desigual o signos de daños y reparaciones…
—Ciento diez —dijo Vasko—. Diez metros más y disparo el arma caché. ¿Te parece bien, Escorp?
—Afirmativo.
Esto siempre había formado parte del plan. Si se acercaban más, el arma caché tenía tantas probabilidades de dañar a la
Nostalgia por el Infinito
como a la lanzadera. Por supuesto, si es que necesitaban el arma de clase infernal… Pero Escorpio no quería ni pensar en ello.
—Desarmada —dijo Vasko—. Noventa y cinco metros. Noventa.
El lento girar de la lanzadera les proporcionaba ahora una visión de su parte trasera. Escorpio vio toberas de escape apiladas juntas como cañones de escopeta. Aún se estaban enfriando tras dejar de funcionar, deslizándose por el espectro. Se hizo visible el tren de aterrizaje replegado en la cola para dejarlo caer en mundos sin aire. También vainas y fundas de uso desconocido, y había algo más: escabrosas incrustaciones negras, escalonadas en líneas geométricas.
—Lobos —dijo Vasko apenas con un susurro de voz. Escorpio miró la nave, con el corazón helado. Vasko tenía razón. Los bultos negros eran exactamente iguales a los que habían visto en la nave de Skade, en el iceberg. Su mano se apretó alrededor del gatillo, casi podía sentir las armas hipométricas estremeciéndose de expectación.
—Escorp —dijo Vasko—. Dispara ya. No hizo nada.
—¡Dispara! —gritó Vasko.
—No es una impostora —dijo Escorpio—. Simplemente ha sido infectada…
Vasko le arrebató el disparador de las manos, arrancándolo del reposabrazos y arrastrando los cables tras él. Durante un interminable momento, Vasko le dio varias vueltas, intentando que sus dedos encajaran en el extraño diseño del gatillo para cerdos. Escorpio se revolvió, inclinándose en el asiento hasta alcanzar la mano de Vasko e intentando hacerse de nuevo con el disparador. Hundió su mano en el complejo gatillo, usando el otro brazo para mantener alejado a Vasko.
—Me las pagarás por esta —gruñó.
—Dispara, dispara ahora y ya te encargarás de mí luego —dijo el joven como única respuesta—. Está a tan solo setenta y cinco metros, Escorp.
Escorpio notó algo frío contra su cuello. Giró rápidamente la cabeza y allí estaba Urton, sosteniendo algo contra él. Lo único que veía era un borrón plateado en su mano. Una pistola o un cuchillo o una aguja hipodérmica, tampoco le importaba mucho.
—Déjalo, Escorp —dijo—. Se acabó.
—¿Qué es esto? —preguntó con calma—. ¿Un motín?
—No, no es tan dramático, simplemente un cambio de régimen.
Vasko volvió a tomar el disparador, haciendo un esfuerzo por introducir su mano en él.
—Sesenta y cinco metros —susurró, y apretó el gatillo. Las luces se atenuaron.
Le permitieron observar el desembarco de los refugiados de la lanzadera. La habían traído a una de las bodegas de atraque más pequeñas y sus ocupantes estaban saliendo en fila escoltados por agentes de la División, quienes estaban recogiendo sus efectos personales. Algunos de ellos no parecían saber con seguridad quiénes eran, o quiénes se suponía que debían ser. Algunos parecían aliviados por el rescate. Otros solamente parecían cansados, como si sospechasen que este rescate no era más que un alivio pasajero.
Eran unos mil doscientos, incluyendo a dos docenas de tripulantes. Ninguno había sido congelado, ya que la lanzadera no contenía arquetas frigoríficas, y cuando los lobos invadieron la abrazadora lumínica apenas si tuvieron tiempo de subir a bordo a estas mil y pico personas. Varios cientos de miles de personas se habían quedado atrás en la abrazadora para ser reconvertidas en componentes inhibidores. Afortunadamente, la mayoría estaban congelados cuando sucedió. Los lobos introducirían sondas en sus cabezas de igual modo, pero al menos la mayoría estaría inconsciente. Y quizás a estas alturas los lobos habrían obtenido ya todos los datos técnicos que necesitaban; quizás para entonces los humanos les serían útiles únicamente por las trazas de elementos que contenían sus cuerpos.
Al entrevistar a la tripulación y los pasajeros, escucharon historias terroríficas. Algunos de ellos tenían grabaciones documentales. Pruebas de primera mano del violento ataque de los lobos: hábitats destrozados en una orgía de destrucción transformadora, vomitando nuevas maquinarias inhibidoras incluso conforme las estructuras se desmoronaban en escombros; imágenes de las recientemente reconstruidas cúpulas de Ciudad Abismo mientras eran destruidas, y la vida y las propiedades eran absorbidas por la fría atmósfera de Yellowstone en una vorágine de espirales de aire; las máquinas de los lobos descendían sobre las ruinas de la ciudad como nubes de tinta con determinación propia, ajenas a la gravedad, fusionándose y copulando con los edificios combados y marchitos de la ciudad, edificios que se hinchaban atiborrados de las semillas de los lobos. No malgastaban energía para matar si la asimilación pulverizadora era igualmente eficaz.
Pero cuando los humanos contraatacaban, los inhibidores arremetían con fuego arrebatado al propio vacío. Los evacuados hablaban de caos en el Cinturón Oxidado. La gente intentaba subir a bordo de las pocas astronaves que quedaban. Miles murieron presas del pánico, en las desesperadas avalanchas por las plazas de sueño frigorífico. Hacia el final, algunos supervivientes se habían abierto paso en los cascos de las abrazadoras lumínicas, plagándolas con la esperanza de encontrar un nicho habitable en el interior lleno de máquinas. Abrumados por la oleada de evacuados, los ultras contraatacaron con sus propias armas o permitieron que asaltasen sus naves, sin mirar la documentación, sin preguntar ni nombres ni historiales médicos. Se ignoraron por completo las identidades, arrojando vidas enteras en un momento de desesperación. La gente únicamente llevaba consigo sus recuerdos, pero el sueño frigorífico provocaba un daño terrible a los recuerdos.
Le habían permitido bajar aquí y observar el desembarco antes de llevárselo. No estaba atado ni esposado. Al menos le habían permitido esa dignidad, pero no se hacía ilusiones. Ellos creían que no le debían nada. Era un privilegio que le permitieran ver este proceso y no le iban a permitir olvidarlo.
Los agentes estaban procesando a un anciano que parecía haber olvidado quién era. Debían de haberlo descongelado hacía poco de forma precipitada, quizás durante el traslado de congelados de una nave a otra. Gesticulaba frente a los agentes de la División, intentando hacerles comprender algo que obviamente era muy importante para él. El hombre tenía un bigote gris y blanco y una densa mata de pelo del mismo color, peinado en pulcras ondas hacia atrás. Durante un momento miró en dirección a Escorpio y sus miradas se cruzaron. Había algo de súplica en su expresión, un ardiente deseo de conectar con otra criatura viviente capaz de comprender su situación. Desesperadamente necesitaba que alguien en alguna parte lo comprendiese. No necesariamente para ayudarlo. Había algo en su expresión que claramente transmitía una tremenda confianza en sí mismo y gran dignidad, incluso ahora, pero en ese momento necesitaba reconocer lo que sentía y compartir esa carga emocional.
Escorpio apartó la mirada, sabiendo que no podía darle lo que necesitaba. Cuando volvió a mirar, el hombre había sido procesado, trasladado a otra zona de la nave, y los agentes estaban ya trabajando con otra alma perdida. Ya había diecisiete mil congelados en la
Infinito
, recordó. Era muy improbable que sus caminos volviesen a cruzarse de nuevo.
—¿Has visto ya suficiente, Escorpio? —preguntó Vasko.
—Supongo que sí —respondió.
—¿Sigues sin cambiar de idea?
—Supongo que no.
—Tenías razón, Escorp. Nadie lo duda. —Vasko miró a la gente que estaba siendo procesada—. Todos podemos comprobarlo ahora. Pero aun así fue una decisión equivocada, fue demasiado arriesgado.
—Eso no es lo que el Capitán parecía pensar. ¿A que te sorprendió?
El titubeo de Vasko le dijo todo lo que necesitaba saber. En realidad él se sorprendió tanto como cualquiera. Cuando Vasko accionó el arma hipométrica, esta disparó según lo establecido. Pero el objetivo había sido modificado. En lugar de destruir la lanzadera, el arma extirpó quirúrgicamente la zona donde la maquinaria inhibidora se había introducido. El Capitán coincidía con Escorpio: la lanzadera no era un lobo impostor, sino una nave humana que había sufrido una pequeña infección inhibidora. La semilla inicial podía haber sido diminuta, o habría consumido la lanzadera al completo antes de llegar hasta ella. Pero el Capitán reconoció que aún había esperanzas, y al cambiar los parámetros del objetivo del arma, había demostrado que su control de los procesos internos de la nave estaba mucho más desarrollado de lo que cualquiera hubiese sospechado.
Vasko se encogió de hombros.
—Tendremos que contar con ello en nuestros planes a largo plazo. Es algo que podemos controlar. La nave sigue dirigiéndose a Hela, ¿no? Incluso el Capitán reconoce que es el lugar correcto al que ir ahora.
—Sí, pero asegúrate de estar de su parte —dijo Escorpio—. O esto podría ponerse algo incómodo.
—El Capitán no es un problema.
—Ni yo tampoco, ahora.
—No tiene por qué ser así. Depende de ti, Escorp.
Sí, era su decisión: o bien renunciaba al mando por motivos médicos, o salvaba su dignidad entrando de nuevo en la arqueta. ¿Qué le había dicho Valensin? Que tenía un cincuenta por ciento de probabilidades de salir con vida la próxima vez. Pero incluso si la arqueta no lo mataba, sería un desecho, sobreviviendo gracias al impulso de la química. Otra temporada más en la arqueta después de eso, y estaría forzando las estadísticas hasta el límite.
—¿Sigues sin admitir que esto es un motín? —le preguntó a Vasko.
—No digas tonterías —dijo él—. Seguimos valorando tu aportación como notable de la colonia. Nadie ha dicho lo contrario. Sigues estando formalmente al mando, solo que tu papel será más bien consultivo.
—Autorizando sin cuestionar lo que Urton, tú, y el resto de vuestra banda decidáis que será la siguiente decisión política.
—Eso suena tremendamente cínico.
—Tenía que haberte ahogado cuando tuve la ocasión —dijo Escorpio.
—No deberías decir eso. He aprendido tanto de ti como de Clavain.
—Estuviste con Clavain solo un día, muchacho.
—¿Y cuánto tiempo lo trataste tú, Escorp? ¿Veinte, treinta años? Eso no es nada comparado con todo lo que vivió. ¿Crees que hay alguna diferencia? Si insistes, entonces ninguno de los dos lo conoció realmente.
—Puede que no lo conociera —dijo Escorpio—, pero sé que habría recogido esa lanzadera igual que hice yo.
—Quizás tengas razón —dijo Vasko—, pero igualmente habría sido un error. No era infalible, ¿sabes? No lo llamaban el carnicero de Tarsis por gusto.
—A él también lo habrías depuesto, ¿es eso lo que quieres decir?
Vasko lo pensó un momento y luego asintió.
—Él también se habría hecho más mayor. A veces no hay más remedio que cortar la madera muerta.
Aura vino a visitarlo antes de que volvieran a dormirlo. Se quedó de pie delante de su madre, con las rodillas y las manos juntas. Khouri alisaba el pelo de su hija, colocándole el flequillo en su sitio. Ambas vestían de blanco.
—Lo siento, Escorpio —dijo Aura—. Yo no quería que se librasen de ti.
Tuvo ganas de decir algo airado, algo que la hiriese, pero las palabras se atascaron en su boca. Sabía, en el fondo, que nada de esto era culpa de Aura. Ella no había pedido que le pusieran todas esas cosas en la cabeza.
—No te preocupes —dijo—. No se están librando de mí. Solo voy a echarme a dormir de nuevo hasta que se acuerden de lo útil que soy.
—No tardarán mucho —dijo Khouri. Se arrodilló de forma que su cabeza estaba a la misma altura que la de su hija—. Tenías razón —dijo—. No importa lo que Aura aconsejase, ni importa lo que los demás dijesen: hiciste lo correcto, lo más valiente. El día que olvidemos eso, será el día en el que empecemos a llamarnos lobos también.
—Así es como yo lo veo —dijo Escorpio—. Gracias por tu apoyo. No es que no tenga aliados, simplemente es que no tengo tantos como necesitaría.
—Ninguna de nosotras piensa irse a ninguna parte, Escorp. Estaremos aquí cuando despiertes.
Escorpio asintió, pero se guardó sus pensamientos para sí. Ella sabía tan bien como él que no había ninguna garantía de que volviera a despertar.
—¿Y tú qué? —preguntó—. ¿Piensas dormirte esta vez? Esperaba que contestase Khouri, ya que la pregunta iba dirigida a ella. Pero fue Aura la que habló.
—No, Escorpio —dijo—. Voy a quedarme despierta. Ahora tengo seis años. Quiero ser mayor cuando lleguemos a Hela.
—Lo tienes todo planeado, ¿verdad?
—No todo —dijo—, pero cada día recuerdo más y más cosas.
—¿Sobre las sombras? —preguntó Escorpio.
—Son personas —dijo—. No exactamente como nosotros, pero más parecidas de lo que imaginarías. Viven al otro lado de algo. Pero se está muy mal allí. Algo va mal en su hogar. Por eso ya no pueden vivir allí más.
—A veces habla de mundos membrana —dijo Khouri—, farfulla sobre matemáticas en sueños, cosas sobre membranas plegadas y señales gravitacionales a través del volumen. Creemos que las sombras son entidades, Escorp. Los habitantes de un universo adyacente.
—Eso es todo un salto.
—Está todo ahí, en las antiguas teorías. Puede que estén a tan solo unos milímetros, en el hiperespacio del volumen.
—¿Y qué tiene eso que ver con nosotros?