—Son las transiciones —dijo Valensin, extendiendo las manos a modo de disculpa—. En ciertos aspectos, son tan duras para el organismo como estar despierto. Lo siento, Escorp, pero esta tecnología no se hizo para los cerdos. Lo único que puedo decirte es que si hubieras estado despierto, la pérdida de visión habría sido un cinco o un diez por ciento mayor.
—Bueno, no está mal entonces. Lo recordaré para la próxima vez. No hay nada que me guste más que tener que elegir entre dos opciones igual de jodidas.
—Bueno, tomaste la decisión acertada —dijo Valensin—. Desde un punto de vista puramente estadístico, era la mejor opción para sobrevivir estos últimos seis años. Pero yo que tú me pensaría bien eso de «la próxima vez», Escorp. Esas mismas estadísticas arrojan un cincuenta por ciento de probabilidades de sobrevivir a otro sueño frigorífico. Después caen hasta un diez por ciento. En tu cuerpo, tus células están ordenando sus asuntos, pagando sus deudas y asegurándose de que tienen los testamentos al día.
—¿Qué quieres decir con eso, que solo me queda otra oportunidad en esa cosa?
—Más o menos. ¿No estarías pensando en volver ahí dentro enseguida?
—Sí, con tus cuidados para animarme, ¡ni loco!
—Eso es un sarcasmo bastante torpe —dijo Valensin.
—Es mejor que una patada en la boca.
Escorpio bajó de la camilla, haciendo que los robots de Valensin buscaran refugio.
Es hora de que el cerdo coja el alta
, pensó.
Unos símbolos flotaban en la esfera holográfica, convirtiéndose en soles, mundos, naves y ruinas. Escorpio, Vasko, Khouri y Aura se encontraban frente a ellos, con sus reflejos flotando como espectros en la esfera de cristal. Con ellos había también media docena de notables de la nave, incluyendo a Cruz y Urton.
—Escorp —dijo Khouri—, tómatelo con calma, ¿vale? Valensin es un capullo declarado, pero eso no significa que ignores lo que te ha dicho. Te necesitamos en plena forma.
—Sigo estándolo —dijo él—. De todas formas, me habéis despertado por un motivo, ¿por qué no me contáis de una vez las malas noticias?
Era mucho peor que cualquier cosa que podría haber imaginado.
Los lobos habían llegado a Épsilon Eridani, el sistema de Yellowstone. Los rastros de naves que huían sugerían que el ataque había comenzado recientemente. A tres meses luz de Yellowstone, expandiéndose en todas direcciones, había un frente desigual de abrazadoras lumínicas: la avanzadilla de una oleada de evacuación. Las vio en la pantalla cuando la escala se ajustó para incluir todo el volumen del espacio a un año luz alrededor de Épsilon Eridani. Las naves, cada una marcada con sus propios símbolos de colores (identificador de nave y vector), parecían asustados peces huyendo en líneas radiales de alguna amenaza central. Algunas se habían adelantado al resto, otras se estaban quedando atrás, pero el límite de un g de aceleración de sus motores garantizaba que el frente no comenzaba a perder su simetría hasta ahora.
En su lado del frente apenas había naves. Las pocas naves más alejadas debían de haber abandonado Yellowstone antes de la llegada de los lobos. Estaban en viaje de comercio ordinario. Algunas viajaban tan rápido que las noticias de la crisis tardarían años en alcanzarlas. Más lejos aún había un puñado de naves, las últimas en partir, o quizás las que habían sido incapaces de mantener su aceleración habitual por algún motivo. Más cerca de Épsilon Eridani, a menos de una semana luz del sistema, ya no había ningún tráfico de naves ni tampoco se recibían señales de las colonias de los sistemas ni de las balizas de navegación. Las pocas naves que se acercaban cuando comenzó la crisis estaban ahora enfrascadas en lentas maniobras de regreso. Habían oído las advertencias y habían visto el flujo de evacuación en dirección contraria, por lo que ahora estaban intentando regresar al espacio interestelar.
Los lobos tardaron un año en esterilizar todos y cada uno de los mundos de Delta Pavonis. Aquí, Escorpio dudaba de que hubiera transcurrido más de un año desde el comienzo de la matanza. Sin embargo parecía un tipo diferente de matanza de la que había arrasado Resurgam y sus mundos cercanos. Alrededor de Delta Pavonis ya había fracasado una primera matanza, un millón de años antes, de modo que los inhibidores encargados de la siguiente operación de limpieza hicieron todos los esfuerzos posibles para asegurarse de que el trabajo se hacía correctamente en esta ocasión. Destrozaron los mundos, explotándolos en busca de materias primas para convertirlas en motores que destruían estrellas. Los habían dirigido a Delta Pavonis, apuñalando en el corazón de la estrella y desencadenando un chorro de materiales del núcleo a temperaturas y presiones de fusión. Este torrente infernal salpicó a Resurgam, incinerando todo organismo viviente que no tuviera la suerte de estar parapetado tras cientos de kilómetros de corteza. Si la vida volvía a surgir en Resurgam, tendría que empezar prácticamente de cero. Tras las evidentes pruebas de dos extinciones anteriores, cualquier cultura del espacio se mantendría alejada de allí.
Pero ese no era el habitual
modus operandi
los inhibidores. Felka le había revelado a Clavain que los lobos no estaban simplemente programados para eliminar la vida inteligente. Eran más astutos y determinados que eso. Su tarea era, en última instancia, más difícil que la exterminación al por mayor. Estaban diseñados para contener la erupción de vida capaz de surcar el espacio, para mantener la galaxia en un estado de bucólico pastoralismo durante los próximos tres billones de años. La vida confinada a un mundo individual sería guiada hacia una inevitable crisis cósmica únicamente en lo que los lobos contemplaban como un futuro moderadamente lejano. Entonces, y solo entonces, se les permitiría reproducirse sin restricciones. Pero la conservación de la vida a escala planetaria formaba parte del plan de los lobos tanto como su deseo de controlar la expansión a escala interplanetaria. Para lograr este fin, la esterilización de sistemas fértiles como Delta Pavonis era usada como último recurso. Era un signo de incompetencia local. Las manadas de lobos rivalizaban por el prestigio, compitiendo entre ellas para demostrar su sutil control sobre la vida emergente. Tener que destruir mundos y luego una estrella era una señal de descuido, una imperdonable falta de atención. Era el tipo de cosa que podía conducir al ostracismo de un grupo de lobos, a los que se les negaban los últimos consejos sobre gestión de extinción.
Alrededor de Épsilon Eridani los hechos se desarrollaban de forma más sutil, a escala quirúrgica. Los esfuerzos de sus atacantes se concentraban alrededor de las infraestructuras con presencia humana en lugar de en los propios mundos. No había necesidad de esterilizar Yellowstone: el planeta nunca había sido verdaderamente habitable, y la única vida autóctona era microscópica. Las colonias humanas de su superficie eran débiles construcciones abovedadas. Extraían minerales y calor del planeta, pero esto era solo por comodidad: si esos recursos no existieran, las colonias habrían sido tan autosuficientes como hábitats espaciales. Era suficiente para que los lobos los atacasen y dejasen el resto de Yellowstone intacto. Donde había estado Ferrisville, Loreanville y Ciudad Abismo, lo único que quedaba ahora eran evidentes cráteres de líquida radioactividad. Parpadeaban a través de la espesa niebla amarilla de la atmósfera del planeta. Nadie podía haber sobrevivido. Nada podía haber sobrevivido.
Era igual en todo el planeta. Antes de la Plaga de Fusión, la Banda Reluciente era el nombre del enjambre titilante de ciudades orbitales que rodeaban al planeta. Diez mil ciudades-estado giraban como joyas alrededor de Yellowstone, pegadas las unas a las otras, muchas de ellas con una población de millones de habitantes. La Plaga de Fusión había robado el brillo de esa gloria, pero Escorpio únicamente la había conocido en su época postplaga, cuando la renombraron Cinturón Oxidado. Muchos de sus hábitats eran entonces burbujas sin aire, pero aún había cientos que lograron mantener sus ecologías, siendo cada uno de ellos un enconado microreino con sus propias leyes y sus tentadoras oportunidades para las aventuras criminales. Escorpio no fue avaricioso. El Cinturón Oxidado era más que suficiente para sus necesidades, especialmente cuando tuvo acceso a Ciudad Abismo también. Pero ahora no existía el Cinturón Oxidado. Ahora solo había un brillante anillo alrededor de Yellowstone, un brazalete de ruinas color rojo cereza. No quedaba nada mayor que un canto rodado. Todos los artefactos humanos habían sido pulverizados. Era terrible y bello.
Pero no era solo el Cinturón Oxidado, sino también todo lo demás. Los inhibidores habían destrozado y esterilizado todos los hábitats humanos en el espacio cercano a Yellowstone. Escorpio identificó las ruinas en sus órbitas. Ya no había ningún refugio. Ni Idlewild, incluso el Ojo de Marco, la luna del planeta había sido arrasada. No quedaba ningún rastro de que en su superficie hubiera habido jamás una estructura mayor que un iglú. Ni ciudades, ni puertos espaciales, nada; solo un aumento de la radioactividad y algunas trazas de elementos interesantes sobre los que pensar. En el resto del sistema se repetía la historia: no quedaba nada. Ni hábitats, ni campamentos en superficie, ni naves, ni transmisores. Escorpio se echó a llorar.
—¿Cuántos lograron salir? —dijo cuando pudo enfrentarse de nuevo a la realidad—. Contad las naves, decidme cuántos supervivientes pueden llevar.
—No importa —dijo Vasko.
—¿Qué coño quieres decir con que no importa? A mí me importa. Por eso te hago la jodida pregunta.
Khouri frunció el ceño.
—Escorpio… solo tiene seis años. Miró a Aura.
—Lo siento.
—No lo entiendes —dijo Vasko con tranquilidad y señalando a la esfera holográfica—. No está en tiempo real, Escorp.
—¿Qué?
—Es una foto. Así estaban las cosas hace dos meses. —Vasko lo miró con sus ojos de adulto—. Las cosas empeoraron, Escorp. Déjame que te muestre de lo que estoy hablando y luego entenderás por qué no importa cuántos escaparon.
Vasko pasó hacia delante la proyección holográfica. Los números del código de tiempo indicaban la fecha planetaria en una esquina. Escorpio vio la fecha y se sintió desorientado:
04/07/2698. Esas cifras no significaban nada para él, estaban demasiado alejadas de sus días en Ciudad Abismo como para tener impacto emocional.
Yo no estoy hecho para estos tiempos
, pensó. Había sido arrancado del flujo ordinario del tiempo y ahora estaba a la deriva, sin referencia histórica. Se dio cuenta con un escalofrío de que era precisamente esta sensación de desarraigo lo que moldeaba las psicologías de los ultras. Tenía que haber sido mucho peor para Clavain.
Observó el desigual frente de migración aumentar en tamaño, haciéndose un poco menos esférico conforme las distancias entre las naves aumentaban. Y entonces, una a una, las naves comenzaron a desaparecer. Sus iconos se iluminaban en rojo y desaparecían sin dejar rastro.
Ahora hablaba Urton, con las manos cruzadas sobre el pecho.
—Los inhibidores ya han interceptado las naves que huían —dijo—. Desde el momento en el que empezó el ataque no tenían ninguna esperanza. Los inhibidores los alcanzaron, los asfixiaron y desmantelaron las naves para fabricar inhibidores.
—Matemáticamente incluso podemos seguirles la pista gracias a modelos basados en la masa de las materias prima de cada nave —explicó Vasko—. Cada nave capturada se convierte en la semilla de una nueva esfera de expansión inhibidora.
El frente se deshacía. Al principio había cientos de naves; ahora no quedaban más de tres docenas. Incluso algunas de las restantes iban desapareciendo de la pantalla.
—No —dijo.
—No podíamos hacer nada —dijo Vasko—. Es el fin del mundo, Escorp. Seguirá siendo así siempre.
—Pásalo hacia delante, hasta el final.
Vasko obedeció. Los números se hicieron ilegibles, la escala de la pantalla aumentó. Aún quedaban algunas naves, unas veinte. Escorpio no tuvo valor para contarlas. Al menos una tercera parte eran las que se aproximaban a Yellowstone cuando comenzó la crisis. De las naves de la oleada de evacuación no habían llegado tan lejos más que una docena.
—Lo siento —dijo Vasko.
—¿Me habéis despertado para esto? —dijo Escorpio—.
¿Para restregarme por la puta cara lo inútil que ha sido venir hasta aquí?
—Escorpio —dijo Aura con tonillo infantil—. Por favor, solo tengo seis años.
—Te despertamos porque nos ordenaste hacerlo cuando llegásemos aquí —dijo Vasko.
—No hemos llegado a ninguna parte —dijo Escorpio—. Tú mismo lo has dicho. Nos estamos dando la vuelta, igual que esos otros afortunados hijos de puta. Te pregunto de nuevo: ¿por qué me habéis despertado si no era para mostrarme esto?
—Enséñaselo —dijo Khouri.
—Había otra razón —dijo Vasko.
La imagen en el tanque tembló y se estabilizó. Apareció algo nuevo. Estaba borroso, incluso después de aplicar los filtros de ampliación. Los ordenadores estaban adivinando los detalles, comprobando constantemente sus suposiciones con la débil señal que les llegaba entre el crujido del ruido magnético. Lo mejor que las cámaras de gran aumento podían ofrecer era una forma rectangular con una vaga sugerencia de módulos de motores y paquetes de comunicaciones.
—Es una nave —dijo Vasko—. No una abrazadora lumínica, sino algo más pequeño, como una lanzadera intrasistema o un carguero. Es la única nave espacial en dos meses luz alrededor de Épsilon Eridani.
—¿Qué coño está haciendo ahí fuera? —preguntó Escorpio.
—Lo que todo el mundo —dijo Khouri—. Intentar escapar de aquí lo más rápido posible. Mantiene cinco ges, pero no será capaz de seguir así mucho tiempo —y añadió—, si realmente es lo que parece.
—¿Qué quieres decir?
—Quiere decir que hemos investigado su punto de origen —dijo Vasko—. Por supuesto hemos tenido que presuponer ciertos datos, pero creemos que así es más o menos como pasó.
Apagó la pantalla principal que mostraba el frente de abrazadoras lumínicas dispersándose. Ahora los números retrocedían. El icono de la lanzadera se agrandó hacia el centro de la expansión, coincidiendo con una señal lumínica que acababa de aparecer de la nada. Vasko retrocedió un poco más, para luego reproducirlo hacia delante a cámara rápida. Ahora la abrazadora lumínica se alejaba de Yellowstone, siguiendo su propia trayectoria de escape. Escorpio leyó el nombre de la nave:
Palas Silvestre
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