El Desfiladero de la Absolucion (85 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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Urton, la agente de la División de Seguridad, negó con la cabeza.

—Todo eso me parece muy bien, Orca. Nadie plantea problemas con su liderazgo. —Puso especial énfasis en la última palabra, dejando que cada cual sacase sus conclusiones acerca de qué otros problemas podrían plantearse sobre el cerdo—. Pero lo que queremos oírte decir es hacia dónde crees que debemos ir.

—Es muy sencillo —respondió Orca—. Tenemos que ir a Hela.

Urton intentó disimular, sin éxito, su sorpresa.

—Entonces estamos de acuerdo.

—Pero solo después de haber estado en Yellowstone —dijo Cruz—. Hela es… algo especulativo, como poco. No sabemos en realidad qué encontraremos allí, si es que encontramos algo. Pero sabemos que podemos hacer mucho bien en Yellowstone. Tenemos la capacidad para albergar a decenas de miles de refugiados más. Otros ciento cincuenta mil sin problemas. Son vidas humanas, Urton. Son gente a la que podemos salvar. El destino nos ha dado esta nave, debemos hacer algo con ella.

—Ya hemos evacuado el sistema Resurgam —dijo Urton—. Por no mencionar las diecisiete mil personas que ya llevamos. Yo diría que podemos hacer borrón y cuenta nueva.

—Esta cuenta no se borra nunca —dijo Cruz. Urton hizo un gesto con la mano sobre la mesa.

—Olvidas algo. Los sistemas centrales están plagados de ultras. Hay docenas, cientos de naves con la capacidad para albergar a viajeros congelados de la
Infinito
en cualquier sistema que menciones.

—¿Confiarías todas esas vidas a los ultras? Eres más tonta de lo que pareces —dijo Orca.

—Por supuesto que confío en ellos —respondió Urton. Aura se rió.

—¿Por qué ha hecho eso? —preguntó Urton.

—Porque has mentido —le dijo Khouri—. Ella siempre sabe cuándo alguien miente.

Uno de los representantes de los refugiados (un hombre llamado Rintzen) tosió tácticamente. Sonrió haciendo todo lo posible por parecer conciliador.

—Lo que Urton quiere decir es que ese no es nuestro trabajo. Los motivos y métodos de los ultras pueden ser cuestionables, todos lo sabemos, pero es un hecho que ellos tienen las naves y el deseo de hacer clientes. Si la situación en los sistemas centrales alcanza un punto crítico, entonces me aventuro a sugerir que lo único que tenemos aquí es un clásico caso de una demanda cubierta por la oferta.

Cruz negó con la cabeza. Parecía asqueada. Si Escorpio hubiera entrado en la sala en ese momento y solo tuviera su cara para saber qué pasaba, habría concluido que alguien acababa de poner una defecación sobre la mesa.

—Recuérdame una cosa —dijo—. Cuando viniste a bordo de esta nave desde Resurgam, ¿cuánto te costó?

El hombre se miró las uñas.

—Nada, por supuesto… pero esa no es la cuestión. La situación es completamente diferente.

Las luces se atenuaron. Sucedía cada pocos minutos, conforme las armas cargaban y se disparaban, y había pasado a ser tan frecuente que ya nadie se paraba a comentarlo, aunque eso no significaba que las bajadas de las luces pasaran inadvertidas. Todo el mundo sabía que significaba que los lobos seguían ahí fuera, arrastrándose cada vez más cerca de la
Nostalgia por el Infinito
.

—Está bien —dijo Cruz cuando las luces volvieron a la normalidad—. ¿Y qué hay de esta vez, cuando has sido evacuado de Ararat? ¿Cuánto has soltado por este privilegio?

—De nuevo, nada —admitió Rintzen—. Pero, de nuevo, ambas cosas no pueden compararse…

—Me asqueas —dijo Cruz—. He tenido que lidiar con bajezas allá en el Mantillo, pero nada comparado a ti, Rintzen.

—Mirad —dijo Kashian, otra de las representantes de los refugiados—, nadie está diciendo que esté bien que los ultras saquen partido de la amenaza de los lobos, pero tenemos que ser pragmáticos. Sus naves siempre estarán mejor equipadas que esta para una evacuación masiva. —Miró a su alrededor, invitando a los demás a hacer lo mismo—. Esta habitación puede parecer bastante normal, pero no representa al resto de la nave. Es más bien una perla dura y seca entre las babas de una ostra. Aún hay grandes zonas de esta nave que ni siquiera aparecen en el mapa, y no son habitables. Y no nos olvidemos de que las cosas están significativamente peor que durante la evacuación de Resurgam. La mayoría de los diecisiete mil que subieron a bordo hace dos semanas aún no han sido procesados adecuadamente. Viven en condiciones lamentables. —Se estremeció, como si sintiese parte de esa miseria por osmosis.

—Si quieres hablar de condiciones lamentables —dijo Cruz—, prueba la muerte durante unas semanas, a ver cómo te sienta.

Kashian negó con la cabeza, mirando con exasperación al resto de notables.

—No se puede negociar con esta mujer. Lo reduce todo a insultos o a disparates.

—¿Puedo decir algo? —preguntó Vasko Malinin. Escorpio se encogió de hombros.

Vasko se levantó, se inclinó sobre la mesa y se apoyó sobre sus dedos abiertos.

—No voy a debatir la logística de los esfuerzos por evacuar Yellowstone —dijo—. No creo que importe. Independientemente de las necesidades de esos refugiados, nos han dado instrucciones claras de no ir allí. Tenemos que escuchar a Aura.

—No ha dicho que no debemos ir a Yellowstone —interrumpió Orca—. Solo ha dicho que deberíamos ir a Hela.

La expresión de Vasko era seria.

—¿Y crees que existe alguna diferencia?

—Yellowstone podría ser nuestra prioridad, como ya he dicho antes, y eso no descarta una visita a Hela una vez se haya completado la evacuación.

—Eso puede llevar décadas —dijo Vasko.

—Nos llevará décadas hagamos lo que hagamos —dijo Cruz, sonriendo levemente—. Esa es la naturaleza del juego, chico, acostúmbrate.

—Conozco la naturaleza del juego —le dijo Vasko con voz grave, haciéndole ver que había cometido un error al dirigirse a él de esa forma—. También soy consciente de que se nos han dado instrucciones precisas de dirigirnos a Hela. Si Yellowstone formase parte de los planes de Aura, ¿no crees que nos lo habría dicho?

Todos miraron a la niña. A veces Aura hablaba y a estas alturas todos se habían acostumbrado a su tímida vocecita líquida a medio formar. Pero había días en los que no decía nada en absoluto o únicamente hacía ruiditos de bebé. Entonces, como ahora, parecía entrar en modo de máxima receptividad, absorbiéndolo todo en lugar de aportando cosas. Su desarrollo era acelerado, pero no uniforme. Daba saltos y brincos, pero también había estancamientos y numerosos retrocesos.

—Dice que nuestro destino es ir a Hela —dijo Khouri—. Es lo único que sé.

—¿Qué pasa con el resto? —dijo Escorpi—. Lo de negociar con las sombras.

—Era algo que surgió, quizás un recuerdo suelto, pero que no supo interpretar.

—¿Qué más surgió al mismo tiempo?

Khouri lo miró, dudando la interpretación de su respuesta. Era una suposición, pero su pregunta había acertado.

—Noté algo que me asustó —dijo.

—¿Algo relacionado con las sombras?

—Sí. Fue como el frío entrando por una puerta abierta, como una corriente de terror. —Khouri miró hacia abajo al pelo de la cabeza de su bebé—. Ella también lo notó.

—¿Y eso es todo lo que puedes contarme? —preguntó Escorpio—. ¿Tenemos que ir a Hela y negociar con algo que os aterroriza?

—Lo que pasa es que el mensaje contenía una advertencia —dijo Khouri—. Decía que debíamos actuar con precaución. Pero también nos decía qué es lo que debemos hacer.

—¿Estás segura? —insistió Escorpio.

—¿Por qué no iba a estarlo?

—Quizás has interpretado el mensaje de forma equivocada. Quizás la «corriente de terror» surgió por un motivo diferente. Quizás era para indicar que por nada del mundo debemos tener nada que ver con… con lo que sea que representen esas sombras.

—Quizás, Escorp —dijo Khouri—, pero en ese caso, ¿por qué iba a mencionar a las sombras?

—O a Hela tampoco —dijo Vasko. Escorpio lo miró, alargando el momento.

—¿Has terminado? —le preguntó.

—Creo que sí —dijo Vasko.

—Entonces creo que debemos tomar una decisión —dijo el cerdo—. Hemos oído todos los argumentos de ambas partes. Podemos ir a Hela con la remota posibilidad de que haya algo allí que merezca la pena o podemos llevar la nave a Yellowstone y tener la garantía de poder salvar más vidas. Creo que todos sabéis mi opinión sobre este asunto. —Señaló las letras que había grabado en la mesa usando el cuchillo de Clavain—. Creo que también sabéis lo que hubiera hecho Clavain en estas circunstancias.

Nadie dijo nada.

—Pero hay un problema —dijo Escorpio—, y el problema es que no es una decisión nuestra. Esto no es una democracia. Lo único que podemos hacer es presentar nuestros argumentos y dejar que el Capitán John Brannigan decida.

Se metió la mano en el bolsillo de su túnica de cuero y sacó el puñado de polvo rojo que había llevado ahí durante días.

Era óxido de hierro de la mejor calidad, recogido de uno de los talleres de máquinas: lo más cercano al suelo marciano que se podía encontrar a veintisiete años luz de Marte. Fue dejando caer un reguero entre sus cortos dedos conforme se levantaba y lo dejaba caer en el centro de la mesa, entre la «Y» y la «H». Sabía que ese era el momento crucial. Si no pasaba nada, si la nave no demostraba inmediatamente sus intenciones haciendo que el polvo apuntase inequívocamente hacia una de las dos letras, estaría acabado. Por mucho que quisiera llevar a cabo algo, habría hecho el ridículo. Pero Clavain nunca había rehuido estos momentos. Toda su vida había oscilado de un punto de máxima crisis a otro.

Escorpio levantó la vista. El polvo había empezado a moverse.

—Tú decides, John.

Hela, 2727

Por la noche, en su habitación, la voz regresó. Siempre esperaba a que Rashmika estuviese sola, hasta que se alejaba de la buhardilla. La primera vez había esperado que fuese un delirio pasajero; quizás era el efecto de los virus quaicheistas que habían entrado en contacto de alguna forma con su sistema y jugaban a su antojo con su cordura. Pero la voz sonaba demasiado racional, completamente tranquila y suave, y lo que decía estaba específicamente dirigido a Rashmika y a sus circunstancias, no a un receptor general y poco definido.

[Rashmika] —dijo—. [Escúchanos, por favor. El momento de la crisis se acerca, en más de un sentido.]

—Vete —dijo ella, hundiendo la cabeza en la almohada. [Necesitamos tu ayuda ahora] —dijo la voz.

Sabía que si no contestaba a la voz, esta seguiría incordiándola con paciencia infinita.

—¿Mi ayuda?

[Sabemos lo que Quaiche pretende hacer con la catedral, que planea conducirla por el puente. No tendrá éxito, Rashmika. El puente no soportará a la
Lady Morwenna
. No está concebido para aguantar algo como una catedral.]

—¿Y vosotros lo sabéis con seguridad?

[El puente no fue construido por los scuttlers. Es mucho más reciente y no resistirá a la
Lady Mor
.]

Se sentó en el estrecho catre y abrió las persianas para dejar entrar la luz de la vidriera. Sintió el ruido sordo y el balanceo de la marcha de la catedral, el lejano batir de los motores. Pensó en el puente, brillando allá delante de ellos, como en un delicado sueño, ignorante de la enorme masa que se deslizaba lentamente hacia él. ¿Qué quería decir la voz con que era mucho más reciente?

[No tienes que detenerla. Basta con que nos lleves a un lugar seguro antes de que sea demasiado tarde.]

—Pedídselo a Quaiche.

[¿Crees que no se lo hemos pedido ya? Hemos pasado horas intentando persuadirlo, pero no le importamos. De hecho, preferiría que no existiésemos. A veces incluso logra convencerse de que no somos reales. Cuando la catedral caiga desde el puente, o este se derrumbe, seremos destruidas. Él dejará que eso pase, porque así no tendrá que pensar en nosotras nunca más.]

—Yo no puedo ayudaros —dijo ella—. No quiero ayudaros. Me dais miedo, ni siquiera sé lo que sois o de dónde venís.

[Sabes más de lo que imaginas] —dijo la voz—. [Viniste aquí para encontrarnos a nosotras, no a Quaiche.]

—No digas tonterías.

[Nosotras sabemos quién eres, Rashmika, o más bien sabemos quién no eres. Esa maquinaria en tu cabeza, ¿recuerdas? ¿De dónde procede todo eso?]

—No sé nada de ninguna maquinaria.

[¿Y tus recuerdos? ¿No te parece a veces que pertenecen a otra persona? Te hemos oído hablar con el deán, te hemos oído hablar de los amarantinos y de tus recuerdos de Resurgam.]

—Fue un lapsus —dijo ella—. No quería decir que…

[Lo decías de verdad, pero aún no te das cuenta. Eres mucho más de lo que piensas, Rashmika. ¿Hasta dónde se remontan realmente tus recuerdos de la vida en Hela? ¿Nueve años? No mucho más, suponemos. Y entonces, ¿dónde estabas antes?]

—Dejad de hablarme así. La voz la ignoró.

[No eres lo que aparentas. Esos recuerdos de la vida en Hela son un implante, nada más que eso. Bajo ellos se esconde algo completamente diferente. Durante nueve años te han sido de gran utilidad, permitiéndote moverte entre esta gente como si hubieras nacido aquí. La ilusión era tan perfecta, tan lograda, que ni siquiera tú lo sospechaste. Pero durante todo este tiempo tu verdadera misión ha estado latente en tu mente. Estabas esperando algo, una conjunción de eventos que te condujera de las tierras baldías hasta el Camino Permanente.

Ahora que se acerca el final de tu cruzada, estás despertando de tu sueño. Empiezas a recordar quién eres en realidad y eso te emociona y te asusta por igual]

—¿Mi misión? —preguntó en voz baja—. Por favor, contadme.

[Vete a dormir, chiquilla. Soñarás con nosotras y cuando despiertes lo sabrás todo.]

Rashmika se quedó dormida. Soñó con las sombras y con mucho más. Soñó con la clase de sueño que siempre había asociado a un sueño superficial y a la fiebre: geométrico y abstracto, muy repetitivo, lleno de terrores inexplicables y éxtasis. Soñó el sueño de un pueblo perseguido.

Estaban muy lejos, tan lejos que la distancia que los separaba del universo conocido, tanto en espacio como en tiempo, era incomprensiblemente grande, más allá de cualquier esquema razonable de medida. Pero eran un pueblo de algún tipo. Tenían sus vidas y sueños y una historia que a su vez era una especie de sueño: de un alcance inimaginable, increíblemente compleja, un relato épico demasiado largo para ser contado. Todo lo que ella necesitaba saber, todo lo que ahora podía saber, era que habían llegado a un punto en el que su recuerdo de la colonización interestelar a escala humana era tan remoto, tan marchito y descolorido por el tiempo, que casi parecía fundirse con su prehistoria, apenas diferenciado de los ancestrales recuerdos del descubrimiento del fuego y la domesticación de los animales.

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