—Las primeras, sí —respondió Quaiche—, pero casi todas las demás fueron interceptadas antes de que llegasen a los investigadores. No se lo tome como algo personal, pero ya reciben bastante propaganda excéntrica. Si tuvieran que responderla toda, no podrían dedicarse a nada más.
—Yo no soy excéntrica —dijo Rashmika.
—No, pero a juzgar por el contenido de esas cartas, sí que defiende una postura ligeramente poco ortodoxa acerca de los scuttlers, ¿no cree?
—Si usted considera que la verdad es una postura poco ortodoxa —replicó Rashmika.
—No es la única. Los equipos de estudios reciben muchas cartas de aficionados bienintencionados. La mayoría son en realidad inútiles. Todo el mundo atesora su propia teoría sobre los scuttlers. Desgraciadamente ninguno de ellos tiene ni la menor idea del método científico.
—Eso es más o menos lo que yo diría de los equipos de estudios —dijo Rashmika.
Quaiche se rió ante su temeridad.
—No le falta confianza en si misma, ¿verdad, señorita Els? Volvió a amontonar los papeles desordenadamente y los volvió a meter en la caja.
—No he quebrantado ninguna regla con esto —dijo—. No le había contado lo de mi correspondencia porque no me lo preguntó.
—Nunca he dicho que hubiera quebrantado ninguna regla. Simplemente me intrigaba, eso es todo. He leído las cartas y he madurado sus argumentos con el tiempo. Sinceramente, creo que algunos de los asuntos que plantea merecen una mayor consideración.
—Me alegra oír eso —dijo Rashmika.
—No sea sarcástica. Lo digo de verdad.
—A usted no le importa, deán. A nadie de la iglesia le interesa. ¿Por qué iba a hacerlo? La doctrina rechaza cualquier otra explicación excepto la que se lee en sus folletos.
—¿Que es? —preguntó socarronamente.
—Que los scuttlers son un detalle secundario, que su extinción no guarda relación con las desapariciones. Si tienen alguna función teológica es únicamente como recordatorio contra la arrogancia y para enfatizar la urgente necesidad de salvación.
—Una cultura alienígena extinta no es ningún misterio hoy en día, ¿no?
—Aquí pasó algo diferente —dijo Rashmika—. Lo que les sucedió a los scuttlers no es lo mismo que lo de los amarantinos o cualquier otra cultura muerta.
—Esa es la clave de sus objeciones, ¿no es así?
—Creo que sería útil saber qué paso en realidad —dijo ella. Tamborileó con las uñas sobe la tapa de la caja—. Fueron borrados, pero su desaparición no lleva el sello distintivo de los inhibidores. Quienquiera que lo hiciese, dejó demasiadas cosas tras de sí.
—Quizás los inhibidores tenían prisa. Quizás tuvieron bastante con eliminar a los scuttlers y no se preocuparon por sus artefactos culturales.
—Así no es como trabajan. Sé lo que les hicieron a los amarantinos. No sobrevivió nada en Resurgam, a menos que estuviese bajo metros de rocas, enterrado allí a propósito. Sé cómo pasó, deán: yo estuve allí.
Un destello se reflejó en el marco metálico de sus ojos cuando se giró hacia ella.
—¿Estaba allí?
—Quiero decir —dijo ella apresuradamente—, que he leído tanto sobre ello, he pasado tanto tiempo meditándolo, que es como si hubiera estado allí. —Se estremeció. Había sido fácil rectificar lo dicho, pero cuando lo afirmó sentía la total convicción de que era verdad.
—El problema es —dijo Quaiche— que si elimina a los inhibidores como posibles causantes de la destrucción de Hela, habrá que invocar a otro agente. Desde un punto de vista filosófico, así no es como se hacen las cosas.
—Puede que no resulte elegante —convino ella—, pero si la verdad requiere otro agente, o incluso un tercero, deberíamos tener el valor de aceptar las pruebas.
—Y supongo que tiene alguna idea de cuál podría haber sido ese otro agente, ¿verdad?
No pudo evitar echar un vistazo al sarcófago soldado. Fue una distracción involuntaria, que probablemente no había sido percibida por el deán, pero aun así le molestaba. Desearía poder controlar sus reacciones tan bien como podía leer las de los demás.
—No, pero tengo mis sospechas —dijo.
El diván del deán giró, provocando una ola de movimientos de reajuste en los espejos.
—La primera vez que Grelier me habló de usted, cuando parecía que podría servirme de utilidad, dijo que estaba inmersa en una especie de cruzada personal.
—¿Eso le dijo?
—Según Grelier, tenía algo que ver con su hermano, ¿es eso cierto?
—Mi hermano vino a las catedrales —dijo ella.
—Y estaba preocupada por él, estaba angustiada porque no recibía noticias suyas desde hace mucho tiempo y decidió venir a buscarlo. ¿Es esa la historia?
Hubo algo en su forma de pronunciar «historia» que no le hizo gracia.
—¿Por qué no iba a serlo?
—Porque me pregunto si de verdad se preocupa tanto por su hermano. ¿Ha sido él la verdadera razón de su viaje hasta aquí, Rashmika, o simplemente le ha servido para legitimar su cruzada haciéndola parecer menos intelectualmente vana?
—No sé qué quiere decir con eso.
—Creo que dio por perdido a su hermano hace ya mucho tiempo —dijo el deán—. Creo que en el fondo sabía que se había ido. Lo que realmente le importaba eran los scuttlers y sus ideas acerca de ellos.
—Eso es descabellado.
—Ese montón de cartas dicen lo contrario. Hablan de una obsesión muy arraigada, impropia de una niña.
—He venido aquí por Harbin.
El deán habló con la tranquila insistencia de un tutor de latín haciendo hincapié en una sutileza gramatical.
—Ha venido hasta aquí por mí, Rashmika. Ha venido al Camino con la intención de llegar hasta la cumbre de la administración, convencida de que solo yo tenía las respuestas que deseaba, las respuestas que ansiaba como una adicta.
—Yo no me he invitado a entrar en esta habitación —dijo ella con insistencia similar—. Ustedes me han traído aquí desde la
Catherine de Hierro
.
—Habría encontrado la forma de llegar aquí tarde o temprano, como un topo abriéndose paso hasta la superficie. Habría encontrado la forma de ser útil en algún grupo de estudio y desde allí habría encontrado la conexión hasta mí. Quizás hubiera tardado meses, o años. Pero Grelier, bendito sea su sórdido corazón, aceleró algo que ya estaba bien encaminado.
—Se equivoca —dijo ella con las manos temblorosas—. Yo no quería verle. Yo no quería venir aquí. ¿Por qué iba a desearlo tanto?
—Porque se le ha metido en la cabeza que yo sé cosas que lo cambiarían todo —dijo el deán.
Rashmika echó mano a la caja.
—Me llevo esto —dijo—. Son mías, después de todo.
—Las cartas son suyas, pero también puede quedarse con la caja.
—¿Se ha terminado ya?
—¿Terminado, señorita Els? —preguntó sorprendido.
—El acuerdo, mi empleo.
—No veo por qué debería hacerlo —dijo él—. Como muy bien ha señalado, nunca se le preguntó por sus intereses sobre los scuttlers. No ha cometido ningún delito, no ha traicionado mi confianza.
Sus manos dejaron sudorosas huellas en la caja. No esperaba que le dejara quedársela. Toda esa correspondencia perdida: pequeños mensajes tristes y fervientes de su pasado hasta su presente.
—Pensaba que estaría disgustado —dijo.
—Sigue siendo de utilidad. De hecho, espero a más ultras en breve. Quiero sus opiniones sobre ellos, su particular criterio y observaciones, señorita Els. ¿Puede seguir haciendo eso por mí?
Rashmika se puso en pie, aferrándose a la caja. Por el tono de su voz parecía claro que su audiencia con el deán había terminado.
—¿Puedo preguntarle algo? —preguntó, casi tartamudeando.
—Yo le he hecho muchas preguntas a usted, no veo por qué no.
Dudó. Incluso mientras formulaba su petición, pensaba preguntarle por Harbin. El deán debía de saber qué le había pasado. No le habría costado nada desvelar la verdad de los archivos de la catedral, incluso si él personalmente no había visto nunca a su hermano. Pero ahora que estaba a punto de hacerlo, ahora que había llegado hasta el deán y le había dado permiso para preguntarle, sabía que no tenía la fortaleza para llevarlo a cabo. No era solo porque tuviera miedo de oír la verdad. Ella ya sospechaba la verdad. Lo que le asustaba era saber cómo reaccionaría cuando se revelase esa verdad. ¿Y si resultaba que no le preocupaba Harbin tanto como proclamaba? ¿Y si todo lo que el deán había dicho de que Harbin era la excusa para iniciar su cruzada era verdad?
¿Podría asumirlo?
Rashmika tragó saliva. Se sentía muy joven, muy sola.
—Quería preguntarle si había oído alguna vez hablar de las sombras —quiso saber finalmente. Pero el deán no dijo nada. En realidad, nunca le había prometido una respuesta.
Espacio interestelar, 2675
Tres días más tarde, el grupo de inhibidores estaba dentro del alcance del arma. Los técnicos seguían pensando que tenían que realizar más calibraciones y explorar más parámetros espaciales. De vez en cuando el arma hacía algo raro y aterrador, daba un mordisco a una zona local cuando se suponía que estaba apuntando a un objetivo a varias UA de distancia. A veces, lo que más miedo producía era que sus efectos parecían estar únicamente remotamente relacionados con los datos introducidos. Era ligeramente acausal, al fin y al cabo: un arma que menoscababa tanto el tiempo como el espacio y lo hacía según cambiantes reglas de complejidad bizantina. No era ninguna sorpresa que los lobos no tuvieran nada análogo en su propio arsenal. Quizás habían decidido que, a fin de cuentas, daba más trabajo que satisfacciones. La misma lógica probablemente podía aplicarse a la propulsión más rápida que la luz de Skade. Una enorme cantidad de cosas eran posibles en el universo, muchas más de las que parecían a primera vista, pero muchas de ellas eran contraproducentes para la salud tanto para el individuo como para una especie, una galaxia o una cultura.
Pero las luces seguían atenuándose y el arma seguía funcionando y el sentido de continuidad de Escorpio permanecía impasible. Puede que el arma hiciese cosas grotescas a los fundamentos de la realidad, pero lo único que le importaba era lo que le podía hacer a los lobos. Lentamente, arrancaba trozos del enjambre que los perseguía. No estaban ganando, estaban sobreviviendo. Por ahora le bastaba con eso.
Aura estaba envuelta en su habitual manta plateada acolchada, en brazos de su madre. Escorpio seguía encontrándola todavía alarmantemente pequeña, como una muñeca diseñada para estar sentada en una vitrina, no sujeta al violento mundo exterior. Pero había algo más: un discreto sentido de invulnerabilidad que le ponía los pelos de punta. Solo comenzó a sentirlo cuando sus ojos se abrieron, centrados y brillantes, como los ojos de un pájaro cazador. Absorbía todo lo que sucedía a su alrededor. Sus ojos eran de color marrón dorado, con manchas de oro y bronce y otras cercanas a un azul eléctrico. No miraban sencillamente a su alrededor: investigaban y extraían información. Vigilaban.
Escorpio y los demás notables se habían reunido en la sala habitual, sentados unos frente a otros alrededor de la mesa brillante como un espejo negro. Estudió a sus acompañantes, haciendo una lista mental de sus aliados y adversarios y de aquellos que probablemente aún estaban indecisos. Podría haber contado con Antoinette, pero estaba en Ararat. Estaba seguro de que Blood también habría compartido su opinión, no necesariamente por haberlo meditado, sino porque habría tenido que hacer un esfuerzo de su imaginación para pensar siquiera en serle desleal, y la imaginación nunca había sido su fuerte. Escorpio ya lo echaba de menos. Tenía que recordarse que su mano derecha no estaba en realidad muerto, sino fuera de su alcance.
Haría dos semanas que habían abandonado Ararat. La
Nostalgia por el Infinito
se había abierto paso por su sistema a una aceleración constante de un g, escabullándose entre los engranajes de la batalla. Durante la primera semana, la
Infinito
había dejado doce UA entre ella y Ararat, alcanzando una decimoquinta parte de la velocidad de la luz. Al final de la segunda semana había alcanzado una veinteava parte de la velocidad de la luz y estaba ya a casi cincuenta UA de Ararat. Escorpio sentía ahora esa enorme distancia. Recordaba el Sol Brillante de Ararat; p Eridani A, que los había calentado durante los últimos veintitrés años, era ahora una estrella muy brillante, cien mil veces más débil que cuando la veía desde la superficie del planeta. Ahora no parecía más brillante que su compañero binario, el Sol Pálido o p Eridani B. Ambos eran dos ojos color ámbar que se quedaban atrás, alejándose juntos mientras la abrazadora lumínica se adentraba cada vez más en el espacio interestelar. No veía a los lobos, solo los sensores podían apenas distinguirlos del entorno y aun así con poca seguridad, pero estaban allí. Las armas hipométricas (ya tenían listas tres) habían estado dando mordiscos a los elementos que los perseguían, pero no habían destruido a todos los lobos.
No había vuelta atrás, pero hasta ese momento, su trayecto había sido dictado únicamente siguiendo los planes de Remontoire para alejarlos de los lobos con la menor probabilidad de ser interceptados. Era ahora, después de dos semanas, cuando tenían la oportunidad de virar hacia un nuevo objetivo. Los lobos que los perseguían no tenían ninguna relación en esa decisión. Escorpio debía asumir que finalmente serían destruidos mucho antes de que la nave alcanzase su destino final.
Se levantó y esperó a que todo el mundo guardase silencio. Sin decir nada sacó el cuchillo de Clavain de su funda. Sin ponerlo en marcha se inclinó sobre la mesa e hizo dos marcas, una a cada lado de la línea central; cada una de ellas solo necesitó tres movimientos de la hoja. Una era una «Y» y la otra una «H». En la oscura laca de la madera los arañazos se veían del color de la piel de cerdo.
Todos lo miraron, esperando que dijese algo. En lugar de eso devolvió el cuchillo a su funda y se volvió a sentar en su asiento. Luego se entrelazó las manos tras la nuca e hizo un gesto con la cabeza a Orca Cruz. Cruz era la única aliada que le quedaba de sus días en Ciudad Abismo. Ella los miró a todos uno a uno, clavando en cada uno de ellos su único ojo bueno, arañando con sus negras uñas la mesa mientras exponía sus argumentos.
—Las últimas semanas no han sido fáciles —comenzó—. Todos hemos hecho sacrificios, todos hemos visto nuestros planes desbaratados. Algunos de nosotros hemos perdido a un ser querido o hemos visto a nuestras familias separadas. Todas las certezas que teníamos hace un mes se han volatilizado. Estamos en las profundidades de un terreno desconocido y no tenemos un mapa. Aún peor, el hombre en el que hemos confiado, el que sabría qué camino seguir, ya no se encuentra entre nosotros. —Fijó su mirada en Escorpio, esperando hasta que todo el mundo lo mirara también—. Pero seguimos teniendo un líder —continuó diciendo—. Seguimos teniendo un muy buen líder. Alguien a quien Clavain confió el gobierno de Ararat mientras estuvo fuera. Alguien en quien deberíamos confiar para liderarnos, ahora más que nunca. Clavain tenía fe en su criterio. Creo que es el momento de seguir el ejemplo del anciano.