El Desfiladero de la Absolucion (82 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
3.33Mb size Format: txt, pdf, ePub

La luna alcanzada derramaba un tentáculo de lodo de color rojo cereza por su órbita. Escorpio lo observaba consternado, preguntándose qué repercusiones tendría para los habitantes de Ararat. Unos miles de toneladas de escombros arrojados al océano tendrían consecuencias terribles para los que se quedaron allí, pero la cantidad de cascotes de la luna serían mucho, mucho peores de lo que podía imaginar.

—No lo sé —dijo Escorpio.

Un poco más tarde sonó una musiquilla diferente en la consola.

—Un mensaje encriptado de Remontoire —dijo Vasko—.

¿Lo pongo?

Escorpio le dijo que lo hiciese, viendo cómo una difusa y pixelada imagen de Remontoire aparecía en la consola. La transmisión estaba muy comprimida, tenía saltos y partes en las que la imagen se congelaba mientras Remontoire continuaba hablando.

—Lo siento —dijo—, pero las cosas no han salido tan bien como esperaba.

—¿Cómo de mal? —murmuró Escorpio.

Era como si Remontoire le hubiese escuchado.

—Un pequeño grupo de inhibidores parecía estar persiguiéndoos —dijo—. No tan grande como el grupo que nos siguió desde Delta Pavonis, pero lo suficiente para no ser ignorados. ¿Habéis terminado de comprobar el armamento hipométrico? Esa debe ser vuestra prioridad ahora. Y tampoco sería mala idea poner en marcha el resto de la maquinaria. —Remontoire hizo una pausa. Su imagen se rompía y se volvía a juntar—. Hay algo que debéis saber —continuó—. El error ha sido mío. No ha tenido nada que ver con la cantidad de armas caché que tuviéramos en nuestro arsenal. Incluso si nos las hubierais dado todas, el resultado habría sido el mismo. De hecho, me alegro de que no lo hicieseis. Sus instintos tenían razón, señor Rosa. Me alegro de haber tenido esa pequeña charla antes de irme. Aún tenéis una oportunidad. —Sonrió. Su expresión parecía más forzada que nunca, pero Escorpio se lo agradeció—. Quizás sintáis la tentación de responder a esta transmisión. Os recomiendo que no lo hagáis. Los lobos intentarán localizaros con más exactitud y una señal tan clara como esa no os haría ningún favor. Adiós y buena suerte.

Eso fue todo, la transmisión se había terminado.

—¿Señor Rosa? —preguntó Vasko—. ¿Quién es el señor Rosa?

—Es una historia muy antigua —dijo Escorpio.

—No ha dicho nada sobre él —dijo Khouri—, nada sobre lo que va a hacer.

—No creo que lo considerase relevante —dijo Escorpio—. No podemos hacer nada por ayudarlos, al fin y al cabo. Ellos han hecho lo que han podido por nosotros.

—Pero no ha sido suficiente —dijo Malinin.

—Quizás no —dijo Escorpio—, pero siempre es mejor que nada, en mi opinión.

—La conversación que mencionaba —dijo Khouri—, ¿de qué iba?

—Era algo entre el señor Reloj y yo —respondió Escorpio.

Hela, 2727

Después de que el inspector general de Sanidad le extrajese sangre, la condujo a su alojamiento. Se trataba de una pequeña habitación hacia un tercio de la altura de la Torre del Reloj. Tenía una pequeña vidriera, una cama de aspecto austero y una mesita de noche. Había un anexo con un lavabo y un retrete. También había algo de propaganda quaicheista en la mesita.

—Supongo que no esperaría grandes lujos —dijo Grelier.

—No esperaba nada —dijo—. Hasta hace unas horas creía que iba a trabajar en una cuadrilla de despeje para la
Catherine de Hierro
.

—Entonces no puede quejarse, ¿no?

—No pensaba hacerlo.

—Si juega sus cartas bien podemos procurarle algo un poco más grande —dijo.

—Esto es todo lo que necesito —dijo Rashmika.

Grelier sonrió y la dejó sola. Ella no dijo nada cuando se marchó. No le había gustado que le sacara sangre, pero no había podido negarse. No era simplemente por el hecho de que todo el asunto de las iglesias y la sangre la mareara, (sabía demasiado acerca de los virus doctrinales que formaban parte del paquete de la fe adventista), sino algo más, algo relacionado con su propia sangre y el hecho de que se sentía violada cuando le había tomado una muestra. La jeringa estaba vacía antes de pincharla, lo que significaba (asumiendo que la aguja estuviese esterilizada) que no había intentado introducirle un virus doctrinal. Eso habría sido una violación de otro tipo, aunque no necesariamente peor. Sin embargo, pensar que le había extraído sangre era igualmente inquietante.

Pero ¿por qué le había molestado tanto?, se preguntaba. Había sido una petición razonable, al menos en los confines de la
Lady Morwenna
. Aquí todo estaba relacionado con la sangre, así que era difícilmente reprochable que le pidieran una muestra. De hecho, debía estar agradecida de que se limitase a eso. Pero no lo estaba. Estaba asustada y no sabía exactamente por qué.

Se sentó allí, en el silencio de la habitación, bañada por la luz sepulcral de la vidriera y se sintió desesperadamente sola.

¿Había sido todo un gran error?, se preguntaba. Ahora que había llegado al propio corazón, la Iglesia no le parecía una entidad tan distante y abstracta. Daba más la impresión de ser una máquina capaz de infligir daños a aquellos que se acercasen demasiado a sus partes móviles. Aunque ella nunca se había marcado a Quaiche como un objetivo, siempre había pensado que únicamente alguien de alto rango en la jerarquía adventista podría revelarle la verdad acerca de Harbin. Pero también había previsto que el camino hasta allí sería traicionero y lento. Se había resignado a sufrir una larga, lenta y debilitante investigación siguiendo un penoso proceso a través de las capas de la administración. Habría comenzado por la cuadrilla de despeje. No era posible empezar por un escalón más bajo.

Pero en lugar de eso, aquí estaba, al servicio directo de Quaiche. Debería sentirse eufórica por su buena suerte. Sin embargo, se sentía inconscientemente manipulada, como si ella tuviese la intención de jugar limpiamente y alguien hubiese hecho la vista gorda, dejándola ganar sin esfuerzo. Por una parte quería culpar a Grelier, pero sabía que el inspector general no era el único. Había algo más. ¿Había hecho todo este recorrido para encontrar a Harbin o para conocer a Quaiche? Por primera vez no estuvo completamente segura.

Comenzó a hojear la propaganda quaicheista, buscando alguna pista que le desvelase el misterio, pero la propaganda era la habitual basura que había despreciado desde que supo leer: las desapariciones de Haldora como mensaje de Dios, una cuenta atrás hacia un evento vagamente definido, cuya naturaleza dependía de la función del texto que leyera.

Su mano dudó un instante frente a la cubierta de uno de los folletos. Tenía el símbolo adventista: el extraño traje espacial irradiando luz como si se viera silueteado contra el sol del amanecer, con los rayos de luz atravesando el propio traje por unas aperturas. El traje tenía un curioso aspecto, como si estuviese soldado, sin ninguna juntura o articulación visible. En su mente lo vio claro, sin duda se trataba en realidad del sarcófago que había visto en la buhardilla del deán.

Luego pensó en el nombre de la catedral: la
Lady Morwenna
. ¡Claro! Ahora lo veía con claridad cristalina. Morwenna era la amante de Quaiche antes de llegar a Hela. Todo el que hubiese leído las escrituras sabía eso. Todos sabían también que algo terrible le había sucedido a ella y que había sido encerrada en un extraño sarcófago soldado, que en realidad era un aparato de castigo, diseñado por los ultras para los que Morwenna y Quaiche trabajaban. Ese mismo sarcófago era el que había visto en la buhardilla, el que le había hecho sentirse tan mal. Entonces logró racionalizar ese miedo, pero ahora, sentada allí sola, el simple hecho de pensar que estaba en el mismo edificio que el sarcófago la asustaba. Desearía estar lo más lejos posible.

Hay algo allí dentro, pensó. Algo más que un mecanismo para intimidar a los rivales en las negociaciones. Entonces oyó una voz.

[Sí, sí, Rashmika. Estamos en el sarcófago.]

Dejó caer el folleto, dejando escapar un grito ahogado de terror. No se lo había imaginado. Había sido débil, pero muy clara, muy precisa, y la falta de resonancia le indicaba que sonaba dentro de su cabeza, no en la propia habitación.

—No necesito esto —dijo en voz alta esperando deshacer así el hechizo—. Grelier, cabrón, me has puesto algo en la aguja.

[No había nada en la aguja. No somos una alucinación. No tenemos nada que ver con Grelier ni sus escrituras.]

—Entonces, ¿quién coño sois? —dijo ella.

[¿Quiénes somos? Ya sabes quiénes somos, Rashmika. Somos los que has venido a buscar. Somos las sombras. Has venido a negociar con nosotras, ¿no lo recuerdas?]

Rashmika soltó un par de maldiciones, luego se golpeó la cabeza contra la almohada en un extremo de la cama.

[Eso no te servirá de nada. Por favor, para antes de que te hagas daño.]

Gruñó, apretándose los puños contra las sienes.

[Eso tampoco te va a ayudar. De verdad, Rashmika, ¿no lo ves? No te estás volviendo loca, simplemente hemos encontrado la forma de entrar en tu cabeza. También hablamos con Quaiche, pero él no tiene la ventaja de tener toda esa maquinaria en su cabeza. Tenemos que ser discretas, susurrarle en voz alta cuando está solo. Pero tú eres diferente.]

—No hay ninguna maquinaria en mi cabeza y yo no sé nada de ninguna sombra.

La voz moduló su tono, ajustando su timbre y resonancia hasta que sonaba exactamente igual que si hubiera un pequeño y silencioso amigo susurrándole confidencias al oído.

[Sí que sabes, Rashmika. Simplemente no lo has recordado todavía. Vemos todas las barricadas en tu cabeza. Están empezando a caer, aunque tardarán algún tiempo todavía. Pero no pasa nada, hemos esperado mucho tiempo hasta encontrar un amigo. Podemos esperar un poco más.]

—Creo que debería llamar a Grelier —dijo ella. Antes de irse, el inspector general le había enseñado cómo acceder al sistema de interfono neumático de la catedral. Se ladeó en la cama para llegar a la mesita de noche. Había un panel con rejilla encima de la mesita.

[No, Rashmika] —le advirtió la voz—. [No le llames. Solo conseguirás que te examine más de cerca y no querrás eso, ¿verdad?]

—¿Por qué no? —preguntó.

[Porque averiguará que no eres quien dices ser y eso no te conviene.]

Su mano dudó sobre el interfono. ¿Por qué no pulsarlo y llamar al inspector general? No le gustaba ese cabrón, pero aún menos le gustaban las voces de su cabeza. Pero lo que la voz había dicho le recordó que ya tenía su sangre. Lo visualizó extrayéndole la muestra, sacándole el líquido rojo del brazo.

[Sí, Rashmika, tiene una parte. No lo entiendes todavía, pero cuando la analice se llevará una sorpresa. Aunque quizás se quede en eso. Lo que no querrás que pase es que te haga un escáner de la cabeza. Entonces sí que encontraría algo interesante.]

Su mano aún se posaba sobre el interfono, pero sabía que no iba a pulsar el botón. La voz tenía razón: lo que menos deseaba era que Grelier la estudiase más de cerca, aparte de su sangre. No sabía por qué, pero ya era suficiente con eso.

—Tengo miedo —dijo retirando la mano.

[No tienes por qué. Estamos aquí para ayudarte, Rashmika.]

—¿A mí? —dijo.

[Sí, a ti] —dijo la voz. Rashmika notaba que la voz se alejaba, dejándola sola—. [Lo único que te pedimos es un pequeño favor a cambio.]

Después intentó dormir un poco.

Espacio interestelar, 2675

Escorpio miró por encima del hombro del técnico. Pegada a la pared había una gran pantalla flexible, recién creada por las fábricas. Mostraba una sección transversal de la nave, duplicada de la última versión del mapa dibujado a mano que habían usado para seguirle la pista a las apariciones del Capitán. Más que el esquema de una nave espacial, parecía una ampliación de alguna ilustración medieval de anatomía. El técnico estaba marcando con una cruz las confluencias de túneles cerca de los micrófonos.

—¿Ha habido suerte? —preguntó Escorpio. El otro cerdo emitió un sonido evasivo.

—Probablemente no. Falsos positivos en esta área durante todo el día. Hay una bomba de sentina recalentada cerca de este sector que no para de hacer ruido y hace saltar los micros.

—Será mejor que la comprobéis de todas formas, por si acaso —le recomendó Escorpio.

—Un equipo ya va de camino hacia allí abajo, no estaban muy lejos.

Escorpio sabía que el equipo acudiría con el equipamiento completo de vacío, alertado de que podría encontrarse con una brecha en cualquier momento, incluso en las entrañas de la nave.

—Diles que vayan con cuidado —dijo.

—Ya lo he hecho, Escorp, pero tendrían mucho más cuidado si supieran de qué deben cuidarse.

—No necesitan saberlo.

El técnico cerdo se encogió de hombros y volvió a su tarea, esperando que apareciese otra señal acústica o barométrica en su pantalla.

Los pensamientos de Escorpio saltaron al arma hipométrica que se movía dentro de su hueco con un movimiento en espiral como un sacacorchos formado por una miríada de cuchillas plateadas. Incluso en reposo, el arma parecía desacertada, una presencia discordante en la nave. Era como un cuadro de un sólido imposible, uno de esos confusos triángulos de escaleras interminables, algo que parecía plausible a primera vista, pero que mirándolo con más atención, producía el efecto de un cuchillo retorciéndose en un punto determinado del cerebro, el área responsable de gestionar las representaciones del universo exterior, el área que manejaba la mecánica de lo que podía o no podía funcionar. En movimiento era mucho peor. Escorpio apenas si podía mirar la trilladora y retorcida complejidad del arma en funcionamiento. De alguna forma dentro de su brillante movimiento había un punto o región en la que algo sórdido se perpetraba contra el tejido básico del espacio tiempo. Estaba siendo maltratado.

Que esa tecnología era alienígena no le pilló por sorpresa. El arma y las otras dos iguales a ella habían sido ensambladas siguiendo las instrucciones dadas por Aura a los combinados, antes de que Skade la robase del útero de Khouri. Las instrucciones eran precisas y exhaustivas, una serie de recetas matemáticas inequívocas, pero carentes por completo de contexto, sin información de cómo funcionaban las armas en realidad ni qué modelo debía aplicarse para que funcionase. Las instrucciones simplemente decían: construidla, calibradla de esta manera y funcionará. Pero no preguntéis cómo ni por qué, ya que aunque fueseis capaces de comprender las respuestas, os resultarían inquietantes.

Other books

Material Girl 2 by Keisha Ervin
The Husband by Sol Stein
Moon's Choice by Erin Hunter
A Holiday to Remember by Lynnette Kent
Three Southern Beaches: A Summer Beach Read Box Set by Kathleen Brooks, Christie Craig, Robyn Peterman
The Nightmare by Lars Kepler
The Alamut Ambush by Anthony Price
The Winter King by Heather Killough-Walden