El Desfiladero de la Absolucion (100 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
13.1Mb size Format: txt, pdf, ePub

¿Qué sucedería si todo se estaba desarrollando lenta y catastróficamente en su contra?

Su diván emitió una musiquilla: tenía un mensaje entrante. Temblorosa, su mano accionó el mando.

—Quaiche —dijo.

—Un informe de la Guardia de la Catedral —dijo una voz lejana, entrecortada por la estática—. Informan del éxito de la incursión de las unidades de refuerzos tres y ocho. El casco ha sido perforado. Sin bajas significativas. Las brigadas de refuerzo están a bordo de la
Nostalgia por el Infinito
, intentando encontrarse con los elementos de la avanzadilla.

Quaiche soltó un suspiro, decepcionado consigo mismo. Por supuesto que todo iba según lo planeado y por supuesto que estaba resultando un poco más difícil de lo imaginado. Esa era la naturaleza de las misiones que merecían la pena. Nunca había debido dudar de su éxito final.

—Mantenme informado —dijo.

La desproporcionada pareja (el armatoste vacío del traje del Capitán y la infantil silueta del cerdo) se abrían paso entre los efluvios hacia el escenario de la batalla. Avanzaban por pasillos y pasadizos que nunca habían sido reclamados enteramente para el uso humano. Estaban llenos de ratas, aguas residuales y otras toxinas, y eran oscuros como una cripta, salvo por las escasas y débiles luces parpadeantes. Cuando los adventistas le atacaron, Escorpio sabía exactamente dónde estaba, pero desde entonces había estado siguiendo al Capitán, dejándose llevar hacia áreas de la nave que le resultaban completamente desconocidas. Conforme avanzaban y el Capitán lo dirigía a través de oscuras escotillas y aperturas ocultas, le sorprendió la creciente ausencia de las habituales señales de las autoridades de la nave: chapuceros sistemas eléctricos e hidráulicos, las flechas de dirección luminiscentes. Solo había anatomía. Estaban recorriendo partes de la nave que solo el Capitán conocía: pasillos privados que debía frecuentar en soledad. Eran su carne y su sangre, pensó Escorpio. Era cosa suya lo que hiciera con ellas.

El cerdo no creía que estuviese en realidad junto a la presencia física del Capitán. El traje no era más que una forma de atraer su atención; en cualquier caso, el Capitán seguía estando tan omnipresente como siempre, rodeándolo en cada nervio de la arquitectura de la nave. Pero, aunque Escorpio hubiera preferido tener una cara con la que hablar en lugar de un traje vacío, siempre sería mejor que estar solo. Sabía que el líder de los adventistas lo había herido de gravedad y que tarde o temprano notaría los efectos retardados de las heridas. No podía saber lo fuerte que sería el golpe. Hace veinte años habría negado la importancia de esas heridas. Ahora era improbable. Pero mientras tuviera compañía, se sentiría capaz de seguir retrasando el momento de rendir cuentas.
Solo necesito unas pocas horas, las suficientes para arreglar este desastre
, pensó. Unas pocas horas eran lo único que necesitaba, lo único que quería.

—Hay algo de lo que tú y yo debemos hablar, Escorp, antes de que sea demasiado tarde.

—¿Capitán?

—Necesito hacer algo antes de que sea inviable. Vinimos hasta aquí siguiendo las instrucciones de Aura y con la esperanza de encontrar algo que nos ayudara contra los inhibidores. Quaiche y los scuttlers siempre fueron la clave, por lo que enviamos a Aura a la sociedad de Hela hace nueve años. Debía reunir información, infiltrarse en las catedrales por la puerta trasera, sin que nadie sospechase su conexión con nosotros. Era un buen plan, Escorp. Era el mejor que teníamos en aquel momento, pero no debemos desatender a Haldora.

—Nadie se ha olvidado de Haldora —dijo Escorpio—. Aura cree que ya ha contactado con las sombras a través de ese sarcófago. ¿No es suficiente por ahora?

—Lo sería si los adventistas no nos hubieran traicionado, pero nosotros no controlamos ese sarcófago, Quaiche sí y no es precisamente un hombre en el que podamos confiar. Es hora de apostar fuerte, Escorp. No podemos depositar todas nuestras esperanzas en una única línea de negociación.

—Entonces lanzamos los paquetes de instrumentación como estaba planeado.

—Esos paquetes siempre estuvieron pensados como precursores. Casi con seguridad no nos habrían dicho nada que no supiéramos ya por parte de Aura. Tarde o temprano tendríamos que recurrir a la artillería pesada.

Por un momento Escorpio se había olvidado de su dolor.

—Entonces, ¿en qué estás pensando?

—Tenemos que saber qué hay dentro de Haldora —dijo el Capitán—. Necesitamos atravesar el camuflaje. No podemos permitirnos quedarnos de brazos cruzados esperando a que ocurra una desaparición.

—El arma caché —dijo Escorpio adivinando las intenciones de su compañero—. ¿Quieres usarla? ¿Dispararla contra el planeta y ver qué pasa?

—Como acabo de decir, es hora de usar la artillería pesada.

—Es la última que nos queda. Haz que valga la pena, Capitán.

La vacía visera del traje lo miró de frente.

—Lo haré lo mejor que pueda —dijo el Capitán.

Ahora el traje había aminorado su ritmo. El cerdo se detuvo, usando el grueso volumen del traje para protegerse.

—Hay algo ahí delante, Escorp.

Escorpio miró hacia la oscuridad.

—No veo nada.

—Lo noto, pero necesito el traje para echar un vistazo. No tengo cámaras aquí.

Rodearon una ligera curva, avanzando sigilosamente a través de un nudo de pasillos interconectados. De pronto estaban de nuevo en una parte de la nave que Escorpio creyó reconocer, uno de los pasillos por los que había llevado a los adventistas ese mismo día. Una luz sepia chorreaba por los candelabros de la pared.

—Hay unos cuerpos ahí, Escorp. Esto no tiene buena pinta.

El traje avanzó delante, vadeando a través de indescriptibles fluidos. Los cuerpos no eran más que bultos en la penumbra, medio sumergidos en la inmundicia. El foco del casco del Capitán se encendió, iluminando las formas. Ratas asilvestradas huyeron de la luz.

—No son adventistas —dijo Escorpio.

El traje se arrodilló junto al cuerpo más próximo.

—¿Los reconoces?

Escorpio se puso en cuclillas, gesticulando de dolor por las dos punzadas a cada lado de su torso. Tocó el cuerpo más cercano al Capitán, dándole la vuelta para verle la cara. Palpó el rugoso cuero de un parche.

—Es Orca Cruz —dijo.

Su propia voz le sonó emocionalmente distanciada.
Está muerta
, pensó.
Esta mujer, que te ha sido leal durante más de treinta años de tu vida está muerta; esta mujer que te ha ayudado, protegido y que ha luchado por ti y te ha hecho reír con sus historias está muerta y ha muerto por tu error, por tu estupidez al no ver los planes de los adventistas. Y lo único que sientes ahora es que algo que te pertenecía ha sido pisoteado
.

Oyó un silbido procedente de los servomecanismos. El monstruoso guante del Capitán lo tocó con suavidad en la espalda.

—Lo siento, Escorp, sé cómo te sientes.

—No siento nada.

—A eso me refiero, es demasiado pronto, demasiado repentino.

Escorpio miró el resto de los cuerpos, sabiendo que eran todos miembros de la División de Seguridad. Sus armas habían desaparecido, pero no tenían signos evidentes de violencia. Aunque no olvidaría la expresión de la cara de Cruz en mucho tiempo.

—Era una gran mujer —dijo—. Permaneció a mi lado cuando pudo haberse labrado un pequeño imperio propio en Ciudad Abismo. No se merecía esto. Ninguno de ellos se lo merecía.

Con un gran esfuerzo se puso de pie, apoyándose contra la pared. Primero fue Lasher durante el viaje a Resurgam, luego tuvo que despedirse de Blood, probablemente para siempre, ahora Cruz se había ido: su último y querido lazo de unión con su casi olvidada vida en Ciudad Abismo.

—No sé tú, Capitán —dijo—, pero yo estoy listo para empezar a tomarme esto como algo personal.

—Yo ya lo había hecho —dijo el traje vacío.

La batalla continuaba desarrollándose en el interior de la
Nostalgia por el Infinito
. Lentamente, sin embargo, la situación se estaba volviendo contra los asaltantes adventistas. Fuera de la nave, los últimos elementos de la Guardia de la Catedral habían, o bien penetrado el casco hacia el interior, o estaban siendo derrotados por las defensas de este. Habían sufrido daños: nuevos cráteres y cicatrices se habían abierto en el ya de por sí traicionero paisaje de la astronave. Las diminutas naves que habían alcanzado el casco anclándose a él con proyectiles con ganchos, almohadillas epoxídicas, cohetes de anclaje y equipos de perforación parecían garrapatas mecánicas medio hundidas en la carne de un animal monstruoso. En el resto del casco, los machacados cadáveres de otras naves permanecían enredados en las grietas y pliegues de la arquitectura de la
Nostalgia por el Infinito
, arrojando penachos de aire y fluidos al espacio. Otras naves habían sido destruidas antes de acercarse a la abrazadora, quedando sus restos calientes y retorcidos atrapados en la estela de la gran nave en su órbita alrededor de Hela. No se habían enviado más refuerzos desde la luna. El asalto había sido diseñado para ser total y aplastante y tan solo un puñado de unidades de la Guardia de la Catedral no había sido movilizado para la primera oleada.

Los pocos elementos que aún intentaban el abordaje debían de saber que sus probabilidades no eran excelentes. La resistencia había sido mayor de la esperada. Por primera vez, un grupo de ultras había restado importancia a la eficacia de sus defensas. Pero los soldados de la Guardia de la Catedral eran leales hasta la muerte a la orden adventista. La doctrina quaicheista corría con fuerza por sus venas y para ellos la retirada era literalmente algo impensable. No necesitaban saber el objetivo de su misión para entender que era de suma importancia para el deán.

Enfrascados en buscar una ruta segura hacia el casco, ninguno de ellos observó la apertura de una salida en un lateral de la
Nostalgia por el Infinito
, un rayo de luz dorada entre la complejidad de las transformaciones del Capitán. La puerta parecía diminuta, pero era debido únicamente a la mareante escala de la propia nave.

Algo emergió, desplazándose con la suave y resuelta autonomía de una máquina. No parecía una astronave, ni siquiera la desgarbada clase usada para las operaciones de nave a nave. Parecía un adorno abstracto, una yuxtaposición surrealista de ribetes de color verde bronce, sin ventanas ni fisuras, como si estuviera tallada en un trozo de jabón o mármol. El objeto encajaba en un arnés a modo de esqueleto negro, un marco geodésico con enganches de acoplamiento, propulsores y aparatos de navegación y dirección.

Era un arma de clase infernal. Habían llegado a tener veinte aparatos como ese, pero ahora solo les quedaba esta unidad. La ciencia que las había construido y los principios de ingeniería que conllevaba su construcción eran sin duda menos avanzados que las últimas adquisiciones del arsenal de la
Infinito
, como las minas burbuja o las armas hipométricas. Nadie podía decirlo con seguridad, pero si algo estaba claro era que las nuevas armas eran instrumentos de precisión quirúrgica en lugar de fuerza bruta, por lo que las armas caché seguían teniendo su utilidad.

El arma abandonó la puerta de salida. Alrededor de marco del arnés, los propulsores despidieron chispas de color blanco azulado. El destello iluminó la
Nostalgia por el Infinito
, arrojando un resplandor firme sobre las formas oscuras de las últimas naves de la Guardia de la Catedral. Ninguna se fijó en ella.

El arma caché daba vueltas, alineando su arnés con la cercana superficie de Haldora. Entonces aceleró, alejándose de la
Nostalgia por el Infinito
, de la batalla y de la accidentada superficie de Hela.

Vasko y Khouri entraron en la sala de la buhardilla, llena de espejos. Vasko miró a su alrededor, comprobando que la sala estaba prácticamente igual que cuando la dejaron. El deán seguía sentado en el mismo diván, en la misma zona de la estancia. Rashmika estaba sentada en la mesa en medio de la habitación, observando su llegada. Tenía frente a ella el juego de té de porcelana. Vasko contempló sus reacciones con atención, preguntándose cuántos recuerdos habría recuperado. Incluso si no había recordado nada, no podía creer que el ver la cara de su madre no provocase reacción alguna en ella. Había ciertas cosas más allá de la memoria, pensó.

Pero si Rashmika había tenido alguna reacción, él se la había perdido. Simplemente la vio inclinar al cabeza hacia ellos, igual que hubiera saludado a cualquier otro visitante.

—¿Solo vosotros dos? —preguntó el deán Quaiche.

—Somos la avanzadilla —dijo Vasko—. No creímos que fuese necesario enviar un grupo numeroso, al menos hasta que hayamos evaluado las instalaciones.

—Os había dicho que teníamos muchas habitaciones libres —dijo—, para tantos delegados como quisieseis enviar. Rashmika habló en voz alta.

—No están locos, deán. Saben lo que va a pasar en unas pocas horas.

—¿Os preocupa que vayamos a cruzar el puente? —preguntó el deán a los ultras, como si fuese algo absurdo.

—Digamos que preferimos observarlo desde la distancia —dijo Vasko—. ¿No le parece razonable? No había nada en nuestro acuerdo que nos obligase a permanecer en la
Lady Morwenna
. Es problema nuestro si decidimos no tener delegados presentes.

—Estoy igualmente decepcionado —dijo Quaiche—. Tenía la esperanza de que lo compartieseis conmigo. El espectáculo no será ni mucho menos tan impresionante visto desde lejos.

—No lo dudo ni por un instante —dijo Vasko—. Pero de todas formas os dejaremos tranquilo para que lo disfrutéis de primera mano. —Miró a Khouri, eligiendo las palabras cuidadosamente—. No quisiéramos interferir en un acontecimiento sagrado.

—No sería ninguna interferencia —dijo el deán—. No obstante, si eso es lo que deseáis… no puedo impedíroslo. Pero aún quedan doce horas para la travesía, no hace falta inquietarse todavía.

—¿Está usted inquieto? —preguntó Khouri.

—En absoluto —contestó—. Ese puente fue puesto ahí por una razón, siempre lo he creído.

—Hay restos de otra catedral al fondo de la falla —dijo Vasko—. ¿No le preocupa?

—Eso solo me dice que el deán de esa catedral estaba falto de fe —dijo Quaiche.

El comunicador de Vasko sonó. Levantó el brazalete hasta su oreja, escuchando con atención. Frunció el ceño, se giró y susurró algo al oído de Khouri.

Other books

Crescent City by Belva Plain
Gambling on a Dream by Sara Walter Ellwood
This Time by Rachel Hauck
El protector by Larry Niven
Grit by Angela Duckworth