El Desfiladero de la Absolucion (103 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—Me llevas ventaja —dijo Quaiche.

—Creo que nos llevamos ventaja todos respectivamente en distintos aspectos —dijo Grelier. Pasó el bastoncillo bajo el párpado, extrayendo la punta amarilla por la infección—. ¿Es cierto lo que ha dicho? ¿Que los delegados han tomado la nave?

—No creo que tenga motivos para mentir —dijo Quaiche.

—¿Tú lo has organizado?

—Necesito esa nave —dijo Quaiche. Sonó como un niño explicando por qué lo habían pillado robando manzanas.

—Eso ya nos lo imaginábamos, ¿por qué si no ibas a perder tanto tiempo buscando la nave adecuada? Pero ahora que habían traído la nave, ¿cuál era el problema? Si lo que quieres es protección, más te vale que sean ellos los que la comanden.

—Nunca he querido la protección.

Grelier se quedó paralizado con el bastoncillo aún bajo el párpado del deán.

—¿Cómo que no?

—Quería una nave —dijo Quaiche—. Me daba igual cuál, siempre y cuando estuviese en buenas condiciones y sus motores funcionasen. Aunque tampoco es que piense llevármela muy lejos.

—No lo entiendo —dijo Grelier.

—Yo sé por qué —dijo el hombre—, al menos creo que me hago una idea. Se trata de Hela, ¿verdad?

Grelier lo miró.

—¿Qué pasa con Hela?

—Va a aterrizar con nuestra nave en el planeta. En algún lugar cerca del ecuador, me imagino. Probablemente ya haya construido algo para atracarla, algún punto de atraque de algún tipo.

—¿Un atraque? —preguntó Grelier sin comprender nada.

—Una estructura de sujeción —dijo Quaiche, como si eso lo explicase todo. Grelier pensó en todos los recursos desviados del Camino Permanente y la cuadrilla de construcción que Rashmika le había descrito. Ahora sabía exactamente para qué eran. Debían dirigirse al atraque, fuese lo que fuese eso, para darle los últimos retoques.

—Solo una pregunta —dijo Grelier—. ¿Por qué?

—Va a hacer aterrizar la nave en horizontal —respondió el hombre—. Tumbada sobre la superficie de Hela con su casco alineado de este a oeste, paralelo al ecuador. Entonces la sujetará para que no pueda moverse.

—¿Y todo eso tiene algún sentido? —dijo Grelier.

—Lo tendrá cuando encienda los motores —dijo Quaiche, incapaz de contenerse—. Entonces lo verás, todos lo veréis.

—Va a alterar la velocidad de rotación de Hela —dijo el hombre—. Va a usar los motores de la nave para colocar a Hela en rotación sincronizada alrededor de Haldora. No hace falta cambiar la longitud del día demasiado, con doce minutos bastará, ¿no es así, deán?

Grelier retiró el bastoncillo de debajo del párpado de Quaiche.

—Lo que Dios no logró hacer bien, lo arreglarás tú, ¿no?

—Ahora no me atribuyas delirios de grandeza —le reprendió Quaiche.

El brazalete de Vasko sonó. Lo miró sin atreverse a moverse.

—Contesta —dijo finalmente Quaiche—. Así todos podremos saber cómo van las cosas.

Vasko hizo lo que le decía. Escuchó el informe con atención, luego se quitó el brazalete de la muñeca y se lo pasó a Grelier.

—Escúchelo usted mismo —dijo—. Creo que le resultará muy interesante.

Grelier examinó el brazalete con los labios apretados en un gesto de sospecha.

—Creo que yo cogeré esa llamada —dijo finalmente.

—Como prefieras —dijo Vasko.

Grelier escuchó la voz que salía del brazalete. Habló despacio y luego escuchó las respuestas, asintiendo ocasionalmente, elevando sus cejas blancas como la nieve con fingido asombro. Luego se encogió de hombros y se lo devolvió a Vasko.

—¿Qué? —preguntó Quaiche.

—La Guardia de la Catedral ha fracasado en su intento por tomar la nave —dijo—. Los han hecho trizas, incluidos los refuerzos. He tenido una agradable conversación con el cerdo al mando de las operaciones de la nave. Me ha parecido un tipo muy razonable, para ser un cerdo.

—No —dijo Quaiche con la respiración entrecortada—. Seyfarth me dio su palabra. Me dijo que tenía los hombres adecuados para lograrlo. No puede haber fallado.

—Pues lo ha hecho.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué tenían en esa nave que Seyfarth no supiera? ¿Un ejército al completo?

—Eso no es lo que el cerdo dice.

—El cerdo tiene razón —dijo Vasko—. Ha sido la nave la que ha arruinado tus planes. No es como las demás naves en su interior. Tiene ideas propias. No le cayeron muy bien tus intrusos.

—No era así como tenían que salir las cosas —se quejó Quaiche.

—Creo que estás en un pequeño lío —dijo Grelier—. El cerdo ha mencionado algo acerca de tomar la catedral por la fuerza.

—Me han tendido una trampa —dijo Quaiche cuando cayó en la cuenta.

—Oh, no pienses mal de ellos. Solo querían tener acceso a Haldora. No es culpa suya si se han interpuesto en tus planes. Te habrían dejado en paz si no hubiera intentado utilizarlos.

—Estamos en un apuro —dijo Quaiche en voz baja.

—En realidad —dijo Grelier como si acabara de acordarse de algo importante—, las cosas no están tan mal como crees. —Se inclino hacia el deán y entonces miró a las tres personas que se sentaban alrededor de la mesa—. Todavía tenemos cierta ventaja.

—¿Ah, sí? —dijo Quaiche.

—Pásame el brazalete —le pidió a Vasko.

Vasko se lo dio. Grelier sonrió y habló a través del aparato.

—Hola, ¿hablo con el cerdo? Me alegro de hablar de nuevo contigo. Tengo noticias para ti. Tenemos a la chica. Si queréis que os la devolvamos sana y salva, os sugiero que empecéis a tomar nota de nuestras condiciones. —Luego le pasó el brazalete al deán—. Tu turno —le dijo.

44

Escorpio se esforzaba por oír la susurrante y débil voz del deán Quaiche. Levantó una mano para silenciar a sus compañeros mientras cerraba con fuerza los ojos frente a la tirantez y creciente incomodidad de sus heridas ahora cerradas. Una vez hubo terminado su trabajo, Valensin comenzó a recoger las herramientas quirúrgicas manchadas de sangre y sus ungüentos.

—No sé nada de una chica —dijo Escorpio.

La respuesta del deán sonaba como unas uñas arañando una lata.

—Se llama Rashmika Els. Su verdadero nombre ni lo sé ni me importa. Lo que sí sé es que llegó a Hela en vuestra nave hace nueve años. Hemos demostrado la conexión más allá de cualquier duda, y ahora de pronto otras muchas cosas van cobrando sentido.

—¿Ah, sí?

La voz cambió: era el otro hombre de nuevo, el inspector general de Sanidad.

—No sé exactamente cómo lo hicisteis —dijo—, pero estoy impresionado. Recuerdos ocultos, autosugestión… ¿Cómo lo lograsteis?

—No tengo ni idea de lo que está hablando.

—El asunto con la policía de Vigrid.

—¿Perdón?

—La niña tenía que prepararse para salir del cascarón. Tuvo que haber un desencadenante. Quizás tras ocho o nueve años supo en su subconsciente que ya había pasado el tiempo suficiente entre los aldeanos de las tierras baldías y que era el momento de empezar la siguiente fase de su infiltración, introduciéndose en el nivel más alto de nuestra propia orden. El porqué lo desconozco por ahora, aunque me da la ligera impresión de que tú sí que lo sabes.

Escorpio no dijo nada. Dejó que el hombre siguiera hablando.

—Tenía que esperar hasta que llegara un medio de transporte para alcanzar el Camino Permanente. Entonces debía indicaros que estaba de camino para que vosotros sacaseis vuestra nave de su escondite. Era una cuestión de coordinación: el éxito de vuestras negociaciones con el deán obviamente dependió de la información suministrada por la niña. Tiene máquinas en la cabeza que parecen implantes combinados, pero dudo que pudierais comunicaros con ella desde la órbita. Así que necesitabais otra señal, algo que no pasase desapercibido. La chica saboteó un almacén de cargas de demolición, ¿verdad? Lo hizo saltar por los aires, atrayendo la atención de la policía. Dudo que ni siquiera ella supiera que lo había hecho. Probablemente lo hiciese como sonámbula, actuando según órdenes ocultas. Entonces sintió una inexplicable necesidad de huir de casa y viajar hasta las catedrales. Se inventó una excusa para sí misma: la búsqueda de su añorado hermano, a pesar de que cada gramo de racionalidad de su cerebro le hiciese sospechar que ya estaba muerto. Mientras tanto, vosotros visteis la señal. El sabotaje tuvo repercusión en las redes de noticias locales, sin duda tenéis los medios para interceptar esas señales incluso más allá de Hela. Me imagino que contendría algún dato inequívoco, la hora del día, quizás, que os indicase que era sin duda obra de vuestra espía.

Escorpio reconoció que no tenía sentido seguir con el farol.

—Has hecho tus deberes —dijo.

—Solo hago mi trabajo, pero tienes razón.

—Tócala y te hago trizas.

Pudo oír la sonrisa del inspector general en su voz.

—Creo que dañarla es lo último que se nos pasaría por la mente. No es nuestra intención tocarle ni un pelo de la cabeza. Pero ¿por qué no, mejor, te vuelvo a pasar al deán? Creo que tiene una propuesta interesante al respecto.

De nuevo se oyó la voz susurrante, como si alguien soplase a través de un tronco hueco.

—Una propuesta, sí —dijo el deán—. Me decidí a asaltar vuestra nave por la fuerza porque nunca imaginé que podría ejercer ninguna influencia sobre vosotros. Parece que la fuerza ha fracasado. Me sorprende, pues Seyfarth me aseguró que confiaba plenamente en sus habilidades. Francamente, eso no importa ahora que tengo a la niña. Obviamente significa algo para vosotros y eso quiere decir que vais a hacer lo que yo quiera, sin que ninguno de mis agentes mueva un solo dedo.

—Oigamos su propuesta —dijo Escorpio.

—Ya os he dicho que quería tomar prestada vuestra nave. Como gesto de mi buena fe y mi extremadamente indulgente naturaleza, sigue en pie el acuerdo. Tomaré vuestra nave, la usaré como me convenga y os la devolveré con sus ocupantes e infraestructura en gran medida intactos.

—En gran medida intactos —repitió Escorpio—, me gusta como suena eso.

—No te hagas el listo conmigo, cerdo. Soy más viejo y más feo, y eso ya es decir mucho.

Escorpio oyó su propia voz como si estuviera muy lejos.

—¿Qué quiere decir?

—Mirad hacia Hela —dijo Quaiche—. Sé que tenéis cámaras por toda la órbita. Examinad estas coordenadas y decidme qué veis.

Les llevó unos pocos segundos obtener una imagen de la superficie. Cuando la imagen en el compad se estabilizó, Escorpio contempló un agujero perfectamente rectangular excavado en el suelo, como una tumba recién abierta. Las coordenadas correspondían una parte de Hela en la que era de día, pero aun así las profundidades del agujero estaban en la oscuridad, ocasionalmente atravesada por haces de intensos focos industriales. La escala superpuesta en la pantalla decía que la zanja tenía cinco kilómetros de largo por casi tres de ancho. Tres de sus lados contaban con ondulados terraplenes grises con una pronunciada pendiente ligeramente hacia fuera de la base, excavados con cornisas y rampas de acceso. Se veían brillar ventanas en las paredes de dos kilómetros de alto, observando a través de placas de maquinaria industrial y cabinas presurizadas. Alrededor de los bordes superiores de la zanja, Escorpio vio unas chapas retráctiles, serradas para encajar a la perfección. En las oscuras profundidades se adivinaba un enorme mecanismo apenas visible. Algo parecido a las pinzas de una langosta y unos molares planos: eran los componentes móviles de un arnés tan grande como la
Nostalgia por el Infinito
. Podía ver las vías y las bisagras de pistones que permitirían al arnés ceñirse alrededor de casi cualquier casco de una abrazadora lumínica, dentro de ciertos límites.

Solo tres de sus cuatro paredes eran verticales. La cuarta (una de las dos más cortas) efectuaba una transición más gradual desde el fondo a la planicie que rodeaba a la trinchera. A juzgar por las sombras, era obvio que la trinchera estaba alineada con el ecuador de Hela.

—¿Lo vas pillando? —preguntó Quaiche.

—Creo que lo voy pillando —dijo Escorpio.

—Se trata de una estructura para soportar la masa de vuestra nave y evitar que se escape, incluso mientras acelera.

Escorpio advirtió que la parte trasera de la estructura podía elevarse o bajarse para ajustar el ángulo del casco con precisión. En su imaginación ya veía a la
Nostalgia por el Infinito
en la zanja, atrapada allí, igual que él había estado clavado a la pared.

—¿Para qué es todo esto, deán?

—¿No lo adivinas?

—Soy un poco corto de entendederas. Es algo genético.

—Entonces te lo explicaré. Vais a reducir la velocidad de Hela para mí. Voy a usar vuestra nave como freno para que este mundo entre en perfecta sincronización con Haldora.

—Está loco.

Escorpio oyó una risa seca como una carraca o como si agitasen ramitas secas en una bolsa.

—Soy un loco que tiene algo que deseáis recuperar desesperadamente. ¿Qué tal si negociamos? Tienes sesenta minutos a partir de ahora. Dentro de exactamente una hora quiero tener vuestra nave enganchada en esa estructura. Ya he trazado una trayectoria de acercamiento que minimizará las tensiones laterales en el casco. Si la seguís, los daños y las molestias serán mínimos. ¿Os gustaría verla?

—Por supuesto que…

Pero incluso antes de que hubiera acabado la frase, notó una sacudida, un impulso con el que la nave salía de la órbita. Los demás notables se aferraron instintivamente a la mesa, arañándola en busca de apoyo. El hatillo de herramientas médicas de Valensin se cayó al suelo. Los gemidos y bramidos de protesta por parte del tejido de la nave eran como el crujir de enormes y ancianos árboles durante una tormenta de rayos. Estaban descendiendo. Asilo quería el Capitán.

Escorpio gruñó a través del comunicador.

—Quaiche: escúchame. Podemos llegar a un acuerdo. Puedes contar con nuestra nave. Ya estamos de camino, pero tienes que hacer algo por mí a cambio.

—Podéis recuperar a la chica cuando la nave haya terminado su trabajo.

—No esperaba que nos la entregases ahora, pero puedes hacer otra cosa: detén la catedral. No cruces el puente.

De nuevo sonó la voz susurrante.

—Me encantaría, de verdad que lo haría, pero me temo que ya estamos comprometidos.

En el corazón del arma caché, la cascada de reacciones atravesó un umbral irreversible. Los exóticos procesos físicos hervían a fuego lento, ascendiendo como el agua en ebullición. Ninguna intervención concebible podía evitar ya que el aparato disparase, a no ser por la violenta destrucción de la propia arma. Las últimas comprobaciones de los sistemas habían concluido, tras comprobarlos innumerables veces. Los procesos en espiral continuaban: algo parecido a un destello se convirtió en una chispa, que a su vez se transformó en una esfera del tamaño de una canica de pura energía en expansión. La bola de fuego fue creciendo aún más, tragándose capa tras capa de mecanismos de contención. Sensores microscópicos alrededor de la esfera en expansión registraron ráfagas de partículas. El propio espacio tiempo empezó a ondularse y a crujir, como los bordes de un pergamino demasiado cerca de la llama de una vela. La esfera engulló el último bastión de contención y siguió creciendo. El arma notaba cómo partes de sí misma eran devoradas desde su interior con una sensación gloriosa y escalofriante al mismo tiempo. En sus últimos momentos reasignó las funciones del volumen alrededor de la creciente esfera, acumulando más y más controles de sensaciones en sus capas más externas. Todavía la esfera continuaba creciendo, pero ahora comenzaba a deformarse, alargándose en la dirección exacta de la predicción. Una lanza aniquiladora embistió con fuerza, arremetiendo contra capas de maquinaria en desuso. El arma lo sintió como si la atravesase un objeto de frío acero. La punta de la lanza traspasó su blindaje y el arnés, apuntando a la superficie de Haldora.

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