El Desfiladero de la Absolucion (106 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
10.1Mb size Format: txt, pdf, ePub

Comprobó los indicadores del casco una última vez, convenciéndose de que todas las señales estaban en verde. No merecía la pena emplear más tiempo preocupándose. El traje o bien estaba listo o no lo estaba, y si no lo mataba eso, seguramente habría otra cosa dispuesta a hacerlo a la vuelta de la esquina.

Gruñó de dolor al girarse para soltar el cierre de salida. La puerta se abrió de golpe, apoyándose silenciosamente en el hielo. Escorpio sintió el leve tirón al dispersarse en el espacio el poco aire que quedaba en la cabina. El traje parecía aguantar: ninguna de las luces verdes se había puesto roja.

Un momento después, estaba fuera, en el hielo: una rechoncha silueta infantil con un traje de vacío azul metálico diseñado para cerdos. Avanzó andando como un pato hacia la parte trasera de la nave, alejándose del escape al rojo vivo y abrió el compartimento de carga. Metió la mano gruñendo de dolor y rebuscó con los torpes guantes de dos dedos de su traje. Para empezar, las manos de los cerdos no eran precisamente paradigmas de la destreza y si las metíamos en un traje no resultaban mejor que dos muñones. Pero él había estado practicando. Había estado practicando toda la vida.

Sacó un tablero del tamaño de una bandeja. Colocados en ella, como huevos de Fabergé, había tres minas burbuja. Sacó una, manejándola con instintiva precaución (a pesar de que era poco probable que una mina burbuja estallase accidentalmente) y se alejó de la nave estacionada.

Caminó unos cien pasos, lo suficiente para que el escape de la nave no barriese la mina. Entonces se arrodilló y usó el cuchillo de Clavain para cavar un agujero con forma de cono invertido en la superficie helada. Colocó la mina firmemente en el hoyo hasta que solo fue visible la parte superior. Entonces giró la clavija de una esfera en la superficie de la mina unos treinta grados. Sus guantes se resbalaban, pero finalmente logró colocar la manecilla en su posición. Un diminuto indicador rojo se encendió en la parte superior de la mina: estaba armada. Escorpio se levantó.

Se detuvo un momento. Algo había llamado su atención. Miró hacia Haldora. El planeta había desaparecido. En su lugar, ocupando una porción mucho menor del cielo, había una especie de mecanismo. Parecía un extraño esquema de cosmología medieval, algo realizado durante una visión. Era una estructura geométrica como de celosía, con muchas partes delicadamente elaboradas. Alrededor de su perímetro, mástiles centelleantes se entrecruzaban irradiando hacia fuera desde nódulos de unión. Hacia el centro se hacía demasiado complejo para asimilarlo, y mucho menos para describirlo o memorizarlo. Solo pudo retener una sensación de vertiginosa complejidad, como si hubiera echado un vistazo al mecanismo de relojería de la mente de Dios. Su contemplación le provocó dolor de cabeza. Podía sentir el hormigueo del despertar de una migraña, como si el propio mecanismo le desafiara a mirarlo durante un momento más.

Apartó la vista, miró al suelo y regresó penosamente a la nave. Colocó las dos minas restantes de vuelta en el compartimento y luego subió a bordo, dejando la puerta del casco aún apoyada en el suelo. No necesitaba volver a presurizar la cabina. Ahora solo debía confiar en el traje.

La nave se elevó en el aire. A través de la parte abierta del casco pudo ver la plataforma del puente descender y aparecieron los laterales. Debajo, el lejano fondo del desfiladero de la absolución. Sintió un mareo. Cuando había estado de pie en el puente, colocando la mina, le había resultado fácil olvidar lo lejos del suelo que estaba en realidad. No tendría ese consuelo la próxima vez.

La estructura estaba lista bajo la
Nostalgia por el Infinito
. La nave estaba ya muy cerca, o al menos lo que quedaba de ella. Durante su descenso de la órbita, el Capitán se había sometido a una serie de irreversibles transformaciones, intentando proteger a los que tenía a su cargo al mismo tiempo que hacía todo lo necesario para salvaguardar a Aura. Se había desecho de gran parte de su blindaje hacia la mitad de la nave, revelando la purulenta complejidad de sus entrañas: mástiles estructurales y mamparas mayores que cualquier nave de tamaño medio, la maraña cartilaginosa de los sistemas de la nave densamente apretados que habían crecido de forma salvaje enredándose como vides estranguladoras. Conforme desechaba las secciones protectoras fue sintiendo el frío de la desnudez, como si estuviese exponiendo su vulnerable piel cuando antes tenía toda una armadura para protegerse. Hacía siglos desde que estas secciones internas se abrieran al vacío por última vez.

Continuaba con sus transformaciones. Dentro de él, importantes elementos de la arquitectura de la nave se remodelaban como piezas de dominó. Los cables umbilicales eran cortados y vueltos a conectar, partes de la nave que dependían de otras para los suministros vitales de energía, aire y agua se habían convertido en autosuficientes. Otras zonas eran abandonadas. El Capitán notaba cómo se producían los cambios en su interior con una sensación como de movimientos estomacales, como si tuviera náuseas. Sentía frío, presión y punzadas, así como la repentina y molesta ausencia de todo tipo de sensación. Aunque había instigado y dirigido las alteraciones, sentía una inquietante sensación de auto violación. Lo que se estaba haciendo a sí mismo no se desharía con facilidad.

Descendió más cerca aún de Hela, corrigiendo su trayectoria con ráfagas de propulsión de atraque. Los gradientes gravitacionales tensionaban la geometría de su casco, las pasarelas flexibles amenazaban con destrozarlo.

Descendió aún más. El paisaje se deslizaba bajo la nave y no solo había hielo y grietas, sino también territorios habitados concentrados en pequeñas aldeas y cruzados por líneas de comunicación. El buche de la estructura de sujeción era una hendidura dorada en el horizonte.

El Capitán sufrió una convulsión, como si estuviese dando a luz. Todas las preparaciones se habían completado. Desde su parte central, trozos cuidadosamente separados se desprendieron del casco, dejando agujeros geométricos. Arrastraban miles de conexiones seccionadas, como las pálidas raíces bajo los bloques de césped arrancados. El Capitán había amortiguado el dolor donde le era posible, pero las señales fantasma aún le llegaban desde las zonas en las que los cables habían sido arrancados.
Esto
, pensó el Capitán,
es lo que se siente al ser corneado
. Pero contaba con este dolor y estaba preparado. En cierto sentido, era reconfortante. Era un recordatorio de que estaba vivo, de que había comenzado su existencia como una criatura de carne y hueso. Mientras sintiese el dolor, aún podía considerarse al menos remotamente humano.

Los veinte pedazos cayeron desde la
Nostalgia por el Infinito
, pero solo por un momento. Una vez estuvieron a una distancia segura los unos de los otros, las diminutas chispas de los cohetes direccionales los empujaron hacia arriba. Los cohetes no eran capaces de impulsar los pedazos más allá de la influencia gravitacional de Hela, pero bastarían para dejarlos en órbita, allí tendrían que apañárselas solos. Él había hecho lo que había podido por los dieciocho mil durmientes congelados (los había traído desde Ararat y a algunos también de Yellowstone), pero ahora estarían más seguros fuera que dentro de él. Solo deseaba que alguien llegase ya para encargarse de ellos.

La estructura de sujeción se veía mucho más grande ahora. En su interior esperaban grúas y arneses en movimiento, preparándose para inmovilizar la destripada nave.

—¿Qué quieres hacer con el sarcófago? —preguntó Quaiche.

—Quiero llevármelo conmigo —dijo Rashmika, con una contundencia que la sorprendió incluso a ella misma—. Voy a sacarlo de la
Lady Morwenna
.

Vasko miró a Khouri y luego a Rashmika.

—¿Lo recuerdas todo ahora? —le preguntó.

—Recuerdo más que antes —dijo ella volviéndose hacia su madre—. Cada vez más.

—¿Significa ella algo para ti? —preguntó Quaiche.

—Es mi madre —dijo Rashmika—. Y mi nombre no es Rashmika, ese era el nombre de la hija que perdieron. Es un buen nombre, pero no es el mío. Mi verdadero nombre es otro, pero no acabo de recordarlo todavía.

—Es Aura —dijo Khouri.

Rashmika oyó el nombre, lo meditó y luego miró a su madre a los ojos.

—Sí, ahora lo recuerdo. Te recuerdo llamándome así.

—Yo tenía razón con lo de su sangre —dijo Grelier, incapaz de contener una sonrisa de satisfacción.

—Sí, tenías razón —dijo Quaiche—. ¿Estás más contento ahora? Fuiste tú, inspector general, quien la trajo aquí. Tú trajiste a esta serpiente a nuestro nido. Fue un error tuyo.

—Habría encontrado la forma de llegar aquí de todas maneras —replicó Grelier—. Para eso había venido. De todas formas, ¿por qué te preocupa eso ahora? —Grelier señaló las imágenes que mostraban el descenso de la nave—. Tienes lo que querías, ¿no? Incluso tienes a tu maquinaria sagrada mirándote complaciente desde las alturas.

—Algo le ha pasado a la nave —dijo Quaiche, elevando una temblorosa mano hacia las imágenes. Le echó una mirada rápida a Vasko—. ¿Qué pasa?

—No tengo ni idea —respondió él.

—La nave sigue funcionando correctamente —dijo Khouri—. Solo la querías por sus motores, y eso está intacto. Ahora deja que nos marchemos con el sarcófago.

Por un momento pareció meditar su petición.

—¿A dónde os lo lleváis sin nave?

—A cualquier sitio fuera de la
Lady Morwenna
ya sería un buen principio —dijo Khouri—. Puede que usted tenga tendencias suicidas, deán, pero nosotros no.

—Si tuviera la más mínima tendencia suicida, ¿crees que habría vivido tanto? Khouri miró a Malinin y luego a Rashmika.

—Tiene un plan para salir de aquí. Nunca pretendió quedarse a bordo, ¿verdad?

—Es una cuestión de coordinación —dijo Quaiche—. La nave ya está casi en la estructura. Ese será el momento de mi triunfo. El momento en el que todo en Hela cambiará, el momento sin duda en el que la propia Hela cambiará. Nada será lo mismo después, ya lo veréis. No habrá más Camino Permanente, ni más procesión de catedrales. Solo habrá un lugar en Hela que estará justo debajo de Haldora y ese punto ya no se moverá. Y habrá solo una catedral en ese punto.

—Pero aún no la has construido —dijo Grelier.

—Ya habrá tiempo, inspector general. Todo el tiempo del mundo una vez me haya garantizado ese lugar, y soy yo quien elige dónde estará ese punto, ¿lo entendéis? Tengo a Hela en mis manos, puedo hacerla girar como un globo terráqueo y detenerla con un dedo.

—¿Y que pasa con la
Lady Morwenna
? —preguntó Grelier.

—Si esta catedral logra cruzar el puente, que así sea. Pero si no lo consigue, únicamente enfatizará el final de una era y el comienzo de otra.

—No quiere que cruce con éxito —susurró Vasko—, nunca lo ha deseado.

En el diván de deán, algo empezó a emitir una musiquilla.

Escorpio se mantuvo en el sitio a pesar de que todos sus instintos le decían que corriera hacia atrás. La arrugada esfera morada tirando a negra de la detonación de la mina burbuja más cercana se había acercado a él en un abrir y cerrar de ojos como un imparable muro que amenazaba con engullirlos a él y a la parte del puente sobre la que estaba de pie. Pero había colocado las tres cargas con mucho cuidado y sabía gracias a las explicaciones de Remontoire que las minas burbuja eran muy fiables, siempre y cuando funcionasen para empezar. En Hela no había aire, así que tampoco tenía que contar con la onda expansiva. Lo único de lo que tenía que preocuparse era del radio máximo de la siguiente esfera. Dejando un pequeño margen de error para la ondulación de la superficie, podría estar a salvo a tan solo unos cientos de metros tras la simbólica frontera.

El puente tenía cuarenta kilómetros de largo. Había colocado las cargas en una fila, separadas por siete kilómetros entre ellas. La del medio estaba situada en el punto más alto del arco. El efecto combinado de las esferas superpuestas echaría abajo los treinta y cuatro kilómetros centrales del puente, dejando únicamente unos pocos kilómetros intactos a cada lado del acantilado. Cuando detonó las cargas, Escorpio estaba a más de un kilómetro y medio del borde. El límite de la esfera estaba a casi un kilómetro de distancia, pero parecía como si estuviese al alcance de la mano. Se ondulaba y sobresalía. Sus arrugas y pompas se elevaban y descendían en su marchita superficie. La parte más cercana del puente se hundía en la pared: en su imaginación parecía imposible que no continuara cruzando la falla. Pero el puente ya no estaba: no quedaría nada material cuando la burbuja se evaporase.

Se había esfumado. La mina central ya había estallado y la más alejada lo hizo un instante después. Escorpio comenzó a caminar hacia el borde. La lengua del puente bajo sus pies parecía tan firme como antes, a pesar de que ya no estaba conectada con el otro lado. Disminuyó el ritmo conforme se acercaba al punto en el que la lengua se terminaba, consciente de que esta parte podría ser mucho menos estable que la zona más cercana al acantilado. Estaba a pocos metros del límite de la detonación de la mina burbuja, donde cabía esperar cualquier tipo de extraños efectos cuánticos. Las propiedades atómicas del material del puente podían haber sufrido alteraciones y desperfectos nefastos. Motivo más que suficiente para que una persona, o incluso un cerdo, pisase con cuidado.

El vértigo lo golpeó con fuerza al aproximarse al borde. El corte era milagrosamente limpio. Su pulcritud quirúrgica y la total ausencia de escombros de la parte eliminada daba la impresión de que simplemente el puente estaba todavía en construcción. Se sintió un poco menos vándalo y más como un mero espectador, anticipando algo aún por terminar.

Se dio la vuelta. A lo lejos, tras la agazapada silueta de su nave, vio a la
Lady Morwenna
. Desde su punto de vista la catedral parecía haber llegado virtualmente al borde de la falla. Él sabía que aún le quedaba un tramo por recorrer, pero no tardaría mucho en llegar.

Sin embargo, ahora que no había puente, no tendría más remedio que pararse. No era ya cuestión de sopesar los riesgos, ni existía la posibilidad de que fuese capaz de cruzar el desfiladero de la absolución. Había eliminado todas las dudas al respecto. No existiría gloria alguna, solo devastación. Si estaban cuerdos, pararían.

Una luz parpadeante rosa se iluminó en su casco, sincronizada con una estridente alarma. Escorpio se detuvo, preguntándose al principio si le pasaría algo malo al traje. Pero la luz rosa solo significaba que el traje estaba recibiendo una fuerte señal modulada de radio fuera de las bandas habitualmente asignadas para las comunicaciones. El traje le estaba preguntando si quería que interpretase la señal y se la transmitiera.

Other books

Foreign Éclairs by Julie Hyzy
The Ysabel Kid by J. T. Edson
The Drifter by del Lago, Alexandra
Truly Mine by Amy Roe
Meet Me at the Chapel by Joanna Sims
The Patrol by Ryan Flavelle