El Desfiladero de la Absolucion (101 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—¿Ocurre algo? —pregunto Quaiche.

—Hay problemas en la nave —dijo Vasko—, no estoy seguro de qué se trata, pero parece que está relacionado con sus delegados.

—¿Mis delegados? ¿Por qué iban a causar problemas?

—Al parecer intentan hacerse con la nave —dijo Vasko—.

¿No estaba al corriente de eso?

—Bueno, ahora que lo mencionas… —Quaiche hizo un penoso intento de sonrisa— puede que tuviera una vaga idea.

Una de las puertas de la buhardilla se abrió de golpe. Seis guardias adventistas con uniformes rojos irrumpieron en la sala portando armas y con aspecto de saber utilizarlas.

—Siento tener que llegar a esto —dijo Quaiche mientras los guardias obligaban a Vasko y Khouri a sentarse frente a Rashmika—. Pero de verdad necesito vuestra nave, y para ser sinceros, no creo que hubiera ninguna posibilidad de que simplemente me la prestaseis, ¿verdad?

—Pero teníamos un acuerdo —dijo Vasko mientras uno de los guardias lo sujetaba por el hombro—. Le ofrecimos nuestra protección.

—El problema es que no busco protección —dijo Quaiche. La montura que mantenía sus ojos abiertos brilló como el bronce pulido—. Busco propulsión.

43

Rashmika tenía el presentimiento de que algo estaba a punto de entrar en su cabeza sin permiso. Durante los instantes que precedían a las conversaciones con las sombras, había aprendido a identificar esa sensación específica: un ligero hormigueo por la intromisión neuronal, era como la sensación de que en una enorme y laberíntica casa se acababa de abrir una puerta.

Se armó de valor al ser consciente de la proximidad del sarcófago decorado, consciente de la facilidad con la que las sombras entraban y salían de su cabeza. Pero la voz sonaba diferente esta vez.

[Rashmika. Escúchame. No hagas ningún gesto. No me prestes más atención que a un extraño.]

Rashmika elaboró una respuesta, sin hablar. Era como si le resultase algo innato, una habilidad que siempre había estado ahí.

¿Quién eres
?

[Soy la otra mujer en la habitación.]

A pesar suyo, Rashmika miró a Khouri. La cara de la mujer permanecía impasible, no hostil ni desagradable, pero completamente inexpresiva, como si mirase a la pared en lugar de a Rashmika.

¿Tú
?

[Sí, Rashmika, yo.]

¿Por qué has venido
?

[Para ayudarte. ¿Cuánto has recordado? ¿Todo, o solo parte? ¿Recuerdas algo en absoluto?]

Vasko dijo en voz alta.

—¿Propulsión, deán? ¿Nos está diciendo que quiere que nuestra nave le lleve a algún sitio?

—No exactamente —respondió Quaiche.

Rashmika intentaba no mirar a la mujer, concentrándose en el hombre.

No recuerdo gran cosa, solo que no pertenezco a este lugar
—dijo—.
Las sombras ya me han encontrado, ¿sabes algo de las sombras, Khouri
?

[Un poco, pero no tanto como tú.]

¿Puedes contestar alguna de mis preguntas? ¿Quién me ha enviado aquí? ¿Qué se supone que tenía que hacer
?

[Nosotros te enviamos.] —Por el rabillo del ojo, Rashmika vio la cabeza de la mujer asentir en un grado casi imperceptible en una discreta y silenciosa afirmación de que era realmente su voz la que Rashmika oía—. [Pero fue decisión tuya. Hace nueve años, Rashmika, nos dijiste que te introdujésemos en Hela, al cuidado de otra familia.]

¿Por qué
?

[Porque el deán era el único medio para llegar a Haldora. Creíamos que Haldora era la clave, el único camino hacia las sombras. No sabíamos que ya lo habían usado. Tú nos lo dijiste, Rashmika, tú encontraste el atajo.]

¿El sarcófago
?

[Por eso hemos venido, y a por ti, por supuesto.]

Fuera cual fuese vuestro plan, está saliendo mal. Estamos en un apuro, ¿verdad
?

[Estas a salvo, Rashmika. Él no sabe que tienes algo que ver con nosotros.]

¿Y si lo averigua
?

[Te protegeremos. Yo te protegeré, pase lo que pase. Te doy mi palabra.]

Rashmika miró a la mujer a la cara, arriesgándose a que Quaiche se diese cuenta.

¿Por qué ibas a preocuparte por mí
? —le preguntó a la mujer.

[Por que soy tu madre.]

Mírame a los ojos y dúo otra vez
.

Khouri así lo hizo, y aunque Rashmika la miró a la cara fijamente buscando el mínimo indicio de que mentía, no encontró ninguno. Entonces asumió que Khouri decía la verdad.

Fue un gran impacto. Sintió rechazo, aunque no tanto como hubiera esperado. Para entonces, ya había empezado a dudar la mayoría de lo que antes asumía como su historia. Las sombras, y por supuesto, el inspector general de Sanidad, Grelier, ya la habían convencido de que ni siquiera había nacido en Hela y de que la gente de las tierras baldías de Vigrid no podían ser sus verdaderos padres. Así que lo que le quedaba era un vacío por rellenar con hechos y no tanto una verdad esperando a ser desplazada por otra.

Así que allí estaba. Aún tenía mucho que recordar por sí misma, pero la esencia era la siguiente: era una agente de los ultras (de estos ultras para ser más exactos) y la habían enviado a Hela en una misión para recabar información. Sus verdaderos recuerdos habían sido suprimidos y en su lugar tenía una serie de vagas e imprecisas imágenes de una infancia en Hela. Eran como el decorado de una obra de teatro, lo suficientemente convincente como para ser aceptables siempre y cuando no se le prestase atención directa. Pero cuando las sombras le hablaron de su falso pasado, había visto lo que realmente eran.

La mujer decía que era la madre de Rashmika. No tenía motivos para dudar de ella. Su cara no albergaba rastro de mentira y Rashmika ya sabía que su supuesta madre de las tierras baldías era adoptiva. Sintió tristeza, una sensación de pérdida, pero no de traición.

Dio forma verbal a su pensamiento.

Creo que eres mi madre
.

[¿Me recuerdas?] —preguntó Khouri.

No lo sé, un poco. Recuerdo a alguien parecido a ti, creo
.

[¿Qué estaba haciendo?]

Estabas en un palacio de hielo. Estabas llorando
.

Órbita de Hela, 2727

Lazos de humo gris azulado se enroscaban en el pasillo, retorciéndose según la presión del aire. Los fluidos chorreaban de las heridas en las paredes y techos, lloviendo en turbias cortinas. Procedentes de algunas partes cercanas de la nave, el capitán Seyfarth oyó gritos y la descarga de un arma automática, salpicados por el ocasional ladrido de un arma de energía. Atravesó un obstáculo formado por cuerpos aplastando con sus botas los miembros y cabezas sumergidas en la inmundicia que cubría el suelo hasta la altura del tobillo y que parecía inundar todas las plantas de la nave. Su enguantada mano sujetaba la basta empuñadura de un cuchillo arrojadizo proveniente de la armadura que llevaba cuando llegó. La hoja ya estaba ensangrentada (Seyfarth había matado ya a tres ultras y dejado a otros dos gravemente heridos), pero aún seguía buscando algo mejor. Conforme pasaba por encima de cada cuerpo, les iba dando la vuelta con el pie, comprobando sus manos y cinturones por si hubiera algo interesante. Lo único que necesitaba era un arma de proyectiles.

Seyfarth estaba solo. El resto de su grupo estaba, o bien muerto, o recorriendo otras partes de la nave. Era exactamente lo que había anticipado. De las veinte unidades del primer equipo infiltrado, Seyfarth se habría sorprendido mucho si más de media docena hubiesen sobrevivido al asalto de la nave. Por supuesto se contaba a sí mismo entre los supervivientes, pero basándose en su experiencia, era de esperar. No era una misión suicida, ni nunca lo había sido. Se trataba simplemente de una misión con una baja probabilidad de supervivencia para la mayoría de los implicados. No era necesario que la brigada infiltrada sobreviviese, solo debían indicar la idoneidad de la nave para iniciar el asalto definitivo usando el grueso de naves de la Guardia de la Catedral, creando además focos de confusión en el interior. Pero una vez se hubiera enviado la señal a la superficie, la supervivencia o no de la unidad de Seyfarth no tenía consecuencias en los eventos posteriores.

Teniendo eso en cuenta
, pensó,
las cosas están marchando bastante bien
. Había recibido informes fragmentados y no completamente fiables de que el asalto había encontrado más resistencia de lo esperado. Sin duda, la Guardia de la Catedral había sufrido más bajas de las que Seyfarth había planificado, pero el asalto masivo había sido abrumador en su escala precisamente para absorber grandes pérdidas y aun así tener éxito. Era una táctica de sorpresa y conmoción, y nadie podía darle clases a Seyfarth al respecto. Los informes del uso de armas de fuego en otras partes de la nave confirmaban que los elementos de la segunda oleada habían penetrado en la
Nostalgia por el Infinito
, junto con las armas de proyectiles que ellos no habrían podido introducir por el control del cerdo.

Seyfarth notó algo bajo su bota. Se agachó, haciendo una mueca por el olor. Le dio la vuelta al cadáver, provocando un gorgoteo en la inmundicia marrón en la que se encontraba. Observó el deslustrado brillo de un arma de proyectiles.

Sacó el arma del cinturón del guardia de la Catedral muerto, sacudiéndole la mayoría de la porquería. Comprobó que estaba cargada. El arma de proyectiles estaba hecha toscamente de metal barato, pero no tenía componentes electrónicos, así que no se estropearía por haber estado sumergida en las inmundicias de la nave. La probó de todas formas, lanzando un único proyectil contra la pared más próxima. La nave gimió al notar el proyectil. Ahora que se fijaba, advirtió que la nave había estado gimiendo bastante últimamente; más de lo que cabría esperar si los gemidos eran simplemente ruidos estructurales. Por un momento este pensamiento le preocupó, aunque solo durante un momento.

Arrojó el cuchillo, agradecido por el peso del arma de fuego. Había sido valiente subir a bordo únicamente con cuchillos y algunos lanzallamas, pero siempre había sabido que si llegaba a tener una verdadera arma de fuego en sus manos, entonces podría llegar hasta el final. Era como el final de una pesadilla.

—¿Vas a alguna parte?

La voz provenía de atrás, pero eso era imposible: había estado comprobando su retaguardia constantemente y no venía nadie por el pasillo tras él cuando se agachó a recoger el arma. Seyfarth era un buen soldado: nunca dejaba su retaguardia desprotegida durante más de unos pocos segundos. Pero la voz sonaba muy cercana, y también bastante familiar.

El seguro del arma seguía quitado. Se giró lentamente con el arma a la altura de su cintura.

—Creía que ya me había encargado de ti —dijo.

—Conmigo necesitas algo más que eso —respondió el cerdo. Estaba allí de pie, desarmado, ni siquiera llevaba una pistola. Tras él, amenazante como un adulto tras un niño pequeño, había un traje espacial vacío. El labio de Seyfarth hizo un gesto de incomprensión. El cerdo podía haberse escondido en la oscuridad o incluso camuflarse como un cadáver, pero ¿ese enorme traje? No había ninguna posibilidad de que hubiera pasado junto a él sin verlo. Y tampoco parecía probable que hubiera corrido a toda velocidad desde el fondo del pasillo en los pocos segundos en los que les había dado la espalda.

—Es una trampa, ¿no? —dijo Seyfarth.

—Yo en tu lugar tiraría esa arma —dijo el cerdo.

El dedo de Seyfarth se tensó sobre el gatillo. Por un lado, deseaba hacer volar por los aires a ese aborto con hocico. Por otro lado le gustaría saber por qué el cerdo pensaba que tenía derecho a hablarle con ese tono. ¿Es que acaso no sabía el lugar que le correspondía?

—Te había colgado para que te secaras —dijo Seyfarth. No se equivocaba, este era el mismo cerdo. Incluso se podían ver las heridas por donde lo había clavado a la pared.

—Escúchame —dijo el cerdo—, deja el arma y hablamos. Hay cosas que quiero que me digas, como por ejemplo qué demonios quiere Quaiche de esta nave.

Seyfarth se llevó un dedo a su casco, como si se rascase la cabeza.

—¿Quién de los dos lleva un arma, cerdo?

—Tú.

—Exacto, creía que debía aclararlo. Ahora aléjate de ese traje espacial y arrodíllate en la porquería, que es tu sitio.

El cerdo lo miró reflejando la luz en una esquina del blanco de sus ojos.

—¿O qué?

—O te convierto en salchichas.

El cerdo hizo un movimiento hacia él. Fue solo un gesto, pero fue suficiente para Seyfarth. Tenía preguntas que le hubiera gustado que le respondiese, pero tendrían que esperar. Una vez tomaran la nave, ya habría tiempo para realizar una investigación forense. Así tendría algo con lo que entretenerse.

Quiso apretar el gatillo, pero no sucedió nada. Furioso, creyendo que su arma se había atascado, Seyfarth miró hacia abajo. El problema no era el arma. El problema era su brazo. Dos agujas lo atravesaban. Surgían de la pared, atravesaban su antebrazo, y salían por el otro lado con la punta manchada de rojo rubí.

Seyfarth notó entonces el dolor, notó las agujas rechinar contra el hueso y los tendones. Se calló su agonía apretando los dientes y miró al cerdo con desprecio.

—Vaya… —intentó decir.

Los aguijones se retiraron de su brazo con un chasquido deslizante. Seyfarth contempló fascinado y horrorizado cómo desaparecían de nuevo en la lisa pared.

—Tira el arma —dijo el cerdo.

El brazo de Seyfarth temblaba. Levantó el arma contra el cerdo y el traje, haciendo un último esfuerzo por apretar el gatillo, pero algo no funcionaba en la anatomía de su brazo. Su dedo sufría espasmos, tamborileando patéticamente en el gatillo como un gusano retorciéndose en el anzuelo.

—Te lo advertí —dijo el cerdo.

Alrededor de Seyfarth las paredes, el suelo y el techo se llenaron de aguijones. Notó cómo se deslizaban por su carne, dejándolo inmóvil en el acto. El arma cayó de su mano, traqueteando hasta el suelo por entre el laberinto de agujas metálicas.

—Eso va por Orca —dijo el cerdo.

Todo sucedió muy rápido después de aquello. El control del Capitán sobre sus propias transformaciones parecía ir ganando cada vez más confianza y destreza con cada muerte. A veces resultaba un espectáculo escalofriante. Para los adventistas debía de ser mucho peor. Ver cómo de repente la propia nave cobraba vida y se volvía contra ellos resultaría muy chocante, y que las superficies supuestamente fijas de las paredes, suelos y techos se volvieran móviles, aplastándolos, clavándolos y ahogándolos sería también toda una sorpresa. Debía de ser muy angustioso ver que los fluidos que recorrían la nave, los fluidos que las bombas de sentina se esforzaban por contener, de pronto se convertían en un instrumento líquido mortal, manando a borbotones, ahogando a los desventurados adventistas sorprendidos en las improvisadas trampas preparadas por el Capitán. Habiendo crecido en Hela, ahogados probablemente no era la forma en la que esperaban morir. Pero así era la vida: llena de pequeñas sorpresas desagradables, reflexionó Escorpio.

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