El Desfiladero de la Absolucion (97 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—Si hay antimateria en esas cosas, tendrán cosas mucho más importantes de las que ocuparse que un cáncer —dijo Escorpio. El problema era que él también.

Esperó a que el hombre enviase a la esclusa a un sirviente parecido a una mantis (un artilugio con forma de palo, con miembros equipados con un generador de protones). Escorpio les dijo a los delegados que era un escáner más refinado para la plaga que los que ya habían usado, diseñado para husmear algunas de las cepas menos corrientes. Ellos probablemente sabían que era mentira, pero accedieron a la prueba por no montar una escenita. Escorpio se preguntó si sería eso una buena señal.

El rayo de protones atravesó la carne y el hueso, siendo demasiado fino como para dañar sus órganos. Como mucho, podría provocar algún daño localizado en los tejidos, pero si tocaba la antimateria, incluso una partícula de un microgramo suspendida en el vacío en un lecho electromagnético induciría un estallido de reacciones protón-antiprotón.

El sirviente detectaría la retrodifusión de los rayos gamma, el incriminatorio chisporroteo de la aniquilación. Pero no oyó nada, ni de la mano ni del ojo.

—Están limpios, señor —dijo el oficial de la División de Seguridad a través del auricular de Escorpio.

No
, pensó. No lo estaban. Al menos no podía estar seguro de ello. Había descartado lo más obvio, había hecho todo lo posible. Pero el rayo de protones podía no haber detectado algo. No había tenido tiempo para hacer un barrido exhaustivo ni de la mano ni del ojo. O los propios lechos podían estar rodeados por barreras de reflectantes o de absorción. Había oído que esas cosas existían. O las partículas podían estar en los implantes neurales, escondidas tras varios centímetros de hueso y tejido para no ser detectadas por un escáner no quirúrgico.

—¿Señor? ¿Permiso para dejarles pasar?

Escorpio sabía que no podía hacer nada más excepto vigilarlos de cerca.

—Abre la puerta —dijo.

El hermano Seyfarth atravesó el umbral y se detuvo cara a cara frente a Escorpio.

—¿No confía en nosotros, señor?

—Solo hago mi trabajo —dijo Escorpio—. Eso es todo. El líder asintió con gravedad.

—Como todos. Está bien, sin resentimientos. Asumo que no ha encontrado nada sospechoso, ¿verdad?

—No hemos encontrado nada, no.

El hombre le hizo un guiño, como si compartiesen un chiste. Los otros diecinueve delegados pasaron apresurados junto a ellos, reflejando de forma distorsionada la figura de Escorpio en sus pulidas y brillantes armaduras. Parecía preocupado.

Ahora que ya estaban a bordo, debía mantenerlos donde él quisiera. No hacía falta que vieran toda la nave, bastaba con las zonas relacionadas con sus áreas de interés específicas. No harían un recorrido por las cámaras del arma caché, ni por los huecos del arma hipométrica, ni por ninguna de las demás modificaciones instaladas tras su huida de Ararat. También tendría cuidado de mantener a los delegados apartados de las manifestaciones más extrañas de la enfermedad transformante del Capitán, aunque algunos de los cambios seguirían siendo evidentes. Le seguían como veinte patitos, demostrando un enfático interés por cualquier cosa que les señalase.

—Una decoración muy interesante la que tienen aquí —dijo el líder, apuntando con cierto asco hacia una costilla que sobresalía de una pared—. Ya sabíamos que vuestra nave parecía algo extraña desde fuera, pero nunca imaginamos que hubieran extendido el mismo esquema por todas partes.

—Uno se acostumbra —dijo Escorpio.

—Supongo que no importa demasiado desde nuestro punto de vista. Siempre y cuando la nave haga lo que decís que hace, ¿quiénes somos nosotros para preocuparnos por la decoración?

—Lo que realmente os importan son las defensas del casco y los sensores de largo alcance, me imagino —dijo Escorpio.

—Vuestras especificaciones técnicas son impresionantes —dijo el hermano Seyfarth—. Naturalmente tendremos que comprobarlas. La seguridad de Hela depende de que nos aseguremos de que podéis ofrecernos la protección que habéis prometido.

—No creo que deba perder el sueño por eso —dijo Escorpio.

—Espero no haberle ofendido, ¿verdad? El cerdo se dio la vuelta hacia él.

—¿Le parezco alguien que se ofende fácilmente?

—No, en absoluto —dijo Seyfarth, apretando el puño. Escorpio se dio cuenta de que se sentía incómodo en su presencia. Dudaba que se vieran muchos cerdos en Hela.

—No somos grandes viajeros —dijo a modo de excusa—. Solemos morir en el viaje.

—¿Señor? —preguntó otro de los delegados—. Señor, si no es mucha molestia, nos gustaría mucho ver los motores.

Escorpio comprobó la hora. Iban según lo programado. En menos de seis horas podría lanzar los dos paquetes con instrumentación a Haldora. No eran más que robots automatizados modificados, ligeramente endurecidos para tolerar la atmósfera del gigante gaseoso. Nadie estaba seguro de lo que encontrarían cuando llegasen a la superficie visible de Haldora, pero parecía prudente tomar todas las precauciones necesarias, teniendo en cuenta que el planeta desaparecía como una pompa de jabón.

—¿Quieren ver los motores? —dijo—. No hay problema, ningún problema en absoluto.

La luz del sol de Hela estaba baja en el horizonte, arrojando la alargada sombra de la gran catedral gótica por delante de la misma. Hacía más de dos días desde que Vasko y Khouri visitaran a Quaiche por primera vez, y durante ese tiempo la
Lady Morwenna
casi había alcanzado la parte occidental de la falla. El puente se encontraba frente a ella, como una brillante escultura de azúcar helado y telaraña. Ahora que estaban tan cerca, la catedral parecía aún más pesada y el puente menos sustancial. La mera idea de que la catedral tuviera que pasar por él parecía incluso más absurda.

A Vasko se le ocurrió algo. ¿Y si el puente ya no existiera? Era una locura intentar atravesar una estructura tan delicada con la
Lady Morwenna
, pero en la mente de Quaiche debía de haber al menos un rayo de esperanza de éxito. Pero si el puente fuese destruido, no podría arrojar a la catedral por el precipicio hacia una destrucción garantizada.

—¿A qué distancia está? —preguntó Khouri.

—Doce o trece kilómetros —dijo Vasko—. Avanza a un kilómetro por hora, más o menos, lo que nos deja medio día antes de que deje de ser una buena idea estar a bordo.

—No es mucho tiempo.

—No necesitamos mucho tiempo —replicó él—. Doce horas serán más que suficientes para entrar y salir. Lo único que tenemos que hacer es encontrar a Aura y lo que necesitemos de Quaiche. No puede ser tan difícil.

—Escorpio necesita tiempo para lanzar esos paquetes de instrumentos hacia Haldora —dijo ella—. Si rompemos nuestra parte del acuerdo antes de que haya terminado, no hace falta explicarte en el lío en el que nos metemos. Las cosas pueden ponerse muy feas y eso es precisamente lo que llevamos nueve años intentando evitar.

—Saldrá bien —dijo Vasko—. Confía en mí, saldrá bien.

—Escorp no está muy contento con los delegados —dijo ella.

—Son dignatarios de la Iglesia —dijo Vasko—. ¿Qué problema iban a causar?

—En estos asuntos —dijo Khouri— tiendo más a confiar en la opinión de Escorpio. Lo siento, pero tiene algo más de experiencia que tú.

—Me estoy poniendo al día —dijo Vasko.

Su lanzadera se dirigió a la catedral, que pasó de ser un objeto pequeño y delicado, como una maqueta arquitectónica decorativa, hasta convertirse en algo enorme y amenazante.
Algo más que un simple edificio
, pensó Vasko. Era más como un trozo del paisaje con pináculos que hubiera decidido hacer una lenta circunnavegación por el planeta.

Aterrizaron. Unos trajeados oficiales adventistas estaban esperándolos para acompañarlos hasta el corazón de hierro de la
Lady Morwenna
.

41

Hela, 2727

Por fin Quaiche podía ver el puente con sus propios ojos. El espectáculo le provocaba escalofríos de emoción. Quedaba menos distancia para llegar a él que la propia longitud del puente. Todo lo que había planeado, todo lo que había organizado, estaba tentadoramente cerca de hacerse realidad.

—Míralo, Rashmika —dijo, invitando a la chica a colocarse junto a la ventana de la buhardilla y a admirar la vista por sí misma—. Tan antiguo y a la vez tan chispeantemente atemporal. Desde el momento en el que anuncié que íbamos a cruzar la falla, he estado contando cada segundo. No hemos llegado todavía, pero al menos ahora puedo verlo.

—¿De verdad va a hacerlo? —preguntó ella.

—¿Crees que he venido hasta aquí para darme la vuelta ahora? Me parece que no. El prestigio de la Iglesia está en juego, Rashmika. Nada me importa más que eso.

—Ojalá pudiera leer su cara —dijo—. Me gustaría ver sus ojos y que Grelier no hubiera matado todas sus terminaciones nerviosas. Así sabría si está diciendo la verdad.

—¿No me crees?

—No sé qué creer —contestó.

—No te estoy pidiendo que creas nada —dijo, haciendo girar su diván obligando a todos los espejos a cambiar su ángulo—. Nunca te he pedido que te sometas a la fe, Rashmika. Lo único que te he pedido siempre es tu más sincera opinión.

¿Qué es lo que te preocupa de repente?

—Necesito saber la verdad —dijo ella—. Antes de que dirija esta cosa sobre el puente, necesito algunas respuestas.

Los ojos de Quaiche se agitaron en sus cuencas.

—Siempre he sido sincero contigo.

—¿Y qué hay entonces de la desaparición que nunca ocurrió? ¿Fue usted, deán? ¿Fue usted quien la provocó?

—¿Quien la provocó? —repitió el deán, como si sus palabras no tuvieran sentido.

—Tuvo una crisis de fe, ¿verdad? Una crisis en la que comenzó a pensar que había una explicación racional para las desapariciones. Quizás desarrolló inmunidad al virus doctrinal más fuerte que Grelier pudo ofrecerle esa semana.

—Ten mucho, mucho cuidado, Rashmika. Me resultas de utilidad, pero estás lejos de ser indispensable.

Rashmika mantuvo la compostura.

—Lo que me pregunto es si decidió probar su fe. ¿Ordenó que se lanzara un paquete con instrumentación a la superficie de Haldora durante una desaparición?

Los ojos de Quaiche se quedaron casi inmóviles, mirándola atentamente.

—¿Tú qué crees?

—Creo que envió algo a Haldora, una máquina, una sonda de algún tipo. Quizás se la vendió algún ultra. Esperaba echar un vistazo a algo allí arriba, el qué, no lo sé. Quizás algo que ya había vislumbrado años atrás, pero que no quería admitirse ni a sí mismo.

—Ridículo.

—Pero lo logró —dijo ella—. La sonda hizo algo: prolongó la desaparición. Le arrojó un jarro de agua fría, deán, y obtuvo una reacción. La sonda encontró algo cuando el planeta desapareció. Contactó con lo que el planeta debía ocultar y fuese lo que fuese no tenía mucho que ver con los milagros. —Quaiche intentó decir algo, quiso interrumpirla, pero ella no quería parar y siguió hablando por encima de él—. No tengo ni idea de si la sonda regresó o no, pero sé que sigue en contacto con algo. Abrió una ventana, ¿verdad? —Rashmika señaló hacia el sarcófago de metal soldado, el que la había asustado tanto la primera vez que visitó la buhardilla—. Están ahí dentro, atrapadas. Ha convertido en una prisión el sarcófago en el que murió Morwenna.

—¿Por qué iba yo a hacer eso? —preguntó Quaiche.

—Porque no sabe si son ángeles o demonios.

—Y tú sí lo sabes, ¿verdad?

—Creo que pueden ser ambas cosas.

Órbita de Hela, 2727

Escorpio abrió de un golpe una pesada trampilla de metal, revelando una diminuta portilla ovalada. El rayado y arañado cristal era tan grueso y oscuro como el azúcar quemado. Se retiró de la ventana.

—Tendréis que mirar por turnos —dijo.

Estaban en una sección de gravedad cero de la
Infinito
. Era la única forma de ver los motores cuando la nave estaba en órbita, ya que las secciones rotatorias de la nave que proporcionaban la gravedad artificial estaban situadas a demasiada profundidad en el casco para permitir la observación de los motores. Si los motores ascendieran a su posición habitual de aceleración de un g (obteniendo la ilusión de gravedad con otros medios en la nave), no podrían mantener la órbita alrededor de Hela.

—Queremos verlos en funcionamiento, si es posible —dijo el hermano Seyfarth.

—No es exactamente un procedimiento estándar mientras estamos en órbita —dijo Escorpio.

—Solo un momento —dijo Seyfarth—. No tienen que funcionar a plena capacidad.

—Creía que estabais más interesados en nuestras defensas.

—En eso también.

Escorpio se dirigió a su muñeca.

—Dadme un golpe de aceleración contrarrestándolo con los reactores de dirección. No quiero que la nave se mueva ni un centímetro.

La orden se cumplió casi inmediatamente. En teoría, uno de sus hombres debía enviar la orden al sistema de control de la nave para que el Capitán Brannigan decidiera actuar, o no, en consecuencia. Pero sospechó que el Capitán había encendido los motores antes de que le llegara la orden.

La gran nave rugió cuando los motores se encendieron. A través del oscuro cristal de la portilla, el escape era una raya de color morado blanquecino visible únicamente porque las modificaciones de camuflaje de los motores se habían desconectado durante el acercamiento final de la
Nostalgia por el Infinito
al sistema. Al otro extremo del casco, múltiples baterías de cohetes de fusión convencionales compensaban la propulsión de los motores principales. El anciano casco crujió y se quejó como un enorme ser vivo al absorber las fuerzas de compresión. Escorpio sabía que la nave podía resistir un castigo mucho mayor, pero aun así se sintió aliviado cuando la llama del motor se extinguió. Notó una ligera sacudida por la pequeñísima falta de sincronía entre la desconexión de los cohetes de fusión y los motores. Pero luego todo quedó en calma. Las protestas del gran saurio por la tensión de los materiales se acallaron como un trueno decreciente.

—¿Le vale con eso, hermano Seyfarth?

—Creo que sí —contestó—. Parecen estar en excelentes condiciones. No se creería lo difícil que ha sido encontrar una nave con motores combinados en buenas condiciones, ahora que sus fabricantes ya no están entre nosotros.

—Hacemos lo que podemos —dijo Escorpio—. Pero claro está, es en las armas en lo que realmente estáis interesados, ¿no? ¿Qué os parece si os las enseño ahora y acabamos por hoy? Tendréis tiempo de sobra para un examen más detallado más tarde. —Estaba harto de charlatanería, harto de tener que enseñarles a estos veinte intrusos su imperio.

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