Grelier comenzó recoger sus bastoncillos y ungüentos.
—Ya está —dijo bruscamente—. El absceso casi ha dejado de supurar.
—¿Quiere un poco más de té antes de que llegue el caballero, señorita Els?
—No, gracias —dijo sosteniendo su taza vacía.
—Grelier, esfúmate y luego haz que entre el representante ultra.
El inspector general cerró con llave el botiquín, dijo adiós a Rashmika y salió de la habitación por una puerta diferente a la que habían usado para entrar. Se oían los golpes de su bastón alejándose.
Rashmika esperó. Ahora que Grelier se había marchado se sentía incómoda en presencia de Quaiche. No sabía qué decir. Nunca había deseado llegar hasta él en concreto. La sola idea le parecía de mal gusto. Quería infiltrarse en su orden, pero solo lo suficiente como para encontrar a Harbin. También era cierto que no le importaba el daño que pudiera causar por el camino, pero el propio Quaiche nunca había sido su objetivo. Su misión era personal y solo concernía al destino de su hermano. Si la Iglesia adventista continuaba infligiendo miseria y penalidades a la población de Hela, eso era problema suyo, no de ella. Eran cómplices de ello y formaban parte del problema tanto como Quaiche. Ella no había venido a cambiar nada de eso, a no ser que se interpusiese en su camino.
Finalmente el representante llegó. Rashmika observó su entrada, recordando que le habían pedido que no dijese nada. Supuso que eso incluía que ni siquiera debía saludar al ultra.
—Adelante triunviro —dijo Quaiche, elevando su diván hasta algo parecido a una postura normal para estar sentado—. Adelante y no se inquiete, triunviro, esta es Rashmika Els, mi ayudante. Rashmika, este es el triunviro Guro Harlake, de la abrazadora lumínica
Aquella Que Pasa
, recientemente llegada del Borde del Firmamento.
El ultra iba dentro de un artilugio de movilidad rojo. Su piel tenía la lisa blancura de un bebé de reptil, levemente tatuada con escamas, y sus ojos estaban parcialmente ocultos tras lentillas de pupilas alargadas. Tenía el pelo blanco y corto, que le caía sobre la cara en un tieso y afectado flequillo. Sus uñas eran largas y verdes, crueles como guadañas que entrechocaban continuamente con la armadura de su aparado de movilidad.
—Fuimos la última nave en partir tras la evacuación —dijo el triunviro—. Había otras naves detrás, pero no lo lograron.
—¿Cuántos sistemas han caído ya? —preguntó Quaiche.
—Ocho… nueve. Quizás más. Las noticias tardan décadas en llegar hasta nosotros. Dicen que la Tierra sigue intacta, pero se han confirmado ataques contra Marte y los políticos jovianos, incluyendo los demarquistas de Europa y de Gilgamesh Isis. Nadie sabe nada de Zion ni Prospekt. Dicen que todos los sistemas caerán al final. Es solo cuestión de tiempo hasta que nos encuentren a todos.
—En ese caso, ¿por qué habéis parado aquí? ¿No hubiera sido mejor seguir avanzando, alejándoos de la amenaza?
—No teníamos elección —dijo el ultra. Su voz era más grave de lo que Rashmika había esperado—. Nuestro contrato requería que trajésemos a nuestros pasajeros a Hela. Los contratos son muy importantes para nosotros.
—¿Un ultra honrado? Lo que me quedaba por ver.
—No todos somos unos vampiros. De todas formas, teníamos que parar por otro motivo, no solo porque nuestros clientes querían venir como peregrinos. Tenemos problemas con la pantalla de protección. No podemos hacer otro viaje interestelar sin someterla a importantes reparaciones.
—Y caras además, imagino —dijo Quaiche. El triunviro asintió.
—Por eso estamos teniendo esta conversación, deán Quaiche. Hemos oído que necesita los servicios de una buena nave por cuestiones de protección. Se siente amenazado.
—No es que me sienta amenazado —dijo él—. Simplemente en estos tiempos… sería una locura no querer proteger nuestros recursos, ¿no cree?
—Los lobos andan cerca —dijo el ultra.
—¿Lobos?
—Así es como los combinados llamaron a las máquinas inhibidoras justo antes de evacuar el espacio humano, hace un siglo. Si hubiésemos sido sensatos, todos los habríamos seguido.
—Dios nos protegerá —dijo Quaiche—. Lo cree así, ¿verdad? Aunque no lo haga, sus pasajeros sí, o no se habrían embarcado en este peregrinaje. Saben que algo está a punto de pasar, triunviro. Las series de desapariciones que hemos estado observando aquí son simplemente la antesala, la cuenta atrás de algo verdaderamente milagroso.
—O de un verdadero cataclismo —dijo el ultra—. Deán, no estamos aquí para discutir la interpretación de un fenómeno astronómico anómalo; somos positivistas estrictos. Solo creemos en nuestra nave y en sus gastos de mantenimiento y necesitamos una nueva pantalla protectora con urgencia.
¿Cuáles son los términos del acuerdo?
—Traerá su nave a la órbita cercana de Hela. Sus armas serán inspeccionadas para garantizar su operatividad. Naturalmente, un grupo de delegados adventistas se establecerá a bordo de la nave durante el tiempo que dure el contrato. Tendrán control absoluto sobre las armas, decidiendo qué constituye una amenaza para la seguridad de Hela. Por lo demás, no se interpondrán en su camino en absoluto. Y como nuestros protectores, estarán en una posición muy ventajosa en asuntos comerciales. —Quaiche hizo un gesto con la mano como si espantase a un insecto—. Podrán salir de aquí con mucho más que una nueva pantalla si juegan bien sus cartas.
—Suena muy tentador. —El ultra tamborileó con sus uñas sobre la placa pectoral de su aparato de movilidad—. Pero no subestime los riesgos de traer nuestra nave tan cerca de Hela. Todos sabemos lo que le pasó a… —hizo una pausa— la
Ascensión Gnóstica
.
—Por eso nuestras condiciones son tan generosas.
—¿Y el asunto de los delegados adventistas? Seguro que entiende lo poco corriente que resulta admitir a alguien en nuestras naves. Quizás podríamos albergar a dos o tres representantes cuidadosamente seleccionados, pero solo si se someten a una exhaustiva investigación…
—Esa parte no es negociable —dijo Quaiche bruscamente—. Lo lamento, triunviro, pero todo se reduce a una cosa: ¿hasta qué punto necesita esa pantalla nueva?
—Tenemos que meditarlo —dijo el ultra.
Cuando se hubo ido, Quaiche le pidió a Rashmika que le contase sus observaciones. Ella le dijo lo que había captado, limitando sus comentarios a los puntos sobre los que estaba segura, omitiendo las intuiciones menos precisas.
—Ha sido sincero —dijo— hasta el momento en el que ha mencionado las armas. Entonces estaba ocultando algo. Su expresión cambió durante solo un instante. No sé exactamente en qué, pero sé lo que eso significa.
—Probablemente una contracción del cigomático mayor —dijo Grelier, sentado con los dedos entrecruzados a la altura de la cara. Se había quitado el traje de vacío mientras había estado fuera y ahora vestía la túnica gris de los adventistas—, acompañada por una depresión de las comisuras de los labios usando el risorio. Flexión del mentalis y elevación de barbilla.
—¿Ha visto todo eso, inspector? —preguntó Rashmika.
—Solo al ralentizar la cámara de observación y aplicando una tediosa y poco fiable rutina de interpretación en su cara. Para ser un ultra, era bastante expresivo. Pero no lo he visto en tiempo real, e incluso cuando la rutina lo ha detectado, yo no lo he visto por mí mismo. No de forma visceral, no como tú lo has visto, Rashmika, instantáneamente, escrito ahí como con letras de fuego.
—Ocultaba algo —dijo ella—. Si lo hubierais presionado en el asunto de las armas, os habría mentido a la cara.
—Entonces sus armas no son como él las presenta —dijo Quaiche.
—Entonces no nos sirve —dijo Grelier—. Táchalo de la lista.
—Lo mantendremos en ella solo por si acaso. La nave es lo más importante. Siempre podemos aumentar su armamento si lo consideramos necesario.
Grelier observó a su patrón, mirando por encima de sus dedos.
—¿Eso no frustra el objetivo?
—Quizás. —Quaiche parecía irritado por la impertinencia de su inspector general—. En cualquier caso, hay otros candidatos. Tengo dos más esperando en la catedral. Asumo, Rashmika, que no te importa observar un par de entrevistas más, ¿verdad?
Se sirvió más té.
—Adelante —dijo—, tampoco es que tenga otra cosa que hacer.
Espacio interestelar, cerca de p Eridani 40, 2675
Escorpio había estado caminando por la nave durante horas. Seguía habiendo algo de caos en los niveles superiores, donde los últimos en llegar estaban siendo procesados. Había pequeñas áreas caóticas en una docena de lugares más, pero la
Nostalgia por el Infinito
era verdaderamente una astronave enorme y era notable las pocas evidencias que había de los diecisiete mil recién llegados una vez trasladados de las zonas más vigiladas por la policía. En la mayoría del volumen de la nave, todo estaba tan vacío y resonante como siempre, como si todos los recién llegados hubieran sido espectros de su imaginación.
Pero la nave no estaba totalmente desierta, incluso en las zonas más alejadas de los centros de procesamiento. Se detuvo junto a una ventana que daba a un profundo hueco vertical. Una luz roja bañaba el interior, arrojando un tinte rosáceo sobre la estructura metálica que se encontraba dentro. La estructura le resultaba completamente desconocida y al mismo tiempo le recordaba poderosamente a algo, a uno de los árboles que había visto en el claro del bosque. Pero este era un árbol hecho de incontables piezas parecidas a cuchillas, con hojas finas como papel de aluminio organizadas en filas en espiral alrededor del estrecho centro que recorría toda la altura del hueco. Había demasiados detalles para ser asimilados, demasiada geometría, demasiada perspectiva. Le dolía la cabeza de mirar al objeto con forma de árbol, como si toda la forma escultural fuese un arma diseñada para hacer añicos sus sentidos.
Algunos sirvientes se escabullían entre las hojas como insectos negros, con movimientos metódicos y cautelosos, mientras que figuras humanas con trajes negros colgaban de arneses a una distancia segura de las delicadas circunvoluciones de la estructura. Los sirvientes llevaban piezas de finas planchas de metal a sus espaldas, encajándolas en precisas aperturas hechas a máquina. Los humanos (combinados) no parecían estar haciendo gran cosa, excepto estar colgados de sus arneses observando a las máquinas. Pero sin duda estaban dirigiendo la acción a un nivel fundamental. Su concentración era intensa, sus mentes realizaban múltiples tareas siguiendo líneas de pensamiento paralelas.
Eran solo algunos de los combinados que había a bordo de la nave. Había docenas de ellos más, quizás cientos. Casi no podía distinguirlos. Salvo por ligeras diferencias en el tono de su piel, estructura ósea y sexo, todos parecían salidos de la misma fábrica en cadena. Eran del tipo con cresta, especímenes avanzados del destacamento de Skade. No se decían nada los unos a los otros y se sentían incómodos cuando se veían obligados a hablar con los que no fuesen combinados. Tartamudeaban y cometían errores elementales de pronunciación, gramática o sintaxis, fallos que hubieran avergonzado a cualquier cerdo. Funcionaban y se comunicaban a un nivel completamente no verbal, según supo Escorpio. Para ellos, la comunicación verbal, incluso cuando la aceleraban mediante uniones entre las mentes, era tan primitiva como las señales de humo. A su lado, Clavain y Remontoire parecían reliquias de la edad de piedra. Incluso Skade debió de sentirse ligeramente inadecuada cerca de estas nuevas y elegantes criaturas. Si los lobos perdían, pensó Escorpio y los únicos que quedaban vivos para celebrarlo eran los silenciosos combinados, ¿merecería la pena? No supo qué responder.
Además de su extraño silencio, sus movimientos rígidos y ahorrativos y la total ausencia de expresión, lo que más helado le dejaba de los técnicos combinados era la despreocupada facilidad con la que habían pasado su lealtad a Remontoire. En ningún momento reconocieron que su obediencia a Skade había sido un error. Habían, según dijeron, simplemente seguido el camino que presentaba menor resistencia para beneficio del Nido Madre. Durante un tiempo ese camino supuso la colaboración con los planes de Skade. Sin embargo, ahora les complacía unirse a Remontoire. Escorpio se preguntaba cuánto dependía de las exigencias de la situación actual y cuánto con las tradiciones e historia del Nido. Con Galiana y Clavain muertos, Remontoire era probablemente el combinado más anciano.
Escorpio no tenía más remedio que aceptar a los combinados. No serían algo permanente, de todas formas. En menos de ocho días tendrían que marcharse si querían volver a la
Luz del Zodiaco
y al resto de sus naves. De hecho ya quedaban menos de los que vinieron en un principio. Habían estado ayudando a reinstalar las fábricas nanotecnológicas, resistentes a la plaga, para que pudieran seguir en funcionamiento incluso en el contagioso entorno de la
Infinito
. Provistas de planos y materias primas, las forjas vomitaban relucientes nuevas tecnologías cuyas funciones en su mayoría desconocían. Los mismos planos mostraban cómo los nuevos componentes debían ensamblarse para crear nuevas formas más grandes e igualmente desconocidas. En huecos que recorrían toda la longitud de la
Nostalgia por el Infinito
, como el que estaba observando ahora, estos artilugios crecían cada vez más. El cacharro que parecía un árbol de plata alargado, o una turbina muy complicada, o una extraña cadena de ADN alienígena, era un arma hipométrica. Quizás porque entendía su valor el Capitán había tolerado la actividad en la nave, aunque en cualquier momento pudiera remodelar su arquitectura interior y aplastar los huecos junto con su contenido.
En otros lugares, los combinados gateaban por la piel de la nave, instalando una red de motores crioaritméticos. Diminutos como corazones, cada uno de estos motores lapa era una herida sangrante en el corpus de la termodinámica clásica. Escorpio recordaba lo que le había sucedido a la corbeta de Skade cuando los motores crioaritméticos se estropearon. El enfriamiento descontrolado podía haber comenzado por un diminuto fragmento de hielo, menor que un copo de nieve, pero había seguido creciendo sin cesar hasta que los motores se encasquillaron en un frenético bucle en espiral, destruyendo cada vez más calor con cada ciclo computacional, alimentando el frío con más frío. En el espacio, la nave simplemente se habría enfriado casi hasta el cero absoluto. Sin embargo, en Ararat, junto al océano había creado un iceberg a su alrededor.