El vehículo de Rashmika aminoró la marcha al acercarse a la
Catherine de Hierro
, luego la rodeó por detrás. El rodeo parcial le permitió una visión excelente del lugar que sería su casa. Aunque la catedral que le habían asignado era sin duda pequeña, no dejaba de ser un ejemplo típico de su estilo general.
La planta de la catedral era un rectángulo de treinta metros de ancho y quizás unos cien de largo. Sobre la base se elevaba la superestructura; bajo ella, parcialmente ocultos por unos faldones metálicos, estaban los poco sofisticados motores y sistemas de tracción. La catedral avanzaba despacio por el camino a fuerza de múltiples juegos paralelos de orugas tractoras. En ese momento, en un lado, una unidad completa de tracción había sido elevada unos diez metros del hielo. Unos trabajadores con trajes de vacío colgaban de los bajos inmóviles de uno de los eslabones, realizando reparaciones soldando y cortando con herramientas que lanzaban ráfagas de color violeta azulado. Rashmika no se había preguntado nunca cómo se las apañaban las catedrales con ese tipo de reparaciones y la crudeza de la terca solución (arreglar parte del sistema de tracción mientras la catedral seguía en movimiento) la dejó impresionada.
Se fijó en que alrededor de la catedral había más actividad: un entramado de andamios cubrían gran parte de la superestructura. Pequeños personajes trabajaban por todas partes. Por cómo entraban y salían de las escotillas tan lejos del suelo, le recordaron a autómatas de cuerda.
Sobre la base plana, la catedral se ajustaba más o menos a la arquitectura tradicional. Vista desde arriba, era más o menos cruciforme, con una nave larga y dos transeptos más anchos sobresaliendo a ambos lados con una pequeña capilla en la cabeza de la cruz. Elevándose sobre la intersección de la nave central con los transeptos había una torre cuadrada. Ascendía unos cien metros, casi igualando la longitud de la catedral, antes de estrecharse para formar una aguja de base cuadrada de otros cincuenta metros más. Las crestas de la aguja eran dentadas y en lo más alto había un conjunto de antenas de comunicaciones y espejos de señalización semafórica. Ascendiendo desde la base tractora y formando un ángulo para conectarse con la parte superior de la nave, había una docena más o menos de arbotantes construidos con vigas de metal. Uno o dos faltaban o estaban incompletos. De hecho, gran parte de la catedral tenía un aspecto caótico y varias partes de su arquitectura apenas guardaban una lejana armonía con el resto. Había secciones enteras que parecían haber sido sustituidas apresuradamente, o con un mínimo gasto, o una combinación de ambos. La aguja parecía inclinarse ligeramente y estaba apuntalada por andamiaje por un lado.
No sabía si sentirse triste o aliviada. A estas alturas, sabiendo como ahora sabía los planes del deán Quaiche para la
Lady Morwenna
, se alegraba de no haber sido asignada allí.
Bien podía albergar todas las fantasías que quisiese, pero no existía ninguna posibilidad de rescatar a su hermano antes de que la
Lady Morwenna
alcanzase el puente. Tendría suerte si hubiera logrado infiltrarse en algún nivel de la jerarquía de la catedral para entonces.
La noción de infiltración resonaba en su cabeza. Era como si se conectase con algo íntimo y personal, algo tan profundamente enraizado en su interior como su médula ósea.
¿Por qué la idea de pronto adquiría esa repentina y seria fuerza? Suponía que toda su misión había sido una especie de infiltración, desde el momento en el que había dado el primer paso hacía semanas, cuando oyó por primera vez que la caravana pasaría tan cerca de las tierras baldías. Pero en realidad todo había comenzado con anterioridad, mucho antes que eso.
Rashmika se sintió mareada. Había vislumbrado algo, una ventana de lucidez que se había abierto y cerrado en un instante. Ella misma la había cerrado de golpe, igual que se da un portazo para bloquear un ruido fuerte o una luz demasiado brillante. Había vislumbrado un plan, un esquema para infiltrarse, que no era el mismo que ella había planeado. Era externo y más amplio, lo abarcaba todo. Un esquema para infiltrarse tan enorme, tan ambicioso, que incluso este viaje por Hela no era más que un capítulo de muchos por llegar. Un esquema en el que no era solo una marioneta, sino también el titiritero. Un pensamiento se abrió paso con punzante claridad:
yo he propiciado todo esto. Yo quería que pasase así
. Apartó su mente de esa línea de pensamiento. Haciendo un esfuerzo de voluntad, devolvió su atención al asunto más inmediato de las catedrales. Un fallo ahora, un momento de distracción, podría cambiarlo todo.
Una sombra cubrió el vehículo. Estaban bajo la
Catherine de Hierro
, moviéndose entre las enormes cintas de oruga. Las ruedas y cadenas se movían con una imparable e inexorable lentitud. Se olvidó de sus posibles fallos, ahora en quien debía confiar era en el conductor.
Se acercó al otro lado de la cabina. Delante de ellos, abriéndose desde los bajos de la catedral había una rampa que llegaba hasta el suelo, dejando un rastro liso a su paso. La subcaravana se impulsó por la rampa, sus ruedas derrapando por un momento para ganar tracción, y luego todo el vehículo remontó la rampa. Rashmika se agarró a un asidero cuando comenzaron a ascender la inclinada cuesta. Notaba cómo rechinaba la transmisión a través de la carrocería metálica de la cabina.
En un momento llegaron arriba. La subcaravana se enderezó, alcanzando una zona de recepción ligeramente elevada. Allí había otros vehículos aparcados, así como una gran cantidad insondable de equipos que parecían muy antiguos. Había gente moviéndose alrededor con sus trajes de vacío. Tres de ellos estaban enganchando una esclusa de aire umbilical a un costado de la subcaravana, dándole vueltas a las interconexiones como si nunca hubiesen hecho esto antes.
Entonces Rashmika oyó golpes y silbidos, luego voces. Sus compañeros empezaron a recoger sus pertenencias, dirigiéndose a la esclusa. Ella cogió su hatillo y se puso en pie, lista para unirse a ellos. Durante un momento no pasó nada. Oyó voces cada vez más altas, como si hubiera una pelea. Al estar situada junto a la ventana tenía una mejor vista de lo que estaba sucediendo fuera. Dentro de la parte presurizada de la cámara había alguien de pie, sin hacer nada. Vislumbró la cara del hombre tras la visera de su casco estilo rococó: su expresión era vacía, pero la cara no le resultaba del todo desconocida. Quienquiera que fuese, estaba vigilando el proceso con una mano apoyada en un bastón.
El alboroto continuó igual durante unos minutos. Finalmente cesó y los acompañantes de Rashmika comenzaron a salir por la esclusa de aire, poniéndose los cascos de sus trajes de vacío conforme iban entrando. Todos parecían mucho menos animados que hacía cinco minutos. El hecho de llegar a la
Catherine de Hierro
marcaba el final del viaje. A juzgar por sus expresiones, esta sala mugrienta y oscura llena de chatarra abandonada y trabajadores de aspecto aburrido no era lo que se habían imaginado cuando emprendieron el camino. Recordó, sin embargo, lo que le había dicho el cuestor: que el deán de la Katy de Hierro era un hombre justo que trataba bien a sus trabajadores y peregrinos. Todos debían sentirse afortunados si ese era el caso. Era mejor una catedral con pocos recursos dirigida por un buen hombre que el manicomio maldito de la
Lady Morwenna
, incluso si finalmente tenía que entrar en ella.
Había llegado a la puerta cuando alguien le puso la mano en el pecho, impidiendo que avanzase más. Rashmika miró a los ojos del oficial adventista de cara rechoncha.
—¿Rashmika Els? —preguntó el hombre.
—Sí.
—Hay un cambio de planes —dijo—. Tú te quedas en la caravana, lo siento.
Salieron de la
Catherine de Hierro
, fuera de la carretera llana del Camino Permanente. Ella era la única pasajera en la subcaravana aparte del hombre con traje de vacío y el bastón. Simplemente estaba allí sentado, con el casco puesto, golpeando el talón de su bota con la punta del bastón. La mayor parte del tiempo no pudo verle la cara.
El vehículo rebotó sobre las rodadas de hielo durante muchos minutos, dejando cada vez más atrás a la formación de catedrales.
—Vamos hacia la
Lady Morwenna
, ¿verdad? —preguntó Rashmika sin esperar realmente una respuesta, que finalmente no se produjo. El hombre sencillamente apretó con más fuerza su bastón, inclinando la cabeza de forma que la luz reflejada creaba una máscara perfecta en su visor. Rashmika se sentía mareada para cuando llegaron a un terreno más llano cerca ya de la catedral. No era el movimiento de la subcaravana lo que la había mareado, sino la nauseabunda sensación de encerrona. Quería llegar a la
Lady Morwenna
, pero no quería que la catedral la arrastrase en contra de su voluntad.
El vehículo se colocó en paralelo a la montaña de la catedral, que avanzaba lentamente. Mientras que la
Catherine de Hierro
se arrastraba por Hela sobre orugas tractoras, la
Lady Morwenna
en realidad caminaba, arrastrando sus veinte enormes pies trapezoidales. Había dos hileras paralelas de unos doscientos metros de longitud, cada una con diez pies. La masa de toda la estructura principal, elevándose hacia el cielo, estaba conectada a los pies mediante las gigantescas columnas telescópicas de los arbotantes de la catedral. En realidad no eran arbotantes, sino más bien las patas de los pies: bestiales estructuras mecánicas complejas, poderosas gracias a sus articulaciones y pistones, vascularizadas con gruesos cables y líneas de alimentación. Estaban impulsadas por mástiles que se introducían con gran potencia en las paredes de la estructura principal como remos horizontales de un galeón impulsado por galeotes. A su vez, cada pie se elevaba tres o cuatro metros por encima del camino, moviéndose hacia delante levemente para volver a descender al suelo. El resultado era que toda la estructura se deslizaba suavemente a un ritmo de un tercio de metro por segundo.
Sabía que era muy antigua. Había ido creciendo a partir de una pequeña semilla plantada en los primeros días del asentamiento de humanos en Hela; dondequiera que Rashmika mirase podía ver marcas de daños y reparaciones, partes rediseñadas y ampliaciones. Era más parecida a una ciudad que a un edificio; una ciudad sujeta a grandiosos proyectos cívicos y a mejoras urbanísticas que desbarataban los planes anteriores. Entre la maquinaria, coexistiendo con ella, había una gran cantidad de esculturas: gárgolas y grifos, dragones y demonios, rastros de piedra tallada o metal soldado. Algunas estaban animadas, derivando su movimiento de los mecanismos de las patas de forma que las mandíbulas de las figuras talladas se abrían de par en par y se volvían a cerrar de golpe con cada paso de la catedral.
Rashmika miró más arriba, esforzándose por ver las vidrieras de la catedral. La gran sala del vehículo se alzaba mucho más arriba de donde se unían los arbotantes articulados. Sobre ella se alzaban enormes vidrieras apuntando hacia Haldora. Había partes prominentes de mampostería y metal cubiertas por grifos agazapados y otras criaturas heráldicas. Y entonces venía la Torre del Reloj propiamente dicha, que eclipsaba incluso a la gran nave, un tambaleante dedo de hierro que se iba estrechando y era más alto que cualquier otra estructura que Rashmika hubiese visto jamás. Podía ver la historia de la catedral en la torre: los estratos de períodos de crecimiento eran evidentes, mostraban cómo la vasta estructura se había expandido hasta su tamaño actual. Había caprichos arquitectónicos y esquemas abandonados; codos sobresalientes, que no iban a ninguna parte. Había extraños trozos nivelados donde parecía que la torre llegaba a su fin, pero luego habían decidido continuar más arriba otros cien metros. Y muy cerca de la punta (difícil de ver desde su ángulo) había una cúpula en la que se veían las inconfundibles luces de una sala habitada.
La caravana se acercó más a la línea de pies en movimiento. Hubo un sonido metálico y luego estaban flotando sobre el suelo, al ser enganchados y elevados de la superficie igual que lo había sido el icejammer de Crozet en la caravana.
El hombre del traje de vacío comenzó a soltarse los cierres del casco. Lo hizo con una especie de maniática lentitud, como si el acto en sí fuese una penitencia necesaria. Se quitó el casco. Se pasó una mano enguantada por su mata de pelo, dejándolo recto sobre su cuero cabelludo. La parte de arriba quedó matemáticamente plana. La miró, con su cara larga y de rasgos chatos, que le recordaban a un bulldog. Entonces Rashmika supo que tenía razón, había visto a ese hombre antes en algún sitio, pero por ahora eso era lo único que recordaba.
—Bienvenida a la
Lady Morwenna
, señorita Els —dijo.
—No sé quién es usted ni por qué estoy aquí.
—Soy el inspector general de Sanidad Grelier —dijo—, y está aquí porque queremos que esté aquí.
No sabía qué significaba aquello, pero decía la verdad.
—Ahora venga conmigo —dijo—. Hay alguien a quien debe ver. Luego podemos discutir los términos de su contrato de trabajo.
—¿Trabajo?
—Por eso es por lo que has venido, ¿no? Asintió sumisa.
—Sí.
—Entonces quizás tengamos algo apropiado para usted.
Cerca de Ararat, 2675
Escorpio hubiera deseado descansar un poco; pero los días inmediatamente posteriores a la despedida de Antoinette fueron tan agotadores como los que la precedieron. Estuvo despierto casi todo el tiempo, vigilando la llegada y el despegue de las lanzaderas y remolcadores, supervisando el procesamiento de los nuevos evacuados y las idas y venidas del personal técnico de Remontoire.
Se sentía exhausto, hasta tal punto, que nunca estaba seguro de si se derrumbaría al minuto siguiente. Y aun así seguía trabajando, sustentado por las palabras de Antoinette y su propia cabezonería de no dar muestras de debilidad frente a los humanos. Se estaba haciendo difícil, cada vez más. Le parecía que tenían una energía de la que el carecía: ellos nunca se sentían tan cerca del agotamiento o de desplomarse como él. Era diferente cuando era joven. Entonces era imparable y lleno de energía, más fuerte, no solo que los humanos que formaban su camarilla, sino que la mayoría de los cerdos. Había sido estúpido pensar que esa iba a ser la tónica general durante toda su vida, que siempre tendría esa ventaja. No había notado el momento en el que se habían igualado las cosas; quizás hubiera sido hacía meses o años, pero ahora estaba bastante seguro de que los humanos le habían adelantado. A corto plazo aún seguía teniendo una fuerza furiosa e impulsiva de la que ellos carecían, ¿pero de qué le servía la fuerza bruta repentina? Lo que importaba era la fuerza calculada y duradera, la resistencia y la sangre fría. Los humanos eran más rápidos de pensamiento que él, menos inclinados a cometer errores. ¿Se darían cuenta de eso? Se preguntaba. Quizás no inmediatamente, ya que estaba trabajando duro para compensar sus debilidades intrínsecas. Pero tarde o temprano los esfuerzos le pasarían factura y entonces empezarían a darse cuenta de sus defectos. Muchos de ellos, los aliados de los que Antoinette había hablado, harían todo lo posible por ignorar su creciente incompetencia, inventando excusas para sus errores. Pero de nuevo ese proceso solo podría mantenerse un tiempo. Inevitablemente llegaría un momento en el que sus enemigos aprovecharían esas progresivas debilidades y las usarían en su contra. Se preguntaba si tendría el valor para dimitir antes de que fuese demasiado obvio. No lo sabía, era demasiado difícil pensar en ello, porque era un tema demasiado relacionado con la esencia de lo que era y de lo que nunca llegaría a ser.