Escorpio sonrió.
—Gracias por los ánimos, Antoinette.
—Solo quería que lo supieras. Las cosas se están complicando, Escorp y sé que a veces te sientes como pez fuera del agua, ¿me entiendes? Pero te equivocas. Un liderazgo como el tuyo es precisamente lo que necesitamos ahora: tajante y directo al grano. No eres un político, Escorp. Y damos gracias a Dios por ello. Clavain coincidiría conmigo.
—¿Tú crees?
—Estoy segura. Solo te estoy pidiendo que no tengas una crisis precisamente ahora.
—Lo intentaré.
Antoinette suspiró y le dio un puñetazo amistoso en el brazo.
—Solo quería que lo supieses antes de irme.
—¿Te vas?
—He tomado una decisión: vuelvo a Ararat en una de las lanzaderas de Remontoire. Xavier está allí abajo.
—Podría ser arriesgado —le advirtió—. ¿Por qué no le pides a Remontoire que traiga a Xavier aquí? Ya ha accedido a traer a Orca de Ararat. Odio ser tan directo, lo siento, pero al menos así solo perderíamos a una de vosotras si los lobos atacan la lanzadera.
—Es que no pienso volver —dijo—. Me voy a quedar en Ararat.
Escorpio tardó unos segundos en asimilar sus palabras.
—Pero tú decidiste venir —dijo.
—No, Escorp. Subí a la
Infinito
porque no tuve más remedio, pero mis responsabilidades están allí abajo, con los miles de personas que dejamos atrás. No es que me necesiten, me imagino, pero sin duda necesitan a Xavier. Es casi el único que sabe arreglar casi cualquier cosa que se averíe.
—Estoy seguro de que podrás ayudar en algo —dijo Escorpio con una sonrisa.
—Bueno, si me dejan pilotar algo de vez en cuando, supongo que no me volveré loca del todo.
—Nosotros también te necesitamos aquí arriba. Me vendría bien un aliado a cualquier hora del día.
—Ya tienes aliados, Escorp, aunque no te hayas enterado todavía.
—Es un acto muy valiente de tu parte —dijo él.
—No es un lugar tan espantoso —replicó ella—. No me hagas parecer una mártir. Nunca me ha molestado mucho estar en Ararat. Me gustan sus puestas de sol. Supongo que incluso le he cogido el gustillo al té de algas después de tantos años. Lo único que hago en realidad es quedarme en casa.
—Te echaremos de menos —dijo Escorpio.
Antoinette miró bajó la mirada. Escorpio tenía la impresión de que no podía mirarle a los ojos.
—No sé qué va a pasar a partir de ahora, Escorp. Quizás conduzcas esta nave hasta Hela, como dice Aura. Quizás vayáis a otra parte, pero tengo la impresión de que no nos volveremos a ver nunca más. El universo es enorme, y la probabilidad de que nuestros caminos vuelvan a cruzarse alguna vez…
—Sí que es grande —dijo él—, pero por otro lado, eso lo hace lo suficientemente grande como para albergar unas cuantas coincidencias.
—Puede que para algunas personas, pero no para gente como tú y yo, Escorp. —Entonces levantó la mirada, clavando los ojos en los de Escorpio—. Cuando te conocí me dabas miedo, no me importa reconocerlo ahora. Asustada e ignorante. Pero me alegro de que todo sucediese así. Me alegro de haber llegado a conocerte durante estos pocos años.
—Ha sido media vida para mí.
—Han sido buenos años, Escorp. No los olvidaré. —Una vez más, miró al suelo. Escorpio se preguntó si miraría sus pequeños e infantiles zapatos. De pronto se sintió acomplejado. Deseó ser más alto, más humano. Menos cerdo y más hombre.
—Remontoire tendrá lista esa lanzadera pronto —dijo Antoinette—. Será mejor que me vaya. Cuídate, ¿vale? Eres un buen hombre, un buen cerdo.
—Lo intento —dijo Escorpio.
Antoinette lo abrazó y luego lo besó. Entonces se fue y ya nunca la volvió a ver.
Hela, 2727
La caravana se acercaba furtivamente a la cuneta del Camino, adelantando una catedral tras otra. Las monstruosas máquinas pasaban amenazantes por encima de la cabeza de Rashmika, que estaba demasiado abrumada para asimilarlo todo y únicamente retenía una impresión borrosa de los enormes mecanismos de color gris oscuro ideados a escala inhumana. Conforme la caravana se colaba entre las catedrales, estas parecían estar completamente quietas, como si estuvieran tan arraigadas al paisaje como los edificios que había visto en las llanuras de Jarnsaxa. Salvo por el detalle de que estos edificios eran verdaderos rascacielos, arañando con sus puntiagudos dedos la cara de Haldora. Y en cuanto a esa aparente inmovilidad, Rashmika sabía que era solo una ilusión debida a la velocidad de la caravana. Si se detuvieran, cualquiera de las catedrales les pasaría por encima en unos pocos minutos.
Se decía que las catedrales no paraban nunca. También que rara vez se desviaban de su camino a menos que el obstáculo fuese demasiado grande como para ser aplastado bajo sus mecanismos de tracción.
El Camino era mucho más estrecho de lo que había imaginado. Recordaba lo que el cuestor Jones le había dicho, que nunca era más ancho de doscientos metros y normalmente no llegaba a eso. Las distancias eran difíciles de calcular en ausencia de algún hito conocido, pero no creía que el Camino tuviera más de cien metros de ancho en este tramo. Algunas de las catedrales más grandes tenían prácticamente ese ancho y ocupaban todo el Camino como sapos mecánicos. Las catedrales más pequeñas podían rodar en fila de dos, pero solo si permitían que parte de sus superestructuras sobresaliesen por los costados del Camino. Aquí eso no tenía importancia, ya que el camino era una franja alisada y despejada que recorría las llanuras, por lo demás planas y sin obstáculos. Cualquiera de las catedrales podría salirse de la carretera acondicionada frente a ella y arriesgarse a rodar por el terreno ligeramente más desigual a ambos lados del camino. Pero obviamente ese comportamiento arriesgado no estaba a la orden del día y parecía que el aparente orden de la procesión permanecería incuestionable por el momento. Así eran las cosas: la competencia por un mejor puesto, las justas y el juego sucio de los que se hablaba en las tierras baldías eran más la excepción que la norma, y tales historias, como hacía tiempo que Rashmika sospechaba, iban creciendo en exageraciones conforme se acercaban al norte.
Por lo tanto, por el momento, las flotillas de catedrales se arrastrarían por el Camino en una formación más o menos fija. Si las consideraba ciudades estado, ahora estarían en un período de comercio y diplomacia sin guerra. Sin duda existiría espionaje y argucias y continuamente se urdirían planes para futuras contingencias. Pero por el momento lo que prevalecía era un estado de cordialidad generalizada, con todas las forzadas cortesías que uno habitualmente esperaría entre rivales históricos. Esta situación le convenía a Rashmika. Ya le parecía suficientemente difícil encajar en la cuadrilla de mantenimiento sin tener que ocuparse de crisis y complicaciones adicionales.
Le habían ordenado que recogiese sus cosas y permaneciese en uno de los vehículos de la caravana. La razón para esto pronto se hizo evidente, cuando la caravana se dividió en componentes más pequeños. Rashmika observó cómo los trabajadores del cuestor saltaban de vehículo en vehículo, desenganchando las líneas de abastecimiento y las uniones con total indiferencia hacia los riesgos evidentes.
Algunas de estas subcaravanas contenían varios vehículos. Observó cómo se separaban para encontrarse con las catedrales más grandes o con los grupos de catedrales. Sin embargo, para su desilusión, el vehículo al que había sido asignada continuó en solitario. No estaba sola, había una docena de peregrinos y trabajadores migratorios esperando junto a ella. Cualquier esperanza de que la
Catherine de Hierro
resultase ser una de las catedrales grandes fue pronto desechada si solo se merecía una porción de la caravana. Bueno, tenía que empezar por algún sitio, como dijo el cuestor.
Pronto el vehículo se alejó de las catedrales principales, rebotando y dando bandazos sobre las rodadas y baches que dejaban a su paso.
—Vosotros —dijo Rashmika dirigiéndose al resto de viajeros, plantándose frente a ellos con los brazos en jarras—.
¿Cuál de esas es la
Lady Morwenna
?
Uno de sus compañeros se limpió una vela de mocos del labio superior.
—Ninguna de esas, preciosa.
—Tiene que ser alguna —replicó ella—. Esa es la comitiva principal. El punto óptimo está justo ahí.
—Sí, ya, esa es la comitiva principal, pero ¿quien te ha dicho que la
Lady Mor
forma parte de ella?
—Estás siendo evasivo a propósito.
—¡Quién fue a hablar! —dijo otra persona—. Mocosa engreída.
—Vale, vale —respondió ella—. Pero si la
Lady Morwenna
no está ahí, ¿dónde está?
—¿Por qué te interesa tanto? —preguntó el primero.
—Es la catedral más antigua del camino —dijo Rashmika—. Lo raro sería no tener interés por verla, ¿no?
—Lo único que nos interesa a nosotros es trabajar, cariño. Nos da igual para quién, siempre vamos a tener que quitar el mismo puto hielo del camino.
—Bueno, yo sigo teniendo interés —dijo.
—No es ninguna de esas catedrales —dijo otra voz que sonaba aburrida, pero no ofensiva. Rashmika vio a un hombre detrás del grupo, tumbado en un sofá con un cigarrillo en una mano y con la otra metida en los pantalones, hurgándose y rascándose—, pero se puede ver.
—¿Dónde?
—Por aquí, niña.
Dio un paso hacia el hombre.
—Ten cuidado —dijo otra voz—, se pega como una lapa. Rashmika dudó. El hombre le hizo señas con la mano que sujetaba un cigarrillo. Sacó la otra de los pantalones y vio que terminaba en una primitiva pinza de metal. Se pasó el cigarrillo a la pinza y la llamó con la mano sana.
—No pasa nada, huelo un poco mal pero no muerdo. Solo quiero enseñarte la
Lady Mor
, nada más.
—Ya lo sé —dijo ella acercándose abriéndose paso entre el revoltijo de gente.
El hombre señaló a una pequeña y sucia ventana detrás de él. La limpió con la manga de la camisa.
—Mira por aquí. Aún se puede ver la punta de la aguja. Rashmika miró y lo único que se veía era el paisaje.
—No veo…
—Allí —dijo, moviéndole la barbilla hasta que estuvo mirando exactamente en la dirección correcta. Olía a vinagre—. Entre esas dos colinas, ¿no ves algo que sobresale?
—Sí, sí que sobresale algo —dijo alguien.
—¡Cállate! —saltó Rashmika. Debió de notar algo en su tono de voz, porque tuvo exactamente el efecto deseado.
—¿La ves ahora? —preguntó el hombre.
—Sí. ¿Qué hace por ese lado? Seguro que eso está fuera del Camino Permanente.
—Sí, pertenece al camino —dijo el hombre—, aunque no es la ruta que normalmente seguimos.
—¿Es que acaso no lo sabe? —preguntó otra de las voces.
—Si lo supiera, no preguntaría —replicó irritada Rashmika.
—El Camino se bifurca cerca de aquí —dijo el hombre, explicándole las cosas como si fuese una niña pequeña. Rashmika concluyó que finalmente no le caía muy bien. La estaba ayudando, pero la forma en la que la ayudaba también contaba. A veces una negativa era mejor que acceder de mala gana—. Se divide en dos —dijo—. Una de las rutas es la que toman las catedrales normalmente. Es la que baja hasta la Escalera del Diablo.
—Ya sé lo que es —dijo ella—. Un desnivel en zigzag excavado en la pared de la falla. Las catedrales siguen este camino hasta el fondo de la falla y luego vuelven a subir por el otro lado.
—Eso es. ¿Te atreves a adivinar a dónde lleva la otra ruta?
—Supongo que cruza el puente.
—Eres una niñita muy lista.
Rashmika se retiró de la ventana.
—Si hay un ramal del Camino desde el puente hasta aquí, ¿por qué no lo hemos seguido?
—Porque para una caravana no es la ruta más rápida. Las caravanas pueden tomar curvas cerradas, subir cuestas y pasar por caminos inclinados. Las catedrales no. Por eso tienen que seguir el camino más largo rodeando cualquier cosa que no puedan volar. Además, la ruta hacia el puente no está muy bien mantenida. No te darías cuenta de que estás en el Camino aunque fueras por ella.
—Entonces la
Lady Morwenna
seguirá alejándose cada vez más de la congregación principal de las catedrales —dijo—.
¿No significa eso entonces que Haldora no estará directamente sobre ella?
—No, no exactamente —dijo él, rascándose una mejilla con su pinza, haciendo sonar el metal contra la barba de tres días—. Pero la Escalera del Diablo tampoco está justo en el ecuador. La excavaron por donde se pudo, no por donde quisieron. Además: al bajar la Escalera del Diablo se enfrentan a cornisas de hielo sobresaliente. No son buenas para los observadores. Bloquea la visión del planeta. Y las escaleras son donde las catedrales tienen más oportunidades para adelantarse unas a las otras. Pero si alguna de ellas lograra cruzar el puente, le llevaría tanta ventaja al grupo, que tendría que pararse para que las demás la alcanzasen. Después de eso nada se le volvería a poner delante nunca. Podrían ensanchar la catedral tanto como quisieran, además de la gloria por haber cruzado el puente. Sería la reina del Camino.
—Pero ninguna catedral ha cruzado jamás el puente. —Recordó el cráter y los restos que había visto desde el tejado de la caravana—. Sé que una lo intentó pero…
—No digo que no sea una locura, preciosa, pero así es el deán Quaiche, el de los ojos saltones. Deberías alegrarte por ir a la
Cafy de Hierro
. Se dice que las ratas ya han empezado a abandonar la
Lady Mor
.
—El deán debe de creer que tienen muchas posibilidades de conseguirlo —dijo ella.
—O está loco. —El hombre sonrió abiertamente, mostrando unos dientes amarillos como desgastadas lápidas—. Elige lo que prefieras.
—No tengo por qué —dijo, y añadió—. ¿Por qué dices lo de los ojos saltones?
Todos se rieron de ella. Uno imitó unas gafas poniéndose los dedos alrededor de los ojos.
—La chica tiene mucho que aprender —dijo alguien.
La
Catherine de Hierro
era una de las catedrales más pequeñas de la procesión y viajaba sola a varios kilómetros hacia el final del grupo. Había otras detrás, pero no eran más que unas pocas agujas en el horizonte. Era casi seguro que se esforzaban por alcanzar a las demás, empeñadas en acercarse todo lo posible al abstracto punto móvil en el Camino que correspondía a la exacta vertical de Haldora. La mayor vergüenza para una catedral era quedarse tan atrás que incluso para el espectador eventual fuese evidente que de que Haldora no estaba en su cénit. Y aún peor que eso, indescriptiblemente peor, era el estigma que iba más allá de la vergüenza y que era el destino que sufría cualquier catedral que perdiese de vista a Haldora por completo. Por eso se tomaban tan en serio el trabajo de las cuadrillas del Camino Permanente. Un retraso de un día aquí o allá no tenía importancia, pero muchos retrasos así podían tener un efecto catastrófico en el avance de una catedral.