El Desfiladero de la Absolucion (74 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—John llegará en un momento —le aseguró Antoinette.

La reunión se había organizado con rapidez. Alrededor de la mesa, además de Antoinette y él mismo, se sentaban Vasko Malinin, Ana Khouri y su hija (aún dentro de la incubadora portátil que Khouri colocó en su regazo), el Doctor Valensin y otros tres representantes de la colonia de categoría inferior. Los tres representantes eran simplemente los mayores de los catorce mil ciudadanos a bordo de la
Nostalgia por el Infinito
. Los habituales notables de la colonia, Orca Cruz, Blood y Xavier Liu entre otros, seguían en Ararat. Remontoire se sentó frente a Escorpio, de manera que solo quedó un asiento libre.

—Esto tiene que ser breve —dijo Remontoire—. En menos de una hora debo partir.

—¿No te quedas a almorzar? —preguntó Escorpio, recordando demasiado tarde que Remontoire no tenía sentido del humor.

El combinado negó con el huevo delicadamente surcado por venas que era su cabeza.

—Me temo que no. La
Luz del Zodiaco
y el resto de combinados permanecerán en este sistema al menos hasta que alcancéis el espacio interestelar despejado. Alejaremos a los inhibidores de vosotros. Quizás algunos elementos os sigan, pero es casi seguro que no será el grupo principal. —Juntó los dedos formando un huesudo tejado—. No tendréis problemas para encargaros de ellos.

—A mí todo eso se me parece demasiado a un sacrificio —dijo Antoinette.

—No lo es. Soy bastante pesimista, pero no carente de alguna esperanza. Aún tenemos armas que no hemos usado y otras cuantas que ni siquiera hemos fabricado todavía. Algunas quizás sirvan de algo, al menos de forma localizada. —Hizo una pausa y metió la mano en un bolsillo invisible de su túnica. Sus dedos desaparecieron en la tela como si fuese un truco de magia y luego surgieron sujetando una placa de color gris pizarra que colocó en la mesa y sobre la que dio un golpecito con su índice—. Antes de que se me olvide: los esquemas de varias tecnologías militares muy útiles. Quizás Aura o Khouri ya hayan mencionado algunas de ellas. Se las debemos todas a Aura, claro está, pero aunque ella nos enseñó el camino y nos proporcionó las pistas sobre los principios básicos, aún había mucho trabajo que empezar de cero. Estos archivos deberían ser compatibles con los protocolos estándar de fabricación.

—No tenemos fábricas —dijo Antoinette—. Todas dejaron de funcionar hace años.

Remontoire frunció los labios.

—Entonces os proporcionaremos unas nuevas, válidas contra la mayoría de las variedades de la plaga. Haré que os las entreguen antes de que abandonéis el sistema, junto con suministros médicos y componentes para las arquetas frigoríficas. Introducidles los archivos y fabricarán armas y aparatos. Si tenéis alguna pregunta, formuládsela adecuadamente a Aura y ella os ayudará.

—Gracias, Rem —dijo Antoinette.

—Es un regalo —dijo—, os lo damos libremente, al igual que nos alegra que tengáis a Aura. Ella os pertenece ahora. Pero sí que hay algo que podéis ofrecernos a cambio.

—Pide lo que quieras —dijo Antoinette.

Pero Remontoire no dijo nada. Miró por encima de su hombro a una figura que se les acercaba haciendo crujir la hierba a su paso.

—Hola, John —dijo Antoinette.

Escorpio se quedó muy tieso en su asiento conforme la figura se aproximaba. A primera vista no parecía un ser humano en absoluto. Caminaba y tenía brazos y piernas y una cabeza, pero ahí terminaban las similitudes. La mitad del cuerpo del Capitán (un brazo, una pierna y medio torso) eran de carne y hueso, por lo que podía ver. Pero la otra mitad era un armatoste mecánico grotesco en el que no habían dedicado ningún esfuerzo para crear una ilusión de simetría. Tenía pistones y enormes puntos de articulación, metal deslizante que brillaba por el constante roce y lubricación. El brazo de la parte mecánica colgaba hasta la rodilla y estaba rematado por una compleja herramienta multiusos. El efecto era como si una excavadora hubiese chocado con un hombre a una velocidad brutal y como consecuencia ambos se hubieran fusionado en uno.

Su cabeza, por el contrario, era casi normal, aunque solo por comparación. Unas cámaras de lentes rojas multifacetadas ocupaban sus órbitas en lugar de ojos. De su nariz surgían unos tubos que rodeaban la cabeza hasta conectarse con algún mecanismo oculto. Una rejilla oval cubría su boca, cosida a la carne de sus mejillas. Su cabeza era calva, excepto por una docena de rizos enmarañados que brotaban de su coronilla y que llevaba recogidos en una trenza que le colgaba hasta la nuca. No tenía orejas. De hecho, Escorpio se dio cuenta de que no tenía ningún orificio visible. Quizás había sido rediseñado para tolerar las condiciones de vacío sin la protección de un casco espacial. Su voz parecía provenir de la rejilla. Era débil, aguda, como la de un juguete roto.

—Hola, ¡estáis todos aquí!

—Siéntate, John —dijo Antoinette—. ¿Necesitas que te pongamos al día? Remontoire estaba proponiéndonos justo ahora un intercambio técnico. Nos ofrece unos juguetes nuevos muy chulos.

—A cambio de algo, supongo.

—No —dijo Remontoire—, las copias de los planos y lo demás en realidad son un regalo. Pero si quisierais ofrecernos un regalo recíproco, habíamos pensado en algo.

John Brannigan ocupó su asiento, sentándose con un siseo y un sonido de pistones contrayéndose.

—Quieres las armas caché que nos quedan —dijo. Remontoire corroboró su comentario con un movimiento de cabeza.

—Has adivinado nuestros deseos.

—¿Por qué las queréis? —preguntó John Brannigan.

—Nuestros pronósticos indican que las necesitaremos si queremos crear una maniobra de distracción útil. Existe obviamente un elemento de incertidumbre. No todas las armas tienen propiedades conocidas, pero podemos averiguarlo.

—Nosotros también huimos de los lobos —dijo Escorpio—, ¿quién dice que no necesitaremos nosotros esas armas?

—Nadie —respondió Remontoire, imperturbable como siempre, como un adulto sugiriendo juegos de salón para niños—. Puede ser que las necesitéis. Pero vosotros estaréis escapando de los lobos y no enzarzados en una batalla con ellos. Si sois inteligentes, evitaréis futuros encuentros en la medida de lo posible.

—Has dicho que es posible que algunos nos persigan —le recordó Antoinette—. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Les pedimos educadamente que se retiren?

Remontoire volvió a dar un golpecito a los archivos que había dejado sobre la mesa.

—Esto os enseñará cómo construir un sistema de armas hipométricas. Nuestros pronósticos indican que tres de estos aparatos son suficientes para dispersar a un pequeño grupo de lobos si os siguen.

—¿Y si resulta que vuestros pronósticos se equivocan? —preguntó Escorpio.

—Tendréis otros recursos.

—No es suficiente —dijo el cerdo—. Esas armas caché fueron el único motivo por el que fuimos hasta el sistema Resurgam en principio. Son las que nos metieron en este montón de mierda, ¿y ahora nos vienes con que tenemos que dártelas por las buenas?

—Sigo siendo vuestro aliado —dijo Remontoire—. Simplemente os estoy proponiendo que las armas sean reasignadas al punto donde resultarían más útiles.

—No lo entiendo —dijo Antoinette, haciendo un gesto con la cabeza hacia la placa de datos—. Tienes los medios para fabricar cosas con las que no podríamos ni soñar, ¿y aun así quieres esas mohosas armas caché?

—No podemos subestimar su poder —dijo Remontoire—. Fueron un regalo del futuro. Hasta que no hayan sido exhaustivamente probadas, no podemos asumir que son inferiores a lo que Aura nos ha enseñado. Estoy seguro de que estás de acuerdo con este razonamiento.

—Supongo que tienes razón —dijo Antoinette.

La aparición de John Brannigan se movió con un silbido de su sistema locomotor. Quizás fuese la imaginación de Escorpio, pero creyó oler a lubricante. El Capitán volvió a hablar con su vocecita.

—Puede que tenga razón, pero las capacidades de Aura están igualmente sin comprobar. Nosotros, al menos, hemos utilizado algunas armas caché y han funcionado. No puedo permitir que se os entregue el resto.

—Entonces tendremos que llegar a un acuerdo —dijo Remontoire.

El Capitán lo miró, sin expresión alguna en su rostro, con una rejilla por boca.

—Soy todo oídos.

—Nuestras previsiones muestran una reducida, aunque estadísticamente significativa probabilidad de éxito con solo una parte de las armas caché.

—¿Entonces te quedarías solo con parte, no con todas? —preguntó Antoinette.

Remontoire asintió con un único movimiento de cabeza.

—Sí, pero no supongáis que he llegado a esa conclusión a la ligera. Con un número reducido de armas caché a nuestra disposición, puede que no evitemos que un mayor número de elementos inhibidores os persigan.

—Sí, ya —dijo Antoinette—, pero así nosotros tendríamos algo más con lo que hacerles frente, ¿no?

—Correcto —dijo Remontoire—, pero no subestiméis el riesgo de fracaso.

—Asumiremos ese riesgo —dijo Escorpio.

—Esperad —dijo Khouri. Temblaba; sujetaba con una mano la incubadora en su regazo y con la otra se aferraba a la mesa de madera clavándole sus uñas—. Esperad, yo… Aura… —Sus ojos se quedaron en blanco, los músculos de su cuello se tensaron—. No —dijo—, sin duda, no.

—¿No qué? —preguntó Escorpio.

—No. No, no, no. Haced lo que dice Remontoire. Dadle todas las armas. Es importante. Confiad en él. —Sus uñas marcaron surcos blancos en la madera.

Vasko se inclinó hacia delante y habló por primera vez desde que comenzara la reunión.

—Puede que Aura tenga razón —dijo.

—Tengo razón —dijo Khouri.

—Deberíamos escucharla —dijo Vasko—. Parece que lo tiene muy claro.

—¿Cómo puede saberlo? —dijo Escorpio—. Puede que sepa algunas cosas, pero nadie dijo que pudiera ver el futuro. Los notables asintieron al unísono.

—Estoy con Escorpio —dijo Antoinette—. No podemos darle a Rem todas esas armas. Tenemos que reservar algunas para nosotros. ¿Qué pasaría si no podemos poner en marcha las fábricas? ¿Y si lo que fabrican no funciona?

—Funcionará —dijo Remontoire, que permanecía completamente tranquilo y relajado, a pesar de que el destino de muchos pendía de un hilo. Escorpio negó con la cabeza.

—No nos vale con eso. Te daremos algunas de las armas, pero no todas.

—Está bien —dijo Remontoire—, siempre y cuando estemos todos de acuerdo.

—Escorpio… —dijo Vasko.

El cerdo no pudo aguantar más. Era su colonia, su nave, su crisis. Se quitó las gafas de un manotazo y las rompió.

—Ya está decidido —le espetó. Remontoire extendió los dedos.

—Haremos los preparativos necesarios, entonces. Os enviaremos grúas de carga para transportar las armas. Otra lanzadera llegará con las nuevas fábricas y algunos artículos prefabricados. Algunos combinados vendrán para ayudaros con la instalación de las armas hipométricas y el resto de nuevas tecnologías. ¿Es necesario evacuar a alguien más de la superficie?

—Sí —dijo Antoinette.

—Una evacuación masiva está descartada —dijo Remontoire—. Únicamente podemos abrir pasillos seguros hasta la superficie en una, quizás dos ocasiones más. Suficiente para un par de viajes en lanzadera, pero nada más.

—Será suficiente —dijo Antoinette.

—¿Qué pasa con el resto? —preguntó uno de los notables.

—Ya han tenido su oportunidad —dijo Escorpio.

Remontoire esbozó una sonrisa estirada, como si alguien hubiese sido pillado en un renuncio en la alta sociedad.

—No están necesariamente en peligro inminente —dijo—. Si los inhibidores desearan destruir la biosfera de Ararat, ya lo habrían hecho.

—Pero serán prisioneros ahí abajo —dijo Antoinette—. Los lobos no les dejarán irse nunca.

—Pero seguirán vivos —dijo Remontoire—. Y puede que lleguemos a reducir la presencia de lobos alrededor de Ararat. Pero si no tenemos acceso a todo el arsenal de armas, no podremos garantizarlo.

—¿Podrías garantizarlo si tuvieras todas las armas caché?

—preguntó Escorpio.

Tras unos instantes de reflexión, Remontoire negó con la cabeza.

—No —dijo—. No existen garantías ni siquiera en ese caso. Escorpio miró a todos los delegados a su alrededor, reparando por primera vez en que él era el único cerdo presente. Donde el Capitán estaba sentado, ahora había un hueco vacío hacia el cual miraban todos, sutilmente atraídos. El Capitán seguía allí, dedujo Escorpio. Seguía allí, escuchándolos. Incluso creyó seguir oliendo el lubricante.

—Entonces no voy a dejar que me quite el sueño —dijo Escorpio.

Antoinette fue a ver a Escorpio después de la reunión. Él había subido al ascensor que llevaba a la parte superior de la nave para ayudar en los esfuerzos para procesar a todos los evacuados. Había gente por todas partes, acurrucados en los mugrientos, húmedos y serpenteantes pasillos hasta donde alcanzaba la vista.

Escorpio caminó por uno de los pasillos, observando las caras asustadas, sorteando las preguntas en la medida de lo posible, pero sin decir nada acerca de los planes para la nave y sus pasajeros. Solo les decía que se encargarían de ellos, algunos serían congelados, pero que se haría todo lo posible para que el proceso fuese todo lo indoloro y seguro posible. El también creía que sería así, al menos durante un tiempo. Pero entonces descubrió, tras recorrer un pasillo entero, que únicamente había visto a unos pocos cientos de evacuados de los miles que supuestamente había a bordo.

Se encontró con Antoinette en un cruce en el que agentes de la División de Seguridad dirigían a la gente hacia los ascensores en funcionamiento que los llevarían a los distintos centros de procesamiento en niveles inferiores de la nave.

—Todo va a salir bien, Escorp —dijo ella.

—¿Tanto se me nota?

—Se te ve preocupado, como si tuvieras todo el peso del mundo sobre tus hombros.

—Es curioso, así es más o menos como me siento.

—Lo harás muy bien. ¿Te acuerdas de Clavain, cuando estábamos en el
cháteau de mademoiselle
?

—Eso fue hace mucho tiempo.

—Bueno, pues yo sí que me acuerdo. Tenía el mismo aspecto que tú ahora, Escorp, como si toda su vida hubiese sido una cadena de errores que habían culminado en aquel momento de absoluto fracaso. Casi se vuelve loco, pero no lo hizo. Mantuvo la calma y todo salió bien. Al final, esa cadena de errores resultaron ser precisamente las elecciones acertadas.

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