El único problema era que ninguna de estas garantías era aplicable a los cerdos. Las arquetas estaban preparadas para la fisiología de los humanos de base a nivel de su química celular. Escorpio ya había pasado por el sueño frigorífico con anterioridad, pero cada vez era una lotería. Se decía a sí mismo que las probabilidades no empeoraban cada vez que se sometía al proceso, que no tenía más riesgos de morir en esta unidad que en la primera que había utilizado. Pero eso no era estrictamente cierto. Ahora era mucho mayor. Su cuerpo era intrínsecamente más débil que la última vez. Todo el mundo estaba siendo muy esquivo acerca de las estadísticas desfavorables. No le decían claramente si tenía un diez, un veinte, o incluso un treinta por ciento de posibilidades de no salir con vida. Pero su negativa a discutir el asunto lo asustaba más de lo que lo haría el mero cálculo de los riesgos. Al menos entonces podría haber comparado los riesgos de entrar en la arqueta y de permanecer despierto durante todo el viaje. Cinco o seis unidades de tiempo de navegación, lo que le dejaba con cincuenta y cinco o cincuenta y seis, frente al treinta por ciento de probabilidades de no llegar al final. No habría sido una decisión fácil. Siendo un cerdo no tenía garantías de llegar a los sesenta en circunstancias normales, pero al menos la exposición clara de las cifras le habría permitido tomar una elección meditada. Pero en lugar de eso, lo que le llevaba hasta la arqueta era el simple deseo de saltarse el intervalo de tiempo. ¡Que se jodiesen las estadísticas! Tenía que acabar con la espera. Tenía que saber si su viaje a Hela había merecido la pena. Y antes de eso, claro está, tenía que saber si había cometido un terrible error convenciendo a la nave de ir a Yellowstone antes.
Recordó el polvo que se escurría por su mano, cayendo sobre la mesa, acercándose más hacia la «Y» que había escrito que a la «H». En pocos minutos estaba confirmado: la nave estaba ejecutando un lento viraje hacia Épsilon Eridani en lugar de hacia la oscura y poco conocida estrella 107 Piscium.
Estaba encantado con la decisión del Capitán, pero también le producía cierto temor. El Capitán había seguido a la minoría en lugar del deseo democrático de los notables. A Escorpio le convenía, pero se preguntaba cómo se habría sentido si el Capitán se hubiera puesto del lado de los otros. Una cosa era saber que tenía de aliado a John Brannigan, y otra muy distinta sentirse prisionero de la nave.
—No es demasiado tarde —dijo Khouri—. Puedes dejarlo, pasar el viaje despierto.
—¿Es eso lo que tú piensas hacer?
—Sí, al menos hasta que Aura sea mayor —dijo. La niña se rió.
—No puedo arriesgarme —dijo Escorpio—. Puede que no sobreviva al viaje si no me congelan. Cinco o seis años puede que no signifiquen mucho para ti, pero es una gran porción de mi vida.
—Quizás no tardemos tanto si consiguen poner en marcha las nuevas máquinas. Nuestro tiempo subjetivo hasta Yellowstone puede ser de tan solo un par de años.
—Sigue siendo demasiado para mi gusto.
—¿Tanto te preocupa? Creía que habías dicho que nunca pensabas demasiado en el futuro.
—Y no lo hago, ahora ya sabes por qué.
Khouri se acercó más a la arqueta negra y, flexionando una rodilla, le acercó a Aura.
—Ella cree que esta no es la opción más acertada —dijo Khouri—. Lo noto. De verdad piensa que deberíamos ir directamente a Hela.
—Llegaremos allí finalmente —dijo él—. Si John quiere. —Se dirigió a Aura, mirándola a sus ojos marrón dorado. Creyó que parpadearía, pero sostuvo su mirada, sin inmutarse.
—Sombras —dijo Aura con su gorgoteo líquido y una voz que siempre parecía estar a punto de echarse a reír—. Negociar con sombras.
—No creo en las negociaciones —dijo Escorpio—. A lo único que conducen es a un mundo de dolor.
—Quizás sea hora de que cambies de opinión —dijo Khouri.
Khouri y Aura lo dejaron solo con los técnicos. Se alegraba de la visita, pero también de tener un momento para ordenar sus pensamientos, asegurándose de que no olvidaba las cosas importantes. Una en particular cobró especial relevancia en su mente. Aún no les había contado a ninguna de las dos su conversación privada con Remontoire justo antes de la partida del combinado. La conversación no había sido grabada y Remontoire no había sido muy concreto: ni datos, ni pruebas escritas, solo un fragmento de material traslúcido lo suficientemente pequeño como para caber en su bolsillo.
Ahora esa omisión comenzaba a pesarle. ¿Era lo correcto callarse las dudas de Remontoire acerca de Aura y su madre?
Remontoire le había dejado la decisión final a él. Al fin una prueba de hasta qué punto confiaba en Escorpio.
Ahora, en la arqueta, Escorpio podía haber sobrevivido sin tanta confianza. No tenía el fragmento consigo ya. Estaba junto con sus objetos personales, esperándolo hasta su resucitación. No tenía un valor intrínseco por sí mismo y si alguien lo hubiera encontrado, era más que probable que lo dejara donde estaba, dando por hecho que era una baratija personal o un amuleto de valor puramente sentimental. Lo que importaba era donde lo había encontrado Remontoire. Y en la nave, hasta donde Escorpio sabía, él era el único que estaba al corriente.
—No sé qué es —dijo Remontoire, entregándole el fragmento curvo y blanco. Escorpio lo examinó, sintiéndose inmediatamente decepcionado por lo que le había dado. Podía ver a través de él. Los bordes eran lo suficientemente afilados como para que fuera peligroso y era demasiado duro para flexionarse o romperse. El fragmento parecía un trozo de uña del dedo gordo de un dinosaurio.
—Yo sé lo que es, Rem.
—¿Ah, sí?
—Es un trozo de material de concha. Se encuentra fácilmente en Ararat, arrastrado después de una tormenta o flotando en el mar. Los hay mucho más grandes que este trozo.
—¿Cómo de grandes? —preguntó Remontoire, juntando sus dedos.
—Lo suficientemente grandes como para hacer casas, a veces. Otras veces incluso lo suficiente para estructuras administrativas mayores. No teníamos bastante metal o plástico a mano, así que siempre hemos intentado aprovechar los recursos locales. Hemos tenido que anclar las piezas de concha, porque si no, hubieran salido volando con la primera tormenta.
—¿Es difícil de trabajar?
—No se pueden cortar si no es con soplete, pero eso no es muy indicativo. Deberías ver el estado de nuestras herramientas.
—¿Qué pensáis de las piezas de concha, Escorp? ¿Tenéis alguna teoría sobre ellas?
—No teníamos mucho tiempo para teorizar sobre nada.
—Pero debéis de tener alguna pista.
Escorpio se encogió de hombros y le devolvió el fragmento.
—Asumimos que eran los caparazones de alguna criatura marina extinta, mayor que cualquier otra especie viviente en Ararat. Los malabaristas no eran los únicos organismos en ese océano, siempre hay espacio para otras clases de vid, quizás reliquias de los habitantes originales del planeta, antes de la colonización malabarista.
Remontoire dio golpecitos con el dedo sobre el fragmento.
—No creo que estemos hablando de criaturas marinas, Escorp.
—¿Qué más da?
—Puede que sí, especialmente teniendo en cuenta que encontré este trozo en el espacio, alrededor de Ararat. —Le volvió a dar el fragmento al cerdo—. ¿Te interesa más ahora?
—Puede.
Remontoire le contó el resto.
—Durante la última fase de la batalla alrededor de Ararat, un grupo de combinados de la facción de Skade había contactado con nosotros. Sabían que ella había muerto. Sin un líder, habían sucumbido a disputas sin salida. Se acercaron a mí con la intención de robarme la tecnología hipométrica. Ya habían aprendido bastante, pero eso era lo único que no tenían. Me resistí, los rechacé pero les dejé marchar con tan solo una advertencia. No era momento de crearme nuevos enemigos.
—¿Y?
—Volvieron para ayudarme cuando un grupo de lobos estaba a punto de acabar conmigo. Una acción suicida por su parte. Creo que eso me convenció a mí y a mis socios de que podíamos aceptar los términos de cooperación con la gente de Skade. Pero había algo más.
—¿El fragmento?
—No el fragmento en sí, sino los datos pertenecientes al mismo misterio. Aún los contemplo con sospechas. No puedo descartar la posibilidad de que se trate de una estratagema de desinformación sembrada por Skade cuando supo que sus días estaban contados. Como si nos hubiera arrojado un jarro de agua fría póstumo, ¿no crees?
—No lo dudaría ni un momento —respondió Escorpio. Ahora que sabía que escondía un significado más profundo, el trozo de concha se tornó una especie de reliquia religiosa en sus manos. Lo sostuvo con cuidado reverencial, como si pudiera romperlo—. ¿Qué decían los datos?
—Antes de que transmitieran los datos, hablaron de que la situación alrededor de Ararat era más complicada de lo que suponíamos. Al principio no quise admitirlo, pero lo que decían coincidía con mis propias observaciones. Desde hacía algún tiempo, había pistas de que había alguien más en el juego. No era mi gente, ni la de Skade, ni siquiera los inhibidores, sino otro grupo merodeando alrededor de los eventos, como espectadores. Por supuesto en la confusión de la batalla era fácil olvidarse de tales especulaciones: retornos fantasma de los sensores de masa, vagas formas fantasmales vislumbradas durante fuertes descargas de energía. Había gran cantidad de confusión deliberada.
—¿Y los datos?
—Solo confirmaban esos temores. Añadidos a mis propias observaciones, la conclusión era ineludible: estábamos siendo observados. Algo que no era ni humano ni inhibidor nos había seguido hasta Ararat. Puede que incluso estuviera aquí antes que nosotros.
—¿Cómo sabes que no formaban parte de los inhibidores? Sabemos muy poco de ellos.
—Porque sus movimientos sugerían que tenían tanto miedo a los inhibidores como nosotros. Quizás no al mismo nivel, pero se mostraban cautelosos de todas formas.
—¿Quiénes son entonces?
—No lo sé, Escorp. Solo tengo este fragmento. Lo recogimos después de un enfrentamiento en el cual uno de sus vehículos pudo resultar dañado al acercarse demasiado a la batalla. Es un trozo de su nave, Escorp. Lo mismo puede decirse del resto de piezas encontradas en Ararat. Son los restos de naves caídas al mar.
—Entonces, ¿quién las construyó?
—No lo sabemos.
—¿Qué quieren de nosotros?
—Tampoco lo sabemos, solo sabemos que están muy interesados.
—Creo que no me gusta la idea.
—Creo que a mí tampoco. No han contactado con nosotros directamente y todo lo que hacen sugiere que no tienen intenciones de dejarse ver por ahora. Están más avanzados que nosotros, eso está claro. Se esconden en la oscuridad, moviéndose sigilosamente alrededor de los inhibidores, pero logrando sobrevivir. Siguen ahí fuera, cuando nosotros estamos al borde de la extinción.
—Podrían ayudarnos.
—O podrían resultar tan peligrosos como los inhibidores.
Escorpio miró al anciano combinado a la cara, tan enloquecedoramente tranquila a pesar de las enormes implicaciones de su conversación.
—Hablas como si pensaras que nos están juzgando —dijo.
—Me pregunto si será eso exactamente lo que hacen.
—¿Y Aura? ¿Qué dice ella?
—Nunca ha mencionado que haya más partes —dijo Remontoire.
—Quizás sean las sombras, después de todo.
—Entonces, ¿para qué ir a Hela para contactar con ellas? No, Escorp, estas no son las sombras. Son otra cosa, algo que ella, o bien no conoce, o prefiere no decirnos.
—Ahora me estás poniendo nervioso.
—Esa, señor Rosa, era precisamente mi intención. Alguien tenía que saber esto y pensé que deberías ser tú.
—Si ella no sabe nada de ese otro grupo, ¿cómo podemos estar seguros de que el resto de la información es correcta?
—No podemos, esa es la dificultad.
Escorpio pasó un dedo por el fragmento. Estaba frío al tacto, apenas más pesado que el aire que desplazaba.
—Podría hablarle de esto, a ver si recuerda algo.
—O podrías guardarte esta información porque es demasiado peligrosa para contárselo. Recuerda: puede ser algún tipo de desinformación creada por Skade para destruir nuestra confianza en Aura. Si negara conocerlo, ¿volverías a confiar en ella?
—Aun así querría saber los datos —dijo Escorpio.
—Demasiado peligroso. Si te la paso, puede llegar hasta su mente. Es una de los nuestros, Escorp: una combinada. Tendrás que conformarte con esta conversación y el fragmento y tratarlo como un recordatorio. Eso será suficiente, ¿no?
—¿Me estás diciendo que no debería contárselo a ella, nunca?
—No, simplemente estoy diciendo que debes decidirlo por ti mismo y que no debes hacerlo a la ligera. —Remontoire hizo una pausa y luego le ofreció una sonrisa—. Sinceramente, no te envidio. Puede que mucho dependa de ello, ya lo sabes.
Escorpio se guardó el fragmento en el bolsillo.
Hela, 2727
[Ayúdanos, Rashmika] —dijo la voz cuando estaba sola—. [No nos dejes morir con la catedral.]
—Yo no puedo ayudaros. Ni siquiera estoy segura de querer hacerlo.
[Quaiche es inestable] —insistió la voz—. [Nos destruirá porque somos una grieta en la armadura de su fe. No puedes permitir que suceda, Rashmika. Por los tuyos, por el bien de todo tu pueblo, no cometas el mismo error que los scuttlers. No nos cierres la puerta.]
Se revolvió en la empapada almohada, oliendo su propio sudor de días anteriores, absorbido por la tela amarilleada durante noches en vela, atormentada por las voces. Lo único que deseaba era que la voz se callase, lo único que quería era volver a sus convicciones.
—¿Cómo llegasteis aquí? Todavía no me lo has dicho. Si la puerta está cerrada…
[La puerta estuvo abierta brevemente. Durante un período difícil de carencia de virus, Quaiche atravesó una crisis de fe durante la cual comenzó a dudar de su interpretación de las desapariciones. Organizó que se disparase un paquete de instrumentos hacia Haldora, una simple sonda llena de instrumentos electrónicos.]
—¿Y?
[Provocó una respuesta. La sonda cayó en Haldora durante una desaparición, provocando que durara más de lo normal, más de un segundo. En ese lapso de tiempo, Quaiche pudo vislumbrar la maquinaria que los scuttlers construyeron para contactar con nosotros a través del volumen.]
—Y también todos los demás que observaron la desaparición.