—Supongo que debería saludar —dijo Antoinette.
Había algo en una de las manos del Capitán. No lo había visto hasta ahora. El brazo le lanzó el objeto, que describió una grácil parábola en el aire. Con un acto reflejo, levantó la mano para atrapar lo que le había lanzado. Eran un par de anteojos.
—Imagino que quieres que me los ponga —dijo Antoinette.
La negra nave destrozada los esperaba amenazante encima de ellos. Tenía un gran desgarro en un lateral, una herida bordeada por una sustancia negra y cristalina. Escorpio observó en silencio mientras Jaccottet se arrodillaba para examinarla. El pulso de su aliento blanco era tan visible como una columna de vapor contra el destrozado blindaje. Sus dedos enguantados tocaron la sustancia, perfilando su peculiar angularidad. Era un recrecimiento de pequeños dados negros, organizados en estructuras escalonadas.
—Ten cuidado —dijo Khouri—. Creo que reconozco esa cosa.
—Es maquinaria inhibidora —dijo Clavain con un hilo de voz.
—¿Aquí? —preguntó Escorpio. Clavain asintió con gravedad.
—Lobos. Están aquí, ahora, en Ararat. Lo siento, Escorp.
—¿Estás completamente seguro? ¿No podría ser algo extraño que usara Skade?
—Estamos seguros —dijo Khouri—. Thorn y yo tuvimos nuestra ración de esa cosa cerca de Roe, en el último sistema. No la había vuelto a ver tan cerca desde entonces, pero no es algo que se olvide fácilmente. Me dan escalofríos solo con verla de nuevo.
—No parece estar haciendo nada —dijo Jaccottet.
—Está inerte —dijo Clavain—. Tiene que estarlo. Galiana también se tropezó con esto en el espacio profundo. Desgarró su nave, reagrupándose para formar una máquina de ataque. Eliminó a toda su tripulación, sección tras sección, hasta que solo quedó Galiana. Entonces la cogieron también a ella. Creedme, si fuera funcional, ya estaríamos todos muertos.
—O estarían absorbiendo los cerebros para sacar información —dijo Khouri—. Y creedme a mí también, esa no es la mejor opción.
—Todos coincidimos en eso —dijo Clavain.
Escorpio se aproximó al corte profundo después de los demás, asegurándose de que no dejaban su retaguardia desprotegida. La costra negra de maquinaria inhibidora claramente había surgido a través del casco desde el interior, fluyendo hacia fuera bajo presión. Quizás había sucedido antes de que la nave de Skade hubiera llegado a la superficie, después de que la corbeta hubiese sido atacada en el espacio.
Khouri comenzó a deslizarse hacia el negro interior del casco. Clavain alargó el brazo y tocó su manga.
—Yo no me precipitaría —dijo—. Por lo que sabemos, hay maquinaria inhibidora en activo en el interior.
—¿Qué otras opciones tenemos? Desde mi punto de vista, escasean.
—Ninguna de las armas que hemos traído sirven de nada frente a la maquinaria inhibidora —insistió Clavain—. Si esa cosa se despierta, será como intentar apagar un fuego en el monte con una pistola de agua.
—Al menos será rápido —dijo Jaccottet.
—En realidad no será nada rápido —dijo Khouri, y su voz se tiñó de un malicioso placer—, porque probablemente no te dejarán morir. Les viene bien mantenerte vivo mientras te absorben el cerebro. Así que si tienes alguna duda sobre si quieres someterte a eso, sugiero que contengas una ronda tú solo. Si tienes suerte, puedes refrenar a la sustancia negra antes de que alcance el cerebro y secuestre el sistema locomotor. Después de eso estás jodido.
—Si es tan terrible —dijo Jaccottet—, ¿cómo saliste con vida?
—Intervención divina —respondió Khouri—. Pero yo en tu lugar no confiaría mucho en ello.
—Gracias por el consejo —dijo Jaccottet, colocando la mano involuntariamente sobre la pequeña arma en su cinturón.
Escorpio supo qué estaba pensando: ¿sería lo suficientemente rápido llegado el momento? ¿O esperaría demasiado ese fatal instante?
Clavain avanzó con su cuchillo zumbante en la mano.
—Tendremos que confiar en que esta cosa siga latente —dijo.
—Si ha permanecido latente todo este tiempo —dijo Jaccottet—, ¿por qué iba a despertarse ahora?
—Porque somos fuentes de calor —dijo Clavain—. Eso puede que tenga cierta importancia.
Khouri se introdujo en la panza de la destrozada nave. Su linterna alumbró el corte, resaltando los escalonados bordes de la sustancia. Bajo una fina pátina de hielo, la maquinaria brillaba como carbón recién cortado. Donde Jaccottet había pasado los dedos, sin embargo, la superficie era de un negro puro, sin brillo ni lustre alguno.
—Hay más mierda de esta aquí dentro —dijo Khouri—. Se ha extendido por todas partes, como un vómito negro. —La linterna volvió a juguetear por el interior y sus sombras revolotearon por las paredes como ogros acechantes—. Pero no parece estar más activa que la de fuera.
—De todas formas —dijo Clavain—, no lo toques, solo por precaución.
—No pensaba hacerlo —respondió Khouri.
—Vale. ¿Hay algo más?
—La música suena más fuerte. Me llega en ráfagas, como acelerada. Casi puedo reconocerla.
—Yo sí la reconozco —dijo Clavain—. Es Bach,
Preludio y Fuga en C Menor
, si no me equivoco.
Escorpio se volvió hacia el agente de seguridad.
—Quiero que te quedes aquí fuera. No puedo permitirme dejar esta salida desprotegida.
Jaccottet sabía que más le valía no discutir.
Escorpio y Clavain fueron tras Khouri. Clavain iluminó con su linterna el destrozado interior de esa zona de la corbeta, deteniéndose de vez en cuando si alumbraba alguna estructura dañada pero reconocible. La invasión negra parecía una prolífica colonia de hongos que había consumido casi toda la nave. Escorpio se dio cuenta de que el casco estaba hecho añicos y que apenas se mantenía unido. Miró por donde pisaba.
—Son devoradores —dijo Clavain en voz baja, como si a pesar de la música intermitente, tuviese miedo de alertar a la maquinaria—. Les basta un elemento para invadir una nave entera. Luego se lo comen todo, convirtiéndolo sobre la marcha.
—¿De qué están hechos esos pequeños cubos negros? —preguntó Escorpio.
—De casi nada —contestó Clavain—. Simplemente pura fuerza mantenida por un diminuto mecanismo en su interior, como el núcleo de un átomo. Excepto que nunca hemos podido verlo.
—Supongo que lo intentasteis, ¿no?
—Extrajimos algunos elementos cúbicos de la tripulación de Galiana mediante fuerza mecánica, rompiendo los enlaces entre cubos, pero sencillamente encogieron hasta desaparecer, dejando una minúscula pila de polvo gris. Asumimos que eso era la maquinaria, pero para entonces no podía decirnos mucho. La ingeniería inversa no era una opción real.
—Estamos en un buen lío, ¿no? —dijo Escorpio.
—Sí, estamos en un lío —dijo Khouri—. Tienes razón en eso. De hecho, probablemente no nos damos cuenta del problema tan grande en el que estamos. Pero tenéis que entender una cosa: no estamos muertos, no lo estaremos mientras tengamos a Aura.
—¿Crees que con ella cambia tanto la situación? —preguntó Clavain.
—Ella ya ha cambiado las cosas. No habríamos llegado hasta este sistema si no fuera por ella.
—¿Sigues pensando que está aquí? —le preguntó Escorpio.
—Está aquí. Solo que no sé dónde.
—Yo también capto señales —dijo Clavain—. Pero están fraccionadas y confusas. Hay demasiados ecos de los sistemas que medio funcionan en la nave. No sabría decir si son de una fuente o varias.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Escorpio.
Clavain apuntó su linterna hacia la oscuridad. El haz iluminó fabulosas almenas y murallas de cubos negros helados.
—Ahí detrás debe de estar el compartimento del sistema de propulsión —dijo—. No es el lugar más indicado para buscar supervivientes. —Se giró buscando con el haz de su linterna, entornando los ojos ante lo poco familiar que le resultaba todo—. Por aquí, creo. Parece ser la fuente de la música. Cuidado, es muy estrecho.
—¿A dónde vamos? —preguntó Escorpio.
—A la zona habitable y la cubierta de vuelo, suponiendo que reconozcamos algo cuando lleguemos.
—Hace más frío por aquí —observó Khouri.
Se adentraron hacia la zona que había indicado Clavain. Había un hueco más adelante, los restos de un mamparo. El aire parecía que iba a congelarse en cualquier momento. Escorpio miró hacia atrás. Su imaginación le jugaba malas pasadas, conjurando lánguidas ondas y movimientos en el negro alquitrán de la maquinaria de los lobos. Pero en vez de eso, algo se movió delante de ellos. Una sección de sombras se despegó de la pared, negro sobre negro. Khouri la apuntó con su pistola.
—¡No! —gritó Clavain.
Escorpio oyó el chasquido del gatillo del cañón Breitenbach. Se estremeció, preparándose para la descarga de energía. La verdad es que no era la mejor arma para un combate a corta distancia. Pero no pasó nada. Khouri bajó el arma unos centímetros. Había pulsado el gatillo, pero no lo suficiente como para disparar. El cuchillo de Clavain temblaba en su mano como una anguila.
La presencia negra se convirtió en una persona con una armadura de vacío negra. La armadura se movía rígidamente, como si estuviera oxidada. Llevaba un objeto oscuro en una mano. La figura dio otro paso y entonces se desplomó frente a ellos. Golpeó el suelo con un crujido metálico contra el hielo. Cubos negros se astillaron en todas direcciones, cubiertos de escarcha. El arma, o lo que fuese, patinó hasta chocar contra la pared. Escorpio se arrodilló para cogerla.
—Cuidado —dijo Clavain de nuevo.
Las pezuñas de Escorpio agarraron los redondeados contornos del arma combinada. Intentó cerrar la mano alrededor de la empuñadura de forma que pudiera alcanzar al gatillo. Le fue imposible. Las empuñaduras nunca habían sido pensadas para ser utilizadas por cerdos. Enfadado, se la lanzó a Clavain.
—Quizás tú puedas hacer que funcione.
—Tranquilo, Escorp. —Clavain se metió el arma en el bolsillo—. Yo tampoco podría utilizarla, a menos que Skade se haya vuelto muy descuidada con su armamento. Pero al menos podemos mantenerla fuera de su alcance.
Khouri se volvió a colgar del hombro el cañón y se acercó a la resquebrajada armadura de la figura.
—No es Skade —dijo—. Es demasiado grande y la cresta de su casco no es igual. ¿Captas algo, Clavain?
—Nada inteligible —dijo. Detuvo la vibración de la hoja de su cuchillo y lo deslizó en uno de sus bolsillos.
—Quitémosle el casco y veamos quién es, ¿no?
—No podemos perder más tiempo —dijo Escorpio. Clavain empezó a abrir los cierres del casco.
—Esto solo nos llevará un momento.
Las manos de Escorpio estaban entumecidas y su coordinación empezaba a mostrar signos de incapacidad. Sin duda, Clavain sufría los mismos síntomas. Requería gran fuerza y precisión desabrochar el intrincado mecanismo del cierre del casco. Hubo un chasquido y luego un roce de metal contra metal y una exhalación al igualarse la presión. El casco saltó y Clavain lo sujetó entre sus temblorosos dedos. Lo colocó cuidadosamente derecho sobre el hielo.
El rostro de una joven mujer combinada les miraba. Tenía el aspecto pulcramente esculpido de su mentora, pero claramente no era Skade. Su cara era ancha y de rasgos chatos, su piel desprovista de sangre era de color grisáceo. Su cresta neural (el caballete óseo y cartilaginoso para disipar el calor que recorría su cabeza desde la frente a la nuca) era menos extravagante que el que Escorpio recordaba haber visto en Skade y muy probablemente era un indicador menos fiable del estado de su mente. Posiblemente incorporase mecanismos neurales más avanzados con menor carga de disipación de calor. Sus labios eran grises y sus cejas blancas como el cromo puro. Abrió los ojos. Bajo las linternas, sus iris eran de color azul grisáceo metálico.
—Háblame —dijo Clavain.
La mujer tosió y se rió al mismo tiempo. La aparición de una expresión humana en aquella rígida máscara los sorprendió a todos. Khouri se acercó un poco más.
—No capto nada coherente —dijo Khouri.
—Le pasa algo malo —dijo Clavain en voz baja. Luego sujetó la cabeza de la mujer, separándola del hielo.
—Escúchame atentamente. No queremos hacerte daño. Te han herido, pero si nos ayudas, cuidaremos de ti, ¿puedes entenderme?
La mujer volvió a reírse, con un espasmo de deleite que arrugaba su rostro.
—Tú… —comenzó a decir. Clavain se acercó más a ella.
—¿Sí?
—Clavain. Clavain asintió.
—Sí, ese soy yo. —Miró a los demás—. El daño no puede ser muy grave si me recuerda. Estoy seguro de que podremos…
La mujer volvió a hablar.
—Clavain, Carnicero de Tarsis.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—Clavain, tránsfuga, traidor. —Sonrió de nuevo, tosiendo, y entonces escupió en la cara de Clavain—. Traicionó al Nido Madre.
Clavain se limpió la saliva de la cara con el dorso de su guante.
—Yo no traicioné al Nido Madre —dijo con una alarmante carencia de ira—. En realidad fue Skade la que lo traicionó. —La corrigió con paciencia paternalista, como si rectificase alguna interpretación errónea sobre geografía.
Ella se rió de nuevo y volvió a escupir. La potencia del escupitajo sorprendió a Escorpio y alcanzó en un ojo a Clavain, que siseó de dolor.
Clavain se inclinó sobre la mujer, esta vez tapándole la boca con la mano.
—Tendremos que trabajarte un poco, un poquito de reeducación y de reajuste de actitud. Pero no hay problema, tengo todo el tiempo del mundo.
La mujer volvió a toser. Sus ojos color gris titanio eran brillantes y alegres, incluso mientras se ahogaba. Escorpio se dio cuenta de que parecía idiotizada.
El cuerpo de la mujer comenzó a convulsionar. Clavain sujetaba su cabeza mientras con la otra mano seguía tapándole la boca.
—Déjala respirar —ordenó Khouri.
Relajó la presión sobre su boca por un instante. La mujer seguía sonriendo, con los ojos abiertos de par en par, sin pestañear. Algo negro se introdujo entre los dedos de Clavain, infiltrándose entre los huecos como una manifestación demoníaca nauseabunda. Clavain dio un salto, dejando caer la cabeza de la mujer contra el suelo. La sustancia negra brotó de su boca y de su nariz confluyendo en una horrible barba negra que comenzó a tragarse toda la cara.
—Maquinaria viva —dijo Clavain, cayendo de espaldas. Su mano izquierda estaba ya cubierta por hilos de la materia negra. Intentó limpiarse la mano contra el hielo, pero el vómito negro se negaba a soltarse. Los hilos se combinaron para formar una masa coherente, una placa que cubrió sus dedos hasta los nudillos. Estaba compuesta por cientos de cubos más pequeños que los que habían visto antes. Estaban creciendo visiblemente, agrandándose conforme consolidaban su progreso por la mano, avanzando hacia la muñeca en una serie de oleadas convulsivas de cubos que se deslizaban unos sobre otros.