El Desfiladero de la Absolucion (45 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
8.63Mb size Format: txt, pdf, ePub

Quaiche hizo un gesto con la mano.

—No he sido siempre así. Antes podía pasar por un humano de base, moverme entre la sociedad normal sin que nadie se inmutara. Empecé a trabajar para los ultras, igual que tú. La reina Jasmina de la
Ascensión Gnóstica

Heckel ajustó los controles de su pecho y luego exhaló algo incomprensible.

—Dice que Jasmina no tenía muy buena fama, incluso entre los ultras —dijo la intérprete—. Dice que incluso ahora, en ciertos círculos ultras, mencionar su nombre es considerado el colmo del mal gusto.

—No sabía que los ultras fueran capaces de reconocer el concepto de mal gusto —replicó Quaiche maliciosamente.

Heckel resopló algo estridente y tajante.

—Dice que tiene usted mucho que recordar —dijo la intérprete—. También dice que tiene otros asuntos que requieren su atención hoy.

Quaiche manoseó el borde de su manta escarlata.

—Muy bien, entonces. Solo para dejar las cosas claras… ¿estás dispuesto a considerar mi oferta?

La intérprete escuchó a Heckel durante un momento, y luego se dirigió a Quaiche.

—Dice que entiende la lógica del acuerdo de seguridad que has propuesto. Quaiche asintió con entusiasmo, obligando a los espejos a moverse sincrónicamente.

—Por supuesto sería beneficioso para las dos partes. Yo obtendría la protección de una nave como la
Tercera Gasometría
, un seguro contra los elementos ultras menos escrupulosos que todos sabemos existen ahí fuera. Y ofreciéndonos esa seguridad, durante un período fijo pero no indefinido, naturalmente, habrá compensaciones en términos de derechos comerciales, información privilegiada, y ese tipo de cosas. Merecerá la pena para los dos, capitán Heckel. Lo único que tiene que hacer es acercar la
Tercera Gasometría
a Hela y avenirse a unos acuerdos de amistad mutua muy moderados… una pequeña delegación de la catedral en la nave y naturalmente una vuestra en la
Lady Morwenna
. Y entonces tendrán acceso inmediato a las reliquias scuttlers de su elección, antes que cualquiera de sus rivales. —Quaiche miró con desconfianza, como si viera enemigos ocultos en las sombras de la buhardilla—. Y no tendremos que estar constantemente vigilantes.

El capitán entonó su respuesta.

—Dice que entiende los beneficios en términos de derechos comerciales —dijo la intérprete—, pero también desea enfatizar los riesgos que asumiría al acercar su nave a Hela. Menciona el destino que corrió la
Ascensión Gnóstica

—Y yo aquí pensando que era de mal gusto mencionarla. La intérprete lo ignoró.

—Y desea aclarar los términos de esos beneficios comerciales antes de seguir discutiendo el asunto. Desea también especificar un período máximo de duración de la protección y… —hizo una pausa mientras Heckel soltaba una serie de farragosas explicaciones— también desea discutir la exclusión del comercio de ciertas terceras partes que se encuentran actualmente en el sistema o acercándose a él. Las partes excluidas serán las siguientes, aunque podremos incluir más:
Noche Transfigurada, Madonna de las Avispas, Silencio bajo la Nieve

La intérprete continuó hasta que vio la mano levantada de Quaiche.

—Ya discutiremos los detalles a su debido tiempo —dijo Quaiche con el alma en los pies—. Mientras tanto, la catedral necesitará, por supuesto, una inspección técnica en profundidad de la
Tercera Gasometría
para asegurarnos de que la nave no representa ningún riesgo para Hela o sus habitantes…

—El capitán se pregunta si dudas de la valía de su nave —dijo la intérprete.

—En absoluto. ¿Por qué iba a hacerlo? Ha llegado hasta aquí, ¿no? Pero por otro lado, si no tiene nada que ocultar…

—El capitán desea retirarse a su lanzadera para meditar este asunto.

—Por supuesto —dijo Quaiche con una repentina ansiedad, como si nada fuera pedir demasiado—. Esta es una propuesta muy seria que no debe decidirse precipitadamente. Consúltelo con la almohada, háblelo con otras personas, que le den una segunda opinión. ¿Llamo a alguien para que lo acompañe?

—El Capitán sabrá llegar solo a su lanzadera —dijo la intérprete.

Quaiche extendió los dedos a modo de despedida.

—Bien, entonces. Por favor, transmítale mis mejores deseos a su tripulación… y considere mi oferta muy en serio.

El capitán se dio la vuelta mientras sus asistentes continuaban ajustando las válvulas de control y las palancas de su ridícula cafetera. Con gran cantidad de ruidos metálicos rítmicos, comenzó a avanzar hacia la puerta. Su partida fue tan dolorosamente lenta como lo había sido su llegada. El traje parecía incapaz de moverse más de dos centímetros por cada paso.

El capitán se detuvo y trabajosamente se volvió. Los limpiaparabrisas se movieron de un lado a otro. El órgano canturreó otra secuencia de notas.

—Perdón —dijo la intérprete—, pero el Capitán tiene otra pregunta. Cuando se acercaba a la
Lady Morwenna
realizó una excursión no programada debido a problemas técnicos en su lanzadera.

—¿Problemas técnicos? ¡Menuda sorpresa!

—Durante el desvío observó grandes excavaciones al norte del Camino Permanente, cerca de las llanuras de Jarnsaxa. Vio lo que parecía una excavación parcialmente camuflada. Al investigar con el radar de la nave detectó una cavidad de varios kilómetros de largo y al menos un kilómetro de profundidad. Imagina que la excavación está relacionada con el hallazgo de reliquias scuttlers.

—Puede que sí —dijo Quaiche fingiendo un tono desinteresado.

—El capitán está muy extrañado. Admite que no es ningún experto en asuntos de Hela, pero tenía entendido que la mayoría de las reliquias scuttlers habían sido encontradas en las regiones cercanas a los polos.

—Las reliquias scuttlers se encuentran por toda Hela —dijo Quaiche—. Solo que debido a los caprichos de la geografía resultan más fáciles de extraer de las regiones polares. No sé qué excavación es esa que ha visto, o por qué estaba camuflada. La mayoría del trabajo relacionado con las excavaciones está fuera de la administración directa de las iglesias, desgraciadamente. No podemos vigilar a todo el mundo.

—El capitán agradece tu amable respuesta.

Quaiche frunció el ceño para luego convertir su gesto en una sonrisa. ¿Qué era aquello?, ¿sarcasmo?, ¿o es que la intérprete no había entendido adecuadamente las notas? Era una humana de base, como él, el tipo de persona que antes habría podido leer como a un diagrama. Ahora ella y los de su clase, no solo las mujeres, sino casi todo el mundo, estaban más allá de su comprensión instintiva. Observó cómo se marchaban. La estela que el capitán dejaba olía a algo caliente y metálico. Esperó impacientemente a que la habitación se despejase de los vapores nocivos.

Enseguida los golpes del bastón anunciaron la llegada de Grelier. No había permanecido muy lejos, escuchando las negociaciones a través de micrófonos y cámaras ocultos.

—Parece bastante halagüeño —aventuró el inspector general de Sanidad—. No lo han rechazado de primeras y tienen una nave. En mi opinión están deseando cerrar el trato.

—Eso creo yo también —dijo Quaiche. Limpió la condensación de uno de sus espejos, devolviéndole a Haldora su habitual nitidez—. De hecho, una vez desechada la poco convincente palabrería de Heckel, me da la impresión de que necesitan el acuerdo urgentemente. —Le enseñó una hoja de papel que había tenido apretada contra el pecho durante toda la negociación—. Las especificaciones técnicas de su nave de parte de nuestros espías en el enjambre de estacionamiento. No es una lectura muy alentadora. La puñetera nave se cae a trozos. Apenas alcanza los 107 P.

—Déjame ver. —Grelier le echó un vistazo al papel, leyéndolo por encima—. No puedes estar seguro de que esto sea verdad.

—¿No puedo?

—No, los ultras tienen por costumbre minimizar el valor de sus naves, difundiendo a veces información incorrecta a tal efecto. Lo hacen para inspirar una falsa sensación de superioridad en la competencia y para disuadir a los piratas interesados en robar sus naves.

—Pero siempre exageran sus capacidades defensivas —dijo Quaiche, blandiendo un dedo frente al inspector—. En este momento no hay una sola nave en el enjambre que no tenga armamento de todo tipo, incluso si está disfrazado de inocentes sistemas anticolisión. Tienen miedo, Grelier, todos ellos, y todos quieren que sus rivales sepan que tienen los medios suficientes para defenderse. —Le arrebató el papel a Grelier—. ¿Pero esto? Esto es una broma. Necesitan nuestro patrocinio para arreglar la nave primero. Debería ser al revés, si su protección va a ser importante para nosotros.

—Como ya he dicho, cuando se trata de las intenciones de los ultras, no hay que creerse las cosas al pie de la letra.

Quaiche arrugó el papel y lo arrojó al otro lado de la sala.

—El problema es que no puedo leer sus malditas intenciones.

—No se puede esperar que nadie sea capaz de descifrar una monstruosidad como Heckel —dijo Grelier.

—No me refiere solo a él. Me refiero al resto de los ultras, o a los humanos normales que los acompañan, como esa mujer de antes. No sabría decir si estaba siendo sincera o condescendiente, ni mucho menos si creía de verdad en lo que Heckel le pedía que dijese.

Grelier rozó con los labios la empuñadura de su bastón.

—¿Quieres saber mi opinión? Tu valoración de la situación es acertada: ella es únicamente la portavoz de Heckel. Él deseaba desesperadamente cerrar el trato.

—Demasiado desesperadamente —dijo Quaiche.

Grelier golpeó el bastón contra el suelo.

—Olvídate de la
Tercera Gasometría
por ahora. ¿Qué tal la
Alondra
? Los informes de otras fuentes sugieren que tienen muy buen armamento y que el capitán parece dispuesto a negociar.

—Los informes también mencionaban su inestabilidad en el motor de estribor, ¿te saltaste esa parte?

Grelier se encogió de hombros.

—Ni que tuvieran que llevarnos a algún sitio. Para estar en órbita alrededor de Hela, intimidando al resto y con que sus armas sean suficientes para esa tarea, ¿qué mas nos da si la nave no es capaz de partir una vez se haya terminado el acuerdo?

Quaiche movió una mano levemente.

—Para ser sincero, en realidad no me gustó nada el tipo que enviaron aquí. No dejaba de gotear en el suelo. Tardamos dos semanas en librarnos de las manchas. Y la inestabilidad del motor no es el inconveniente más pequeño que pareces dispuesto a asumir. La nave con la que cerremos el acuerdo estará situada a décimas de segundos luz de nuestra superficie, Grelier. No podemos arriesgarnos a que nos explote en la cara.

—Entonces volvemos a la casilla de salida —dijo Grelier con evidente poca consideración—. Hay más ultras que entrevistar, ¿no?

—Los suficientes para mantenerme ocupado, pero siempre vuelvo al mismo problema fundamental: no soy capaz de interpretar a esta gente, Grelier. Mi mente está tan abierta a Haldora que no queda espacio para ninguna otra observación. No soy capaz de entrever sus estrategias y evasivas igual que solía hacer.

—Ya hemos tenido esta conversación antes. Sabes que siempre puedes consultar mi opinión.

—Y eso hago, pero, no te ofendas, Grelier, tú sabes mucho más de sangre y de clonación que de la naturaleza humana.

—Entonces pregúntale a otros. Reúne un consejo consultivo.

—No. —Reconocía que tenía razón Grelier, que ya habían hablado de este tema muchas veces y siempre llegaban a las mismas conclusiones—. Estas negociaciones acerca de la protección son, por su propia naturaleza, extremadamente delicadas. No puedo arriesgarme a una fuga de seguridad hacia otra catedral. —Se acercó a Grelier para que limpiase sus ojos—. Mírame —continuó diciendo mientras el inspector abría el botiquín y preparaba los bastoncillos antisépticos—. Soy un personaje de terror en muchos aspectos, condenado a esta silla, apenas capaz de sobrevivir sin ella. E incluso si tuviera buena salud para abandonarla, seguiría prisionero de la
Lady Morwenna
, atrapado por las líneas de visión de mis amados espejos.

—Voluntariamente —dijo Grelier.

—Ya sabes a lo que me refiero. No me puedo mover entre los ultras igual que ellos se mueven entre nosotros. No puedo subir a bordo de sus naves como hacen otros emisarios ecuménicos.

—Por eso tenemos espías.

—Da igual, me limita. Necesito alguien en quien confiar, Grelier, alguien como yo de joven. Alguien capaz de moverse entre ellos como yo solía hacer. Alguien de quien no se atreverían a sospechar.

—¿Sospechar? —Grelier limpió los ojos de Quaiche con los bastoncillos.

—Quiero decir alguien en quien inmediatamente confíen. Alguien completamente diferente a ti.

—Estate quieto. —Quaiche se retorcía mientras los molestos bastoncillos hurgaban alrededor de sus ojos. Le sorprendía tener aún alguna terminación nerviosa ahí, pero Grelier tenía una infalible capacidad para encontrar las que le quedaban—. Precisamente —dijo Grelier meditabundo—, me ha sucedido algo recientemente que quizás merezca la pena ser mencionado.

—Adelante.

—Ya sabes que me gusta estar al tanto de lo que pasa en Hela, no solo de los asuntos normales de la catedral y el Camino, sino también del mundo exterior, incluyendo las aldeas.

—Ah, sí. Siempre estás a la caza de cepas sin catalogar, informes de nuevas herejías interesantes de los asentamientos Hauk y ese tipo de cosas. Y allí que vas, con tus nuevas y brillantes jeringas, como un buen vampirito.

—No negaré que los asuntos de Transfusiones juegan un pequeño papel en mis intereses, pero además de eso recojo toda clase de chismes interesantes. ¡Estate quieto!

—¡Y tú quítate de mi línea de visión! ¿Qué clase de chismes?

—La penúltima vez que estuve despierto fue durante un período de dos años, hace diez años. Lo recuerdo muy bien: fue la primera vez que tuve que usar este bastón. Hacia el final de aquel período hice un largo viaje al norte, siguiendo las pistas de una cepa descatalogada como acabas de mencionar. A la vuelta viajé con una de las caravanas, abriendo los ojos de par en par —perdona— ante cualquier cosa que me interesase.

—Recuerdo ese viaje —dijo Quaiche—, pero no recuerdo que comentaras nada importante que sucediera durante el trayecto.

—No pasó nada. O al menos no me lo pareció entonces, pero he oído un boletín de noticias hace unos días que me ha recordado algo.

Other books

Fractured by Teri Terry
Dance On My Grave by Aidan Chambers
The Devil's Collector by J. R. Roberts
Give Me Something by Lee, Elizabeth
God Save the Queen! by Dorothy Cannell
Kat's Fall by Shelley Hrdlitschka
Close Out by Todd Strasser
Diving In by Bianca Giovanni