El Desfiladero de la Absolucion (37 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
12.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

Racionalmente, Quaiche sabía que su fe estaba relacionada con el virus de su sangre; pero también sabía que había sido rescatado por un verdadero milagro. Los registros telemétricos de la
Dominatrix
no dejaban lugar a la duda: su señal de emergencia había sido interceptada únicamente gracias a que durante una fracción de segundo Haldora había dejado de existir. Respondiendo a esa señal, la
Dominatrix
había salido a toda prisa hacia Hela, desesperada por salvarlo antes de que se le acabara el aire.

La nave únicamente estaba cumpliendo con su deber, acelerando al máximo para llegar a Hela lo más rápido posible. Los límites de aceleración que habría aplicado si Quaiche hubiera estado a bordo habían sido ignorados, pero la torpe inteligencia de la nave no había tenido en cuenta a Morwenna. Cuando Quaiche se encontró de nuevo a bordo, el sarcófago estaba en silencio. Más tarde, movido por la desesperación, sabiendo en el fondo que Morwenna estaba muerta, había cortado el grueso metal del sarcófago. Había introducido sus manos dentro, acariciando la atroz masa roja, llorando mientras fluía entre sus dedos. Incluso sus partes metálicas habían quedado destrozadas.

Quaiche había sobrevivido, gracias a eso, pero a un precio terrible. Sus opciones, llegados a ese punto, parecían bastante sencillas. Podía encontrar la forma de deshacerse de su fe mediante una terapia de drenaje que barriera todos los restos del virus de su sangre. Entonces podría haber encontrado una explicación racional a lo que le había pasado. Y tendría que aceptar que a pesar de haber sido salvado por lo que parecía ser un milagro, Morwenna, la única mujer a la que había amado de verdad, se había ido para siempre y que había muerto para que él pudiera vivir.

La otra opción, la que finalmente eligió, era la de la aceptación. Se sometería a la fe, reconociendo que había sucedido un verdadero milagro. La presencia del virus podría ser en este caso un mero catalizador que lo había empujado hacia la fe, le había hecho experimentar la presencia sagrada.

Pero en Hela, cuando se estaba quedando sin tiempo, había experimentado emociones más profundas y fuertes que las que el virus había provocado jamás. ¿Podría ser que el virus simplemente lo hiciera más receptivo hacia lo que ya había en él? Esto, por muy artificial que fuera, ¿le había permitido sintonizar con una señal verdadera, aunque débil?

Si ese había sido el caso, entonces todo tenía sentido. El puente significaba algo. Había sido testigo de un milagro, había solicitado la salvación y le había sido concedida. Y la muerte de Morwenna tendría alguna función, inexplicable pero en última instancia justificada, en un plan maestro en el que el propio Quaiche era únicamente una parte diminuta y apenas consciente.

—Tengo que quedarme aquí —le había dicho a Grelier—. Tengo que quedarme en Hela hasta que sepa la respuesta, hasta que me sea revelada.

Eso era lo que había dicho: «revelada». Grelier había sonreído.

—No te puedes quedar aquí.

—Encontraré la forma de hacerlo.

—Ella no te dejará.

Pero Quaiche le hizo entonces una propuesta a Grelier, una que el inspector general de Sanidad no pudo rechazar. La reina Jasmina era una jefa impredecible. Sus estados de ánimo, tras años de servicio, seguían estando en gran parte velados para él. Su relación con ella estaba caracterizada por un intenso miedo a su desaprobación.

—A la larga, te pillará —le había dicho Quaiche—. Es una ultra, no puedes comprenderla, no puedes cuestionarla. Para ella no eres más que un mueble. Tienes una función, pero siempre puedes ser reemplazado. Pero en cambio yo soy un humano de base, igual que tú, un marginado de la sociedad dominante. Ella misma lo dijo: tenemos mucho en común.

—Menos de lo que crees.

—No tenemos que venerarnos —había dicho Quaiche—. Solo tenemos que trabajar juntos.

—¿Qué gano yo con eso? —preguntó Grelier.

—Que yo no le cuente tu secretito, por ejemplo. Ah, sí, lo sé todo. Fue una de las últimas cosas que averiguó Morwenna antes de que Jasmina la metiera en el sarcófago.

Grelier lo miró con atención.

—No sé qué quieres decir con eso.

—Me refiero a la fábrica de cuerpos —había dicho Quaiche—, al problemilla con la oferta y la demanda. No es solo para cumplir con el insaciable gusto de Jasmina por los cuerpos frescos, ¿verdad? También tienes una actividad paralela usando los cuerpos para ti. Te gustan pequeños, poco desarrollados. Los sacas de los tanques antes de que se hagan adultos, a veces incluso antes de que lleguen a la niñez, y les haces cosas. Cosas infames. Luego los vuelves a colocar en los tanques y dices que no son viables.

—No tienen mentes —había replicado Grelier, como si eso excusara sus acciones—. De todas formas, ¿qué me propones exactamente? ¿Chantaje?

—No, solo es un incentivo. Ayúdame a deshacerme de Jasmina, ayúdame con otras cosas, y me aseguraré de que nadie averigüe jamás lo de la fábrica.

—¿Y qué pasa con mis necesidades? —le había dicho Grelier en voz baja.

—Ya pensaremos en algo, si eso es lo que quieres a cambio de trabajar para mí.

—¿Por qué iba a preferirte a ti como superior en lugar de a Jasmina? Estás tan loco como ella.

—Quizás —había contestado Quaiche—. La diferencia es que yo no soy un asesino. Piénsatelo.

Grelier lo hizo y pronto decidió que sus intereses a corto plazo iban más allá de la
Ascensión Gnóstica
. Cooperaría con Quaiche en un futuro inmediato, y luego buscaría con la mayor brevedad posible algo mejor, algo menos sumiso. Y aquí seguía, más de un siglo después. Había infravalorado su propia debilidad hasta un nivel absurdo, ya que entre los ultras, con sus naves llenas de antiguas arquetas de sueño frigorífico, Quaiche había encontrado la manera perfecta de mantener a Grelier a su servicio. Pero Grelier no sabía nada de este futuro al principio de su alianza.

Su primera jugada había sido tramar la caída de Jasmina. Su plan consistía en tres fases, cada una de las cuales tenía que ejecutarse con suma cautela. De haber sido descubiertos, el precio habría sido enorme, pero durante todo ese tiempo (Grelier estaba totalmente convencido de ello ahora), Jasmina nunca sospechó que los antiguos rivales estaban confabulando contra ella.

Sin embargo, eso no significaba que todo saliera conforme a lo planeado. Primero establecieron un campamento en Hela. Había módulos habitacionales, sensores y exploradores de superficie. Algunos ultras habían descendido, pero como de costumbre, su instintivo rechazo por los entornos planetarios los ponía nerviosos y estaban ansiosos por volver a su nave. Grelier y Quaiche, por el contrario, habían encontrado en el campamento el lugar ideal para profundizar en su incómoda alianza. E incluso habían hecho un importante descubrimiento que les ayudaría en su causa. Fue durante uno de sus primeros viajes de exploración fuera de la base, bajo la mirada atenta de Jasmina, cuando habían encontrado las primeras reliquias scuttlers. Ahora, por fin, tenían alguna idea de quién o qué había construido el puente.

La segunda fase de su plan había sido indisponer a Jasmina. Como director de la fábrica de cuerpos, había sido tarea fácil para Grelier. Había manipulado los clones, ralentizando su crecimiento, ocasionándoles más anomalías y defectos. Incapaz de anclarse a la realidad con sus dosis regulares de dolor autoinfligido, Jasmina se había vuelto estrecha de miras. Su criterio se había vuelto deficiente, su noción de la realidad poco clara.

Entonces fue cuando intentaron la tercera fase: la rebelión. Habían pretendido organizar un motín para hacerse con la
Ascensión Gnóstica
. Había ultras (antiguos amigos de Morwenna) que habían mostrado cierta simpatía por Quaiche. Durante su exploración inicial de Hela, Quaiche y Grelier habían encontrado un cuarto centinela totalmente operativo del mismo tipo que los que derribaron la
Hija del Carroñero
. La idea era sacar provecho del mermado juicio de Jasmina para arrastrar a la
Ascensión Gnóstica
hasta el radio de acción del centinela. En circunstancias normales se habría resistido a llevar su nave a una distancia de horas luz de un lugar como Hela, pero el espectáculo del puente y el descubrimiento de las reliquias scuttlers habían anulado sus mejores instintos.

Con el daño que causaría el centinela, superficial en última instancia pero suficiente para provocar el pánico y la confusión entre la tripulación, la nave estaría en su momento óptimo para hacerse con el mando.

Pero no había funcionado. El centinela atacó con mayor potencia de la que Quaiche había imaginado, inflingiendo daños mortales en toda la nave. Quería adueñarse de la nave para su propio beneficio, pero en lugar de eso la nave había estallado en oleadas de explosiones sucesivas desde los puntos de impacto en el casco hasta que el frente de la onda alcanzó los motores combinados. Dos brillantes soles nuevos brillaron en el cielo de Hela. Cuando la luz se apagó, no quedaba nada de Jasmina, ni de la gran abrazadora lumínica que había traído a Quaiche y a Grelier hasta este lugar. Se habían quedado abandonados.

Pero no estaban condenados. Tenían todo lo que necesitaban para sobrevivir en Hela durante años, cortesía del campamento de superficie ya establecido. Habían comenzado a usar los vehículos de exploración. Habían recopilado partes de scuttlers e intentado encajar los extraños fósiles de los alienígenas de forma coherente, aunque siempre fracasaban. Para Quaiche se había convertido en una tarea obsesiva. Sobre su cabeza el enigma de Haldora; bajo sus pies, el exasperante rompecabezas taxonómico de los scuttlers. Se había entregado por completo a ambos misterios, sabiendo que de alguna forma estaban relacionados, sabiendo que al encontrar la respuesta comprendería por qué él se había salvado y Morwenna había sido sacrificada. Creía que los rompecabezas eran pruebas de Dios. También creía que él era el único verdaderamente capaz de resolverlos.

Pasó un año, y luego otro. Circunnavegaron Hela usando los vehículos de exploración hasta tallar un tosco sendero. Con cada vuelta, el camino se definía más. Habían hecho excursiones al norte y al sur, alejándose del ecuador hacia donde había una mayor concentración de reliquias scuttlers. En esos lugares habían excavado y hecho túneles, recopilando más piezas para el puzzle. Sin embargo, siempre regresaban al ecuador para reflexionar sobre lo que habían encontrado.

Y un día del segundo o tercer año, Quaiche se dio cuenta de algo muy importante: tenía que ver otra desaparición.

—Si vuelve a pasar, tengo que verlo —le había dicho a Grelier.

—Pero si vuelve a pasar sin ningún motivo aparente, entonces se demostrará que no fue un milagro.

—No —dijo Quaiche enfáticamente—. Si pasa dos veces, sabré que Dios ha querido mostrármelo de nuevo por alguna razón, que quiere asegurarse de que no existe ninguna duda en mi mente de que algo así haya sucedido con anterioridad.

Grelier decidió seguirle la corriente.

—Pero tienes la telemetría de la
Dominatrix
que confirma que Haldora desapareció. ¿No te basta?

Quaiche despreció este hecho con un gesto de la mano.

—Números en un registro electrónico. No lo vi con mis propios ojos. Es importante para mí.

—Entonces tendrás que mirar a Haldora siempre. —Grelier se corrigió rápidamente—. Quiero decir, hasta que vuelva a desaparecer. Pero ¿durante cuánto tiempo desapareció la última vez?, ¿menos de un segundo?, ¿menos que un parpadeo? ¿Qué pasa si te lo pierdes?

—Durante medio año ni siquiera se ve Haldora —señaló Grelier, moviendo el brazo sobre su cabeza—. Sale y se pone.

—Solo si no lo sigues. Dimos la vuelta completa a Hela en tres meses la primera vez, en menos de dos, la segunda. Sería mucho más fácil todavía viajar muy despacio, al mismo ritmo que Haldora, a tan solo un tercio de metro por segundo. Si mantenemos ese ritmo y seguimos cerca del ecuador, Haldora siempre estará sobre nuestras cabezas. Lo único que cambiará será el paisaje.

Grelier negó con la cabeza, asombrado.

—Ya habías pensado en esto antes.

—No ha sido difícil. Uniremos los vehículos de exploración para hacer una plataforma de observación.

—¿Y no piensas dormir, ni pestañear?

—Tú eres el médico —había dicho Quaiche—, averigua cómo hacerlo.

Y eso hizo. El sueño desaparecía con drogas y neurocirugía, acompañadas de un poco de diálisis para eliminar las toxinas provocadas por el cansancio. También se encargó del pestañeo.

—En realidad es bastante irónico —comentó Grelier a Quaiche—. Esto es igual que la amenaza de Jasmina de meterte en el sarcófago, sin dormir y con una visión única de la realidad y ahora lo aceptas de buen grado.

—Las cosas cambian —había respondido Quaiche.

Ahora, de pie en la buhardilla, los años se condensaban. Para Grelier el tiempo había transcurrido en una serie de episodios, ya que únicamente era despertado de su sueño frigorífico cuando Quaiche lo necesitaba urgentemente. Recordaba la primera circunnavegación lenta, al ritmo de Haldora, con los vehículos atados como una balsa. Un año o dos más tarde llegó otra nave. Eran ultras atraídos por el débil resplandor de energía de la moribunda
Ascensión Gnóstica
. Tenían curiosidad y naturalmente cautela. Dejaron sus naves a una distancia segura y enviaron a emisarios en vehículos prescindibles. Quaiche intercambió con ellos piezas de repuesto y servicios a cambio de reliquias scuttlers.

Una década o dos más tarde, siguiendo los intercambios comerciales con la primera nave, llegó otra. Eran igualmente precavidos y estaban igualmente deseosos de comerciar. Las reliquias scuttlers eran exactamente lo que el mercado demandaba. Y esta vez la nave estaba dispuesta a ofrecer mucho más que piezas: llevaba durmientes en su panza, emigrantes de una colonia que ni Quaiche ni Grelier habían oído nombrar antes. El misterio de Hela, los rumores del milagro, los habían atraído desde años luz de distancia. Quaiche tuvo así sus primeros discípulos.

Miles más fueron llegando. Decenas de miles, luego cientos. Para los ultras, Hela era ahora una escala lucrativa en la amplia y frágil red del comercio interestelar. Los mundos centrales, los antiguos lugares de comercio estaban ahora fuera de su alcance, afectados por la plaga y la guerra. Últimamente, quizás, también por algo peor que cualquiera de las dos. Era difícil de explicar. Muy pocas naves llegaban hasta Hela desde esos lugares. Cuando lo hacían, traían historias confusas acerca de cosas que surgían del espacio interestelar, cosas ferozmente mecánicas, implacables y viejas, que destrozaban los mundos, saciándose de vida orgánica, aunque ellos no estaban más vivos que un reloj o una balanza. Los que llegaban a Hela ahora no solo lo hacían para presenciar las desapariciones milagrosas, sino porque creían que el fin de los tiempos estaba cerca, y que Hela era un lugar culminante, un lugar para el último peregrinaje.

Other books

Just a Little Crush (Crush #1) by Renita Pizzitola
A Book of Ruth by Sandy Wakefield
Just Once by Jill Marie Landis
Seduced By My Doms BN by Jenna Jacob
The Corpse Wore Cashmere by Sylvia Rochester
The Zap Gun by Philip K. Dick