El Desfiladero de la Absolucion (32 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
13.5Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Eso no es ninguna novedad para mí —dijo Valensin.

—Entonces piensa en las implicaciones. ¿Qué pasaría si hubiera de verdad una guerra ahí fuera, un conflicto circunsolar con todo tipo de armas y contraataques? Habría gran cantidad de ruido electromagnético, mucho más poderoso que las señales normales de los combinados. Mis implantes puede que estén captando señales que no sé interpretar correctamente y proporcionando patrones semiinteligibles a mi cerebro de carne. La carne hace todo lo posible para entender el embrollo y termina por inventar formas y caras en el cielo.

—Me contó que había estado viendo cosas —dijo Escorpio.

—Figuras, señales y augurios —dijo Clavain—. Empezaron hace dos o tres meses. Khouri dice que la flota llegó hace nueve semanas. Eso es demasiada coincidencia en mi opinión. Creía que quizás me estaba volviendo loco, pero parece que simplemente estaba captando rumores de la guerra.

—Como el buen soldado que siempre has sido —dijo Escorpio.

—Eso quiere decir que me inclino a tomar a Khouri en serio —dijo Clavain—. Sin importarme lo extraña que parezca su historia.

—¿Incluso la parte acerca de Skade? —preguntó Valensin. Clavain se rascó la barba. Sus ojos estaban entornados, casi cerrados, como si estuviera imaginándose un amplio espectro de posibilidades.

—Especialmente la parte sobre Skade —le contestó.

Hela, 2727

Rashmika miró hacia el frente. Ya casi había llegado a la otra máquina. A lo lejos podía ver figuras con trajes moviéndose de un lado a otro, pasando de una pasarela a otra. Las grúas oscilaban, cargadas de palés con equipos pesados. Los sirvientes se movían con el impasible deslizamiento lubricado de un autómata de cuerda. La gran máquina que era la suma de varias piezas que formaban la caravana, necesitaba un mantenimiento constante. Rashmika imaginaba que era algo así como una catedral en microcosmos.

Llegó finalmente al suelo del otro vehículo, relativamente firme. El movimiento de este dependía de patas en lugar de ruedas, así que en lugar de un monótono ruido sordo, la superficie de metal bajo sus pies resonaba con ritmo lento en una serie de acompasadas percusiones cada vez que el pie mecánico con pistones golpeaba el hielo. El espacio que acababa de atravesar parecía ahora sin importancia, apenas unos metros, pero sabía que la vuelta sería igualmente inquietante.

Miró alrededor. Había algo completamente diferente en la disposición de este tejado: estaba más ordenado, no tenía la misma acumulación mecánica del otro. Las pocas cajas de equipamiento estaban apiladas ordenadamente alrededor del borde del tejado, así como los conductos y cables eléctricos.

Ocupando gran parte de la zona central, había una superficie inclinada en ángulo con respecto al tejado al que se sujetaba mediante pistones. La había visto cuando se acercaron en el icejammer de Crozet y también había visto algo parecido en su aldea: un conjunto de paneles solares que formaban parte del suministro de energía de reserva en caso de que los generadores principales fallaran. El conjunto era un preciso mosaico de pequeñas células fotovoltaicas cuadradas que brillaban como lentejuelas de color esmeralda al captar la luz. Pero aquí no se trataba de células, sino que la superficie estaba cubierta por hileras de objetos cruciformes. Rashmika los contó: había treinta y seis cruces, colocadas seis a lo largo y seis a lo alto, y cada una de las cruces era más o menos del tamaño de una persona.

Se acercó, consternada. De verdad había gente atada con grilletes en las muñecas a los paneles y con los talones apoyados en pequeñas plataformas. Por lo que podía ver desde allí, parecían vestir todos iguales. Cada uno llevaba una túnica hasta los pies con capucha en un color marrón chocolate, ceñida en la cintura por una cuerda blanca trenzada. La cogulla de cada capucha enmarcaba la curvada visera de los trajes de vacío. No vio ninguna cara, solo el reflejo distorsionado del paisaje que se deslizaba lentamente, con ella como parte insignificante del mismo.

Miraban hacia Haldora. Ahora lo veía claro: la inclinación de la plataforma era la exacta para observar la salida del planeta. Conforme la caravana se acercaba al Camino y a las catedrales que lo controlaban, la plataforma iría acercándose a la horizontal, hasta que los treinta y seis observadores estuvieran tumbados de espaldas, mirando hacia el cénit del planeta.

Cayó en la cuenta de que eran peregrinos. Habían sido recogidos por la caravana durante su desvío de los asentamientos del ecuador. Había sido una tonta al no darse cuenta de que debía haber alguno a bordo durante el trayecto. Había muchas probabilidades de que alguno de ellos proviniese de las tierras baldías, incluso de su aldea.

Los miró, preguntándose si percibían su presencia. Esperaba que su atención estuviese completamente dedicada a Haldora y que no reparasen en ella. Al fin y al cabo, ese era el motivo por el que estaban allí, medio crucificados, atados a una plancha metálica, obligados a contemplar la cara de un planeta al que consideraban milagroso.

Lo que encontraba más inquietante era la velocidad con la que esos peregrinos llevaban su fe hasta este límite. Era probable que hubieran salido de sus hogares tan solo hacía algunas semanas. Hasta entonces no habrían tenido más remedio que actuar como miembros normales de una comunidad secular. Se respetaban sus creencias, pero las obligaciones ineludibles de la vida cotidiana en las tierras baldías impedían llevar las prácticas religiosas tan lejos. Tendrían que encajar en familias y unidades de trabajo y sonreír con los chistes de sus colegas. Pero aquí, ahora, eran libres. Probablemente ya tendrían sangre quaicheista en las venas.

Rashmika miró hacia atrás, a la sinuosa hilera de la caravana. Había otras superficies inclinadas. Suponiendo que cada una acogía a más o menos el mismo número de peregrinos, fácilmente podía haber doscientos tan solo en esta caravana. Y en Hela siempre había varias caravanas en movimiento, por lo que el número de peregrinos hacia el reluciente Camino ascendía a miles, siendo otros miles los que hacían el viaje a pie, con un agonizante paso tras otro.

La inutilidad de todo el proceso, la mera y absurda pérdida de tiempo en una corta vida humana, la hizo sentirse indignada, moralmente superior y llena de rabia. Deseaba trepar a las plataformas para arrancar ella misma a uno de los peregrinos y alejarlo de la visión que los dejaba paralizados, rasgarles la capucha sobre sus cascos, pegar su cara contra el visor vacío e intentar contactar con lo que quedara de humanidad marchita, antes de que fuera demasiado tarde. Quería tirarles una piedra contra la visera, haciendo añicos su fe en un instante de aniquiladora descompresión.

Y aun así sabía que su ira se equivocaba completamente de culpable. Sabía que únicamente detestaba y despreciaba a esos peregrinos por lo que se temía que le había pasado a Harbin. No podía destruir las iglesias, así que en vez de eso se conformaba con arremeter contra los pobres inocentes que eran arrastrados hacia ellas. Tras admitir estos sentimientos experimentó una especie de repulsión colateral hacia sí misma. No recordaba haber sentido nunca un odio de tal intensidad. Era como la aguja de un compás oscilando dentro de ella, buscando una dirección en la que asentarse. Descubrir que albergaba tales sentimientos le produjo miedo y sobrecogimiento al mismo tiempo.

Rashmika se impuso cierta calma. Durante todo el tiempo que los había estado observando, las figuras no se habían movido. Sus túnicas marrones colgaban sobre los trajes con quietud reverencial, como si los diferentes pliegues de la tela hubieran sido tallados en el granito más duro por expertos artesanos. Sus caras de espejo continuaban reflejando el lento transcurrir del paisaje. Quizás era un acto de bondad que no pudiera ver las caras tras el cristal. Se alejó de ellos y comenzó a realizar el camino de vuelta hacia el puente.

16

Ararat, 2675

La lanzadera se detuvo, planeando unos metros sobre el agua. El equipo de rescate reunido en la bodega trasera esperaba a la primera barca que, todavía atada a la lanzadera, era bajada lentamente hasta la superficie del agua. El mar era inmenso y oscuro a su alrededor. Estaba en calma excepto en la zona inmediatamente debajo de la huella térmica de la lanzadera. No hacía viento ni había indicios de actividad malabarista inusual. Las corrientes marinas de esa zona estaban en su habitual marea menguante. El iceberg apenas debía haberse movido entre las actualizaciones de la red de mapas.

Una vez la barca se hubo estabilizado, los tres primeros miembros del equipo fueron bajados uno a uno hasta la cubierta. Escorpio bajó primero, seguido por un oficial de Seguridad Armada llamado Jaccottet y con Khouri completando el trío. Provisiones, armas y equipo fueron bajados en arañadas cajas metálicas y rápidamente guardadas en las escotillas impermeables a los lados de la barca. Lo último en bajar fue la incubadora portátil, una caja transparente con la base opaca y asas para su transporte que portaban con extremo cuidado, casi como si ya llevara un bebé dentro.

La primera barca pudo ser entonces desenganchada, permitiendo que Escorpio la alejara de la lanzadera. El ronroneo del motor eléctrico se abrió paso a través del rugido de esta. Entonces bajaron la segunda barca y esperaron a que se estabilizase. Vasko observaba atentamente mientras otro oficial de la Seguridad Armada, una mujer llamada Urton, bajaba hasta la barca, seguida por Clavain. El anciano se tambaleaba en un primer momento, pero pronto encontró el equilibrio. Entonces llegó el turno de Vasko, ayudado por Blood. Vasko esperaba que el otro cerdo los acompañara en la operación, pero Escorpio le había ordenado que regresase a Primer Campamento para ocuparse de todo por allí. La única concesión de Escorpio había sido permitirle acompañarlos hasta allí, para ayudar a cargar las barcas.

Las últimas cajas con el equipo fueron bajadas, provocando que la barca se hundiese preocupantemente un poco más en el agua. En el momento en el que fue desenganchada, la oficial de seguridad arrancó a toda velocidad para reunirse con Escorpio. Los cascos se rozaron con un chirrido, seguido por unos minutos de actividad en voz baja mientras transferían la carga de una barca a la otra hasta que estuvieron igualadas en peso.

—¿Estás preparado para esto? —preguntó Urton a Vasko—. Todavía no es demasiado tarde para arrepentirte.

Le había estado dando la lata desde el momento en el que se conocieron, durante la planificación de la misión, en la
Nostalgia por el Infinito
. Apenas se habían visto antes. Para Vasko ella era solo otra oficial armada, al igual que Jaccottet, con unos años de experiencia más que él.

—Parece que te molesta que esté en esta misión —le dijo lo más tranquilo que pudo—. ¿Es algo personal?

—Los demás nos hemos ganado el derecho a estar aquí —contestó ella—. Eso es todo.

—¿Y crees que yo no?

—Tú le has hecho un pequeño favor al cerdo —dijo manteniendo la voz baja—, y por eso has terminado envuelto en algo que te supera. Eso no quiere decir que automáticamente te hayas ganado mi eterno respeto.

—No me interesa tu respeto —dijo Vasko—. Lo que me interesa es tu cooperación profesional.

—No te preocupes por eso —dijo Urton.

Vasko iba a decir algo más, pero ella ya se había dado la vuelta, apalancando un pesado cañón Breitenbach en los anclajes fijados en el lateral de la barca. No sabía qué le había hecho para ganarse su hostilidad. ¿Era solo por ser más joven e inexperto? Resopló y se puso a echar una mano comprobando y guardando el equipo. No era un trabajo agradable: todos los aparejos delicados, las armas, los aparatos de navegación y comunicación, habían sido cubiertos por una asquerosa capa protectora opaca de ungüento gris de consistencia mocosa que se pegaba a las manos formando hilos pegajosos. Maldiciendo en voz baja y limpiándose la porquería en las rodillas, casi no se dio cuenta de que la lanzadera se había ido, dejándolos solos en el mar.

Se deslizaron sobre kilómetros de aguas tranquilas como un espejo. La cubierta de nubes se había abierto en algunas zonas, abriendo ventanas deshilachadas en el intenso cielo negro. Ahora se veían estrellas, pero era una de esas noches poco frecuentes en las que las lunas de Ararat estaban sobre el horizonte. Las linternas les proporcionaban la única iluminación existente. Las barcas se mantenían a unos pocos metros entre ellas. Avanzaban en paralelo. El ruido de los motores no era tan fuerte como para impedir la conversación. Vasko había decidido desde el principio que lo mejor que podía hacer (habiéndose ganado aparentemente la reticente aprobación de Clavain) era hablar lo menos posible. Además, tenía mucho en lo que pensar. Se sentó en la parte de atrás de la segunda barca, en cuclillas junto a la borda, cargando y descargando un arma de forma mecánica, grabando a fuego los movimientos en la memoria de los músculos de sus manos de forma que lo hicieran sin pensar en caso de necesidad. Por enésima vez desde que partieron se preguntó si llegarían a entablar combate. Quizás todo resultaría un tremendo malentendido y nada más, aunque en el fondo pensaba que eso era poco probable.

Todos habían leído el testimonio de Khouri y habían estado presentes en los interrogatorios. Vasko no había entendido gran cosa de lo que hablaban, pero conforme el tema y las preguntas avanzaban, se había ido formando una idea más precisa. Tenía claro que Ana Khouri había regresado de la matriz computacional de la estrella de neutrones Hades con Thorn muerto y con un bebé en su vientre. Ya desde ese momento supo lo que Aura significaba, que el feto no era simplemente su bebé, sino un agente de las antiguas mentes (humanas y alienígenas) atrapadas en el santuario de la matriz de Hades. Aura era un regalo para la humanidad. Su mente estaba cargada de información capaz de influir en la guerra contra los inhibidores. En el caso de Sylveste, y era muy probable que llevara parte de sus recuerdos además de sus conocimientos, era un acto de expiación.

Khouri supo también que tendrían que acceder a la información de Aura con la mayor rapidez posible si querían aprovecharla. No tenían tiempo para esperar a que naciese, y mucho menos a que creciese y fuese capaz de hablar. Con la autorización de Khouri, Remontoire introdujo grupos de aparatos quirúrgicos por control remoto en las cabezas de la madre y el feto mientras Aura estaba aún dentro del útero de Khouri. Los drones establecieron implantes combinados tanto en Aura como en Khouri, permitiendo que compartiesen pensamientos y experiencias. Khouri se convirtió en la voz y los ojos de Aura. Soñaba los sueños de Aura, dispuesta o no a aceptar dónde terminaba Aura y dónde empezaba ella. Los pensamientos de su hija se filtraban hacia los suyos, inundándolos hasta tal punto que no existía ninguna división perceptible.

Other books

Bound to the Abyss by Vernon, James
A Very Special Delivery by Linda Goodnight
LifeoftheParty by Trudy Doyle
The Doll’s House by Evelyn Anthony
The Roses Underneath by Yetmen, C.F.
Sunset to Sunrise by Trina M. Lee
The River Maid by Gemma Holden