El Desfiladero de la Absolucion (27 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—¿No quieres saber mi nombre? —preguntó el hombre.

—No a menos que desee decírmelo.

—Pero tienes curiosidad, ¿no?

—Me dijeron que llegaría un visitante. Eso es todo lo que necesito saber. El hombre sonrió.

—Esa es una política muy sabia. Puedes llamarme Grelier. El cuestor inclinó la cabeza. Había habido un Grelier involucrado en la historia de Hela desde los primeros días del asentamiento, tras el avistamiento la primera desaparición de Haldora. Asumió que la familia Grelier había continuado jugando un papel importante en la Iglesia desde entonces, a través de las generaciones.

—Es un placer tenerle a bordo de la caravana, señor Grelier.

—No estaré aquí mucho tiempo. Solo quería, como he dicho antes, decirle unas palabras. —Paró de alimentar a Peppermint, dejando caer el resto de semillas en el suelo. Entonces se inclinó y cogió el maletín colocándolo en su regazo. Peppermint comenzó a limpiarse, haciendo movimientos que imitaban el rezo—. ¿Ha subido alguien recientemente a la caravana, cuestor?

—Siempre hay gente subiendo y bajando.

—Me refiero en los últimos días.

—Pues creo que un tal Crozet.

El hombre asintió y abrió el maletín. El cuestor pudo ver que se trataba de un equipo médico, lleno de jeringas, alineadas las unas junto a las otras como soldaditos de cabeza puntiaguda.

—Háblame de Crozet.

—Es uno de los comerciantes habituales. Se gana la vida en la región de Vigrid, es muy reservado. Su mujer se llama Linxe y su hijo Culver.

—¿Están aquí ahora? He visto un icejammer atado a la caravana cuando he llegado.

—Sí, es el suyo —dijo el cuestor.

—¿Viene alguien más con ellos?

—Solo una chica.

El hombre arqueó las cejas. Al igual que su pelo, eran del color de la nieve bajo la luz de la luna.

—¿Chica? Has dicho que tenía un hijo, no una hija.

—Viaja con ellos. No es de la familia, más bien una autoestopista. Se llama… —El cuestor simuló buscar en su memoria—. Rashmika, Rashmika Els. Dieciséis o diecisiete años estándar.

—Le has echado el ojo, ¿no?

—Me causó buena impresión. No tenía más remedio que causar impresión. —Las manos del cuestor parecían una bola de anguilas frotándose unas contra otras—. Tiene una seguridad, una determinación que no se ve con frecuencia, especialmente en alguien de su edad. Parecía tener una misión.

El hombre alcanzó una jeringa vacía del maletín.

—¿Cuál es su relación con Crozet? ¿Todo en regla?

—Por lo que sé, es solo su pasajera.

—¿No has oído el informe sobre una persona desaparecida? ¿Una chica que se ha escapado de su casa en las tierras baldías de Vigrid? La policía local la busca por un posible sabotaje.

—¿Es ella? Me temo que no había atado cabos.

—Me alegro de que no lo hicieras. —Levantó la jeringa hacia la luz, dejando ver su cara deformada a través del cristal—. O quizás la hubieras enviado de vuelta por donde vino.

—¿Y eso no hubiera estado bien?

—Preferimos que esté en la caravana por ahora. Nos interesa, ¿sabes? Acércame tu brazo.

El cuestor se enrolló la manga y extendió el brazo sobre la mesa. Peppermint lo miró, deteniéndose en sus abluciones. El cuestor no pudo negarse. La orden había sido emitida con tanta tranquilidad que no había posibilidad de desobedecerla. La jeringa estaba vacía: había venido a sacarle sangre, no a inyectársela. El cuestor intentó mantener la calma.

—¿Por qué tiene que quedarse en la caravana?

—Para que llegue a donde debe llegar. —Grelier introdujo la aguja—. ¿Ha habido alguna queja del departamento de adquisiciones, cuestor?

—¿Quejas?

—Sobre Crozet. Sobre que ha estado sacando un poco más por su cacharrería scuttler de lo normal.

—Los rumores habituales.

—Esta vez puede que tengan razón. ¿Estaba la chica en las negociaciones?

El cuestor se dio cuenta de que su interrogador ya sabía las respuestas de casi todas las preguntas que le hacía. Observó cómo se llenaba la jeringa con su sangre.

—Parecía tener curiosidad —dijo—. La chica está interesada en las reliquias scuttlers. Se cree una especie de erudita. No vi ningún problema en que se quedara. Además fue decisión de Crozet, no mía.

—Estoy seguro de ello. La chica tiene un don, cuestor. Un regalo de Dios: sabe detectar cuándo alguien miente. Lee las microexpresiones del rostro humano, las señales subliminales que la mayoría ni apreciamos. A ella le gritan, como grandes letras de neón.

—No entiendo… Extrajo la jeringa.

—La chica lee los rostros de tus negociadores de adquisiciones, viendo si es verdad que habían llegado a su oferta máxima y le envía señales a Crozet.

—¿Cómo lo sabe?

—Estaba esperando que apareciese. He estado oyendo las señales que me han traído hasta esta caravana.

—Pero si solo es una cría.

—Juana de Arco era solo una niña y mira el sangriento lío que organizó. —Colocó una tirita en el brazo del cuestor y luego introdujo la jeringa en un hueco especial en el lateral del maletín. La sangre se vaciaba conforme un pistón mecánico empujaba el émbolo. El maletín zumbó y la engulló.

—Si quiere verla… —comenzó a decir el cuestor.

—No, no quiero verla. Todavía no, al menos. Lo que quiero es que no la pierdas de vista hasta que llegues al Camino. No debe regresar con Crozet. Tu trabajo es garantizar que se queda a bordo de la caravana.

El cuestor se bajó la manga.

—Haré todo lo posible.

—Harás más que eso. —Con el maletín aún en su regazo, alargó el brazo y cogió a Peppermint, sujetando a la rígida criatura con su mano enguantada por su traje de vacío. Con la otra mano, agarró una de las patas delanteras de Peppermint y tiró de ella. La criatura se retorció frenéticamente, emitiendo un silbido estridente.

—Oh —dijo Grelier—. Vaya lo que he hecho.

—¡No! —exclamó el cuestor, paralizado por la conmoción. Grelier volvió a dejar al torturado animal en la mesa y tiró la pata amputada al suelo.

—Solo es una pata. Todavía le quedan más. —La cola de Peppermint se retorcía en latigazos agónicos—. Ahora vayamos al grano —dijo Grelier, sacando de un bolsillo de su traje un pequeño tubo. El cuestor se estremeció, aún con un ojo puesto en su mascota mutilada. Grelier empujó el tubo por la mesa—. La chica es un problema —dijo—. Puede ser potencialmente útil al deán, aunque él no lo sepa todavía.

El cuestor hizo un esfuerzo por recuperar la voz.

—¿De verdad conoce al deán?

—Más o menos.

—Entonces, ¿sabe si está vivo?

—Está vivo, simplemente no sale muy a menudo de la Torre del Reloj. —Grelier volvió a mirar a Peppermint—. ¿No haces demasiadas preguntas para ser jefe de caravana?

—Lo siento.

—Abre el tubo.

El cuestor hizo lo que le decían. Dentro, enrollados, había dos papeles. Los sacó suavemente y los estiró en la mesa. Uno era una carta. El otro contenía una serie de símbolos crípticos.

—No sé qué se supone que debo hacer con esto.

—No pasa nada, yo te lo diré. La carta la guardas aquí. Los símbolos, incluyendo el tubo, se los das a un hombre llamado Pietr.

—No conozco a nadie llamado Pietr.

—Pues deberías. Es un peregrino que ya está a bordo de tu caravana. Un poquitín inestable.

—¿Inestable?

Ignorándolo, Grelier le dio golpecitos al maletín, que seguía zumbando y gorgoteando solo mientras analizaba la sangre del cuestor.

—La mayoría de las cepas de virus en circulación no son especialmente peligrosas. Inducen sentimientos religiosos o visiones, pero no interfieren con la autoconciencia del anfitrión. El que tiene Pietr es diferente. Lo llamamos DEUX-X. Es una extraña mutación del virus doctrinal original que hemos intentado controlar. Este virus lo coloca en el centro de su propio cosmos. No siempre se da cuenta de ello, pero el virus está alterando tanto su sentido de la realidad, que lo convierte en su propio Dios. Lo empuja hacia el Camino, hacia una u otra de las iglesias ortodoxas, pero siempre se siente en conflicto con la doctrina convencional. Va de una secta a otra, siempre sintiéndose al borde de la iluminación. Sus decisiones serán cada vez más extremas, arrastrándolo hacia manifestaciones cada vez más extrañas de la adoración a Haldora, como los observadores.

El cuestor no había oído hablar nunca de DEUX-X, pero el tipo religioso que describía Grelier le resultaba familiar. Normalmente eran hombres jóvenes, por lo general muy serios y sin sentido del humor. Ya había algo en sus cerebros que el virus potenciaba.

—¿Y qué tiene él que ver con la chica?

—Nada todavía. Solo quiero que tenga el tubo y el papel. Para él ya tiene un significado, aunque nunca haya visto los símbolos escritos de forma tan precisa. Para él será como encontrar unas escrituras iluminadas cuando antes lo único que tenía eran arañazos en una piedra.

El cuestor examinó de nuevo el papel. Ahora que lo miraba con más detenimiento, le pareció que había visto esos símbolos antes.

—¿La desaparición perdida? —preguntó—. Creía que eran cuentos de viejas.

—No importa si son cuentos de viejas o no. Es una de las creencias marginales con las que Pietr ya ha entrado en contacto. Él lo reconocerá y lo incitará a actuar. —Grelier estudió al cuestor cuidadosamente, como si midiera su fiabilidad—. He infiltrado a un espía entre los observadores. Le mencionará a Pietr algo acerca de una chica con una cruzada, algo sobre una predicción: una niña nacida en el hielo, destinada a cambiar el mundo.

—¿Rashmika?

Grelier imitó una pistola con la mano, apuntó al cuestor y emitió un chasquido.

—Lo único que tienes que hacer es reunirlos. Haz que ella visite a los observadores y Pietr se encargará del resto. No se resistirá a transmitirle lo que sabe.

El cuestor frunció el ceño.

—¿Ella debe ver los símbolos?

—Ella lo que necesita es un motivo para reunirse con el deán. La otra carta lo propiciará. Está relacionada con su hermano, pero quizás no baste. Ella está interesada en los scuttlers, así que la desaparición perdida despertará su curiosidad y tendrá que seguirla hasta el final, por mucho que sus instintos le digan que debe alejarse de las catedrales.

—Pero ¿por qué no le damos el tubo ahora directamente a ella? ¿Por qué necesitamos esta engorrosa farsa con los observadores?

Grelier volvió a mirar a Peppermint.

—Tú no aprendes, ¿verdad?

—Lo siento, yo solo…

—La chica es extraordinariamente difícil de manipular. Puede detectar una mentira al instante, a menos que el mentiroso sea completamente sincero. Hay que manejarla a través de un intermediario de creencias incuestionables —Grelier hizo una pausa—. De todas formas, necesito conocer sus limitaciones. Cuando la haya estudiado desde la distancia, la abordaré directamente. Pero hasta entonces quiero dirigirla a distancia. Tú también serás un intermediario y a la vez una prueba para su habilidad.

—¿Y la carta?

—Dásela en persona. Dile que te llegó a través de un correo secreto y que no sabes nada más. Obsérvala con atención e infórmame de su reacción.

—¿Y qué pasa si hace demasiadas preguntas? Grelier sonrió indulgentemente.

—Prueba a contarle una mentira.

Sonó una musiquilla del maletín médico: el análisis estaba terminado. Grelier le dio la vuelta para que el cuestor pudiera ver los resultados. En el interior de la tapa había histogramas y gráficos circulares.

—¿Todo bien? —preguntó el cuestor.

—Nada por lo que debas preocuparte —contestó Grelier.

A través de las cámaras privadas el cuestor observó cómo la nave rojo rubí despegaba de la caravana y giraba con un golpe de propulsión que arrojó sombras crueles en el paisaje.

—Lo siento, Peppermint —dijo.

La criatura intentaba limpiarse trabajosamente la cara con la pata que le quedaba, moviéndola como un limpiaparabrisas roto. Miraba al cuestor con sus ojos color zarzamora que no estaban tan faltos de entendimiento como hubiera deseado.

—Si no hago lo que dice, volverá. Pero lo que quiera que vaya a hacer con esa chica no está bien. Lo presiento, ¿tú no? No me gusta nada. Sabía que traería problemas desde que lo vi aterrizar.

El cuestor volvió a estirar la carta. Era breve, escrita con una letra clara pero infantil. Era de alguien llamado Harbin para alguien llamado Rashmika.

Ararat, 2675

El vuelo hasta la
Nostalgia por el Infinito
tan solo duró diez minutos, la mayoría en la fase final de acoplamiento, al tener que hacer cola tras los transportes que habían llegado antes. Había varias entradas en la nave con forma de torre, aperturas como cuevas perfectamente rectangulares a los lados de la espiral. La más elevada se encontraba a más de dos kilómetros sobre la superficie del mar. En el espacio habría habido atraques para las pequeñas naves de servicio o esclusas mayores que permitían el acceso hasta las cavernosas cámaras internas de la nave.

Escorpio nunca había disfrutado realmente de los viajes a la
Nostalgia
, bajo ninguna circunstancia. En realidad, la nave le horrorizaba. Era una perversión, una mutación retorcida de lo que una creación mecánica debería ser. No tenía ni un pelo de supersticioso en su cuerpo, pero siempre tenía la sensación de entrar en un lugar maldito o poseído. Lo que en realidad le molestaba era que él sabía que esta sensación no era del todo falsa. La nave estaba verdaderamente maldita en el sentido de que todo su tejido estructural había sido fundido inseparablemente con la psique residual de su anterior capitán. En la época en la que la Plaga de Fusión había perdido parte de su horror, el destino del capitán era un recordatorio atroz de lo que había sido capaz de hacer.

La lanzadera dejó a los pasajeros en la plataforma e inmediatamente después regresó al cielo para otro encargo urgente de la colonia. Un guardia de seguridad armado les esperaba para escoltarlos hasta la sala de reuniones. Se tocó un auricular de comunicación en la oreja con un dedo, frunciendo el ceño al escuchar la lejana voz, luego se volvió hacia Escorpio.

—La sala es segura, señor.

—¿Alguna aparición?

—Nada por encima de la planta cuatrocientos en las últimas tres semanas. Mucha actividad en los niveles inferiores, pero deberíamos tener la parte alta de la nave para nosotros. —El guardia se volvió hacia Vasko—. Si quiere seguirme, señor.

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