El Desfiladero de la Absolucion (31 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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Pronto se olvidó de él, emocionada por estar de nuevo fuera. Rashmika no había visto nunca una desaparición. Habían ocurrido dos durante su vida, una vez cuando Haldora era visible desde las tierras baldías, pero estaba en clase en ese momento. Por supuesto sabía que las probabilidades de ver algo eran remotas, incluso si tenía la suerte de estar fuera en el hielo cuando ocurría. Las desapariciones duraban solo una fracción de segundo. Para cuando te dabas cuenta de que estaba sucediendo, siempre era ya demasiado tarde. La única gente que había visto una, por supuesto a excepción de Quaiche, quien lo había empezado todo, eran los que tenían como obligación observar a Haldora en todo momento. E incluso ellos tenían que rezar para no parpadear o mirar a otro lado en ese instante crítico. Para empezar estaban todos medio locos, privados de sueño mediante drogas y por la cirugía neurológica opcional.

Rashmika no podía imaginarse tal grado de dedicación, aunque claro, ella nunca había sentido la más mínima inclinación a unirse a una Iglesia. Ella quería ver la desaparición porque seguía aferrándose a la idea de que era un fenómeno racional natural, en lugar de una prueba de la intervención divina a escala cósmica. Y en su opinión sería una pena no poder decir que había visto algo tan poco frecuente y asombroso. En consecuencia, desde que era pequeña, y siempre que Haldora estaba en lo más alto, intentaba dedicarle algún tiempo cada día a observarlo. No era nada comparado con las interminables horas de los observadores de las catedrales y las probabilidades estadísticas en su contra no tenían discusión, pero lo hacía de todas formas, ignorando alegremente todas estas consideraciones mientras reprendía a aquellos que no compartían su particular idea de racionalismo científico.

El tejado de la caravana era un paisaje lleno de obstáculos traicioneros. Había cajas de generadores agazapadas, rejillas de radiadores y huecos, conductos serpenteantes y cableado eléctrico. Todo parecía muy antiguo, parcheado a lo largo de los años. Avanzó de una parte a la otra siguiendo una pasarela con barandilla. Cuando llegó al borde miró hacia abajo, horrorizada por lo lejos que quedaba el suelo y por lo despacio que parecía moverse. No había nadie más allí arriba, al menos, no en esa máquina en particular.

Miró hacia arriba, estirando el cuello todo lo que le permitía la incómoda articulación del casco. El cielo estaba lleno de luces en movimiento. Era como si hubiera dos esferas celestes allí arriba, dos globos de cristal encajados el uno en el otro. Como siempre, el efecto mareaba inmediatamente; normalmente la sensación de vértigo era solo una pequeña molestia, pero a esta altura fácilmente podría matarla.

Rashmika se agarró con fuerza a la barandilla y volvió a bajar la mirada, hacia el horizonte. Luego se armó de valor y volvió a mirar hacia arriba. La ilusión de estar en el centro de dos esferas no era del todo inexacta. Las luces de la esfera exterior eran las estrellas, a una distancia imposible; en la esfera interior estaban las naves orbitando alrededor de Hela, con la luz del sol centelleando en sus pulidos cascos. Ocasionalmente uno u otro parpadeaban con un fogonazo de propulsión cuando la tripulación ultra corregía su órbita o se preparaban para partir.

Rashmika había oído decir que existían entre treinta y cincuenta naves en órbita alrededor de Hela, siempre yendo y viniendo. La mayoría no eran grandes naves, ya que a los ultras no les gustaba Haldora y preferían dejar sus naves más valiosas alejadas de él. En general, las que podían verse eran lanzaderas intrasistema, lo suficientemente grandes como para albergar a peregrinos congelados y un modesto equipo de negociadores ultra. Las naves que volaban entre Hela y la órbita eran normalmente incluso más pequeñas, ya que las iglesias no permitían que nada más grande se acercase a su superficie.

Las naves más grandes, las astronaves (las abrazadoras lumínicas) visitaban muy rara vez la órbita de Hela. Cuando lo hacían, se quedaban colgadas del cielo como adornos, deslizándose por senderos invisibles de un horizonte al otro. Rashmika había visto muy pocas en toda su vida. Al mismo tiempo la impresionaban y asustaban. Su mundo no era más que una capa de espuma de hielo que envolvía un centro de escombros. Era muy frágil. Tener una de aquellas naves cerca, especialmente cuando hacían ajustes de transmisión, era como acercar un soplete de soldador a una bola de nieve.

El vértigo volvía en oleadas. Rashmika volvió a mirar hacia el horizonte, aliviando la presión de su cuello. Su viejo traje era fiable, pero no estaba diseñado precisamente para disfrutar de las vistas.

Allí estaba Haldora, a pesar de todo. Dos tercios del planeta habían surgido ya del horizonte. Debido a que no había aire en Hela, nada enturbiaba los objetos en el horizonte y había muy pocos indicios visuales que permitieran distinguir algo a una decena de kilómetros y otro objeto a un millón de kilómetros más allá. El gigante gaseoso parecía ser una extensión del mundo en el que se encontraba. Parecía más grande cuando estaba cerca del horizonte que en su cénit, pero Rashmika sabía que era una ilusión, un resultado accidental de la forma en la que su mente estaba cableada. Haldora se veía unas cuarenta veces más grande en el cielo de Hela que la Luna en los cielos de la Tierra. Siempre le había dado vueltas a esto, ya que implicaba que la Luna no era en realidad tan impresionante comparada con Haldora, a pesar de la importancia de esta en la literatura y mitología de la Tierra.

Desde el ángulo en el que lo observaba, Haldora parecía una gruesa media luna. Incluso sin colocarse los filtros de contraste de su traje, podía distinguir las bandas de coloración ecuatorial que rayaban el mundo de polo a polo: sombras ocre y naranja, sepia y beis, bermellón y ámbar. Vio las fiorituras de las volutas en las que las bandas de colores se mezclaban o fusionaban; el furioso ojo escarlata de un sistema tormentoso, como un nudo de la madera. Vio las pequeñas sombras oscuras de las numerosas lunas que giraban alrededor de Haldora y el pálido arco del anillo único del planeta.

Rashmika se agachó hasta sentarse en cuclillas. Era tan incómodo como intentar mirar hacia arriba, pero mantuvo la postura todo el tiempo que pudo. Al mismo tiempo seguía mirando hacia Haldora, deseando, desafiándolo a que desapareciese, a hacer lo que les había traído a todos hasta aquel lugar. Pero el mundo simplemente permaneció allí colgado, aparentemente anclado al paisaje, tan cerca que podía tocarlo, tan real como la vida misma.
Y sin embargo
, pensó,
sí puede desaparecer
. Había pasado, y continuaba pasando, no era discutible, al menos no para cualquiera que hubiera pasado algún tiempo en Hela.
Míralo durante un rato
, pensó,
con un poco de suerte podrás ver como sucede
. Pero no era su día.

Rashmika se levantó y caminó más allá del punto en el que había salido, hacia la parte trasera del vehículo. Ahora miraba hacia atrás, a la procesión de caravanas. Podía ver a las otras máquinas subiendo y bajando en oleadas conforme avanzaban por las ligeras ondulaciones del camino. La caravana era aún más larga que cuando llegaron. En algún momento, y sin fanfarrias, una docena de unidades más se habían incorporado al final. Seguiría creciendo hasta llegar al Camino Permanente, donde se volvería a fragmentar en varias secciones asignadas a determinadas catedrales.

Llegó hasta el final de la pasarela, al final del vehículo. Había un abismo entre ella y la siguiente máquina, atravesado únicamente por un endeble puente formado por muchas chapas metálicas. No era tan evidente desde el suelo, pero ahora apreciaba que la distancia, vertical y horizontal, variaba todo el tiempo, haciendo que el pequeño puente diese latigazos y se retorciese como si agonizase. En lugar de la barandilla rígida que ahora asía, en el puente solo había cables metálicos. Más abajo, a medio camino del suelo, había un conector presurizado que resoplaba como un fuelle y parecía mucho más seguro.

Rashmika supuso que podría volver al interior de la caravana y encontrar la entrada del conector. O podía fingir que ya había explorado bastante por hoy. Lo último que necesitaba era crearse enemigos nada más empezar su misión. Estaba convencida de que ya tendría más oportunidades para ello más adelante.

Retrocedió, pero solo un instante. Luego volvió al puente y extendió los brazos para poder agarrar con cada mano uno de los cables. El puente se retorció frente a ella y las chapas metálicas se separaron, revelando una terrible ausencia. Dio un paso adelante, plantando su bota en la primera chapa. No parecía seguro. La chapa cedió bajo su peso, no ofreciendo ni rastro de solidez.

—¡Vamos! —se dijo, animándose.

Dio otro paso hasta que ambos pies se encontraban en el puente. Miró hacia atrás. El vehículo se inclinaba y viraba. El puente se retorcía bajo sus pies, lanzándola de un lado a otro. Se agarró con fuerza. Deseaba desesperadamente darse la vuelta, pero una vocecita le dijo que no debía. La voz le decía que si no tenía el valor para hacer esto tan sencillo, entonces tampoco tendría el valor para encontrar a su hermano. Rashmika dio otro paso adelante y comenzó a cruzar el precipicio. Era lo que tenía que hacer.

15

Ararat, 2675

Blood irrumpió en la sala de conferencias con una gran cantidad de mapas enrollados bajo el brazo. Los colocó sobre la mesa y desplegó uno de ellos. El mapa se quedó plano obedientemente. Era una sola hoja de papel grueso color crema tan ancho como la mesa, con la textura ligeramente moteada del cuero. Tras una orden de Blood, surgieron accidentes topográficos con un relieve exagerado, que luego se oscurecieron según el actual patrón de luces y sombras en esa parte de Ararat. La latitud y longitud aparecieron como finas líneas brillantes, etiquetadas con diminutos números.

Khouri se inclinó hacia delante, estudiando el mapa durante un momento. Lo giró ligeramente y apuntó a un pequeño archipiélago de islas.

—Cerca de aquí —dijo—, a unos treinta kilómetros al oeste de este estrecho, a ochocientos kilómetros.

—¿Este mapa se actualiza en tiempo real? —preguntó Clavain.

—Se actualiza más o menos cada dos días —dijo Escorpio—. Puede tardar un poco más dependiendo de la arbitraria posición del satélite, los globos sonda y la cubierta de nubes. ¿Por qué?

—Porque parece que hay algo más o menos donde dijo que lo habría.

—Tiene razón —dijo Khouri—. Tiene que ser la nave de Skade, ¿no?

Escorpio se acercó para examinar el diminuto punto blanco.

—Eso no es una nave —dijo—. Es solo un trozo de hielo, como un pequeño iceberg.

—¿Estás seguro? —preguntó Clavain.

Blood clavó su pezuña en el punto que Khouri había señalado.

—Asegurémonos. Mapa: ampliación por diez.

Los rasgos de la superficie del mapa se alejaron hacia los bordes. El trozo de hielo creció hasta verse del tamaño de una uña. Blood ordenó al mapa que aplicara un filtro de refinamiento, pero no hubo una mejora obvia en el detalle, salvo por una vaga sugerencia de que el iceberg estaba sangrando hacia el mar que lo rodeaba, extendiendo finos hilos blancos en todas direcciones.

—No es una nave —dijo Escorpio. Clavain no parecía tan seguro.

—Ana, en tu informe dijiste que la nave en la que vino Skade era una corbeta pesada, ¿no es así?

—No soy experta en naves, pero eso es lo que me dijeron.

—Dijiste que tenía cincuenta metros de largo. Eso es más o menos lo que mide una corbeta clase morena. Lo curioso es que ese iceberg tiene más o menos el mismo tamaño. Las proporciones concuerdan; quizás un poco más largo, pero no demasiado.

—Podría ser una coincidencia —dijo Blood—. Ya sabes que siempre hay trozos de icebergs a la deriva en esas latitudes. A veces incluso llegan mucho más al sur, hasta aquí.

—Pero no hay ningún otro iceberg en la zona —señaló Clavain.

—Da igual —dijo Escorpio—. No puede haber una nave en esa cosa, ¿verdad que no? ¿Cómo habría acabado cubierta de hielo? Las naves llegan más bien calientes, no frías. ¿Y cómo es que no se le ha derretido ya el hielo?

—Bueno, lo averiguaremos cuando lleguemos allí —dijo Clavain despacio—. Mientras tanto, centrémonos en los detalles prácticos. No queremos asustar a Skade y que haga algún movimiento precipitado, así que nos aseguraremos de que nuestro acercamiento es lento y evidente. —Señaló un punto en el mapa, hacia el sur del iceberg—. Sugiero que vayamos en una lanzadera hasta aquí, Antoinette puede pilotar. Entonces lanzaremos dos o tres barcas y haremos el resto del trayecto por mar. Llevaremos un equipo médico y armas cuerpo a cuerpo, pero nada exagerado. Si necesitamos destruir la nave, siempre podemos recurrir a un ataque aéreo desde tierra firme.

—Levantó la vista con el dedo aún presionando el mapa. —Si salimos esta tarde podemos programar nuestra llegada al iceberg para el amanecer, lo que nos da todo un día para completar las negociaciones con Skade.

—Espera un momento —dijo el Doctor Valensin, sonriendo ligeramente—. Antes de que nos dejemos llevar demasiado, ¿estáis diciendo que de verdad os vais a tomar esto en serio?

—¿Quieres decir que tú no? —preguntó Clavain.

—Es mi paciente —dijo Valensin, mirando a Khouri con condescendencia—. En mi opinión no está obviamente perturbada. Tiene implantes combinados y si su hija también, se podrían haber comunicado mientras aún estaba en su útero. Habría sido poco ortodoxo, pero Remontoire podría haberle puesto esos implantes al feto usando microcirugía. Teniendo en cuenta el nivel de la medicina combinada, no es inconcebible que Skade pudiera haber extraído el bebé de Khouri sin signos evidentes de cirugía. ¿Pero el resto? Todo este asunto acerca de la guerra espacial desarrollándose a la vuelta de la esquina… ya es demasiado. ¿Qué decís?

—No estoy seguro —dijo Clavain.

—Por favor, explícate —dijo Valensin mirando a sus colegas en busca de apoyo.

Clavain se dio un golpecito en el lateral de su cabeza.

—¿No te acuerdas? Yo también soy un combinado. La última vez que lo comprobé toda la maquinaria de mi cabeza seguía funcionando correctamente.

—Eso ya lo sabía yo —dijo Valensin.

—Lo que olvidas es lo sensible que es. Está diseñada para detectar y amplificar los campos ambientales, las señales producidas por máquinas u otros combinados. Dos combinados pueden compartir pensamientos a través de decenas de metros de espacio abierto incluso si no hay ningún sistema de amplificación en los alrededores. El
hardware
traduce esos campos en patrones que la parte orgánica del cerebro puede interpretar, aprovechando la gramática visual básica del centro perceptivo.

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