El Desfiladero de la Absolucion (90 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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El icono desapareció, y al mismo tiempo el emblema de la lanzadera salió disparado del punto en el que había estado la abrazadora.

—Alguien ha salido —dijo Escorpio maravillado—. Han usado la lanzadera como bote salvavidas antes de que los lobos los alcanzaran.

—No son muchos, si esa abrazadora llevaba cientos de miles de evacuados —dijo Vasko.

—Si logramos salvar a una docena habremos justificado nuestra visita, y esa lanzadera puede fácilmente llevar a cientos.

—Eso no lo sabemos, Escorp —dijo Khouri—. No está transmitiendo nada, al menos en una línea que podamos interceptar. Ni llamadas de auxilio ni nada.

—No creo que intenten transmitir nada si piensan que el espacio que los rodea está plagado de lobos —dijo Escorpio—, pero eso no significa que no podamos salvar a los pobres desgraciados. Por eso me habéis despertado, ¿no? Para decidir si los rescatamos o no.

—En realidad —dijo Vasko—, la razón por la que te hemos despertado era para decirte que está al alcance del arma hipométrica. Creemos que lo más seguro sería destruirla.

37

Espacio interestelar, Épsilon Eridani, 2698

Escorpio se paseaba por la nave; así distraía su mente del pensamiento recurrente acerca de lo que le había pasado a Yellowstone. Seguía esperando que todo fuera solo un mal sueño, una de esas pesadillas realistas que a veces sucedían durante el lento resucitar del sueño frigorífico. En cualquier momento la superficial capa de realidad se desvanecería y lo volverían a sacar de la arqueta. Las noticias serían malas: los lobos seguirían de camino, pero no habrían llegado todavía a Yellowstone. Tendrían tiempo para advertir al planeta, habría tiempo para cambiar las cosas. Si el sistema tuviera un mes más, millones de personas se habrían salvado. Los lobos seguirían ahí fuera, por supuesto, pero cualquier prolongación de la vida era mejor que la extinción inmediata. Tenía que creer en eso, o todo lo demás era inútil. Pero seguía sin despertarse.

Esta pesadilla en la que se había despertado tenía la tozuda textura de la realidad. Tendría que acostumbrarse a ello.

A bordo de la nave habían cambiado muchas cosas mientras había estado durmiendo. La dilación del tiempo había comprimido el viaje de veintitrés años entre Ararat y el sistema Yellowstone a seis años de tiempo en la nave, durante los cuales gran parte de la tripulación había permanecido despierta. Algunos habían preferido permanecer todo el viaje calientes, no habían estado dispuestos a someterse al sueño frigorífico cuando el futuro era tan incierto. Habían estado implementando y cuidando las nuevas tecnologías, no solo las armas hipométricas, sino los demás regalos que Remontoire había dejado. Cuando los compañeros de Escorpio lo condujeron fuera del casco en la cápsula de observación, atravesaron un paisaje más oscuro y más frío que el propio espacio. Anclados en la capa superficial del casco, los motores crioaritméticos hacían desaparecer el calor mediante un truco de magia de computación cuántica. Uno de los técnicos había intentado explicarle cómo funcionaban los motores crioaritméticos, pero se perdió a medio camino en un giro esencial del proceso. En Ciudad Abismo contrató en una ocasión a un contable para que le ayudase a hacer desaparecer sus finanzas del escrutinio oficial del organismo regulador. Entonces había experimentado la misma sensación cuando su contable le explicó los enrevesados principios que apuntalaban su técnica patentada de lavado de dinero. Los detalles le dieron dolor de cabeza: Escorpio simplemente no lo entendía. De igual modo, simplemente no comprendía la paradoja de la computación cuántica que permitía que los motores «lavaran» el calor delante de las propias narices de los reguladores térmicos del universo. Pero mientras siguieran funcionando y no entraran en una espiral descontrolada como la de la nave de Skade, el resto no le importaba demasiado.

Había más. La nave estaba ejerciendo un empuje, pero no había signos de resplandor de escape en los motores combinados. La nave se deslizaba por el espacio en la más absoluta oscuridad.

—Han trucado los motores —dijo Vasko—, le hicieron algo a los procesos de reacción. El escape (lo que nos proporciona empuje) no interacciona con este universo durante mucho tiempo, solo lo suficiente como para proporcionarnos impulso, un par de segundos en tiempo de Plank, y luego se degrada en algo que no podemos detectar, quizás en algo que en realidad ya no está ahí.

—Has aprendido algo de física mientras yo estaba durmiendo.

—Me he tenido que poner al día, pero no pretendo comprenderlo.

—Lo que importa es que los lobos no pueden detectarlo —dijo Khouri—. O al menos no con facilidad. Quizás, si nos tuvieran más enfilados, podrían olerse algo, pero para eso tendrían que acercarse más.

—¿Qué pasa con los neutrinos provenientes de los centros de reacción? —preguntó Escorpio.

—Ya no los vemos. Creemos que han sido transformados en algo que no conocemos.

—Y esperáis que los lobos tampoco.

—La única forma de comprobarlo, Escorp, sería acercarnos demasiado a ellos.

Se refería a la lanzadera. Ahora ya sabían un poco más acerca de ella: era un vehículo intrasistema de casco tosco sin capacidad transatmosferica, un ejemplo de las decenas de miles de naves similares que operaban en el espacio de Yellowstone antes de la llegada de los lobos. Aunque era una nave grande comparándola con el tamaño medio de las lanzaderas, era lo suficientemente pequeña como para ser transportada por una abrazadora lumínica. No podían saber cuánto tiempo habían tenido para subir a bordo los pasajeros y la tripulación, pero una nave como aquella podía contener fácilmente cinco o seis mil personas, más, si algunos de ellos estaban congelados o sedados de alguna forma.

—No pienso abandonarlos —insistió Escorpio.

—Podrían ser lobos —dijo Vasko.

—A mí no me lo parecen. Parecen gente que teme por su vida.

—Escorp, escúchame —dijo Khouri—. Hemos captado transmisiones de algunas de las abrazadoras antes de que desapareciesen. Enviaban señales de socorro en todas direcciones para cualquiera que pudiera captarlas. Las primeras, las que desaparecieron antes, hablaban de ataques de lobos tal y como los conocemos: máquinas hechas de cubos negros, como las que derribaron la nave de Skade. Pero las siguientes contaban algo diferente.

—Tiene razón —dijo Vasko—. Los informes eran esquemáticos, algo comprensible teniendo en cuenta que las naves estaban siendo invadidas por máquinas inhibidoras; pero lo que nos llegaba decía que los lobos no siempre tenían el aspecto de lobos. Han aprendido a camuflarse. Han aprendido a moverse entre nosotros, disfrazándose. Una vez han destrozado una abrazadora, aprenden a parecerse a nuestras naves. Imitan las lanzaderas y otros tipos de transportes, emiten rastros de escapes y se ponen señales identificativas. No son perfectas, se nota en las distancias cortas, pero sería suficiente para engañar a cualquier abrazadora lumínica para que intentase rescatarlos. Pensaron que estaban siendo buenos samaritanos, Escorp. Creían que estaban ayudando a otros evacuados.

—Está bien —dijo Escorpio—. ¿Y eso nos da la excusa para ni siquiera pensar en rescatar a esos pobres desgraciados?

—Si son lobos, tiraríamos por la borda todo lo que hemos hecho hasta ahora. —Vasko bajó el tono de su voz, como si temiera molestar a Aura—. Llevamos diecisiete mil personas en esta nave. Están relativamente a salvo, pero estaríamos arriesgando esas diecisiete mil vidas por la remota posibilidad de salvar unas pocas miles más.

—Entonces simplemente los dejamos que se mueran, ¿no?

—Si supieras que solo hay unas pocas docenas de personas en esa nave, ¿qué harías entonces? ¿Te arriesgarías? —le planteó Vasko.

—No, claro que no.

—Entonces, ¿dónde está el límite? ¿Cuándo se hace el riesgo aceptable?

—Nunca —dijo Escorpio—, pero aquí es donde pongo yo el límite. Aquí y ahora. Vamos a salvar a esa lanzadera.

—Quizás deberíamos preguntarle a Aura qué piensa —dijo Vasko—, porque no se trata solo de diecisiete mil vidas, ¿no? Se trata de los millones de vidas que pueden depender de la supervivencia de Aura. Hablamos del futuro de la especie humana.

Escorpio miró a la niña con su vestido blanco y peinada cabeza. Lo absurdo de la situación le pesaba como una losa de cemento. No le importaba la historia de la pequeña, ni lo que ya les había costado, ni todo lo que quedaba en su cabeza, todo se reducía a esto: seguía siendo una niña de seis años aquí sentada junto a su madre y que solo hablaba cuando le preguntaban. Y ahora iba a consultarle sobre una situación táctica de la que dependían miles de vidas.

—¿Tienes algo que decir de este asunto? —le preguntó. Primero miró a su madre buscando su aprobación.

—Sí —dijo llenando la cápsula con su vocecita clara como una flauta—, tengo algo que decir, Escorpio.

—Me gustaría mucho oírlo.

—No deberías rescatar a esa gente.

—¿Te importa que te pregunte por qué no?

—Porque ya no serán personas —dijo—, y nosotros tampoco lo seríamos.

Escorpio se sentó en una enorme silla de mando en una sala sin ventanas que en los días del antiguo Triunvirato había formado parte del complejo de control de la artillería de la
Nostalgia por el Infinito
. Se sentía como un niño en un mundo de gigantescos muebles para adultos. Sus pies ni siquiera rozaban el reposapiés de rejilla del asiento.

Estaba rodeado de pantallas que mostraban el cauteloso acercamiento de la lanzadera. Los láseres la identificaron en la oscuridad, delineando el rectángulo romo de su casco. La representación tridimensional se fue haciendo más detallada cada segundo que pasaba. Ahora podía ver la zona de acoplamiento, la antena de comunicaciones, los tubos de venturi, paneles de esclusas de aire y ventanas.

—Prepárate, Escorp —dijo Vasko.

—Estoy preparado —respondió, asiendo el disparador que había ordenado que le instalasen en el reposabrazos del sillón de mando. Estaba adaptado a su pezuña, pero aún lo notaba extraño en su mano. Un apretón, con eso bastaría. Las tres armas hipométricas estaban girando a velocidad de descarga, dando vueltas como un sacacorchos incluso en ese mismo momento, listas para disparar. Estaban apuntando al objetivo móvil de la lanzadera, listas para atacar si apretaba el gatillo. De la misma forma, estaban listas la última arma de clase infernal y el resto de las defensas instaladas en el casco. Escorpio esperaba que el arma de clase infernal sirviese de algo si de pronto la lanzadera resultaba ser una máquina de los lobos, pero dudaba que las defensas instaladas en el casco tuvieran ningún efecto, aparte de proporcionar a los lobos un objetivo visible contra el que vengarse. Pero no tenía sentido reservarse en esta jugada. Predominio de amplio espectro, eso es lo que Clavain siempre decía.

No obstante, ni siquiera las armas hipométricas eran de fiar en distancias tan cortas. Había una salvaje y cambiante relación entre el tamaño del objetivo y la certeza con la que su distancia radial y dirección podían predeterminarse desde la nave. Cuando el blanco estaba muy lejos (a varios segundos luz o más), el volumen del objetivo podía hacerse lo suficientemente grande como para destruir a una nave de un disparo. Cuando el objetivo estaba más cerca (a tan solo a unos cientos de metros de distancia, como ahora) el grado de imprevisibilidad aumentaba enormemente. El volumen del objetivo debía ser pequeño, de unos metros de diámetro, para que pudiera posicionarse con fiabilidad. Cada una de las armas hipométricas necesitaba varios segundos para alcanzar de nuevo su velocidad de descarga tras un disparo, así que lo mejor que Escorpio podía esperar era acertar a la primera con un disparo fulminante. Dudaba que tuviera la oportunidad de recargar y volver a disparar las armas hipométricas una segunda vez.

Pero también esperaba no tener que llegar a esa situación. Cuando la lanzadera estaba aún a una distancia segura, se habló de enviar a una de sus propias naves a su encuentro para que la tripulación pudiese verificar que eran en realidad lo que parecían ser. Pero Escorpio había vetado la idea. Les llevaría demasiado tiempo, retrasando el rescate lo suficiente como para que los otros lobos se acercasen peligrosamente. E incluso si una tripulación humana subiese a bordo de la lanzadera e informasen que era auténtica, no habría forma de saber con seguridad que no habían sido coaccionados por lobos, quienes succionaban sus memorias en busca de palabras clave. De la misma forma, no podía confiar en las voces y caras de la lanzadera que habían sido transmitidas a la
Infinito
. Parecían bastante genuinas, pero los lobos habían tenido millones de años para aprender y perfeccionar el arte del mimetismo. Sin duda, las tripulaciones de las abrazadoras lumínicas también estaban seguras de recibir a inofensivos evacuados. No, realmente solo tenían dos opciones: abandonarla (probablemente destruyéndola primero para estar seguros) o apostarlo todo por que fuese auténtica. Sin medias tintas. Escorpio estaba seguro de que Clavain coincidiría con este análisis. Lo único de lo que no estaba seguro era de qué opción habría elegido Clavain. Podía ser un cabrón despiadado cuando la situación lo requería.
Bueno, yo también puedo serlo
, pensó Escorpio para sus adentros. Pero no en esta ocasión.

—¡Doscientos metros! —gritó Vasko estudiando el alcance del láser—. Y acercándonos, Escorp. ¿Seguro que no quieres reconsiderarlo?

—Seguro.

Se sobresaltó al advertir la presencia de Aura junto a él. Parecía menos niña con cada aparición.

—Esto es muy peligroso —dijo—. No debes arriesgarte, Escorpio. Hay mucho que perder.

—No sabes más de esa lanzadera que yo —dijo él.

—Sé que no me gusta —dijo.

Aura apretó los dientes.

—No estás teniendo uno de tus días de niña pequeña, ¿verdad? Es uno de esos días de profeta del miedo.

—Solo nos dice lo que siente —dijo Khouri, sentada frente a Escorpio—. Tiene derecho a eso, ¿no, Escorp?

—Ya he pillado el mensaje —respondió él.

—Destrúyela ahora —dijo Aura, con sus ojos marrón-dorado enardecidos de autoridad.

—Ciento cincuenta metros —dijo Vasko—. Creo que lo dice en serio, Escorp.

—Creo que está mejor calladita. —Pero involuntariamente, su mano se aferró al disparador. Estaba a punto de disparar. Se preguntaba si las demás naves habrían recibido algún aviso antes de que fuese demasiado tarde para reaccionar.

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