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Authors: Jorge Baron Biza

Tags: #Drama, Relato

El desierto y su semilla (4 page)

BOOK: El desierto y su semilla
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Después de tres meses, el único indicio todavía identificable era la nariz corta e insolente, que se había petrificado junto con las mejillas cóncavas. Una furia inmóvil de hielo herrumbrado se apeñuscaba en torno de ese antiguo rasgo, arqueología de una coquetería del pasado. Era la letra final de una identidad que se iba, azotada por olas de un nuevo perfil, inhumano. Las aletas habían desaparecido rápidamente, pero el dorso de la nariz, sostenido por el cartílago, resistió bastante. Al quitarle, en la última sesión quirúrgica, la punta de la nariz y la parte más blanda del cartílago, cayó el último baluarte que la hacía reconocible.

En el cuarto mes de tratamiento, observar la cara de Eligia me producía una sensación de libertad. Fin del funcionalismo: si somos lo que somos porque tenemos la forma que tenemos, Eligia nos había superado. Es cierto que una cara, un cuerpo, significan tanto para nosotros, que su presencia resulta siempre vaga, borrosa por la turbación que nos produce todo aquello que se manifiesta completo y desnudo. Las caras —por lo menos para mí, que soy tímido— sólo son precisas después de la reconstrucción de la memoria.

Un día llegó el nuevo jefe del equipo médico. Nadie nos explicó la desaparición del anterior. El reemplazante anunció con júbilo forzado que había terminado la primera etapa. Alabó a Eligia por su coraje, por ser una excelente paciente, casi una estoica, mujer tan fuerte como había visto pocas veces en su vida. Llegaba el tiempo de un merecido descanso y recuperación, antes de empezar con la cirugía reconstructiva, «que hace maravillas». También alabó el trabajo del jefe anterior, «un sabio a pesar de sus ideas poco ortodoxas sobre la eficacia simbólica, pero que nunca interfieren con su labor científica, créanme».

—Para casos como el suyo —prosiguió— hay aquí poca experiencia. Le recomiendo que se haga operar con el doctor Calcaterra, en Milán. Es el mejor del mundo. Ya era jefe de cirugía reconstructiva del rostro cuando empezó la guerra. Puede deducir la experiencia que tiene. Es cierto que nuestro jefe anterior defiende opiniones distintas de las de Calcaterra, casi diría que parten de concepciones opuestas de la cirugía. Uno se especializa en reconstructiva, y el nuestro en quemaduras.

—¿No me va a operar un cirujano plástico?

—Los reconstructores del rostro son la crema y nata de la cirugía plástica. Nosotros actuamos como los bomberos de la curación, pero los de la restaurativa son espeleólogos, van en profundidad.

Antes de viajar a Italia, un amigo médico me comentó que ningún cirujano plástico del país quería operarla a Eligia porque era una personalidad conocida y no iba a quedar bien, hicieran lo que hicieren. «Aquí cumplieron con lo único que podía cumplir cualquier equipo de curación en un caso así: sacar la necrosis y tapar.»

—Entonces los lavajes cuatro veces por día y los baños de luna, ¿todo fábulas?

—No. Sirvió para que vos te sintieras útil.

* * *

Montevideo, 2 de octubre de 1955

COMPOSICIÓN: «YO ESTOY ORGULLOSO DE ESTA COLEGIO», por Mario Gageac

En mi tercer Año en la Alemán Colegio Hender de Montevideo, al que todos tanto amamos, quiero a través de esta Composición mi Agradecimiento expresar.

Yo me recuerdo de aquel primer día lectivo de 1953, cuando solitario adentrollegué, con mi afrancesado Apellido a cuestas, y la poca Alemán Lengua que yo recordaba, aprendida cuando todo un pequeño seisañero Niño era, en Suiza, más otro poco que después con la Institutriz, practiqué, que hablaba Alemán aunque polaca era. Pero antes de que yo en esta Colegio adentroarriesgara, yo mi Alemán lastimosamente olvidando estaba y muchas Dificultades tengo para aprenderlo porque esta Colegio es para chicos que nacieron hablándolo, no para Extraños como yo. Pido Perdón por mis Errores.

En aquel momento del Ingreso, la Miedo todavía sentía, porque ocho Meses antes había en el Cárcel de las Malasmujeres una semana, con Eligia y mi Hermanita, allá en mi País, encerrado permanecido, porque la Policía quería no decir que Eligia empuertada quedaba. Yo creo que la que debió en ese Cárcel empuertada quedar debió ser la gran Politicamujer de mi País, la esposa del General, en Lugar de nosotros. Entre las Putas y Ladronas debió dormir, como nosotros, porque en aquel Lugar tienen ni siquiera un Pabellón especial para las Politicasmujeres, porque el mío es no un país que la Era de la Razón vivido haya: sólo Medioevo y Romanticismo. No como esta Libertatierra uruguaya donde nos refugiamos. Yo sé yo debo de estas Cosas ni hablar: de mi País, ninguna Palabra.

Pero una de esas sucias Putas que ni para Seguidoras del General servían (y por eso en el Cárcel quedaban, en esos Tiempos —hace tan poco superados para siempre— en que las Putas por ahí andaban, y querían Vicepresidentas ser) con mucho Cariño tratóme, y sosteníame abrazado cuando Eligia a Interrogatorio llamada era, y también de la Ladrona defendióme, que siempre «Oligarca» a mí gritaba, y que prometía que ella a toda mi Familia mataríamos, incluido mi opositor Abuelo.

Cuando volvía del Interrogatorio, Eligia muy enérgicamente recomendábame no de la Política del País y menos del General y su Esposa hablar. Que eso muy peligroso era. Que si yo decía algo equivocado o un Nombre propio, siempre en el Cárcel quedaríamos. De mi País, en suma, absolutamente nada decir; eso era lo Mejor. Yo debía no hablar.

Tampoco debería Palabras como «Puta» aquí escribir, pero confío en que el Señor Profesor comprenda que sé muy bien que muy Malasmujeres son, y la que era buena no le creo porque algo en su Mente llevaría escondido.

Cuando de la Dictadura de mi País escapamos, cursé en este pequeño País y este gran Colegio, el final de la Primaria. Ese Año de 1953, en la Herder, teníamos todavía no el Colegio secundario. Sólo en 1954 nuestra querida Colegio Herder a la Enseñanza media se abría, después de la injusta Clausura durante el Mundialguerra. Cada Año un nuevo Grado de Enseñanza inaugurábamos, de Modo que yo siempre entre los Mayores quedaba. Me gusta en el Curso de los Mayores siempre quedar, porque así entendí —como el Señor Rector Von Zharschewsky nos dijo y también el querido Señor Profesor Bormann— que una Responsabilidad era, y no como ocurre en los ingleses Colegios. Que no tomásemos un derecho a los indefensos Menores a azotar. Aquí, por Suerte, los únicos que Derecho de aplicar Correcciones físicas tienen son los Profesores y Celadores, no los Alumnos mayores, y siempre con toda Justicia lo hacen; no hay ninguna Duda.

Con los primeros Varillazos (que yo, después, explicado fui por mis compañeros que no duelen tanto, aunque yo, en la primera Vez, como una Mariquita lloré) comprendí que había entrado en una Realidad completamente distinta de las muchas Colegios anteriores en los que estudiado había. Por las otras Colegios había pasado sin desde adentro mi Carácter formar, salvo en aquella primera Colegio en Freiburg en Suiza, donde las Hermanas, Habas o Guisantes o Porotos o algo así, en sus Hábitos guardaban y en el Piso esparcían las secas Bolitas y arrodillábannos sobre ellas cuando nos portábamos mal. Si nos portábamos muy mal, debíamos, además, al Sol mirar.

Gracias a los Consejos del Detlef y el Bernhardt, mis mejores amigos aquí en Montevideo (ahora ambos de regreso feliz a el Padrenación después de que gloriosamente el Campeonato Mundial de Fútbol de Suiza fuera obtenido, en el que mi País ni participar quiso, y Uruguay fue eliminado porque el Hochberg muy pateado fue, y los Húngaros en el Alargue, aprovechando la Oscuridad, dos Jugadores cambiaron; yo pido excusas por tratar Temas banales), comprendí yo que adaptarme a una nueva Lucidez espiritual debía, que adoptar debía un Cursovida voluntariosa en el que todas mis Acciones bajoentresí confluyesen para que yo un Destino superior lograse.

Ahora que estoy por ser treceañero, convencido estoy de que mi Colegio la mejor Enseñanza me ofrece, sin descontroladas Emociones privadas ni femeninas Sentimentalidades. Aquí, en la Sección Masculina, los Deberes mal hechos, desgarrados resultan, rotos por los mismos que los hicieron tan mal. Los rompen en Clase y delante de sus Compañeros, después que el señor Profesor les explica por qué tan mal resultaron. La primera vez, parecióme a mí que como un Daño o un Vacío sentía, pero con el correr del Tiempo (y gracias a los Señores Profesores que con Dedicación a su Trabajo han retornado después de la Clausura del Colegio durante la Mundialguerra, y retoman su Tarea en esta triste Posguerra que es Preguerra contra los Rusos, y entonces van a necesitarnos), cada vez con más Frecuencia escucho: «Señor Gageac, tiene un Bueno», o un Distinguido, o un ¡Sobresaliente!, y mi Pecho de Ideales se expande. Sólo el Latín aquí es descuidado, como señala Eligia. Pero nuestro Rector dice que ya práctico no es.

Quien más me elogia es el anciano Profesor de Dibujo, Bormann, aunque yo dibujo mal, pero yo sus Explicaciones sobre el gran Arte y los Ideales con Aplicación escucho. Se dice que un gran Mejorsabio ha sido en el Hogartierra, y él dice que los Ideales le importan más que los Dibujos. A los Ideales, nos dice el Profesor Bormann, debemos a través de la Observación llegar: las Leyes de la Visión fisiológica domadas en el Marco de los Cánones y las Medidas áureas. Y nos explica en Láminas la Armonía de las Estatuas clásicas, que están desnudas. Así mi preferido Señor Profesor Bormann piensa. Además, es quien mejor por mí se preocupa en este Internado, me trata como si siempre algo a mi me faltara.

Gracias a estos Amigos, Profesores e Ideales, siento una Seguridad de mí mismo como nunca había sentido en mi País y en los otros Países donde Arón se mudaba con nosotros, Seguridad que más allá de todos los Riesgos del Mundo exterior me coloca, y de todas las Vacilaciones que cuando era Niño tanto me desesperaban.

Tengo ahora de regreso viajar, con mis señores Padres, a mi País, porque el tirano General ha sido depuesto (¡y voy a volver en un Crucero!); estoy seguro de que ya no voy a expresar más Emociones ante cada una de las Mudanzas de Calle, Ciudad, País y Clase social de mi Señor Padre Arón. No estoy seguro de que yo tan sentirme seguro quede como aquí. Pero cuando uno un Sobresaliente en recitado de Goethe obtiene, no puede asustarse por lo que en América del Sur ocurre.

Pero antes de Yo partir, nuestro amado Rector Von Zharschewsky murió. Su necrológica a mí me fue encargado escribir para el Boletín del Colegio. Yo fui solo en el Privado del Profesor dejado, frente a sus Fotos de la Guerra, con Uniforme. Me senté a la Máquina: «Perdimos a un Ser muy especial, que daba todo sin exigir nada. Uno de esos excepcionales Seres que, en lugar de Sonrisas malgastar, Conocimientos y Ejemplos espartanos brindaba. Yo me recuerdo que muchas Veces de mantenerme erguido como él procuré, pero siempre terminaba cansándome y en un Descuido encorvábame. Mas él, ochentañero, no, no encorvábase. Cuando cerca de su Persona rondábamos, yo sentíame intimidado por su Espiritualfortaleza y quería parecerme a él. Ahora, cuando elevo mis Ojos para encontrarlo en el Cielo, sólo los Versos de Goethe que leíamos en Clase con él recordar puedo: «… die Beschwörung war vollbracht, / und auf die gelernete Weise / Grub ich nach dem alten Schatze / Auf dem angezeigten Platze / Schwartz un stürmisch war die Nacht.» Que en Español significaría (¿osaré traducir?)…

II

Eligia pasó el verano y el invierno siguientes en las sierras, recuperándose junto a mi hermana menor. Me quedé en la capital, en el departamento de Arón, en el que me había reinstalado después de que el juez ordenó retirar las fajas de clausura; quedaron unos bordes sucios y en diagonal sobre las puertas de entrada forzadas por la policía.

Sin modificar nada, sin cambiar ningún objeto de lugar, volví con mis pocas mudas. Mi lugar favorito era esta biblioteca en la que escribo apresurado antes de que se venda el departamento. En aquel tiempo había lecturas suficientes para varios años: pornografía kitsch francesa de los años 20 (encuadernaciones lujosas y dibujos pseudohistóricos que recreaban Babilonia y Alejandría), más colecciones de los años treinta de precarios diarios clandestinos antifascistas que el mismo Arón había dirigido contra las dictaduras, más Stirner, Papini y Lenin, más ejemplares autografiados de pésimos libros de importantes políticos de mi país, y también algo del habitual relumbrón de estanterías: los grandes filósofos, novelistas franceses del XIX y las obras que le habían regalado o compraba porque le atraía el título. Sumados, constituían una muestra de las contradicciones de Arón, con las que cada persona que lo conocía armaba el modelo de personaje que prefería.

El cuarto tenía entonces las paredes cubiertas de libros (algunos eran botellas de licor que simulaban un lomo) y estaba amueblado con este escritorio chinesco, apoyado sobre patas que representan pezuñas doradas. La madera del mueble luce completamente laqueada con tibios tonos negros y guindas, que se destacaban más aun por aquella clara alfombra persa con diseño espaciado de flores de colores cálidos.

Aquí le había arrojado el ácido. Ni una gota cayó sobre el escritorio; un reguero negro se veía sobre la alfombra —suficiente para impedir toda restauración— que unía el escritorio con un sillón de un vago estilo Luis XVI en el que permaneció Eligia durante la entrevista, si bien ya se había incorporado cuando recibió el líquido. Había quedado impecable en los brazales y las patas, pero la quemazón había devorado la mayor parte de la seda; se lo veía desventrado, con sus entretelas y espaldares de bastante buena calidad al aire. El almohadón del asiento exhibía las plumas chamuscadas de su seno.

En la pared del poniente hay una puerta de vidrio que da al balcón, abarrotado en aquel tiempo de hiedras y jazmines trepadores, de manera que la luz que se filtraba a la tarde tenía siempre una sombra vegetal. En la esquina de esa misma pared, sobre una mesita sobria, reposa un cofre que sorprende por su tamaño grande, también laqueado con motivos al estilo chino. Nunca me había ocupado de su contenido, guardado bajo llave, durante los cuatros años en que habité con él aquí, pero después de su suicidio sentí curiosidad. Forcé la cerradura y todavía hoy puedo ver los raspones torpes que estropearon la laca. Arón había guardado unas fotos pornográficas que pude vender a buen precio, y cuadernos y boletines de los años de estudio de sus hijos. Vi las tapas de algunas de las carpetas de los ocho colegios a los que asistí. Al dorso de un boletín de calificaciones de una escuela suiza en donde había empezado mi periplo educativo, Arón había anotado sus planes respecto de mis estudios: incluían desde profesores de piano y latín (que él desconocía por completo) hasta clases de esgrima y prestidigitación. En un nivel más profundo encontré los deberes que yo había escrito en mi carpeta de una humilde escuelita en las sierras. La abrí al azar y hallé una composición sobre «El Puma» en la que Arón había tachado mi expresión «patas con largas uñas» y sobreescribió «garras»; al margen anotó con letra grande «¡…ni para jabalí!» Sus observaciones tenían que ser varios años posteriores a la redacción de mi tarea, porque en la época en que estuve en las sierras él no vivía con nosotros. Cuando las leí, odié esas palabras de desprecio a pesar de los catorce años que habían pasado. No seguí escarbando en el estrato inferior, donde se veían mis carpetas de la Escuela Herder de Montevideo.

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