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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (24 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Saborear el instante presente.

Ocuparse de lo que tenemos frente a nosotros.

Caminar sobre la Tierra.

Ésas son las tres grandes recetas de vida legadas por la reina Gum-gum-ni.

24 llega junto a la soldado.

Quiere explicarse a propósito de su creencia en los «dioses».

103.683 no necesita ninguna explicación, la manda callar con un movimiento de antena y la invita a dar algunos pasos con ella ante la ciudad federada.

Es hermoso, ¿verdad?

24 no responde. 103.683 le dice que probablemente encontrarán y matarán a los Dedos, pero que también hay otras cosas importantes: estar allí, viajar. Tal vez, después de todo, el mejor momento no sea cuando triunfen en la misión Mercurio o cuando venzan a los Dedos, tal vez el mejor momento sea ahora, este instante en que las dos están allí, muy temprano esa mañana, rodeadas de hormigas amigas.

103.683 le cuenta la historia de la reina Gum-gum-ni.

24 emite que ella piensa que su misión tiene un carácter mucho más «importante» que esas historias de estados de ánimo. Está prácticamente subyugada por la posibilidad que tiene de acercarse y tal vez incluso de ver y tocar a los Dedos.

No le dejaría a nadie su sitio. 24 le pregunta a 103.683 si ya los ha visto.

Me parece haberlos visto, en fin, no sé, no sé, mira, 24, son tan diferentes de nosotros.

24 lo sospecha.

103.683 no quiere entrar en un debate feromonal, pero, intuitivamente, no cree que los dioses sean Dedos: los dioses tal vez existan, pero serían entonces otra cosa. Quizás esa naturaleza exuberante, esos árboles, ese bosque, esa fabulosa riqueza de fauna y de flora que las rodea… Sí, le resultaría más fácil encontrar la fe en el fantástico espectáculo que es simplemente su planeta.

Justo en ese momento una faja de luz rosácea se estira en el horizonte. La soldado la señala con la punta de su antena.

¡Mira qué hermoso!

24 no consigue compartir ese momento de emoción. Entonces 103.683 dice a modo de ocurrencia:

Yo soy dios porque puedo ordenar al sol elevarse.

103.683 se yergue en equilibrio sobre sus cuatro patas traseras y, apuntando al cielo con sus antenas, declama una feromona especiada:

¡Sol, sal, yo te lo ordeno!

Entonces el sol lanza un rayo a través de las altas hierbas. El cielo se entrega a un festival de colores, ocres, violetas, malvas, rojos, naranjas, dorados. La luz, el calor, la belleza, todo surge en el momento en que la hormiga lo pide.

Tal vez estemos subestimando nuestras posibilidades, dice 103.683.

24 siente ganas de repetir: «Los Dedos son nuestros dioses», pero, el sol es tan hermoso que se calla.

Tercer arcano

Por el sable y la mandíbula

76. De cómo Marilyn Monroe acabó con la Médicis

Los dos sabios etíopes formaban una pareja muy unida, soldada por el mismo ideal.

Desde muy pequeño, Gilíes Odergin se pasaba las horas mirando hormigueros. Quiso instalar hormigas en su casa, en unos tarros de confitura vacíos, pero tras la primera tentativa de fuga, de los animales, su madre, enfadada, los machacó a golpes de zapatilla.

No renunció Gilíes por eso y de nuevo empezó a criarlas, mejor escondidas ahora y herméticamente cerradas. Pero sus hormigas se morían siempre sin que él llegase a comprender la razón.

Durante mucho tiempo creyó ser el único en estar interesado en aquellos pequeños animalillos, hasta el día en que, en la Facultad de Entomología de Rótterdam, conoció a Suzanne. Ambos sentían por las hormigas la misma atracción irresistible, que inmediatamente los acercó.

Ella sentía, si es que era posible, más pasión por las hormigas que él. Les había preparado unos terrarios, lograba distinguir a un gran número de sus inquilinas, les ponía nombres, anotaba el menor suceso que se producía entre sus protegidas. Los dos pasaban los sábados observándolas.

Más tarde, todavía en Europa y ya casados, ocurrió algo terrible. Suzanne tenía entonces seis reinas en su hormiguero. A la de antenas cortas la había llamado Cleopatra; a la que tenía en la cabeza la huella de un tijeretazo la había bautizado con el nombre de María Estuardo; la que tenía las patas rizadas era la Pompadour; la más «charlatana» (movía constantemente sus apéndices sensoriales) era Eva Perón; Marilyn Monroe era la más coqueta y Catalina de Médicis la más agresiva.

De acuerdo con su carácter, esta última puso en pie de guerra a un grupo de matadoras y, una tras otra, hizo eliminar a todas sus rivales. Sin intervenir en esa mini-guerra civil, los Odergin observaron cómo las sicarias de la Médicis se apoderaban de las otras reinas y las arrastraban hasta el abrevadero donde las ahogaban para arrojarlas luego a la depuradora.

Pero ocurrió que Marilyn Monroe sobrevivió a esa noche de San Bartolomé. Emergió de los desechos, se apresuró a organizar su propio grupo de sicarias e hizo asesinar a Catalina de Médicis.

Estos terribles arreglos de cuentas horrorizaron a los dos enamorados de la civilización mirmeceana. Estaban alterados. Resultaba que el mundo mirmeceano era aún más cruel que el mundo humano. Era demasiado. De la noche a la mañana empezaron a odiarlo con tanta fuerza como lo habían amado.

A su regreso a Etiopía, se asociaron a un amplio movimiento de lucha contra los insectos del continente africano. Fue entonces cuando entraron en relación con las más altas celebridades mundiales, con los mejores especialistas en este terreno.

El profesor Odergin sacó la probeta y la alzó a la altura de sus ojos con los gestos mesurados de un sacerdote. Con la misma ceremonia, su esposa derramó en ella un polvo blanco. Polvo de tiza, en realidad. Luego trasvasó la mezcla a una centrifugadora, le añadió varios líquidos lechosos más, cerró el aparato y lo puso en marcha. Cinco minutos más tarde, el producto había adquirido un hermoso tinte de un gris plateado.

Un hombre llegó entonces para alertarles. Se trataba de otro sabio. Era alto y delgado, y se llamaba Cygneriaz. El profesor Miguel Cygneriaz.

—Hay que actuar deprisa. «Ellos» están acercándose.

También ha muerto Maximilien MacHarious —dijo—. ¿En qué punto se encuentra la operación Babel?

—Todo está preparado —afirmó Gilíes, y le mostró la probeta llena de líquido plateado.

—Muy bien. Esta vez me parece que hemos ganado. No podrá nada contra nosotros. Pero ustedes deben irse antes de que golpeen de nuevo.

—¿Conoce usted los nombres de quienes quieren entorpecer nuestro trabajo?

—Debe ser un grupúsculo de pseudoecologistas. Ni siquiera saben lo que hacen.

Gilíes Odergin suspiró.

—¿Cómo es que, nada más iniciada una empresa, aparece una fuerza contraria para impedir que triunfe?

Miguel Cygneriaz se encogió de hombros.

—Siempre ocurre igual. Por eso tenemos que ser los más rápidos.

—Pero ¿quiénes son nuestros adversarios?

Miguel Cygneriaz adoptó un aire de conspirador.

—¿Quieren saberlo realmente? Estamos luchando contra… las fuerzas ctónicas. Están en todas partes. Y, sobre todo, están ahí dentro, profundamente agazapadas en los repliegues ocultos de nuestras propias mentes… ¡Créanme, ésas son las peores!

Gilíes y Suzanne Odergin murieron exactamente treinta minutos después de que el profesor Miguel Cygneriaz se llevara consigo la sustancia plateada.

77. El ídolo de los insectos

Más ofrendas se precisan.

Si no honráis a vuestros dioses, os castigaremos con la tierra, con el fuego y con el agua.

Los Dedos pueden matar porque los Dedos son dioses. Los Dedos pueden matar porque los Dedos son grandes. Los Dedos pueden todo porque los Dedos son poderosos.

Ésa es la verdad.

Los Dedos, que acaban de teclear este mensaje perentorio, toman bruscamente altura, hasta un agujero de nariz que tres de ellos se dedican a limpiar de arriba abajo; después, giran y forman una bolita que haría palidecer de envidia a un escarabajo coprófago y la lanza lejos.

Luego los Dedos se elevan más arriba todavía, para sostener una frente tras la que alguien se dice que ha hecho un buen trabajo. ¡Y un buen trabajo no está al alcance del primer recién venido!

78. Cruzada

A las dos hormigas se ha ido uniendo poco a poco todo el resto del ejército.

103.683 alza una antena y siente el sol naciente que ahora la calienta con fuerza. En torno a ellas se ha ido agrupando la gente.

Son belokanianas, pero también las hay zedibeinakanianas que han venido en calidad de espectadoras. Emiten vivos gritos de ánimo para sus dos legiones de artillería y de caballería ligera, pero también para la cruzada entera.

23 se afila las mandíbulas, 24 vigila el capullo de mariposa. 103.683 se mantiene inmóvil, atenta a la subida de la temperatura. A los 20° C justos resopla y lanza la feromona señal de partida. Es una feromona de reclutamiento, tan ligera como tenaz, compuesta de ácido hexanoico (C
6
-H
12
-O
2
).

Inmediatamente empiezan a caminar las soldados, formando una primera columna que se engrosa y se alarga en medio de una efervescencia de antenas, de cuernos, de esferas oculares y de abdómenes repletos.

La primera cruzada contra los Dedos está en marcha. Pronto encuentra su ritmo de crucero, abriéndose camino inexorablemente entre las hierbas que crujen y se apartan.

Insectos, lombrices, roedores y reptiles prefieren huir a su paso. Los pocos valientes que contemplan su desfile, bien escondidos, no salen de su asombro al ver escarabajos rinoceronte codo a codo con las hormigas rojas.

Por delante, las exploradoras trabajan activamente, moviéndose a derecha y a izquierda, abriendo al grueso de las tropas el itinerario menos sinuoso y menos accidentado posible.

Este dispositivo de precaución, por regla general muy eficaz, no impide que el ejército choque de pronto con un obstáculo imprevisto. Se amontonan y se zarandean en el borde de un enorme cráter de al menos un centenar de pasos de diámetro. ¡Estupefacción general! Porque no tardan en reconocer aquel agujero: es todo lo que queda de la ciudad de Giu-li-kan cuyo monstruoso arrancamiento y luego rapto en una gigantesca concha transparente había narrado una soldado milagrosamente salvada… ¡Ése era el trabajo de los Dedos! ¡Ahí tenéis la muestra de lo que son capaces!

Una robusta hormiga se vuelve hacia sus hermanas con las antenas tendidas. Es 9. Todos conocen su valor contra los Dedos. Abriendo ampliamente sus mandíbulas, lanza una potente feromona:

¡Nosotras las vengaremos! ¡Mataremos a dos Dedos por cada una de las nuestras!

Todas las cruzadas han oído decir y repetir que no hay cien Dedos en la tierra, pero no por ello dejan de inspirar el acre mensaje. Drogadas por la furia, rodean el abismo y prosiguen camino.

Sin embargo, su excitación no les hace olvidar su prudencia. Así, cuando atraviesan una sabana o un desierto demasiado soleados, se las apañan para dar sombra a sus artilleras. Hay que evitar que el ácido sobrecalentado explosione, matando a la portadora y a sus vecinas. Sobre todo con el ácido hiperconcentrado al 60%: ¡la onda y los destrozos en las filas del ejército serían terribles!

Llegan por fin a una acequia, reliquia probable del reciente diluvio. 103.683 piensa que no debe ser muy larga y que probablemente podrá rodearse por el Sur. ¡No la escuchan, porque no hay tiempo que perder! Las exploradoras se lanzan al agua y forman un puente agarrándose por las patas. Una vez que pase la tropa, habrá unas cuarenta que quedarán inmóviles. No se logra nada sin pagar un precio.

Cuando la segunda noche empieza a caer, desearían ocupar un termitero o un hormiguero enemigo. Pero en el horizonte no se divisa nada. Están en una landa desierta donde no crecen más que arces.

Siguiendo el consejo de una vieja guerrera, que ignora que muy lejos de aquí las hormigas africanas acampan de esa forma, se agrupan y se amontonan en una bola compacta. La periferia de ese nido temporal está formada por un encaje de mandíbulas dispuestas a morder. Dentro se han dispuesto salas calientes para los escarabajos, más sensibles al frío, y para las enfermeras y las heridas. El conjunto comprende corredores y alojamientos en una decena de pisos.

A poco que un animal roce esa calabaza oscura, quedará engullido al momento en la pulpa mirmeceana. Así es como un joven pardillo y un lagarto que se creía muy listo pagan su curiosidad con una muerte espantosa.

Mientras las hormigas apostadas en el exterior permanecen alerta, en el interior los movimientos van calmándose y tranquilizándose. Cada una de las hormigas se aloja en la porción de aposento o de corredor que le ha correspondido.

Hace frío. Todas se duermen.

79. Enciclopedia

EL MÍNIMO DENOMINADOR COMÚN:
La experiencia animal más compartida por todos los humanos de la Tierra es el encuentro con hormigas. Pueden haber pueblos que nunca hayan visto un gato o un perro, una abeja o una serpiente, pero nunca se encontrarán individuos que un día no hayan jugado a dejarse escalar por una hormiga. Es nuestra experiencia vital común más difundida. Y de la observación de esa hormiga que camina por nuestra mano hemos extraído informaciones básicas. Uno: la hormiga mueve las antenas para comprender lo que le pasa; dos: va por todas partes por donde se puede ir; tres: pasa a la segunda mano si le cortan el camino con ella; cuatro: se puede detener una columna de hormigas trazando delante de ella una línea con el Dedo mojado (los insectos llegan entonces como ante un muro invisible e infranqueable que terminan por rodear). Eso lo sabemos todos. Sin embargo, ese saber infantil, ese saber primario compartido por todos nuestros antepasados y por todos nuestros contemporáneos no sirve para nada. Porque ni lo enseñan en la escuela (donde se estudia a la hormiga de forma escasamente atractiva: por ejemplo, memorizando el nombre de las partes del cuerpo de la hormiga; francamente, ¿qué interés tiene?), ni es útil para encontrar trabajo.

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