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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (25 page)

BOOK: El día de las hormigas
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Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

80. Los visitantes de la noche

¡Había acertado! El médico forense se lo había confirmado. Las lesiones internas podían muy bien haber sido causadas por mandíbulas de hormigas. Tal vez Jacques Méliés no había cogido todavía al culpable, pero estaba seguro de hallarse sobre la pista correcta.

Demasiado excitado para poder dormir, encendió la televisión y por casualidad tropezó con la reposición nocturna de «Trampa para pensar». La señora Ramírez había abandonado su aspecto tímido para enarbolar una fisonomía radiante.

—Entonces, señora Ramírez, esta vez tiene algo.

La señora Ramírez no ocultó su alegría.

—¡Sí, sí, esta vez he dado con ello! ¡En fin, que creo haber hallado la solución a su enigma!

Estallidos de aplausos.

—¿De veras? —dijo sorprendido el presentador.

La señora Ramírez batía palmas como una niñita.

—¡Sí, sí, sí! —exclamó.

—Bueno, pues, explíquenoslo, señora Ramírez.

—Ha sido gracias a sus frases clave. «Cuanto más inteligente es uno, menos posibilidades hay de hallar la solución», «Hay que olvidar lo que se sabe», «Como el Universo, este enigma nace en la simplicidad absoluta…» He comprendido que debía convertirme en una niña para llegar a la solución. Dar marcha atrás, volver a la fuente, de la misma forma que esa serie que representaba la expansión del Universo parece regresar a su Big Bang original. Era preciso que volviese a ser un espíritu simple, que recuperase mi alma de bebé.

—Eso la llevará lejos, señora Ramírez…

Completamente entregada, la concursante no se dejó interrumpir:

—Los adultos siempre nos esforzamos por ser cada vez más inteligentes, pero me he preguntado qué pasaría operando en sentido inverso. Romper la rutina y hacer lo contrario de lo que nos mandan nuestros hábitos.

—Bravo, señora Rodríguez.

Aplausos dispersos.

—Y, ¿cómo reacciona una mente inteligente ante este enigma? Frente a esa sucesión de números, ve un problema matemático. Va, por lo tanto, a buscar cuál es el denominador común entre esas líneas de cifras. Suma, resta, multiplica, pasa revista a todas las cifras. Pero se rompe la cabeza en vano, por la sencilla razón de que no tienen nada que ver con las matemáticas… Y si no es un enigma matemático, es que se trata de un enigma literario.

—Bien pensado, señora Ramírez. Un aplauso.

La concursante aprovecha las aclamaciones para recuperar aliento.

—Pero ¿cómo dar un sentido literario a una serie de cifras que se amontonan, señora Ramírez?

—Haciendo como los niños, enunciando lo que se ve. Los niños, cuando son muy pequeños, al ver una cifra pronuncian la palabra. Para ellos, «seis» corresponde a la sonoridad seis como «vaca» corresponde al animal de cuatro patas con tetas. Es una convención. Se designa a las cosas según sonidos arbitrarios que difieren en todo el mundo. Pero el nombre, el concepto y la cosa terminan siendo el mismo en todas partes.

—Muy filosófica está usted hoy, señora Ramírez, pero nuestras queridas telespectadoras y telespectadores piden algo concreto. Entonces la solución es…

—Si escribo
«1»,
un niñito que apenas sepa leer me dirá: «Eso es
un uno».
Por lo tanto escribo
«1 1»: «un uno».
Si le muestro lo que acabo de escribir, me dirá que ve
«dos unos»: «2 1».
Y así sucesivamente. La solución es la siguiente. Basta con nombrar la línea superior para obtener la línea siguiente. Nuestro niño lee por tanto
«un dos, un uno»
en la línea de abajo:
«1211».
Si la enumero, resultará
«un uno, un dos, dos unos»: «111221».
Luego
«312211»,
luego
«13112221»,
luego
«1113213211»…
No creo que la cifra «cuatro» aparezca en seguida.

—¡Es usted formidable, señora Ramírez! ¡Y ha ganado!

La sala aplaude a rabiar y, en su pequeña nube, Méliés tiene la impresión de que le aplauden a él.

El presentador llama al orden:

—De todos modos, ¿vamos a dormirnos en nuestros laureles, señora Ramírez?

La mujer se mueve, sonríe, gesticula, se lleva unas manos sin duda más húmedas que frescas a sus mejillas carmesíes.

—Déjeme por lo menos que me recupere.

—¡Ah!, señora Ramírez: de qué forma tan brillante ha resuelto nuestro enigma cifrado; ¡pero ya se perfila nuestra nueva «¡Trampa para…

—…pensar!»

—…comunicada, como siempre, por un telespectador anónimo. Atienda a nuestro nuevo problema: ¿sabría formar con seis cerillas, repito, con seis cerillas, seis triángulos equiláteros del mismo tamaño, sin romperlas ni pegarlas?

—¿Seis triángulos, dice? ¿Está usted seguro que no se trata de seis cerillas y cuatro triángulos?

—Seis cerillas, seis triángulos —repite el presentador en tono inflexible.

—Por lo tanto saldrá un triángulo por cerilla —dice asustada la concursante.

—Así es, señora Ramírez. Y en esta ocasión, la primera frase clave será: «Hay que pensar de la misma manera que el otro.» Así pues, a pensar, amigos telespectadores. ¡Hasta mañana, si les parece bien!

Jacques Méliés apagó el televisor, volvió a acostarse y terminó durmiéndose. La exaltación le siguió hasta sus agitados sueños, donde se mezclaron Laetitia Wells, sus ojos violeta y sus lágrimas de entomóloga, Sébastien Salta y su cara de película de miedo, el prefecto Dupeyron que abandonaba la política para lanzarse a una carrera de médico forense, la concursante Ramírez, a quien nunca engañaba su reflexión…

Estuvo dando vueltas y más vueltas entre las sábanas durante buena parte de la noche, mientras sus sueños continuaban con su zarabanda. Dormía profundamente. Dormía menos. No dormía. Despertó sobresaltado. Era una pequeña vibración, una especie de golpeteo sobre el colchón, que había percibido al fondo de la cama. Su pesadilla de la infancia volvió para acosarle: el monstruo, el lobo rabioso de ojos rojos de odio… Logró reponerse. Ahora era un adulto. Completamente despierto, encendió la luz y comprobó que había una pequeña protuberancia que se movía a sus pies.

Saltó fuera de la cama. La joroba estaba allí, real. Dejó caer sobre ella el puño y oyó un chillido. Luego, estupefacto, vio cómo Marie-Charlotte salía cojeando de debajo de sus sábanas.

La pobre se refugió en sus brazos maullando. Para tranquilizarla, la acarició y le frotó la pata que tenía dolorida. Luego, decidido a recuperar algunas fuerzas esa noche, fue a cerrar a Marie-Charlotte en la cocina junto a un trozo de paté de atún con estragón. Bebió un vaso de agua del frigorífico y contempló la televisión hasta emborracharse con las imágenes.

En altas dosis, la televisión tenía un efecto tranquilizador, como una droga analgésica. Se sentía como flotando, con la cabeza llena de nada, y los ojos embebidos en problemas que no le concernían lo más mínimo. Un placer.

Volvió a acostarse y esta vez se puso a soñar como todo el mundo con lo que acababa de ver en la televisión, a saber: una película americana, anuncios, unos dibujos animados japoneses, un partido de tenis y algunas escenas de matanzas sacadas de los informativos.

Dormía. Dormía en profundidad. Dormía menos. Dejaba de dormir.

Decididamente, el Destino estaba contra él. Una vez más vio una pequeña duna que se movía en el fondo de su cama. Dio otra vez la luz. ¿Seguía haciendo de las suyas su gata bonsái Marie-Charlotte? Sin embargo, había cerrado cuidadosamente la puerta de la cocina.

Ya de pie, vio a la duna dividirse en dos, en cuatro, en ocho, en dieciséis, en treinta y dos, en un centenar de pequeños bultos apenas visibles que se desplazaban hacia la desembocadura de las sábanas. Retrocedió un paso. Y, estupefacto, contempló a las hormigas que invadían su almohada.

Su primer reflejo fue barrerlas con la palma de la mano. Cambió de opinión a tiempo. Sébastien Salta y todos los demás debían haber pretendido barrerlas con la mano. No hay peor error que subestimar al adversario.

Entonces, ante aquellos minúsculos animalitos cuya especie exacta no pensó en identificar ni por un segundo, Jacques Méliés se dio a la fuga. Las hormigas le perseguían, al parecer, pero por suerte su puerta de entrada no tenía más que un cerrojo y pudo abandonar el piso antes de que la tropa le hubiera alcanzado. En la escalera oyó los maullidos atroces de la pobre Marie-Charlotte cuando se dejaba desmigajar por aquellos malditos insectos.

Vivió todo aquello en un estado secundario, como acelerado. Descalzo y en pijama ya en la calle, logró parar un taxi y conminó al chofer a que se dirigiera volando a la Comisaría central.

Ahora estaba seguro: el asesino sabía que había resuelto el misterio de los químicos asesinados, y le había enviado a sus pequeñas ejecutoras.

Y no había más que una persona que supiera que había resuelto el enigma. ¡Sólo una persona!

81. Enciclopedia

DUALIDAD:
Toda la Biblia puede resumirse en su primer libro: el Génesis. Todo el Génesis puede resumirse en su primer capítulo: el capítulo que cuenta la Creación del mundo. Todo este capítulo puede asimismo resumirse en su primera palabra.
Berechit. Berechit,
que significa «en el comienzo». Toda esta palabra puede resumirse en su primera sílaba,
Ber
, que quiere decir «lo que ha sido dado a la luz». Toda esa sílaba puede a su vez resumirse en su primera letra,
B
, que se pronuncia «
Beth
» y se representa mediante un cuadrado abierto, con un punto en el medio. Ese cuadrado simboliza la casa, o la matriz que encierra el huevo, el feto, pequeño punto destinado a ser dado a luz.

¿Por qué empieza la Biblia por la segunda letra del alfabeto y no por la primera? Porque Be representa la dualidad del mundo, mientras que A es la unidad original. B es la emanación, la proyección de esa unidad. B es el otro. Salidos del «uno», nosotros somos «dos». Salidos de A, somos en B. Vivimos en un mundo de dualidad y en la nostalgia —incluso en la búsqueda— de la unidad, el Aleph, el punto de donde todo ha partido.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

82. Todo recto

La caída de una sámara de arce, una de esas hélices vegetales que van a llevar sus simientes muy lejos, sacude el campamento. El giro de su doble ala membranosa las hace peligrosas para las hormigas. Esta vez el bloque de cruzadas se ha visto dislocado y diseminado por tierra antes de proseguir su marcha.

Entre las filas, ya hay tema de conversación. Discuten sobre los riesgos comparados de los diferentes proyectiles naturales. El peor, según algunas, son los copetes del cardillo, que se pegan a las antenas y alteran todas las comunicaciones. Para 103.683 nada iguala en ese aspecto a la balsamina. Cuando una roza sus frutos, las tiras se enrollan de forma violenta y proyectan sus semillas a una distancia que puede superar los cien pasos.

Parlotean, pero no por ello aminora su marcha la larga procesión. Las hormigas frotan intermitentemente su vientre contra el suelo, a fin de que su glándula de Dufour imprima un rastro oloroso destinado a guiar a sus hermanas que las siguen.

Sobre sus cabezas revolotean numerosos pájaros, peligrosos también, aunque de forma muy distinta a las sámaras. Hay currucas meridionales de plumaje azulado, alondras lulú, pero sobre todo una multitud de pájaros carpinteros, picamaderos, negros o verdes. En el bosque de Fontainebleau, ésos son los volátiles más frecuentes.

Uno de ellos, un pájaro carpintero negro, se ha acercado demasiado. Se sitúa frente a la columna de hormigas rojas a las que tiene en la mira de su pico. Salta en picado, restablece el equilibrio de su vuelo y carga a ras de tierra. Enloquecidas, las hormigas se dispersan en todas direcciones.

Sin embargo, el objetivo del pájaro no es atrapar algunas desventuradas aisladas. Cuando se encuentra encima de una escuadra de soldados, suelta unos excrementos blancos que las manchan por completo. Como lo repite varias veces, consigue manchar a una treintena de hormigas. Un grito de alarma recorre todo el ejército.

¡No lo comáis! ¡No lo comáis!

En efecto, los excrementos de los pájaros carpinteros se hallan infectados, a menudo, de cestodos. Las que los prueben…

83. Enciclopedia

CESTODOS:
Los cestodos son parásitos unicelulares que viven en estado adulto en el intestino del pájaro carpintero. Los cestodos son expulsados junto con las heces del pájaro. Podría creerse que éste tiene conciencia de ello, por la frecuencia con que bombardea las ciudades hormiga con sus excrementos.

Cuando las hormigas quieren limpiar su ciudad de tales huellas blancas, se las comen y resultan contaminadas por los cestodos. Los parásitos perturban su crecimiento, modifican la pigmentación de su caparazón volviéndolo más claro. La hormiga infectada se vuelve indolente, sus reflejos son mucho menos rápidos, y, de hecho, cuando un picoverde ataca una ciudad, las hormigas infectadas por sus desechos son sus primeras víctimas.

Esas hormigas albinas son no sólo más lentas, sino que su quitina, al volverse clara, también las vuelve más fáciles de descubrir en los sombríos corredores de la ciudad.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

84. Primeros muertos

El pájaro vuelve para bombardearlas de nuevo. Aplica su estrategia a medio plazo: envenenar primero, luego recoger las hormigas afectadas en una próxima incursión.

Las soldados se sienten impotentes. 9 clama al cielo que ellas se dirigen a matar Dedos y que, al atacarlas, el estúpido pájaro protege a esos enemigos comunes. Pero el pájaro carpintero no recibe los mensajes olfativos. Hace un doping inverso y carga otra vez contra la columna de cruzadas.

¡Todas en defensa antiaérea!, dice una vieja guerrera.

Las artilleras pesadas escalan rápidamente unos tallos altos. Disparan al paso del pájaro, que decididamente resulta muy rápido. ¡Han fallado! ¡Peor aún, dos artilleras se fulminan mutuamente con sus tiros cruzados!

Pero cuando el pájaro carpintero se dispone a reincidir en su descarga de heces, ve frente a él un espectáculo poco frecuente. Hay un escarabajo rinoceronte, en suspensión casi inmóvil gracias a un batir de alas asíncrono, con una hormiga en posición de disparo, curiosamente encaramada en la punta de su cuerno frontal. Es 103.683. Su ano echa humo, porque lo ha llenado de ácido hiperconcentrado al 60%.

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