El Día Del Juicio Mortal (13 page)

Read El Día Del Juicio Mortal Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: El Día Del Juicio Mortal
13.84Mb size Format: txt, pdf, ePub

Aguardé.

El prosiguió:

—Por eso se tomó tantos años para presentarse a ti. Podría haber esquivado a Fintan, pero había dado por sentado que te pasaría lo mismo que a Jason…: atractiva tanto para humanos como para seres sobrenaturales, pero, aparte de eso, esencialmente humana.

—Pero luego oyó decir que no lo eras —terció Dermot.

—¿Oyó decir? ¿De boca de quién? —Mi abuela se habría sentido orgullosa.

—De Eric. Habían tenido algunos negocios juntos, y Niall le pidió a Eric que lo mantuviese informado de los acontecimientos de tu vida. Eric le informaba de vez en cuando de las cosas que te pasaban. Llegó un momento en el que Eric consideró que necesitabas la protección de tu bisabuelo y, evidentemente, te estabas marchitando. ¿Qué?

—Así que el abuelo envió a Claudine, y cuando ella se preocupó por no ser capaz de cuidar de ti, decidió conocerte en persona. Eric también se encargó de eso. Supongo que pensaría que así se ganaría la buena voluntad de Niall como pago de su hallazgo. — Dermot se encogió de hombros—. Debe de haberle funcionado. Todos los vampiros son sobornables y egoístas.

Las palabras «sartén» y «cazo» me vinieron a la mente.

—Entonces Niall apareció en mi vida y se hizo visible mediante la intervención de Eric —dije—. Y eso precipitó la guerra de las hadas, porque las hadas del agua no querían más contactos con los humanos, y mucho menos con bastardos reales con apenas un octavo de sangre de hada. —«Gracias, chicos». Me encantaba escuchar que toda la guerra había sido culpa mía.

—Sí —afirmó Claude juiciosamente—. Es un resumen acertado. Así empezó la guerra, y tras muchas muertes, Niall decidió sellar el mundo feérico. —Lanzó un hondo suspiro—. A Dermot y a mí nos dejaron fuera.

—Y, por cierto, no me estoy marchitando —señalé, bastante molesta—. Quiero decir, ¿de verdad os lo parezco? —Sabía que me estaba desviando de lo importante, pero eso me había tocado la fibra sensible. Me estaba enfadando de verdad.

—Sólo tienes un poco de nuestra sangre —explicó Dermot con amabilidad, como si eso fuese un recordatorio funesto—. Estás envejeciendo.

Eso era innegable.

—Entonces ¿por qué cada vez me siento más como una de vosotros, si precisamente apenas tengo sangre de hada?

—Nuestra suma es más que nuestras partes —declaró Dermot—. Yo soy medio humano, pero cuanto más tiempo paso con Claude, más poderosa es mi magia. Claude, a pesar de ser un hada de pura sangre, lleva demasiado tiempo en el mundo de los humanos y eso lo ha debilitado. Ahora está más fuerte. Tú sólo cuentas con un poco de sangre feérica, pero cuanto más tiempo pases con nosotros, más sobresaldrá ese elemento en tu naturaleza.

—¿Es como los intereses de una inversión? —dije—. No acabo de pillarlo.

—Es más bien como…, como meter un vestido rojo en la lavadora junto a la blanca —explicó Dermot, triunfante, quien había hecho precisamente eso la semana pasada. Ahora, todos teníamos calcetines rosas.

—Pero ¿no significaría eso que ahora Claude es menos rojo? Quiero decir, menos hada. Si le estamos drenando.

—No —contestó Claude con cierta complacencia—. Ahora estoy más rojo que antes.

—Yo también —asintió Dermot.

—Yo no he notado gran diferencia —dije.

—¿No te sientes más fuerte que antes?

—Bueno…, algunos días, sí. —No era como ingerir sangre de vampiro, que otorgaba una fuerza superior durante un periodo indeterminado, si es que no te hacía perder los papeles. Era como notar un incremento en el vigor. De hecho, me sentía más joven. Y dado que aún estaba al principio de la veintena, no dejaba de ser inquietante.

—¿No anhelas ver de nuevo a Niall?

—A veces. —Todos los días.

—¿No te sientes más feliz cuando dormimos contigo en la cama?

—Sí, pero quiero que lo sepáis: también me parece un poco espeluznante.

—Humanos —dijo Claude a Dermot con un toque de exasperación y paternalismo en la voz. Dermot se encogió de hombros. A fin de cuentas, él era medio humano.

—Y, aun así, decides quedarte —dije.

—Cada día me pregunto si no cometí un error.

—¿Por qué te quedaste si estás tan ansioso por volver con Niall y tu vida feérica? ¿Cómo obtuviste la carta de Niall, la que me diste el mes pasado y en la que decía haber empleado toda su influencia para que el FBI me dejase en paz? —Le clavé una mirada suspicaz—. ¿Era una falsificación?

—No, era auténtica —explicó Dermot—. Y estamos aquí porque ambos amamos y tememos a nuestro príncipe.

—Vale —atajé, dispuesta a cambiar de tema, ya que no podía entrar en el debate de sus sentimientos—. ¿Qué es un portal exactamente?

—Es un punto más fino en la membrana —dijo Claude. Me lo quedé mirando como si no entendiera nada, y desarrolló su respuesta—. Existe una especie de membrana mágica entre nuestro mundo, el sobrenatural, y el vuestro. Allí donde la membrana se hace más fina, se vuelve permeable. Desde esos puntos, el mundo feérico es accesible. Al igual que las partes de tu mundo que normalmente te son invisibles.

—¿Cómo?

Claude había cogido carrerilla.

—Los portales suelen permanecer en el mismo sitio, aunque pueden variar un poco. Los usamos para ir de vuestro mundo al nuestro. En el portal que hay en tu bosque, Niall dejó una apertura. No es lo suficientemente grande como para que pase uno de nosotros erguido, pero sí se pueden transferir objetos.

Como la rendija para el correo en las puertas.

—¿Ves? ¿Tan difícil era? —me quejé—. ¿Se te ocurre alguna verdad más que compartir conmigo?

—¿Como cuál?

—Como por qué todos esos feéricos están en el Hooligans, actuando como
strippers
, porteros y a saber qué más. No todos son hadas. Ni siquiera sé lo que son. ¿Por qué han acabado con vosotros dos?

—Porque no tienen ningún sitio al que ir —dijo Dermot simplemente — . Se quedaron todos fuera. Algunos adrede, como Claude, pero otros en contra de su voluntad, como yo.

—¿Entonces Niall selló el acceso al mundo feérico y dejó a su gente atrás?

—Sí. Quería mantener dentro a todos los seres que aún deseaban matar a los humanos; tenía demasiada prisa — explicó Claude. Noté que Dermot, a quien Niall había rechazado de forma tan cruel, tenía sus dudas acerca de esa explicación.

—Tenía entendido que Niall contaba con razones de peso para aislar el mundo feérico —maticé lentamente—. Dijo que la experiencia le había enseñado que siempre hay problemas cuando las hadas y los humanos se mezclan. No quería que las hadas procrearan más con los humanos porque muchas de ellas detestan las consecuencias, o sea los mestizos. —Miré a Dermot con aire de disculpa y éste se encogió de hombros. Estaba acostumbrado —. Niall no tenía intención de volver a verme. ¿Tantas ganas tenéis vosotros dos de volver al mundo feérico y quedaros allí?

Se produjo una pausa que podríamos calificar como elocuente. Estaba claro que Claude y Dermot no iban a responder. Al menos no iban a mentir.

—Entonces, explicadme por qué habéis venido a vivir conmigo y qué es lo que queréis de mí —exigí, anhelando que sí respondieran a eso.

—Estamos viviendo contigo porque nos pareció buena idea unirnos a la familia que nos queda —explicó Claude—. Aislados de nuestro mundo, nos sentíamos débiles y no teníamos la menor idea de que tantos habían quedado a este lado. Nos sorprendió cuando los demás seres feéricos de Estados Unidos empezaron a converger en el Hooligans. Y nos hizo felices. Como te hemos dicho, cuanto más unidos estamos, más fuertes somos.

—¿Me estáis diciendo toda la verdad? —Me levanté y empecé a caminar de un lado a otro—. Podríais haberme dicho todo esto antes, pero no lo hicisteis. Puede que estéis mintiendo. —Separé los brazos del cuerpo con las palmas hacia delante, en plan: «¿Y bien?».

—¿Qué? —Claude se sintió insultado. Bueno, iba siendo hora de que probase de su propia medicina—. Las hadas nunca mienten, todo el mundo lo sabe.

Sí, claro. Todo el mundo lo sabe.

—Puede que no sea mentira, pero no sería la primera vez que decís una verdad a medias —indiqué—. Es uno de los rasgos que compartís con los vampiros. A lo mejor tenéis más de una razón para estar aquí. A lo mejor lo hacéis para ver quién pasa por el portal.

Dermot se incorporó como un resorte.

Ya estábamos los tres enfadados. La habitación estaba llena de acusaciones.

—Yo deseo volver al mundo feérico porque deseo ver de nuevo a Niall —dijo Claude, escogiendo cuidadosamente sus palabras—. Es mi abuelo. Estoy harto de recibir mensajes ocasionales. Deseo visitar nuestros enclaves sagrados, donde pueda estar cerca de los espíritus de mis hermanas. Deseo ir y venir entre los mundos, como es mi derecho. Éste es el portal más cercano. Tú eres nuestra familiar más cercana. Y esta casa tiene algo. Éste es nuestro sitio, por ahora.

Dermot se asomó por la ventana hacia la cálida mañana. Fuera había mariposas, todas las plantas estaban en flor y el sol brillaba con fuerza. Sentí una oleada de intenso anhelo por salir con las cosas que comprendía en vez de quedarme allí dentro, enzarzada en una extraña conversación con unos familiares que no comprendía o en los que no confiaba del todo. Si la lectura de su lenguaje corporal era indicador de algo, Dermot parecía compartir mis mismos pensamientos de añoranza.

—Pensaré en lo que me habéis dicho —contesté a Claude. Los hombros de Dermot parecieron relajarse una fracción—. Tengo otras cosas en la cabeza. Os conté lo del atentado contra el bar. —Dermot se giró y se apoyó en la ventana. Si bien tenía el pelo más largo que mi hermano y su expresión era más (lo siento, Jason) inteligente, su parecido resultaba escalofriante. No es que fuesen idénticos, pero podrían pasar por el otro perfectamente, al menos brevemente. Pero Dermot destilaba unos tonos más oscuros que nunca había visto en Jason.

Ambos asintieron cuando mencioné lo del Merlotte’s. Parecían interesados, pero sin ánimo de involucrarse; una expresión a la que los vampiros me tenían acostumbrada. Lo cierto es que les importaba un bledo lo que pudiera ocurrirles a los humanos que no conocían. Si leyeran a John Donne, estarían en desacuerdo con su teoría de que ningún hombre es una isla. La mayoría de humanos compartía una gran isla a juicio de las hadas, y esa isla estaba a la deriva en un mar llamado Me Importa un Comino.

—La gente se suelta de la lengua en los bares, así que no me cabe duda de que en los clubs de
striptease
también. Por favor, mantenedme al tanto si averiguáis algo sobre quién lo hizo. Es importante para mí. Si pudierais pedirle al personal del Hooligans que prestase atención a las conversaciones, estaría muy agradecida.

—¿El negocio le va mal a Sam, Sookie? —preguntó Dermot.

—Sí —dije, no del todo sorprendida por el giro de la conversación—. Y el nuevo bar cerca de la autopista se está llevando a nuestra clientela. No sé si es la novedad del Redneck Roadhouse de Vic o del Beso del Vampiro lo que se está llevando a la gente, o si se van porque Sam es un cambiante, pero el Merlotte’s no pasa por sus mejores momentos.

Intentaba decidirme sobre cuánto quería contarles de las maldades de Víctor cuando Claude soltó repentinamente:

—Te quedarías sin trabajo. —Y cerró la boca, como si eso hubiese alumbrado una sucesión de pensamientos.

Todo el mundo parecía estar muy interesado en lo que haría si el Merlotte’s cerrase.

—Sam perdería su medio de vida —puntualicé antes de volverme hacia la cocina para servirme otra taza de café—, lo cual es mucho más importante que mi trabajo. Yo puedo encontrar otro sitio.

—El podría poner un bar en otro sitio —dijo Claude encogiéndose de hombros.

—Tendría que abandonar Bon Temps —solté con aspereza.

—Y eso no te agradaría, ¿verdad? —Claude adquirió un aire pensativo que me incomodó mucho.

—Es mi mejor amigo —señalé—. Lo sabéis. —Quizá era la primera vez que lo decía en voz alta, pero supongo que era algo que sabía desde hacía mucho tiempo — . Oh, por cierto, si queréis saber lo que le pasó a Cait, deberíais poneros en contacto con un humano de ojos grises que trabaja en el Beso del Vampiro. El letrero de su uniforme ponía que se llamaba Colton. —Conocía varios sitios que repartían alegremente etiquetas de identificación independientemente del nombre de su portador, pero al menos era un principio. Me encaminé hacia la cocina.

—Espera —dijo Dermot tan abruptamente que giré la cabeza para mirarlo—. ¿Cuándo vendrá la gente de la tienda de antigüedades para echarle un vistazo a tus desechos?

—Deberían estar aquí en un par de horas.

—El desván está más o menos vacío. ¿No planeabas limpiarlo?

—Era lo que pensaba hacer esta mañana.

—¿Quieres que te echemos una mano? —se ofreció Dermot.

Claude estaba claramente atónito. Lanzó una mirada más que significativa a Dermot.

Volvíamos así al terreno familiar y, por una vez, me sentí agradecida. Hasta que no tuviese tiempo para asimilar toda esa información nueva, no sabría cuáles eran las preguntas más adecuadas que formular.

—Gracias —dije—. Estaría muy bien que os llevaseis arriba uno de los cubos de basura grandes. Cuando barra y quite los restos más pequeños podríais tirar el contenido. —Contar con familiares sobrehumanamente fuertes puede ser muy práctico.

Volví al porche para armarme con mis utensilios de limpieza y, subiendo por la escalera, linterna en mano, noté que la puerta de Claude estaba cerrada. Amelia, mi anterior inquilina, había acondicionado uno de los dormitorios del piso de arriba con un tocador barato, aunque mono, una cómoda y una cama. Había acondicionado el otro como su salón de estar, con dos cómodos sillones, un televisor y un amplio escritorio que ahora permanecía vacío. El día que despejamos el desván me di cuenta de que Dermot había puesto un catre en el antiguo saloncito.

Antes de poder decir «esta boca es mía», Dermot apareció en la puerta del desván con el cubo de basura en la mano. Lo dejó en el suelo y miró a su alrededor.

—Creo que estaba mejor con los recuerdos de la familia —dijo, y tuve que estar de acuerdo. A la luz del día, que se colaba por las sucias ventanas, el desván parecía un lugar triste y destartalado.

—Estará mejor cuando lo limpiemos —dije, decidida, y empecé a usar la escoba, quitando telarañas y despejando polvo y desechos de las tablas del suelo. Para mi sorpresa, Dermot cogió unos trapos viejos y limpiacristales y se puso manos a la obra con las ventanas.

Other books

Cherry Bomb: A Siobhan Quinn Novel by Caitlin R. Kiernan, Kathleen Tierney
Hot Siberian by Gerald A. Browne
Faces in the Rain by Roland Perry
The Disciple by Michael Hjorth
Atticus Claw Goes Ashore by Jennifer Gray
Cherished (Adam & Ella) by Trent, Emily Jane
The Battle of Midway by Craig L. Symonds