Read El Día Del Juicio Mortal Online
Authors: Charlaine Harris
Eric no mostró expresión alguna, pero sabía que se estremecía por dentro, pugnando por mantener la cara de póquer y los pensamientos claros.
Victor se había ganado muchos puntos con esa emboscada.
Luis y Antonio se situaron en la entrada del apartado VIP tras facilitarnos el paso. No estaba muy segura de si estaban allí para impedir que entrase nadie o que saliésemos nosotros. También nos custodiaban figuras de Elvis a tamaño real. No me impresionaron. Había conocido al Elvis auténtico.
Víctor nos dio la bienvenida con una maravillosa sonrisa, blanca y llena de dientes, tan brillante como la del presentador de un concurso.
—¡Eric, cómo me agrada verte en mi nuevo proyecto empresarial! ¿Te gusta la decoración? — Abarcó el atestado club con mano ligera. Si bien no era un hombre muy alto, quedaba muy claro que era el rey en su castillo, y estaba saboreando cada minuto. Se inclinó hacia delante para coger su copa de la mesa.
Hasta el cristal de la copa era dramático: oscuro, ahumado, acanalado. Encajaba con esa «decoración» de la que tanto se enorgullecía. Si tuviera la ocasión de describírselo a alguien, cosa que me parecía muy poco probable en ese momento, la habría definido como «burdelesco» temprano: mucha madera oscura, exceso de papel en la pared, cuero y terciopelo rojo. Se me hacía pesado y muy colorido, aunque probablemente hablasen mis prejuicios por mí. La gente que no paraba de dar vueltas en la pista de baile parecía estar pasándolo bien independientemente de la decoración. La banda que tocaba estaba compuesta por vampiros, así que tocaba genial. Tocaban canciones del momento salpicadas con temas más blues y rock. Dado que la banda podría haber tocado con Robert Johnson y Memphis Minnie, contaban a sus espaldas con varias décadas de práctica.
—Estoy asombrado —dijo Eric con una voz absolutamente neutra.
—¡Perdonad mis modales! Sentaos, por favor —invitó Víctor—. Os presento a… ¿cómo te llamabas, cariño? —preguntó a la chica.
—Soy Mindy Simpson —dijo con una sonrisa coqueta—. Éste es mi marido, Mark Simpson.
Eric devolvió el saludo con un parpadeo de ojos. Pam y yo aún no habíamos entrado en el juego de la conversación, así que no nos vimos en la necesidad de responder.
Victor no nos presentó a la mujer pálida. Era evidente que se guardaba lo mejor para el final.
—Veo que has traído a tu querida esposa —indicó Victor cuando como recién llegados tomamos asiento a su derecha, en la larga bancada. No era tan cómoda como hubiese esperado, y la profundidad del asiento no compaginaba muy bien con la longitud de mis piernas. La talla de Elvis a tamaño real a mi derecha estaba ataviada con su famoso mono de paracaidista. Qué estilo.
—Sí, estoy aquí —respondí, desalentada.
—Y tu famosa lugarteniente, Pam Ravenscroft —prosiguió Victor, como si nos estuviese identificando a un micrófono oculto.
Apreté la mano de Eric. No podía leerme la mente, que (al menos en ese momento) me parecía una lástima. Estaban pasando allí muchas cosas que no conocíamos. A ojos de un vampiro, como esposa humana de Eric, aparecía como primera concubina designada. El título de «esposa» me proporcionaba estatus y protección, volviéndome teóricamente intocable para otros vampiros y sus siervos. No me alegraba precisamente de ser una ciudadana de segunda clase, pero cuando comprendí por qué Eric me había engañado para acabar así, fui reconciliándome poco a poco con mi título. Ahora era el momento de demostrarle un poco de apoyo a cambio.
—¿Desde cuándo está abierto el Beso del Vampiro? —Sonreí al aborrecible Victor. Tenía años de experiencia a la espalda de parecer feliz cuando no lo estaba y era la reina de la charla casual.
—¿No has visto toda la publicidad previa? Sólo tres semanas, pero ha sido todo un éxito —dijo Victor, apenas mirándome. No le interesaba en absoluto como persona. Ni siquiera se sentía atraído por mí sexualmente. Creedme, reconozco esas señales. Estaba más interesado en mí como criatura cuya muerte heriría a Eric. En otras palabras, mi ausencia sería más útil que mi existencia.
Como se estaba dignando a hablar conmigo, se me ocurrió aprovechar la ocasión.
—¿Pasas mucho tiempo aquí? Me sorprende que no te necesiten más a menudo en Nueva Orleans. —¡Toma! Esperé su respuesta con la sonrisa fija en mi cara.
—Sophie-Anne prefería una base permanente en Nueva Orleans, pero yo veo la tarea de gobierno como algo más flexible —respondió Victor ingeniosamente—. Me gusta mantener una mano firme sobre todo lo que ocurre en Luisiana, sobre todo desde que sé que soy un simple regente que cuida del Estado para Felipe, mi amado rey. —Su sonrisa se transformó en una mueca feroz.
—Felicidades por la regencia —dijo Eric, como si no existiese nada más deseable.
Había mucha falsedad en aquel lugar. Tantas indirectas que podías ahogarte en ellas. Y puede que nos ocurriese.
—Eres más que bienvenido —remarcó Victor con ferocidad—. Sí, Felipe me ha decretado como su regente. Es muy poco habitual que un rey consiga amasar tantos territorios como él, y se ha tomado su tiempo para decidir qué hacer. Y ha decidido quedarse todos los títulos para él.
—¿También serás el regente de Arkansas? —preguntó Pam. Al oír su voz, Miriam Earnest empezó a llorar. Hasta el momento, había intentado hacer el menor ruido posible, pero no hay sollozo que pase desapercibido. Pam no la miró.
—No —contestó Victor a regañadientes — . Rita la Roja ha recibido ese honor.
No sabía quién podía ser Rita la Roja, pero tanto Eric como Pam parecían impresionados.
—Es una gran luchadora —me dijo Eric — . Una vampira poderosa. Es una gran elección para reconstruir Arkansas.
Genial, a lo mejor podríamos irnos a vivir allí.
Si bien no puedo leer la mente de los vampiros, esa vez no me fue necesario. Bastaba con observar el rostro de Victor y comprender que había deseado, anhelado, el título de rey y deseado gobernar los nuevos territorios de Felipe. Su decepción se había mudado en ira, y canalizaba esa ira hacia Eric, el objetivo más claro a su alcance. Provocarlo y entrometerse en su territorio ya no era suficiente para Victor.
Y ésa era la razón por la que Miriam estaba en el club esa noche. Intenté adentrarme en su mente. Tras palpar cuidadosamente sus lindes, me topé con una neblina blanca. Estaba drogada, aunque no sabía con qué ni si lo había tomado por voluntad propia o coaccionada.
—Sí, por supuesto —dijo Victor, devolviéndome al momento repentinamente. Mientras exploraba la mente de Miriam, los vampiros habían seguido hablando de Rita la Roja—. Mientras ella se pone manos a la obra aquí al lado, pensé que sería apropiado desarrollar la zona de Luisiana que linda con su territorio. He abierto un club humano aparte de éste. —Victor casi ronroneaba.
—Eres el dueño del Redneck Roadhouse de Vic —señalé ateridamente. ¡Claro! Debí haberlo imaginado. ¿Es que Victor se dedicaba a coleccionar razones para que quisiera verlo muerto? Naturalmente, la economía no tenía nada que ver con la vida y la muerte, pero sus caminos se cruzaban demasiado a menudo.
—Sí —confirmó Victor con una sonrisa. Estaba tan encantado como un Santa Claus de centro comercial—. ¿Has estado allí? —Volvió a dejar su vaso en la mesa.
—No, he estado demasiado ocupada —dije.
—Pero si me habían comentado que el negocio ha bajado mucho en el Merlotte’s —comentó Victor, intentando mostrar una falsa preocupación que descartó a continuación—. Sookie, si necesitas trabajo, te recomendaré a mi encargado del Redneck Roadhouse…, a menos que prefieras trabajar aquí. ¡Eso sí que sería divertido!
Tuve que coger aire. Se produjo un largo momento de silencio. Durante ese instante, todo permaneció en un delicado equilibrio.
Con asombrosa capacidad de control, Eric emparedó su rabia, al menos temporalmente.
—Sookie está bien donde trabaja ahora, Victor —dijo—. De lo contrario, se vendría a vivir conmigo o quizá a trabajar en el Fangtasia. Es una estadounidense moderna, acostumbrada a mantenerse a sí misma. —Lo contestó como si se enorgulleciera de mi independencia, aunque sabía que no era el caso. No comprendía por qué me obcecaba en mantener mi trabajo—. Y hablando de mis asociadas femeninas, Pam me ha comentado que la has metido en cintura. No es muy habitual reprender a la mano derecha de un sheriff. Es una tarea que debería estar reservada a su superior directo. — Eric se permitió dejar que se notara cierta amenaza en su voz.
—No estabas aquí —protestó Victor con suavidad—. Además, se mostró muy irrespetuosa con mis porteros al insistir en entrar para comprobar la seguridad antes de tu llegada, como si hubiese algo en este club capaz de amenazar a nuestro sheriff más poderoso.
—¿Querías hablar de algo? —zanjó Eric—. No es que no me encante ver lo que has hecho aquí. Aun así… —Dejó que su voz se apagara, como si fuese demasiado educado para decir que tenía mejores cosas que hacer.
—Por supuesto, gracias por recordármelo —asintió Victor. Se echó hacia delante para recuperar el vaso gris ahumado y acanalado que un camarero había rellenado con un denso caldo rojizo oscuro—. Disculpadme, no os he ofrecido nada para beber. ¿Sangre para vosotros, Eric, Pam?
Pam había aprovechado la conversación para desviar la mirada hacia Miriam, que parecía como si se fuese a derrumbar en cualquier momento, y puede que por última vez. Pam se obligó a dejar de mirarla y centrarse en Victor. Sacudió la cabeza sin decir nada.
—Gracias por la oferta, Victor —respondió Eric—, pero…
—Sé que brindaréis conmigo. La ley me impide ofreceros un trago de Mindy o Mark, ya que no están registrados como donantes, y no hay nadie más respetuoso de la ley que yo. —Sonrió a Mindy y a Mark, quienes le correspondieron como dos idiotas—. Sookie, ¿tú qué quieres?
Eric y Pam estaban obligados a aceptar la oferta de sangre sintética, pero como yo era humana, me podía permitir insistir en que no tenía sed. Aunque me hubiese ofrecido un chuletón a la brasa con tomates verdes fritos, le habría dicho que no tenía hambre.
Luis hizo una señal a uno de los camareros y éste se esfumó para reaparecer a los segundos con unas botellas de TrueBlood. Las llevaba en una amplia bandeja, junto con otras tantas copas del llamativo fluido que bebía Víctor.
—Estoy seguro de que las botellas no encajan con vuestro sentido de la estética —dijo Víctor—. Me resultan ofensivas.
Al igual que los demás camareros, el hombre que nos trajo las bebidas era humano, un tipo atractivo con taparrabos de cuero (más escueto incluso que los shorts de cuero de Luis) y botas altas. Una especie de roseta impresa en el taparrabos enmarcaba su nombre escrito: «Colton». Sus ojos eran de un desconcertante gris. Cuando depositó la bandeja sobre la mesa para descargarla, estaba pensando en alguien llamado Chic o Chico. Y cuando nuestras miradas se encontraron directamente, pensó: «Lo de las copas es sangre de hada, no dejes que tus vampiros la beban».
Me lo quedé mirando durante un prolongado instante. Sabía de mis capacidades. Ahora yo sabía algo sobre él.
Había oído hablar de mi telepatía, algo habitual ya en la comunidad sobrenatural, y había creído en ella.
Colton bajó la mirada.
Eric giró el tapón para abrir la botella y la elevó para verter su contenido en una copa.
«No», pensé con todas mis fuerzas. No podíamos comunicarnos telepáticamente, pero le envié una oleada de negatividad y rogué porque se diera por aludido.
—No tengo nada contra el embotellado en este país, como tú tampoco —dijo Eric con suavidad, llevándose la botella directamente a los labios. Pam hizo lo mismo.
Un destello de irritación cruzó el rostro de Victor tan rápidamente que podría haber pensado que eran imaginaciones mías si no hubiese estado tan atenta a su reacción. El camarero de ojos grises se retiró.
—¿Has visto a tu bisabuelo últimamente, Sookie? —preguntó Victor, como si pretendiese decir «¡Te he pillado!».
Había en su voz una fracción de ignorancia fingida sobre mi ascendencia feérica.
—No en las dos últimas semanas —dije cautelosamente.
—Pero en tu casa viven dos de los tuyos.
No era ningún secreto, y estaba segura de que Heidi, la nueva incorporación de Eric, se lo había dicho a Victor. Lo cierto es que Heidi no tenía elección; desventajas de tener familia humana a la que aún se quiere.
—Sí, mi primo y mi tío abuelo se quedarán conmigo una temporada. —Me enorgullecí de sonar casi aburrida.
—Me preguntaba si podrías darme alguna información sobre el estado de la política en el mundo feérico —pidió Victor con cadencia melodiosa. Mindy Simpson, cansada de una conversación que no la incluía, se puso a hacer pucheros. Poco inteligente.
—Pues me temo que no va a poder ser. No me meto en esos asuntos —le contesté.
—¿De verdad? Incluso ¿después de tu terrible experiencia?
—Sí, a pesar de ella —dije llanamente. Claro, estaba deseando hablar de mi rapto y agresión. Maravilloso tema de conversación en una fiesta—. Es sencillamente que no soy un animal político.
—Pero sí un animal —constató Víctor con el mismo tono suave.
Se produjo un momento de gélido silencio. No obstante, estaba decidida a que si Eric moría intentando matar a ese vampiro, no sería por un insulto hacia mí.
—Así soy yo —repuse, devolviéndole la sonrisa con intereses—. Viva y de sangre caliente. Hasta podría lactar. El paquete mamífero al completo.
Victor entrecerró los ojos. Quizá me había pasado.
—¿Querías hablar de algo más, regente? —inquirió Pam, adivinando acertadamente que Eric estaba demasiado enfurecido como para hablar—. No tengo inconveniente en quedarme aquí hasta que quieras o en la medida en que mis palabras te satisfagan, pero lo cierto es que esta noche tengo trabajo en el Fangtasia, y mi señor Eric tiene una reunión a la que asistir. Y, por lo que se ve, mi amiga Miriam tiene una cogorza de las buenas, así que me la llevaré a casa para que la duerma.
Victor miró a la mujer pálida como si acabase de reparar en su presencia.
—Oh, ¿acaso la conoces? —preguntó dejadamente—. Sí, ahora que lo recuerdo, alguien me lo ha mencionado. Eric, ¿es ésta la mujer que me contaste que Pam deseaba convertir? Lamento haber tenido que decir que no, ya que, según veo, no vivirá bastante.
Pam no se inmutó. Ni siquiera parpadeó.
—Podéis iros —continuó Victor, exagerando el tono improvisado —, ya que os he comunicado la noticia de mi regencia y habéis visto mi precioso club. Oh, estoy pensando en abrir un establecimiento de tatuajes y puede que una firma de abogados, aunque el hombre que tengo pensado para el puesto debería estudiar Derecho moderno. Se sacó su licenciatura en París, allá por el siglo XVIII. —Su indulgente sonrisa se evaporó al momento—. ¿Sabías que como regente tengo derecho a abrir negocios en el dominio de cualquier sheriff? Todo el dinero de los nuevos clubes vendrá directamente a mí. Espero que tus ingresos no se resientan demasiado, Eric.