El Almirante los esperaba con una pequeña guardia de honor que mucho satisfizo a los visitantes, sobre todo porque a Washington lo seducían aquellos formalismos cortesanos de la Metrópoli. Se sentía dueño de sí mismo y halagado porque, siendo él un simple colono de una posesión británica en ultramar, se le tratase con tanto respeto y consideración; por eso, su ánimo y entusiasmo hacia aquella formidable empresa no hacía más que crecer por horas. Para Vernon, en cambio, la impresión fue otra. Encontró a Lawrence Washington un tanto desabrido e informal, incluso tosco, pese a que se esforzaba por dar la impresión de ser un hombre de mundo.
Cuando llegaron a bordo y después de los saludos de rigor, el Almirante le hizo seña a Washington de que deseaba conferenciar con él en privado. Su auxiliar Greene quedó montando guardia tras la puerta cerrada del camarote, flanqueada por dos gigantescos marinos ingleses. No le quedó más remedio que entablar conversación con ellos y buscarse un acomodo mientras su amo salía de la reunión. Desde allí Greene alcanzaba a oír, si bien entrecortadamente, la conversación que se desarrollaba dentro. Particularmente cuando un golpe de mar entreabrió la puerta del camarote, tras la cual se distinguieron perfectamente las siluetas de los conferenciantes. Sus voces se hicieron cada vez más audibles en medio del peculiar chirrido producido por los maderos del enorme navío de tres puentes, mecido aquí y allá por los vaivenes del mar.
En el salón de guerra de la nave capitana, Edward Vernon y Lawrence Washington se inclinaron frente a un enorme mapa apuntillado sobre una mesa y cuando el gigantesco marino fue a ajustar de nuevo la puertecilla, Vernon lo increpó, diciéndole:
—Déjala entreabierta para que entre brisa, que hace calor. —Y luego añadió, dirigiéndose a Washington—: ¿Veis este mapa, Lawrence? Mi plan de ataque es muy simple. No nos hemos de contentar con tomar a Cartagena, la plaza más fortificada de España en estas tierras, sino que echaremos mano de toda la América del Sur y del Caribe. Para tal efecto, el comodoro Anson tiene instrucciones de penetrar por el estrecho de Magallanes y, remontando las costas de Chile, destruir la Armada española del Pacífico y apoderarse de los Galeones del Mar del Sur. Una vez logrado ésto, Anson deberá proseguir hacia el norte hasta llegar a Panamá, no sin antes haber causado destrucción y saqueo a Payta en el Perú. Por mi parte, yo atacaré La Guaira y la destruiré; pasaré a Portobelo, la conquistaré y esperaré allí a que las tropas de Anson se tomen a Panamá, después de lo cual dividiré mi ejército invasor y procederé, primero, a cruzar el Istmo y enlazar con Anson para invadir las ricas tierras del Perú; con el destacamento de Portobelo y Panamá habremos cortado la garganta de las comunicaciones de la América del Sur con Centro y Norte América. Nueva España quedará aislada. En el entretanto, desde Portobelo avanzaré, con el resto del ejército, hacia la conquista de la Plaza Fuerte de Cartagena de Indias; cortaré los abastecimientos a la ciudad enviando dos fragatas y cuatro embarcaciones menores con la misión de cruzar el río Sinú hasta el estero de Pasacaballos; cerraré la mayor vía de abastecimientos por donde, además, les llega la carne y el maíz, principales elementos de su dieta; esta fuerza expedicionaria será enviada con dos meses de anticipación para que, más o menos, concuerde con nuestro desembarco en La Boquilla, que está a sotavento de Punta Canoa, lo cual haré con dos mil hombres y, pasando por la espalda del cerro de la Popa, alcanzaré el Tejadillo, en el interior de la bahía; desde allí enviaré seiscientos hombres a Pasacaballos y me apoderaré del puesto; así quitaré presión a los hombres que en la boca del estero han cortado los abastecimientos de la ciudad. Como veis, hay un pequeño caserío llamado La Quinta que permitirá guarecer a la tropa y abastecerla de agua suficiente proveniente de La Terrera, a una legua de distancia. En La Popa nos haremos fuertes con los 1.400 hombres restantes y esperaremos al resto del ejército invasor, otros tres mil soldados, que llegarán en una segunda oleada con pertrechos, morteros y artillería de batir para comenzar a castigar el castillo de San Felipe de Barajas desde Cerro Pelado, cercano al mismo, y el cual no podrá responder al fuego con sus baterías, pues éstas, se sabe, están colocadas del lado posterior que defiende la bahía y la ciudad.
Washington escuchaba tan prolijos detalles con una fascinación indescriptible. No le cabía duda de que ese marino, con tanta información en su cabeza, conquistaría la Plaza más defendida del Imperio.
—Simultáneamente —continuó Vernon—, la escuadra bloqueará la ciudad por mar, batirá el arrabal de Getsemaní y empezará el bombardeo de las murallas y ciudad de Cartagena. Tomado el Castillo, una tercera fuerza de desembarco de 5.500 hombres tocará tierra por el fuerte Manzanillo y enlazará con nuestras fuerzas de La Popa para comenzar el sitio de San Felipe y penetrar las brechas abiertas en la muralla por el lado del arrabal de Getsemaní. Tomado el Castillo, sus baterías castigarán la ciudad de tal manera que no habrá forma de resistir. Como veis en el mapa, la ocupación de San Felipe es de vital importancia, pues está en un promontorio desde el cual se divisa la Plaza fuerte, y eso nos permite un mayor castigo sobre ella. En total será una fuerza invasora conjunta de 10.500 hombres la que se apodere de Cartagena. De todas maneras, si Cartagena no se rindiera por el choque de las armas, tendrá que rendirse por los apremios del hambre. Tomada Cartagena, mi querido Lawrence, avanzaremos hacia Santa Fe de Bogotá y el enlace con las tropas de Anson, en el Perú, será cuestión de detalles. Como sabéis, el dominio sobre Cartagena nos dará el dominio sobre el río Magdalena y por allí llegaremos a las planicies de esa remota ciudad. Les habremos metido una espina en la garganta y estos reinos tendrán que capitular.
Lawrence Washington observaba atónito los detalles que, uno a uno, se iban desenvolviendo frente a sus ojos. Vernon lo trataba con una familiaridad enternecedora. Sólo atinó a decir:
—Milord, el único problema que veo con el plan es el bloqueo de la ciudad por la escuadra. Entiendo que se debe cruzar Bocachica con la tercera fuerza de desembarco y allí los españoles tienen dos fuertes a lado y lado del estrecho que hacen imposible su penetración. Estas fuerzas quedarían comprometidas allí y, por tanto, se debilitarían las otras fuerzas desplegadas en La Popa desde el norte y la operación correría peligro.
—Me parece una buena observación, Lawrence. Veo que también habéis estado estudiando los mapas. Un agente secreto que introdujimos en su momento a Cartagena nos ha levantado un detallado plano de la ciudad y sus defensas, de la bahía y las suyas y, en efecto, las que tienen los españoles allí son formidables. Ya he hecho los primeros tanteos de su poder de fuego, en marzo y mayo de este año, y me dejaron impresionado. Tienen, además, una cadena submarina en Bocachica que impide el acceso a la bahía interior. En un principio creí que con trece barcos podría sitiar y tomarme la ciudad, pero estaba equivocado. He pedido refuerzos a Inglaterra y estoy a la espera de que me envíen más buques y navíos de transporte; también estoy consiguiendo voluntarios en esta isla. Me propongo levantar unos veinte mil hombres para esta empresa, pero no son suficientes. A nosotros nos separa de la conquista de la ciudad la ventura que tengamos en efectuar un eficaz movimiento de distracción y penetración en las defensas de Bocachica. Y es allí donde vos entráis, Lawrence. Tenemos necesidad urgente de que hagáis una leva de cuatro mil hombres en Virginia y otras posesiones circunvecinas; esto es lo que necesitamos para completar los contingentes que nos faltan, hacer el desembarco por Bocachica y apoderarnos del fuerte de San Luis, inutilizarlo, levantar las cadenas que los españoles han puesto bajo el mar para cerrar la entrada y, entonces sí, penetrar con nuestra fuerza naval a la bahía para iniciar el bloqueo y bombardeo de la ciudad y dar apoyo a nuestros soldados de La Popa con la mencionada tercera fuerza de desembarco de 5.500 hombres. O al menos así lo intentaremos.
—Ya veo —murmuró Lawrence.
—Pero escuchad bien —continuó Vernon—: el ataque a Bocachica distraerá la atención de los españoles, que habrán de concentrar la mayor parte de sus fuerzas en el fuerte de San Luis para no dejarnos pasar. Sin embargo, en caso de que no lo lográsemos, es decir, de que no lo lograseis, los habríamos debilitado tanto en el interior que nuestras fuerzas de La Popa se tomarían el castillo de San Felipe y con sus propias baterías martillaríamos la ciudad amurallada, la cual se rendiría con muy poca resistencia, y nuestros 4.400 hombres bastarían para someterla. Ahora bien, si lograseis forzar la rendición del San Luis, amasaríamos 5.500 efectivos que con su artillería y pertrechos se unirían a los 4.400 hombres que ya habrían capturado el castillo de San Felipe, o estarían a punto de hacerlo. Estos 9.900 hombres darían la carga final sobre el castillo y la ciudad, penetrando por las grietas que la artillería abra en las murallas. En cualquiera de los dos casos, pues, la victoria estaría asegurada.
Lo que Vernon ocultaba a Lawrence Washington era que no tenía ninguna intención de forzar el castillo de San Luis, porque lo consideraba inexpugnable, particularmente si los españoles tomaban la decisión de emplear a fondo sus defensas allí. La lucha sería encarnizada, pues la concentración de tropas españolas haría que los combates de tierra contra las fuerzas de desembarco fuesen extremadamente duros. Su secreta intención era sacrificar los hombres de Washington y, al distraer las fuerzas españolas, desembarcar por La Boquilla, avanzar hacia La Popa y, sometiendo el fuerte de San Felipe desde ese punto, caer sobre la ciudad, tomándola rápidamente. Claro que el avance por La Boquilla era dificultoso, dadas las condiciones del terreno y el cruce que se debía hacer por el Caño del Ahorcado; pero Vernon venía preparado. Traía pontones que serían armados in situ y ello le permitiría hacer la maniobra que, presuntamente, no era esperada por los españoles. Este era el plan maestro y difería bastante de lo que Pointis había hecho cuarenta y tres años antes. Además, llevaba escaleras de asalto perfectamente medidas para coronar con éxito la cima de las murallas del castillo de San Felipe, según la inteligencia que se había hecho.
El Barón había conquistado palmo a palmo las fortificaciones guardianas de la bahía, es decir, los fuertes de San Luis y San José en Bocachica y, en el proceso, había perdido un gran número de hombres y pertrechos. A juzgar por sus bajas, si los españoles hubiesen sido más precavidos, en aquel entonces la conquista de la ciudad no habría tenido éxito. Por eso Vernon ensayaría un plan diferente, más osado y astuto, que le permitiría ahorrar hombres y esfuerzo. Recordaba que Pointis había atacado a San Felipe desde el cerro de La Popa, penetrando por el interior de la bahía. Él, en cambio, iría directamente hacia La Popa y San Felipe, avanzando desde el norte, sin exponerse al enorme desgaste que supondría un ataque frontal contra el castillo de San Luis. No importaba que para tales propósitos se sacrificaran los efectivos de Virginia que, de todas maneras, provenían de una colonia al servicio de la Metrópoli; y, aun si aquellos hombres quedaban machacados frente a sus muros, la toma de San Felipe haría que rápidamente se rindiera la ciudad, con menores pérdidas para sus tropas de asalto y mayor gloria para Inglaterra. Para consolar su conciencia, Vernon creía que con una toma rápida de la ciudad les ahorraría sangre a los virginianos, de todas maneras, pues los españoles, entonces, habrían de rendirse también en Bocachica.
Había, sin embargo, algunos obstáculos: el cruce del Caño del Ahorcado, para lo cual emplearía los pontones; también el avance sobre terrenos pantanosos dificultaría la misión. Pero Vernon contaba con que los españoles acometerían el grueso de sus efectivos en el canal de Bocachica cuando Washington efectuara el ataque de distracción. De otro lado, el avance desde el río Sinú hasta Pasacaballos no era, tampoco, una empresa fácil ni corta. Sin embargo, este factor sorpresa era lo que más lo entusiasmaba, ya que nadie tomaría precauciones contra semejante audacia. Vernon estaba convencido de que éste era el mejor modo de hacer el asedio.
Lawrence lo miró y, sin sospechar siquiera sus intenciones, exclamó:
—¡Pues, contad con esos efectivos! Mis virginianos se apoderarán del San Luis y se constituirán en el cierre de la tenaza. El cerrojo de Cartagena saltará por los aires y aquella «llave» del Imperio nos ayudará a abrir los demás cerrojos que faltan. Almirante, sois simplemente genial —concluyó.
—Esa es la idea. Los españoles se quedarán sin puerto de refresco en el Caribe. Perderán su principal punto de apoyo. Las mercancías del sur del continente no tendrán por dónde salir; es decir, la plata del Perú y el oro de la Nueva Granada serán nuestros. España quedará sin recursos coloniales y ante la catástrofe económica, cederá a Inglaterra todas aquellas tierras a cambio de una paz con pan. Estos no son Quijotes sino Sanchos. El resto del Imperio será cuestión de tiempo. Ya nos hemos apoderado de algunas islas antillanas y desde allí impediremos que salgan mercancías provenientes de Centro América, Nueva España, La Florida, Cuba y Puerto Rico. Con el tiempo, esas posesiones también caerán. ¡Haremos que los españoles nos besen el culo, Lawrence!, they will kiss our ass —enfatizó con una expresión típica inglesa, haciendo un gesto de alegría y optimismo. Luego, agregó—: Su Majestad británica podrá proceder, entonces, a efectuar una invasión formal hacia Santa Fe de Bogotá, la capital de la Nueva Granada. En pocos años estarán hablando inglés. Entonces ya no tendremos más obstáculos para ser los amos del mundo.